El acto, organizado por la fundación que conecta la universidad pública gallega con la empresa privada, se titulaba Diálogo sobre o futuro, pero en él disertaban un ex vicepresidente de la Xunta de Galicia entre 1987 y 1990 y un ex presidente del Gobierno de España entre 2011 y 2018. Mariano Rajoy y Xosé Luís Barreiro Rivas, conocidos desde los tiempos de su militancia en la Alianza Popular gallega y un día encarnizados rivales internos, dedicaron un par de horas de este viernes a ofrecer sus consideraciones en Santiago de Compostela a un público de empresarios y altos cargos del Ejecutivo gallego, entre ellos Alberto Núñez Feijóo. A Rajoy también le sirvió para ahondar en la reescritura de sus años en Moncloa, defendiendo su legado y ,de manera singular, su reforma laboral.
“Cuando me dicen que por razones doctrinarias o sectarias quieren eliminar la reforma del mercado laboral, me echo las manos a la cabeza”, dijo. Respondía así a las alambicadas cuestiones formuladas por Barreiro Rivas sobre lo qué hacer ante la crisis económica que se avecina como derivada del coronavirus. A ver de Rajoy, la reforma laboral, que el Ejecutivo de Sánchez se ha comprometido a derogar, es una herramienta imprescindible porque “ha contribuido a flexibilizar la economía”. El abaratamiento del despido, la reducción del poder de negociación de los trabajadores o el aumento de la precariedad que señalan estudios de sus efectos no entraron en la disquisición del ex presidente.
Pero fue esa su concesión más clara al dogma neoliberal. El Rajoy de 2020, como ya se entrevió en el Foro La Toja convocado en A Toxa la pasada semana, es más bien ligeramente keynesiano. Su lectura de la crisis de 2012 contrastó sobremanera con las soflamas de su contertulio, empeñado en responsabilizar a la ciudadanía de los fallos del sistema económico y manifiestamente contrario al gasto público. El ex presidente, sin embargo, aseguró “estar de acuerdo con los ERTE, con la renta mínima y con que el Estado garantice la liquidez de las empresas”. Es decir, con el grueso de la estrategia económica de la coalición de PSOE y Podemos contra las consecuencias de la pandemia: “Estoy a favor de lo que se hizo. Y tiene que haber presupuestos expansivos”.
Pero también hubo avisos a navegantes. Le preocupa el déficit y generar deuda, y cree que las cuentas de 2022 no podrán ser como las de 2021. Al mismo tiempo, aplaude las políticas europeas. Las actuales, que suponen una enmienda práctica a las desplegadas en los años de la Gran Recesión. “En 2012, España y Grecia eramos países de quinta división. Había unos enfrentamientos brutales en Europa”, recordó, aunque en aquel entonces, cuando presidía el Gobierno, no llegó a decirlo en voz tan alta. Ahora todo es distinto, vino a explicar, y alabó el plan de empleo comunitario, las inversiones del Banco Europeo de Inversión, el diseño de la reconstrucción o la compra de deuda por parte del Banco Central Europeo. Mariano Rajoy hablaba este viernes en Santiago como hablaban los socialdemócratas más atrevidos del sur de Europa en 2013.
Europa y los populismos
El discurso de Rajoy fue, en todo caso, una defensa encendida de la arquitectura de la Unión Europea. Con una relación con la historia, por momentos, lateral. Como cuando repitió tópicos sobre “la prosperidad” posterior a la Segunda Guerra Mundial sin ni siquiera mencionar que en España hubo 40 años de dictadura fascista justo en ese período temporal. Pero que los detalles no empañen la ideología europeísta. Admitió que sí, que hay problemas, como el Brexit “o lo que algunos hacen en Hungría y Polonia”. Eso que “algunos hacen en Hungría” es el presidente Viktor Orban, de extrema derecha y encuadrado en sus corrientes “iliberales”, y al que el PP de Pablo Casado apoyó para impedir su expulsión del Partido Popular Europeo.
Y es que en en las reflexiones del ex presidente sobre Europa y los populismos, inducidas por un Barreiro Rivas empeñado en revelar “el papel de los ciudadanos en la generación y agravación de las crisis”, llevaban recado para la actual dirección del PP. Sus llamamientos a “la moderación y el equilibrio” y sus reiteradas referencias al modelo de gran coalición de Angela Merke así se podían intepretar. Para Rajoy, solo hay tres ideas políticas dignas de dirigir el país: la socialdemocracia, la democracia cristiana y el liberalismo. “El 90% de los españoles están ahí, en el equilibrio y la sensatez”, afirmó.
En ningún momento habló explícitamente de Casado, es cierto. Pero sus críticas a Le Pen o al “partido de extrema derecha con el 10%” en Alemania y sus cantos a la necesidad de alianzas entre PSOE y PP se podían leer como una impugnación de la línea actual de la formación. Fue más directo cuando se refirió al otro lado del espectro político. “Aquí se prefiere acceder al poder apoyado en partidos radicales de extrema izquierda y que cuestionan la Constitución y la unidad nacional”, dijo. Y se lanzó al mantra de que España se encuentra “en manos de Podemos” y eso “no crea más que dificultades”. Lo de Rajoy son los “partidos tradicionales”, los que, proclamó, “hicieron Europa” y, en una afirmación sin demasiada base histórica, la democracia del 78.
Esas continuadas llamadas al sentido común, tan típicas del Rajoy personaje público, encajan difícilmente con las prácticas de su gobierno que ahora destapa la Operación Kitchen, pero no le impiden sentar cátedra. Tampoco lo hace el hecho de que la moción de censura que lo desalojó de la Presidencia del Gobierno se debiera a la condena por corrupción del PP. Ahí había otro elemento en común con su contertulio, Barreiro Rivas, cuya carrera política acabó abruptamente en 1990 con una condena por prevaricación en 1990.