Casi todos los festivales tienen su historia. Si a eso le sumamos una villa tan gallega como Viveiro, dos chavales sin complejos y un alcalde idealista, lo que tenemos es una leyenda que se va transmitiendo de boca en boca, pero bajando un poco la voz, que es como los seguidores del rock más extremo suelen compartir su fascinación: a menudo, las apariencias engañan.
Han pasado casi 20 años desde el milagro del alumbramiento. En 2006, un chaval se atreve con el reto de atraer a la montaña y disfrutar de su banda favorita desde donde pueda ver si se ha dejado encendida la luz de casa, ni más ni menos que los neoyorquinos Sick Of It All. Ni corto ni perezoso, ese mismo chaval y otro amiguete se presentan en el ayuntamiento con una propuesta que incluye, además de su banda fetiche, otros nombres como Walls of Jericho o Twenty Fighters. Los recibe Melchor Roel, el alcalde, que lleva media vida ocupando su tiempo en mejorar la vida de quienes le rodean, lo mismo conocidos que desconocidos. Como miembro del Partido Comunista de Uruguay fue detenido por la dictadura de su país con apenas 18 años y expulsado a España tras pasar 36 meses en la cárcel de Punta Carreta. “Fue la única vez que me dejé rapar el pelo”, solía bromear con quienes se apuntaban a escuchar su historia. Próximo al sindicalismo, terminó en el PSOE y durante diez años fue el alcalde más contracultural de la Mariña lucense. Murió de un cáncer de pulmón en 2013, apenas unos meses después de anunciar su enfermedad en un pleno municipal, su vida convertida en punto y aparte de la orden del día. Lo despidió con honores un pueblo marinero de tradiciones arraigadas y, ya por entonces, con un festival que miraba de frente a la grandes citas veraniegas del panorama internacional.
Aquel primer cartel pergeñado por Iván Méndez e Iván Pérez se concretó en lo que fue bautizado como Summer Fest, un festival improbable de dos días de duración que jamás llegó a celebrarse: uno de los componentes de Sick Of It All enfermó, los organizadores anunciaron la suspensión del evento y en lugar de volverse a casa redoblaron su apuesta. Unos meses después, y en un pueblo donde la Semana Santa pasa por ser una de las más celebradas de Galicia, la idea de Méndez y Pérez había resucitado.
La edición de este año suponía la mayoría de edad para un festival que ha cumplido los dieciocho sin haber dado ni un solo problema en casa, algo casi imposible cuando se trata con multitudes sedientas de aventuras y cerveza. “Alguno bebe más de la cuenta, pero quién no bebe más de la cuenta alguna vez. Nada, se portan bien, llevamos muchos años con esto y yo no recuerdo ningún incidente”, explica uno de los policías que vigila los accesos de entrada. En el punto lila del recinto, mismas sensaciones: la gente se comporta y se respeta.
Para el primer día se anunciaba la actuación de Ghost, la banda del momento. Incluso Chanel (la firma francesa de moda, no la artista eurovisiva) parece haber puesto sus ojos sobre ellos: en uno de los desfiles organizados esta primavera, sonaban los acordes de Mary On A Cross, el nuevo himno de los suecos. No son pocos los perros viejos que se niegan a reconocer sus méritos, no digamos ya su recién instaurado reinado, pero entre las nuevas generaciones cunde la impresión de que estamos ante un fenómeno imparable como hace décadas no se veía en la escena del rock o el metal. Después de girar como teloneros de Metallica o Iron Maiden, Tobias Forge y su gente parecen preparados para defender su propio castillo, uno tan imponente como el show que la noche del miércoles ofrecieron en Viveiro.
Hubo un tiempo donde las bodas gallegas registraron límites insospechados de excesos: así son los directos de Ghost, todo un abuso de marisco. Con Kaiserion, uno de los temazos de Impera, su último disco, comenzaron su labor de alimentar a la bestia, de afilar los colmillos a un público acostumbrado a limar palos de churrasco y achuchar patas de nécora. Luego llegó Rats, que es pura adrenalina, y ya nadie pudo parar una avalancha de ochenterismo adaptado a los nuevos tiempos que va desde el black metal más clásico hasta el dance reinventado para heavys, todo filtrado por el buen gusto y el perfeccionismo habitual en la bandas nórdicas. “Yo ya era del Barça cuando siempre perdía”, dijo en una ocasión Melchor Roel, el difunto alcalde socialista. Ocurre algo parecido con los fans más radicalizados de Ghost, que ahora disfrutan relamiéndose con la confirmación definitiva de su apuesta.
