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Obituario

Santiago Rey Fernández-Latorre: el editor de La Voz que acaparó poder en Galicia más allá de la prensa

Santiago Rey Fernández-Latorre

Luís Pardo

28 de agosto de 2024 16:11 h

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Aunque decía sentirse “solo periodista” y presumía de haber nacido sobre una rotativa, Santiago Rey Fernández-Latorre era mucho más que eso. El presidente de la Corporación Voz de Galicia -un emporio creado en torno al periódico fundado por su abuelo, Juan Fernández Latorre- fue durante décadas uno de los hombres más influyentes de la comunidad desde su posición de dominio del panorama mediático gallego. Y no lo era sólo por lo que publicaba o decidía no publicar. Nunca buscó ser un simple notario de los hechos, sino un actor protagonista. No le temblaba la voz -ni la impresa ni la propia- para enviar órdenes y amenazas a los gobernantes, tanto en Madrid como en Santiago, sobre cualquier asunto de relevancia para él y que reclamaba en nombre de una autonomía de la que se sentía principal -y, a veces, único- valedor. No hacerle caso tenía un precio que en algunos despachos se pagó muy caro.

Dos conversaciones pueden dar una muestra de este modo de actuar. La primera de ellas tuvo lugar en enero de 2003, la víspera del consejo de ministros que José María Aznar celebraría en el ayuntamiento de A Coruña, un Palacio de María Pita convertido en fortín, en plena crisis del Prestige. Tal y como contó el que era alcalde, el socialista Francisco Vázquez -gran amigo del fallecido y miembro como él del llamado lobby coruñés-, Mariano Rajoy, entonces portavoz del Gobierno, llamó a Rey para hablar de la cita del día siguiente y éste le preguntó si habían previsto la aprobación de un puerto exterior para la ciudad. El ministro le dijo que no, a lo que el editor repuso: “Entonces, mejor que no vengáis”. Al día siguiente, Aznar incluía con calzador en su comparecencia el anuncio de construcción de una infraestructura que 20 años y mil millones de euros después empieza a encontrar su sentido. Los redactores de La Voz que hasta ese momento habían elaborado informaciones muy críticas con la gestión de la catástrofe desde Madrid notaron como cada vez se hacía más difícil importunar al Gobierno central.

La otra conversación tuvo lugar durante el gobierno bipartito, el paréntesis de tres años y medio en la Xunta entre las presidencias de Manuel Fraga y Alberto Núñez Feijóo. La relató uno de los participantes, el entonces vicepresidente, el nacionalista Anxo Quintana. “Un enfermero de Allariz no puede venir a cambiar el marco económico de Galicia”, cuenta que le advirtió Rey en referencia al concurso eólico que su ejecutivo ponía en marcha, un plan que abría el reparto de la tarta energética más allá de las manos habituales. Quintana no cedió e incluso amparó el nacimiento de un nuevo periódico para respaldar su postura. Dos ofensas que el editor se cobró endureciendo hasta el límite su línea editorial contra el BNG y el propio vicepresidente. El bipartito perdió las siguientes elecciones -debido al escaño cedido por el Bloque en el área de A Coruña, donde más influencia tenía el diario coruñés- y Feijóo acabó tumbando el plan eólico. De su toma de posesión quedará, para la historia, el abrazo que le dio el presidente de Iberdrola, Ignacio Galán. Cuentan quienes rodeaban al poderoso editor entonces que Santiago Rey celebró mucho más la derrota de Anxo Quintana que el triunfo de Alberto Núñez Feijóo.

Rey se prodigaba muy poco en público. Sus opiniones, en un periódico que carece de editoriales, aparecían con cierta regularidad bajo títulos tan rimbombantes como En La Voz decimos no, Que no nos engañen o el Yo protesto, una serie de cartas a los lectores donde llegaba a pulsar la opinión de quienes hacían cola en las oficinas del Inem, que dio nombre al libro que los recopiló en 2016. Durante los días siguientes, las principales firmas del diario -Fernando Ónega, Barreiro Rivas, Blanco Valdés...- solían hacerse eco de sus palabras en sus propias columnas, alabando sin pudor la visión del líder.

Sabón, el fortín de Rey

El editor se hizo fuerte en Sabón. Allí, a pocos kilómetros de A Coruña, en el polígono de Arteixo donde está la sede del grupo -a un paso de la de Inditex-, era donde recibía a quienes acudían a verlo, compartir confidencias, hacer negocios o -en palabras de Quintana- “rendir cuentas”. Una fortaleza que abría una vez al año para la entrega de los Premios Fernández Latorre, un acto en el que todo el poder político y económico de Galicia se sentaba en su mesa. El que desafiaba esa cita solía notarlo en las páginas del periódico durante las semanas siguientes.

En sus escasas apariciones fuera de casa, Rey no ocultó su sintonía con Feijóo. En 2014, después de que los escándalos obligasen a dimitir al alcalde popular de Santiago, Gerardo Conde Roa, e imputasen a prácticamente todo su gobierno, el presidente del PP gallego decidió imponer como regidor a uno de sus fieles, el conselleiro Agustín Hernández, que cerraba la lista. El sustituto de Conde Roa, Ángel Currás, no contaba con el beneplácito de la cúpula del partido ni tampoco con la de La Voz, que había apostado como relevo por la hoy número dos del PP gallego, Paula Prado. Los periodistas supieron que algo pasaba cuando Currás no apareció en el acto de toma de posesión del nuevo rector de la Universidade de Santiago. Fue la primera señal de que Feijóo había dado la orden de cesarlo. Por si quedaba alguna duda, ese día el presidente de la Xunta y el del Grupo Voz llegaron juntos al rectorado, el Pazo de Fonseca, tras exhibirse paseando por el casco viejo de la ciudad.

