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La Navidad que “lo peta” en Vigo: colas interminables, hostelería a tope y vecinos cabreados en la milla de oro

Alfonso Pato

24 de diciembre de 2022 21:21 h

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La Navidad no deja a nadie indiferente en Vigo. La ciudad se ha convertido en un referente indiscutible de las estampas navideñas, desde que en 2017 comenzase esta apuesta del Ayuntamiento y particularmente de su alcalde, Abel Caballero. Pasar un día en Vigo en medio de la apoteosis navideña es una experiencia inmersiva digna de relatar. Las sirenas de la atracción 'Super Ratón, el más vacilón', se mezclan con los juegos de luces de la noria o el olor de la almendra garrapiñada con el del pulpo á feira. Todo en los puestos abarrotados de la Praza de Compostela, donde se ubica el llamado 'Cíes Market', uno de los epicentros de esta singular romería navideña.

Papá Noel suda en su cabaña para atender tantas visitas y el árbol gigante de la Porta do Sol es el paraíso del selfie. Todo un mundo que se extiende sobre una larguísima alfombra roja que orienta a los miles de visitantes que recibirá la ciudad en estas fechas. “Más de cinco millones”, según las abrumadoras previsiones del alcalde, que siempre lanza su frase premonitoria favorita cuando presenta un gran evento: “Lo vamos a petar”. Vigo “lo peta” con las riadas de visitantes que pasean bajo los once millones de leds que cubren la ciudad, según el Ayuntamiento, que estima que en un millón de euros el desembolso.

Pero no son leds todo lo que reluce en la Navidad viguesa. También hay descontento vecinal, personas sin recursos que buscan sobrevivir bajo este techo infinito de bombillas o protestas sociales variadas bajo la sombra alargada del árbol de luces gigante. Con sus 35 metros de altura ha ensombrecido el protagonismo cotidiano del Sireno, la escultura de Francisco Leiro emblema de Vigo, que ahora vigila el tiovivo instalado a sus pies.

La ciudad es un hervidero desde que el tren llega cargado de gente -muchas familias con niños-, a la flamante nueva estación o, por ajustarse más a la realidad, al enorme centro comercial con una estación dentro. Los visitantes llegan también en excursiones en grupo en autobuses y vuelos con paquetes de estancias de varios días. También se han reforzado las líneas regulares de barcos desde el otro lado de la ría. Los hoteles y los restaurantes están con niveles máximos de ocupación en fechas que antes eran temporada baja y en la ciudad todo se anuncia estos días con el reclamo de la palabra “gigante”: el muñeco de nieve, el árbol de Navidad, la noria o el gran regalo son gigantes.

En esta ciudad rendida al gigantismo, de lo poco con una escala normal es la cabaña de madera de Papá Noel, donde recibe de 17:00 a 21:00 horas. Media hora antes de abrir ya tiene una cola de más de 30 niños con sus familias. “Si quieres pedirle el regalo, tendrás que hablarle en español”, explica en un hombre en portugués a su hijo.

Unos metros más abajo, todos los visitantes quieren hacerse una foto al lado de la espectacular noria de la Praza de Compostela, epicentro del 'Cíes Market', una inclasificable mezcla entre fiestas patronales, feria gastronómica y parque de atracciones. Aquí tanto se puede comer una manzana caramelizada como subir en el saltamontes o asistir a una demostración de planchado al vapor. Pero todo este despliegue no está en un sitio cualquiera, sino en el lugar más cotizado, en el meollo de la de la ciudad. Las atracciones se amontonan en una zona donde los alquileres son caros y las propiedades todavía más. “Esto es la milla de oro urbana de Vigo. Aquí no se puede comprar nada por debajo de los 5.000 euros metro cuadrado, y hasta 10.000 euros se pueden pagar”, dice un empresario del sector inmobiliario que reside en la zona, ahora reconvertida en parque de ocio navideño.

Descontento en la milla de oro

Por la tarde, se ven aparcar los autobuses con niños que llegan de colegios privados. “Esta zona habitualmente es tranquila, pero ahora es insufrible. El fin de semana pasado tardé casi 45 minutos en llegar con el coche al garaje”, dice uno de los residentes mientras espera a su hija. Hace unos días, varios de los vecinos recogieron más de 1.500 firmas para protestar contra la ubicación de este mercado navideño, que se desborda de gente los fines de semana. El alcalde socialista, Abel Caballero, respondió tajante sobre estas quejas: “Protestan porque son del PP”.

“Las luces me parecen muy positivas para Vigo, pero esto es un gran incordio para los que vivimos en la zona. Tienes delante de casa la noria y el saltamontes con gente dando gritos, desde finales de octubre a finales de enero, que empieza y acaba el montaje”, dice el empresario, que reside en uno de los pisos más altos. “Los fines de semana es lo peor. Esto es insoportable y todo el que puede, escapa”, dice.