El maquillaje y la juventud del primer día se volvió clasicismo estético y nostalgia el jueves, un día lluvioso que refrescó a los esforzados del circle pit y los campings de ultratumba. Tras más de dos décadas sin pisar nuestro país, la abrupta ruptura de la banda y las muertes de los hermanos Abbott (a Darrel le disparó un demente en plena actuación con otra de sus bandas), Pantera volvía a reencontrarse con su propia leyenda y una legión de fans que no olvidan a los reyes del groove metal. Con un Phillip Anselmo más en forma que en su última visita a Viveiro, al frente de Down, un Rex Brown imponente y las incorporaciones de Zack Wilde y Charlie Benante, el impecable bateria de Anthrax, los tejanos ofrecieron un concierto en el que no dejaron ni uno solo de sus clásicos por tocar, ni uno solo de sus registros por acreditar. Pocas veces se han visto en Viveiro escenas tan emocionantes como las ocurridas el jueves, y todo ello a pesar de que el homenaje audiovisual a los ausentes Abbott llevase el tufillo de la contradicción: con ellos vivos, cuesta mucho imaginar una reconciliación con Anselmo, a quienes los más fanáticos le perdonan incluso sus posicionamientos políticos, tan escorado a la derecha que podría votar a Abascal para Gobernador del estado de la Estrella Solitaria, si tal cosa fuera posible.
Antes, también en el escenario principal, hubo tiempo para dos auténticas leyendas. Máquinas, que diría David Bisbal: Myles Kennedy y Richie Faulkner. El primero es una de las voces más puras, más impactantes y más personales de la escena alternativa, al frente de unos Alter Bridge que suele acusar cierta frialdad con el público, pero que en Viveiro se comportaron como si quisieran quedar bien con los suegros. El segundo, uno de esos guitar héroes que parecen sacados de otra época, nombre asociado a los míticos Judas Priest por derecho propio, sostiene a unos Elegant Weapons que destilan calidad, viejos usos y fans a raudales. Su versión final de War Pigs, de los mitiquísmos Black Sabbath, arrancaron las lágrimas figuradas de un público que vive eternamente influenciado por las bandas favoritas de sus padres.
La edición de este año también fue el asalto casi definitivo de las mujeres a muchas de las actuaciones principales del festival. Lacuna Coil, con Cristina Scabbia al frente. Amarante, The Babuine Show, Mono, Butcher Babies, Brutus, Wargasm, Employed to serve o los mismos Ghost son bandas con una parte femenina que ensalza el rock como punto de encuentro y a la mujer con parte activa de un espectáculo en el que parecían excluidas por casi sistema. “Los hombres, ya se sabe, somos hombres”, declaró hace poco tiempo Tobias Forge. Las obviedades funcionan a menudo como un recuerdo de casi todo lo que está mal en este mundo.
El viernes era el día de Slipknot, que es la madre de todas las guerras y el refugio de todos los huérfanos del ruido. La brutalidad y velocidad con que encaran todos sus clásicos no es fruto de un capricho ni de una moda. Cambiaron el paradigma del metal, influyeron a una nueva generación de bandas y en Viveiro recordaron a propios y extraños que su yugo no es de este mundo, aunque en los discursos de Corey Taylor pueda parecerlo. “Mi familia”, repetía una y otra vez acudiendo a su limitado castellano. La respuesta de esa familia fue la de un comando de élite que responde a las órdenes del líder con la inconsciencia de quien se ha criado enganchado a sus riffs. Tras ellos salieron al Caos Stage los Monuments, unos jóvenes ingleses de los que no todo el mundo tenía referencias pero que se van de Viveiro coronados como hijos adoptivos del pueblo.
“No me creo que vayáis a sacar esto adelante”, dijo uno de los amigos de los ivanes, Méndez y Pérez, cuando estos contaban entre risas que irían al ayuntamiento para liar al alcalde. Aquella liada, aquella sobrada, es hoy un motor económico para la zona, un festival de música difícil de catalogar sin adjetivos grandilocuentes y un punto de encuentro para metaleros de todas las latitudes que descubren en Viveiro la cuna que nunca tuvieron antes de que unos chavales se pusieran a soñar. Y un alcalde se soltara la melena. En Viveiro no hay tiendas de Chanel, ni falta que hace: les sobra de todo y nada les falta. Amén.