El termómetro del coche marca tres grados al aparcar en la praia do Testal, en Noia (A Coruña), la zona cero de la llegada de pellets a las costas gallegas. O, al menos, el lugar donde se dieron las primeras alertas. Están a punto de dar las diez de la mañana y cuatro operarios de la empresa pública Tragsa saludan a un agente ambiental que en ese momento sube por la arena. El hombre lleva mascarilla, quizá porque a esa hora la Xunta todavía no había descartado la peligrosidad de los plásticos.
Al pasar por su lado, les confirma lo que ya creían: que ese arenal –uno de los que los voluntarios limpiaron este domingo– “está despejado”. Él, continúa su ronda –“parece que lo peor está hacia abajo, hacia fuera de la ría”– y ellos se disponen a buscar otro lugar donde iniciar su trabajo. Es el primer día, así que no tienen demasiado claro cómo se recogen las bolas. “No tiene nada que ver con el chapapote, esto es más ligero que la arena”.
A los medios manuales habituales esperan que hoy se sume una innovación: “Nos van a traer una aspiradora, a ver cómo va”. Y lo que nadie les ha dicho es qué hacer con los residuos, así que van a recogerlos y esperar órdenes.
Una hora y media más tarde, en el concello limítrofe de Porto do Son, en la playa de Cabeiro, hay convocatoria de limpieza. Es una de las que se pueden encontrar en la comunidad de whatsapp y telegram “Limpeza de pellets”. En su interior hay dos docenas de grupos que se van creando en función de los nuevos avistamientos. Por ellos se va moviendo una plantilla común, que recoge las convocatorias por concellos, arenales y horas, y se ofrece un punto de encuentro, a veces incluso con la coordenada del punto exacto de la playa.
A la hora prevista, en el de Cabeiro hay media docena de periodistas y una mujer, con botas de agua y varios capachos que pregunta si somos los organizadores. Cuando le decimos que no, se aleja unos metros y comienza a trabajar. Los pellets dibujan la línea de la marea junto a ramitas y pequeños restos arrastrados por las olas. Uno tarda en verlos, porque es fácil tomarlos por fragmentos de conchas, pero una vez lo hace, ya no tienen pérdida. A primera hora de la mañana se acumulaban en montones, sobre todo en las rocas, pero la marea, que está subiendo, se los ha llevado de nuevo. Quién sabe dónde los dejará cuando baje.
La mujer ha empezado su minuciosa labor. Ha venido desde A Pobra, a 25 kilómetros, y se ve que no quiere perder el viaje. Allí también hay playas con problemas, pero ha preferido apuntarse a una limpieza organizada. Minutos más tarde, llegan otros dos hombres, también con sus capachos. Rápidamente se ponen de acuerdo. Iniciarán la limpieza en el extremo derecho, mirando hacia el mar –justo debajo de los edificios– y recorrerán toda la arena. Una pareja de jóvenes con aspecto de turistas que habían venido a ver qué pasaba –no serían los primeros ni los últimos– se unen a ellos durante un rato. Su intención era continuar hasta pasadas las dos de la tarde, pero la intensa lluvia que no se esperaba hasta la puesta del sol, puede que los haga acabar antes.