Cristina Palacios es la madre de Sara, una lucense de 8 años que durante sus primeros años de vida era visto como Hugo, un niño que siempre le explicaba a su familia las cosas que iba a hacer “de mayor, cuando sea una niña”. El pasado verano la menor, y con ella toda la familia, dio el paso del tránsito social. Sara ya se muestra como niña en todos los ámbitos y desde hace unos pocos días tiene contacto directo con otras personas menores de edad que, como ella, son transexuales. Esa posibilidad de convivir, compartir experiencias y luchar conjuntamente por sus derechos, comenzando por la visibilización y la despatologización, la ha obtenido gracias a Chrysallis, una asociación de familias de menores transexuales que ya operaba en diferentes puntos del Estado y que ahora también lo hace en Galicia, con Cristina como primera presidenta.
¿La primera batalla es la de la visibilización?
Cuando quisimos hacer esto público no había ninguna asociación de menores en Galicia. A nosotros nos ayudó mucho Chrysallis estatal, pero queda muy alejado porque solo puedes hablar por teléfono, por WhatsApp... Yo quería hacer algo para las familias de Galicia, para que sepan que estamos a su lado y nos podemos reunir. Y porque siempre es posible hacer más fuerza como asociación que yendo uno solo a abrir las puertas. En un mes han aparecido seis familias asociadas, estamos en contacto con otras dos y tenemos dos personas de 16 o 17 años que ya están en tratamiento. Estamos comenzando.
Constituirse en asociación es importante públicamente, hacia la Aministracion, pero, ¿también en el ámbito personal, para compartir lo que les sucede entre las familias?
Las familias hablamos todos los días; intercambiamos y hablamos de todo y eso nos hace mucho bien a las familias y a los niños. Mi hija el pasado sábado conoció por primera vez a otros niños transexuales. Para ella es muy enriquecedor a nivel personal saber que no es la única, no es lo mismo saberlo que conocer a otras personas. Tenemos un grupo infantil y otro de cinco adolescentes que van a comenzar el tratamiento o ya están en él. Poder hacer ese grupito e intercambiar información no tiene precio.
¿Es una dosis extra de normalidad en su vida?
De normalidad y más, porque a veces con los padres no pueden compartir todo lo que sienten, incluso con los amigos, que los pueden entender pero no son transexuales. Yo con mi hija intento hablar todo lo que puedo, pero hablar con otras personas que pasan por lo mismo es muy favorecedor para estos niños y adolescentes. Por eso queremos crecer, que aparezcan familias, que se unan a nosotros y trabajar por nuestros hijos.
¿Asociarse les resulta útil también para afrontar las preguntas, las inquietudes que surjan en sus hijas e hijos?
Queremos dar apoyo, orientación e información a las familias y a las personas transexuales menores de 20 años, porque para los adultos ya hay otras organizaciones y también es otra realidad. También queremos hacer esa labor de visibilización, normalización y despatologización de la transexualidad, que no se vea a nuestros hijos como enfermos porque no lo son, simplemente no se identifican con su género, sin más.
¿Cuál es la primera pregunta que surge en una familia cuando surge esta circunstancia, cuando un hijo o hija lo plantea o cuando la familia lo detecta?
Yo siempre les digo a las familias que es necesario visitar a un profesional que entienda de verdad, y eso es un sexólogo. Pero lo primero es escuchar a nuestros hijos, dejarlos expresarse con entera libertad, porque ellos ya nos van a marcar en muchos casos. Y para cerciorarse de que esto es así, ir a un sexólogo, que va a saber distinguir si es una cuestión de juegos, de vestirse... o de transexualidad. Normalmente, cuando un niño o una niña con tres o cuatro años dice que es un niño o una niña, como todos los demás, es porque lo tienen claro. Yo sabía perfectamente que mi hija era una niña aunque tuviera genitales masculinos. ¿Qué pasa? Que lo que ven en el espejo no se corresponde con lo que son. Es una cuestión de sexología, no de psicólogos o psiquiatras.
¿En el ámbito de la escuela se encuentran con la incomprensión de otras familias?
A nosotros directamente es raro que nos lo digan, pero sí que lo notamos cuando la gente no lo comprende. Si la gente recibe información de primera mano, lo entiende, otra cosa es que tenga ideas raras o estereotipadas. A mí me han llego a preguntar: “¿Ya le has cambiado el sexo a tu hija?”. Pero, ¿cómo le voy a cambiar el sexo? Primero: el sexo no se cambia, se nace con él. Mi hija no ha cambiado nada, me confundí yo al pensar que al tener unos genitales masculinos, era un niño. Ella no ha cambiado nada. Y si se refieren a la operación, es algo que se hace de adultos en caso de que lo quieran hacer. Hay mucho desconocimiento, pero en el año 2015 eso es fácil de solucionar. Igual que yo me informé, los demás pueden hacer lo mismo, aunque las miradas inquisitorias siempre están ahí.
¿En una localidad pequeña la batalla por la visibilización y la normalización es más compleja?
Yo estoy contenta de que haya debate, y los detractores son los menos y por ignorancia, que es muy atrevida. Pero tengo que decir que me sorprendió la cantidad de apoyos y mensajes que recibimos. Estoy muy contenta en ese sentido; yo también tenía mis miedos, nosotros vivimos en una zona rural y, en general, ha ido bastante bien. Siempre habrá tres o cuatro idiotas, pero en Lugo, en Madrid o en cualquier lugar.
¿La formación de los docentes facilitaría el camino?