Hay decenas de casetas que sirven comidas de todo tipo. El fin de semana tienen enormes colas esperando el pedido, pero por la semana se puede degustar con más calma. “Pagamos cerca de 9.000 euros de mediados de noviembre a mediados de enero, más la luz y el personal”, explica Nerissa Pérez, de filloas Riquiña, mientras cocina unas filloas rellenas que espera una familia “de Lisboa y del Benfica”. Y no son los únicos. Los visitantes procedentes del país vecino abundan en la Navidad viguesa.

El negocio de filloas abrió en Santiago hace solo unos meses y esta es su primera experiencia en la Navidad viguesa. “Podemos hacer 200 o 300 euros de caja por la semana, pero el fin de semana y los festivos podemos llegar hasta los 1.000 euros”, cuenta su responsable que no aventura aún cuál puede ser el resultado final.

Cada caseta tiene unas medidas de tres por dos metros. La de la Pulpería Alcatraz, de la localidad lucense de Castroverde, está en una zona central de la feria, pero suma varios módulos con unos diez metros de frontal. Si comparamos con las cifras anteriores, su precio podría rondar los 30.000 euros. “Puede andar cerca”, confiesa Nico, uno de los responsables de este negocio que en un buen día de fin de semana despacha hasta 50 pulpos. “La Navidad de Vigo está bien, pero esto todavía no es el San Froilán”, explica comparando con el gran referente pulpeiro gallego.

“Donde vive la Navidad”

Al lado de las casetas de comida están las atracciones, con una de las grandes estrellas de la Navidad viguesa: la noria de 60 metros de altura. Aunque en un día de semana el acceso es fluido, los fines de semana también aquí las colas son interminables. Cada viaje cuesta cinco euros, aunque es un euro menos para los vigueses. Solo deberán presentar su Pass Vigo, lo más parecido a un pasaporte local expedido por el Ayuntamiento, una idea que habría entusiasmado a Antonio Nieto Figueroa, Leri, un antiguo concejal durante casi tres décadas que era muy conocido, con partido propio, y que lideró una manifestación en los 90 para que Vigo fuese proclamada quinta provincia de Galicia. Recurría habitualmente a lemas viguistas, el más célebre 'Felices en Vigo'. Ahora las calles de la ciudad están invadidas con otros rótulos: 'Vigo, donde vive la Navidad'.

En la misma ciudad donde vive la Navidad, también vive Benito G., aunque no salga en los carteles. Tiene 55 años y pide dinero delante de la Iglesia de la Colegiata de Vigo, el recinto que alberga el Santo Cristo de la Victoria, emblema religioso de la ciudad. Benito acaricia a su gato bajo el techo de leds que cubre la ciudad. Dice que procede de buena familia, pero un revés lo llevó a esta situación hace tan solo unos meses. “Dicen que hay diez millones de leds, pero yo no puedo comer bombillas led. Voy a un comedor social, pero cierra el viernes al mediodía y no abre hasta el lunes, así que el fin de semana pido por la calle comida como puedo”, explica.

La ciudad se rinde a la Navidad, que todo lo impregna. El Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) ha pasado a albergar diálogos sobre la tradición cristiana navideña, con el Obispo de Tui-Vigo, monseñor Quinteiro Fiuza, y Abel Caballero como principales cabezas de cartel.

Protestas a la luz de los leds

Al final de Príncipe emerge imponente el árbol de leds. El lugar del selfie inevitable dentro de su cúpula de luces y ahora también un escaparate perfecto para buscar visibilidad en las protestas. Hace unos días fueron los vecinos de Beade, una parroquia de la periferia viguesa, que protestaban contra un nuevo vial en proyecto. Detrás del árbol se suceden las pancartas de vecinos contra el nuevo túnel que taladra la Rúa Elduayen. Delante del Ayuntamiento levantan su voz los trabajadores de Vitrasa, la concesionaria histórica del servicio de autobuses urbanos, que amenazan con paralizar la actividad en pleno apogeo navideño. Reivindican un aumento de salario y una reducción de jornadas, que denuncian que llegan hasta diez horas. En otros puntos de la ciudad hay asociaciones ecologistas que protestan por la tala indiscriminada de árboles para construir rampas mecánicas o por el gasto eléctrico en plena crisis energética.

Pero Abel Caballero rebate a todos. No lo arredran las críticas ni energéticas ni medioambientales ni laborales. Ni parecen afectarle, a tenor de la última encuesta publicada, que pronostica que mantendrá su aplastante mayoría absoluta. Los fines de semana es habitual verlo por las calles inundadas de leds haciéndose decenas de fotos navideñas siempre sonriente, haciendo la señal de la V de Vigo y repitiendo su frase favorita: “Lo estamos petando”.