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Operación 'borrar a Feijóo': así se desprende Alfonso Rueda de la sombra de su predecesor en Galicia

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el candidato a la Xunta, Alfonso Rueda, en el arranque de campaña en Pontevedra.

Gonzalo Cortizo

Santiago de Compostela —

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Dos años después de su llegada a la presidencia de la Xunta y tres meses después de su primera victoria electoral, la hoja de ruta de Alfonso Rueda transita por un camino inesperado para quien le haya visto acarreando sin rechistar la maleta de su jefe durante tanto tiempo: el sustituto de Alberto Núñez Feijóo en Galicia está borrando el rastro de su predecesor al frente del Gobierno gallego. Los asesores del presidente gallego hablan de la construcción del “estilo Rueda”, como si los cambios en la configuración de su presidencia se limitasen a una cuestión de imagen. Pero hay más que eso: alteraciones en la construcción de equipos a todos los niveles, nuevas posiciones ideológicas en asuntos troncales como la política lingüística o el autogobierno y escasas o inexistentes referencias al trabajo político desempeñado por el líder del PP durante sus 13 años al frente de la Xunta de Galicia. Atrás queda el tiempo en el que Rueda actuaba como escudero obediente, discreto y sumiso. Su incontestable victoria electoral del 18 de febrero lo ha cambiado todo, hasta el punto de que se ha atrevido a cortar la cabeza a Eloína Núñez, prima de Feijóo, en la gerencia del área sanitaria de Santiago.

Para elaborar esta información, elDiario.es se ha puesto en contacto con los portavoces de Alfonso Rueda con un planteamiento sencillo: invitar al entorno del presidente a dar su versión sobre la operación de borrado del legado de Feijóo. Lejos de ofrecer una versión alternativa, las fuentes consultadas han optado por no decir nada: ni a favor ni en contra de las evidencias que sugieren la existencia de un mar de hielo entre dos políticos que durante años han caminado uno a la sombra del otro. La respuesta de su equipo ha sido la siguiente: “Nos acogemos a nuestro derecho de permanecer en silencio”.

Diferentes intereses

La campaña electoral gallega de principios de año fue el primer punto de distancia entre ambos políticos, visible para cualquier observador atento. Feijóo organizó su propia caravana electoral y se hizo acompañar de periodistas madrileños para ir colocando los mensajes del día en clave de política nacional. Rueda, por su parte, intentaba aumentar sus niveles de popularidad entre los votantes y, para ello, aparecer el mayor número de veces en televisión presentándose como un candidato solvente. Y es que el principal problema de Rueda era que nadie le conocía lo suficiente como para dar por segura la victoria. Esa era su principal urgencia, acrecentada por los temores que generó una portada de la revista Lecturas en la que, mientras acompañaba a la reina Letizia y a sus hijas, los editores de la publicación decidieron pixelar su cara en la publicación, al pensar que se trataba de uno de tantos escoltas que acompañan a la familia real. Rueda acababa de llegar al cargo por designación de Feijóo cuando sucedió aquello. Dos años después llegaría su primer examen ante los electores.

Pero a Feijóo no pareció importarle demasiado que su heredero político se estuviera jugando el pellejo por primera vez en las urnas. Es más, casi estuvo a punto de dinamitar su campaña cuando su equipo de comunicación convocó a la prensa en el Restaurante España en Lugo. En una mesa en la que se sentaron 16 periodistas la única condición impuesta por el PP fue que las crónicas que resumiesen lo que allí se dijo atribuyesen las noticias a “un alto dirigente del PP”. Y lo que allí se dijo fue que el PP estudió la amnistía tras reunirse con Junts. Pero no solo eso; también se dijo que la formación conservadora estaba dispuesta a indultar a Puigdemont. Los redactores atribuyeron la bomba informativa a un “alto dirigente del PP” pero todas las miradas se depositaron en una persona con nombre y apellidos: Alberto Núñez Feijóo.