Ayudaría muchísimo. La escuela es un lugar muy importante de socialización y por eso se tiene que tratar el tema de la diversidad sexual y de la orientación sexual como un tema más. Nuestros hijos no se ven reflejados en la escuela, son invisibles. Y eso los lleva a pensar que son bichos raros, porque no son lo que se entienden por hombre o por mujer.
Todavía es una educación binaria...
Totalmente. Se imparte la reproducción de las plantas y la de los animales, ¿pero qué pasa con las personas? Muchos profesores no tienen ni idea. Nosotros hemos tenido la suerte de tener una profesora que, aunque no sabía, se informó muchísimo y habló muy bien del tema en la clase. Pero otros docentes no quisieron saber nada y, simplemente, dijeron: “Hugo a partir de ahora se va a llamar Sara y tenéis que respetarla”. Y ya está, esa fue la información. Todo esto es la semilla de las agresiones verbales y físicas, del bullying... Mi hija, desde que tenía 7 o 8 años, recibió insultos cada día de “marica” porque jugaba con las muñecas y con las otras niñas.
¿Otra de las luchas es todavía que la población general diferencie transexualidad de homosexualidad?
La gente todavía confunde orientación con identidad sexual, pero hay que tratar ambas cosas. Hace veinte años se trataba a las personas homosexuales como enfermas y hoy, en general, es algo normal. Y eso todavía falta con la transexualidad. Hay mucho que hacer, y en las escuelas hay mucho, mucho que hacer.
¿Qué respuesta están encontrando en la Administración, en este caso en la Xunta?
Cuando fuimos a comunicar que Sara iba a hacer el tránsito la respuesta fue buena. Éramos el primer caso, no sabían cómo hacerlo, y yo lo que hice fue darles el protocolo de Andalucía, donde tienen incluso ley de transexualidad infantil, van veinte años por delante. Les di el protocolo y no pusieron ningún impedimento. ¿Qué pasa? Que la documentación oficial, y en eso incluimos el boletín de notas, todavía figura el nombre anterior.
Todo eso puede cambiar si hay voluntad política...
El problema es el vacío legal; hasta ahora la transexualidad era un tema de adultos y las leyes no reflejan a los menores, ese es el problema. Estamos a la lotería de la sensibilidad del juez o del médico que te toque, no hay una ley que proteja a los menores. Nosotros pedimos que en Galicia se haga ya una ley de transexualidad infantil; en Andalucía la hay y todo es mucho más fácil. En Galicia el cambio de nombre lo solicitamos nosotros y otra chica en Pontevedra y tengo buenas vibraciones. A lo mejor me confundo, pero pienso que lo vamos a conseguir.
Chrysallis también ponen el acento en los medios de comunicación. ¿Perviven demasiados perjuicios en el ámbito mediático?
Sí; por ejemplo, en un medio de comunicación leí: 'Sara, la primera niña transexual que cambió de sexo'. ¿Cómo se puede poner eso en un periódico? Otros periodistas, por ejemplo, nos preguntan si ya la hemos operado. El desconocimiento está en toda la sociedad, pero los medios hacen una labor de socializar. Y si la gente lee esas cosas... Pero desde que comenzamos, he visto en la prensa un avance bastante importe y el trato con nosotros es bueno.
¿En cuantas ocasiones se encuentran con comentarios del tipo “son niños demasiado pequeños”, “no le metáis eso en cabeza a la niña, ya cambiará”...?
En el caso de Sara, y como en el de ella en muchos otros, ha sido un proceso de años. No es que se levantase un día y dijera: “Soy una niña”. La identidad de género se forma con tres o cuatro años y Sara hizo el tránsito con 8. Desde siempre manifestó su condición de niña, porque su cerebro le decía que era una niña. No es transexual porque se vista de niña, se viste porque su cabeza y su corazón le dice que es una niña. Nosotros estuvimos años observándola y siempre decía: “De mayor, cuando sea una niña...”. Eso no es un juego, es algo más. Y ante la duda, se va a un sexólogo.
¿Cuáles son los retos más inmediatos de la asociación?
Una de las primeras reuniones que quiero tener es con la conselleira de Sanidade para intentar que exista un protocolo claro para que todo el mundo lo conozca y sepa cómo hay que actuar si aparece un niño transexual. Nos estamos encontrando con que los siguen tratando como enfermos mentales, incluso tenemos una chica que fue obligada a tomar un tratamiento por un psiquiatra, porque le dijo que padecía delirios. No puede ser que se aferren al desconocimiento. También con la Consellería de Educación; hay que incluir en los currículos la diversidad sexual y de género.
¿Con Sanidad también figura la reclamación, en tiempos de recortes, de que la atención a personas transexuales no sea vista como algo superfluo?
Esto no es una cirugía estética. Hablamos de niñas y niños que, si no acceden a los tratamientos, después sí que precisarán un psiquiatra. Hay una tasa de suicidios en estos chicos que en España pasa del 30%, y es porque no accedieron a los bloqueadores y rechazan su cuerpo. Esto no es una tontería. Y después, la operación de reasignación genital, en caso de que la quieran hacer, tampoco es una cirugía estética. Hay personas encantadas con su cuerpo, pero a quien le afecta, le afecta muchísimo. Y tampoco hay una cirugía cada día. Es importante y es obligatorio que la Seguridad Social lo cubra, sino sería una discriminación absoluta. Si se nos niegan los tratamientos somos ciudadanos de segunda, es una discriminación y por si fuera poco con menores, es algo muy duro y muy serio.