A las más de 60 vacas de Flora Rodríguez Fontao, 40 en ordeño y 20 de recría, la pandemia del coronavirus les llega como un eco lejano. Los camiones de la industria siguen recogiendo los 1.000 litros diarios de leche que producen. Y aún este martes visitaron su explotación, en la parroquia de A Graña (Monterroso, Lugo), el distribuidor de piensos y el enviado del matadero a recoger una res. “Aquí nadie mandó ningún aviso. Igual que las administraciones llaman por otras cosas, podían hacerlo ahora. Pero todo sigue funcionando igual”, explica Rodríguez Fontao.
En realidad, no todo. Ella misma lo admite. “Es cierto que guardas más las distancia con las personas que vienen”, dice, “pero ni ellos traen protección ni nosotros la tenemos. Las medidas que adoptamos las adoptamos por lo que vemos en la televisión”. El trabajo en el sector primario, que incluye agricultura, ganadería, silvicultura y pesca y aporta el 4,6% del PIB de Galicia, no se detiene. Los mercados necesitan leche, carne, pescado, y los trabajadores y trabajadoras del campo y el mar gallegos se lo proporcionan. “Nuestra predisposición a intensificar la producción de alimentos es total”, afirma Roberto García, secretario general del sindicato Unións Agrarias.
A ello se dedican las vacas de Rodríguez Fontao. Pero de su explotación, en la que solo trabaja la familia, no salen únicamente carne y leche. También venden terneros. “Ahí está nuestro mayor problema”, comenta, “porque ya no hay ferias donde vender los becerros. Han sido todas canceladas”. El intermediario con el que suelen negociar está ahora intentando llevarlos directamente a un cebadero, para que crezcan, engorden y surtan a las carnicerías. “Hubo algún problema de abastecimiento al principio”, relata García, “porque el stock pasó muy rápidamente de los almacenes de la industria a los domicilos particulares. Se notó en carnes asequibles, como el pollo, pero ya está solucionado”.
El sindicalista asegura además que la mayoría de ganaderos “han extremado las medidas de prevención y seguridad”. A menudo, como Flora Rodríguez, motu proprio. La razón es sencilla: muchas unidades de produción de leche y carne en Galicia son familiares, y un positivo en coronavirus puede suponer la cuarentena de todos y, por tanto, la parálisis. “No es fácil encontrar mano de obra cualificada para realizar substituciones en las explotaciones agroganaderas”, añade García, “la prueba es que los sueldos son superiores al salario mínimo inteprofesional. La salida sería la colaboración de los vecinos, como siempre se hizo aquí en el rural”. El campo y el mar dan empleo a alrededor del 5% de los gallegos ocupados.
Cocer pan en casa
La potencial caída de la demanda aparejada a, por ejemplo, la clausura de bares y restaurantes no preocupa, de momento, a García. “El consumo se trasladará del bar a casa, será más doméstico. E incluso habrá una mayor tendencia a ir a la nevera, al pasar tanto tiempo encerrados”, especula. Natalia Varela Cadahía, que regenta un molino en Castro de Amarante (Antas de Ulla, Lugo) en donde procesa alrededor de una tonelada de trigo al mes para cinco o seis panaderías artesanas, lo ha notado. “Yo tengo más trabajo. Además de las panaderías, han venido un montón de paisanos que quieren moler para cocer pan en sus casas”, cuenta. Habitualmente le llevaban cada uno un saco de cereal. Estos días, tres.
En el molino de Castro de Amarante tampoco ha recibido instrucciones gubernamentales específicas. Pero Varela Cadahía sí percibe cambios de actitud. “Los paisanos no se acercan mucho, ni se quedan mucho tiempo de cháchara”, apunta, “mis clientes son mayores, claro”. Ella empieza a pedirles que depositen el saco de trigo en la puerta para reducir contactos. Y, sin embargo, considera que en el mundo rural falta conciencia de la situación de pandemia. “Como un virus así entre en A Ulloa [comarca del interior de Galicia a la que pertenece Antas de Ulla] puede hacer estragos en una población muy envejecida”, considera.
“Miedo al miedo de la gente” a comprar pescado
La trabajadora del molino entiende que el sector de la alimentación no está sufriendo. “Nunca había visto tanta gente en el ultramarinos de Antas de Ulla [la localidad no llega a los mil habitantes], que además la gente aquí tiene su huerta y sus animales”, señala. Agustín Cadillo coincide. Su empresa, Bomar, con sede en Ribeira (A Coruña), se dedica a la compra y venta de pescados y mariscos. “De momento no notamos nada, porque los supermercados aún tienen mucho tirón”, anota, recién salido de la subasta en la lonja de Ribeira, “hoy el pescado ha sido caro. Los mayoristas de las grandes superficies quieren tenerlo fresco”.
Frente a los hipermercados, los minoristas. “Nosotros, los minoristas, tenemos miedo. Miedo al miedo de la gente”, relata Cadillo, “a que no salga de casa”. Bomar gestiona una pescadería en Ribeira desde la que envía peces frescos en bolsas isotermicas a cualquier punto de la Península Ibérica y cuatro establecimientos más en el interior de Galicia. “Estamos ajustando los precios más de lo normal, queremos mandar pescado de calidad a todas partes”, dice. Atento a la evolución de los precios, sí ha detectado que el “pescado fino” -lenguado, robaliza [lubina] o rodaballo- destinado a restaurantes “está más barato”.
A la lonja de Ribeira, uno de los principales puertos pesqueros de Galicia y entre los más importantes de bajura de Europa, asisten entre 250 y 300 compradores diarios. La dirección de la entidad también ha tomado medidas de precaución contra el COVID-19. En la subasta del martes, el producto estaba repartido por tres salas, para evitar aglomeraciones. “Pero es que además había poco material”, indica Cadillo, “lo que sí se nota es menos concurrencia. Hay gente que siempre va a la lonja, aunque no compre. Ahora, si no lo necesita, no va”.
Aceleración de pedidos de huevos
En el Pazo de Vilane, en Antas de Ulla, la situación es distinta. Esta granja de gallinas produce unos 270.000 huevos al mes. “Estamos en un lugar de aislamiento y eso es una gran ventaja”, explica Piedad Varela-Portas, encargada de mercadotecnia de la marca, “lo que sí ha habido es una aceleración de pedidos a partir del cierre de colegios. Estamos trabajando a tope, sábado y domingo incluído, para cubrir los pedidos”. Los mensajes que, en las últimas horas, han emitido cadenas de distribución, de “control y tranquilidad”, contribuyen a que la producción se empiece a normalizar “ya hoy”, sostiene.
No obstante su situación en A Ulloa, una comarca que sufre agudo el proverbial despoblamiento del interior gallego, la empresa ha adoptado protocolos de seguridad contra el virus “para evitar el cierre de las instalaciones, que es un punto crítico para el Pazo de Vilane”. Sus 37 trabajadoras han desdoblado turnos. Las de administración lo hacen desde casa. “Ya no entra nadie en la granja, los recibimos en la carretera. Pero todo el mundo está muy responsabilizado”. A esta conciencia colectiva ayuda, según el sindicalista Roberto García, “que la gente está muy pendiente de los medios de comunicación, muy informada”. Y la información llega, pese a las insuficiencias administrativas, al primer eslabón de la cadena alimentaria, las productoras y productores.