Si eran claras su amistades -ese lobby político y empresarial del norte de la comunidad al que incluso hoy desde Vigo se acusa de forzar una fusión de las cajas de ahorros que acabó provocando su hundimiento y su rescate público-, más aún lo eran sus enemigos. Estrellas del deporte podían ver cómo su gesta se perdía en páginas interiores por una antipatía personal; la muerte del que fue presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, se contó a dos columnas y acompañándola de una foto en la que aparecía vestido de falangista.

Hay más: la conselleira de Cultura del bipartito, Ánxela Bugallo, se convirtió en persona non grata cuando le tocó gestionar la Cidade da Cultura -el faraónico mausoleo de Fraga en Santiago, que sólo se convirtió en un problema en Sabón tras la derrota del León de Vilalba- y, sobre todo, cuando consiguió la apertura al público del Pazo de Meirás, donde Rey había jugado de pequeño con los herederos de Franco.

Pero seguramente su mayor enfrentamiento fue el que mantuvo con el presidente del Superdépor, Augusto César Lendoiro, durante los años dorados del club, cuando Lendoiro se refería a él como “el perseguidor” y vetaba a La Voz en las ruedas de prensa. El club es hoy propiedad de Abanca, la entidad que compró el banco rescatado surgido de las cajas. El dueño de la entidad y presidente del Deportivo, Juan Carlos Escotet, último premio Fernández Latorre, se sienta como patrono de honor en la Fundación del mismo nombre, la que está llamada a asumir el enorme legado de Rey, enfrentado con los hijos de su primer matrimonio.

Del periódico al grupo de comunicación

En sus 60 años al frente de la empresa familiar, Rey convirtió un periódico de provincias en un grupo mediático que cuenta con una cadena de radio, una empresa demoscópica, una productora audiovisual... y que, incluso, durante un tiempo poseyó la única televisión privada de Galicia que llegó a funcionar como tal. Implementó un modelo propio de apuesta por lo local, con lo que el mismo diario tiene más de una docena de ediciones diferentes según dónde se lea. Por pequeña que fuese la aldea, allí llegaban la Coca Cola y La Voz de Galicia.

En ese crecimiento ha ayudado su capacidad para acaparar subvenciones públicas gracias a su sintonía con los gobiernos populares de la Xunta. No era raro que los presidentes aprovechasen actos convocados por la corporación para realizar grandes anuncios. Durante la pandemia del covid, cuando se legislaba a la velocidad del rayo, cada vez que había reunión del ejecutivo gallego, los redactores del Diario Oficial de Galicia buscaban en la web del periódico para tratar de adivinar lo que les esperaba.

Para muestra un botón. La necrológica de La Voz destaca como ejemplo del “carácter audaz y comprometido” de Rey que durante la crisis económica “que hundió numerosas compañías entre el 2008 y el 2013, tomó la decisión de acometer una de las grandes inversiones de futuro, como fue la adquisición de la nueva rotativa que volvió a colocar a la empresa en la vanguardia tecnológica europea”. Aquel plan de modernización que incluía la nueva rotativa, sumaba 22 millones de euros. La Xunta sufragó el 10% con la mayor subvención que dio en 2011 el Instituto Galego de Promoción Económica (IGAPE). El Gobierno de Rajoy, por su parte, sumó 2,6 millones más.

Su poder fue tal que, tras conocerse su fallecimiento, todos los líderes políticos -con independencia de la mayor lejanía o proximidad con sus tesis- se han deshecho en elogios. “Analista lúcido, empresario innovador y ciudadano comprometido con su tierra. Le echaremos mucho de menos en todas sus facetas. Yo también”, escribió en la red social X -antes Twitter- el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. Para su sucesor al frente de la Xunta, Alfonso Rueda, “Galicia pierde a una figura imprescindible en nuestra historia”.

En un post plagado de respuestas críticas de su parroquia, la líder del BNG, Ana Pontón, enviaba sus condolencias a la familia y a los trabajadores de La Voz, “que bajo su labor como editor se situó como el medio más leído de Galicia y uno de los principales del Estado”. Por su parte, el líder del PSdeG, Gómez Besteiro, hablaba del fallecido como un “pilar del periodismo gallego”, mientras la alcaldesa de A Coruña, la también socialista Inés Rey, lo consideraba “una de las personas más importantes en la historia del periodismo en este país”.

La muerte a los 85 años de Santiago Rey -quien llevaba meses apartado de la primera línea por su estado de salud- reabre las incógnitas sobre el futuro del mayor grupo de comunicación de Galicia, un botín más que apetecible para los grandes conglomerados por su posición casi monopolística en la comunidad. A la espera de cómo se resuelve esta Succession a la gallega y quien acapare el poder una vez que sus dos hijos fueron apartados del emporio hace años, el fallecimiento de Santiago Rey pone fin a una era y a un modelo: el del editor plenipotenciario que funcionaba como autoridad suprema. Hasta hoy, si en una misma mesa estuviesen sentados Pedro Sánchez, Alfonso Rueda y Fernández-Latorre y a un trabajador de La Voz le diesen un mensaje para “el presidente”, no habría tenido dudas sobre a cuál de los tres debía entregárselo. Algo que, seguramente, no podrá decir su sustituto. Sea quien sea.

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