Faltaban ocho días para las elecciones cuando sucedió aquello y el PP de Galicia bramaba contra la interferencia de Madrid y la falta de coordinación entre los diferentes equipos. Mientras Rueda intentaba decir cada día que la nacionalista Ana Pontón era un riesgo por su sesgo independentista, Génova deslizaba mensajes de entendimiento con el propio Carles Puigdemont. Llegó el día de las elecciones y a Rueda se le pasó el susto: 47% de los votos; 40 escaños de 75 posibles, mayoría asegurada. A partir de ahí, el chico 'bien' de Pontevedra que siempre estuvo ahí empezó a tejer su propio camino, uno que le separaba de su padre político y de cada uno de los charcos en los que Feijóo se ha ido metiendo desde entonces.

Nuevo gobierno: todos más lejos de Alberto

Lo primero que hizo Alfonso Rueda tras su victoria fue diseñar un gobierno del que eliminó de un plumazo la existencia de vicepresidencias y, por tanto, cualquier tentación de que alguno de sus compañeros reclamase para sí el puesto de delfín y posible sucesor. Los cambios no solo afectaron a los primeros niveles de poder, sino que también se movieron las pequeñas piezas, direcciones generales y jefaturas de departamento. Rueda segó casi todo lo que emanaba de Feijóo, rompiendo el cordón umbilical que aún conectaba pequeños despachos de la Xunta de Galicia con el poder que Feijóo dejó atrás para emprender la aventura madrileña tras el sacrificio de Pablo Casado, que su partido acometió en ofrenda a Isabel Díaz Ayuso.

Para sorpresa de muchos, la guillotina de Rueda llegó a donde nunca nadie hubiera pensado: a Eloína Núñez, prima carnal del líder del PP y , durante años, gerente del área sanitaria de Santiago. El perfil de la pariente de Feijóo es uno de los más polémicos que se recuerdan en Galicia por su manera autoritaria de gestionar, su escasa eficacia en la prestación de los servicios sanitarios y por afirmaciones estrambóticas como aquella en la que acusó a los facultativos de un hospital de estar detrás de la expansión del Covid por pararse demasiado a tomar café durante la semana después de haber asistido a congresos médicos los fines de semana. La Xunta siempre la defendió; Rueda también lo hizo. Pero todo eso terminó cuando el político pontevedrés dejó de ser un presidente puesto a dedo para convertirse en uno que tenía ya una mayoría absoluta en su casillero.

Enmienda troncal

La idea de que en Rueda solo se ha producido un cambio de estilo se cae por su propio peso. Y más si se observan declaraciones políticas en las que el jefe del gobierno gallego dice cosas que Feijóo nunca dijo en 13 años al frente del poder en Galicia y discute algunas de las señas de identidad de su predecesor, que él mismo defendió cuando trabajaba para él con obediencia. A finales de mayo, tras la celebración del Día das Letras Galegas, a Rueda se le preguntó por la reclamación de los colectivos en defensa del idioma para derogar el decreto del bilingüismo de Feijóo. Ese texto, aprobado en 2010 y todavía vigente, supuso el primer retroceso en democracia para el uso del gallego en las aulas. Ahora Rueda se abre a modificarlo y escuchar a la marea de intelectuales que aseguran que el idioma propio de Galicia es un tesoro en peligro de extinción.

Otra diferencia que Rueda quiere marcar con su pasado tiene que ver con el autogobierno, una reclamación histórica del nacionalismo y la izquierda. Mientras Feijóo gastó durante más de una década las moquetas de San Caetano no pidió ni una sola transferencia nueva para la Comunidad Autónoma. Rueda, casi recién llegado se bregó en reclamar, con éxito ante el Constitucional, la gestión propia del litoral. Pero, no contento con eso, el barón gallego se abre a otras reclamaciones, empezando por la transferencia en la gestión de la principal autopista de la comunidad, la AP9, que conecta todo el litoral atlántico.

Además de todo lo anterior, destaca la escasa presencia de Feijóo en los discursos e intervenciones de Rueda. En una Galicia en donde Fraga nunca dejó de agradecer el legado de Fernández Albor y Feijóo hizo lo mismo con Fraga, Rueda parece estar desprovisto de pasado. El perfil que está construyendo es propio, el recuerdo de quien lo nombró a dedo es ya prácticamente imperceptible y sus asesores prefieren dejar hacer a quien pretende hacer la crónica de una sombra que se va y un pixelado que desaparece.

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