Daniel Salgado

19 de septiembre de 2021 22:47 h

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A 300 millas náuticas de cabo Fisterra, en dirección noroeste, se encuentra la Fosa Atlántica. Con 4.000 metros de profundidad, su fondo está sembrado de bidones con residuos nucleares. Y eso que hace casi cuatro décadas que los países europeos dejaron de depositar allí sus desperdicios. Fue el objetivo cumplido de una aventura militante que, en septiembre de 1981, inició el Xurelo, un palangrero de madera y 24 metros de eslora fletado por Esquerda Galega y en el que navegaban cuatro de sus tripulantes, cargos del partido nacionalista, activistas ecologistas y un grupo de periodistas.

Fue Greenpeace, entonces una organización con diez años de edad y sin presencia ni en Galicia ni en España, la que dio la voz de alarma. Varios Estados europeos realizaban vertidos de basura nuclear en medio del océano Atlántico. El punto en tierra más cercano era la Costa da Morte. La información llegó a la dirección de Esquerda Galega, nacionalistas de izquierdas liderados por Camilo Nogueira, que lanzaron un SOS a todos los partidos políticos gallegos y a los gobiernos locales de no pocos ayuntamientos. “Nadie respondió”, recuerda a elDiario.es Manuel Anxo Méndez, entonces teniente de alcalde de Moaña (O Morrazo, Pontevedra) por esa formación y uno de los embarcados en el Xurelo, “y nosotros queríamos armar una expedición al lugar para denunciar los hechos”.

Ante el silencio de sus colegas políticos, decidieron buscar una vía alternativa. Contactaron con las confradías de pescadores. Solo una atendió a la llamada, la de Ribeira (O Barbanza, A Coruña). El patrón del Xurelo, Ánxel Vila, se mostró voluntario para sacar adelante el plan conjunto de Greenpeace y Esquerda Galega: ir a la Fosa Atlántica para documentar los vertidos en el lugar y darlos a conocer al mundo. Además del palangrero gallego, los ecologistas enviarían el Sirius, su buque emblema. Junto a Vila, su cocinero Cipri, el maquinista Juansuco y un marinero, Amador. Esquerda Galega corría con los gastos, 3.000 euros de la época, destinados a comida, gasoil y las pérdidas ocasionadas por no ir pescar durante una semana. Eso fue lo que duró la expedición.

“Tuvimos mala suerte, porque finalmente el Sirius no pudo ir, debido a una avería”, recuerda Méndez en conversación telefónica con elDiario.es. No se arredraron y el 14 de septiembre de 1981 partieron del puerto de Ribeira los 14 tripulantes en dirección a la Fosa Atlántica. Entre ellos, un redactor y un fotógrafo de La Voz de Galicia -Jesús Naya y Xosé Castro-, el escritor y periodista Manuel Rivas, el fotógrafo Xurxo Lobato y los tenientes de alcalde de A Coruña, Vigo y Moaña, todos de Esquerda Galega. El comienzo de la travesía fue clandestino. “La mayoría de nosostros no estabamos enrolados. El patrón no había solicitado permiso para navegar”, señala Méndez. Solo a las seis y media de la tarde aquel día, la trama salió voluntariamente a la luz. “No había teléfonos móviles, claro, y la única comunicación era por una radio costera”, añade. A través de ella, y en coordinación con la cúpula de Esquerda Galega en tierra, comunicaron al mundo sus intenciones.

Pero fue también a través de ese medio que recibieron una llamada de la Comandancia Marina de Vilagarcía de Arousa. Cuarenta años más tarde, Méndez reproduce la conversación entre Ánxel Vila y el militar de memoria:

“- ¿Usted tiene permiso para navegar?

-No

-¿Y el resto de la tripulación?

-Tampoco.

-Pues den la vuelta inmediatamente“.

El Xurelo paró máquinas y hubo una asemblea a bordo. Llevaban siete horas en el mar y ya ni se veía la costa. “Finalmente, también gracias a la presión del partido en tierra, nos dejaron continuar. Aunque nos avisaron de que habría represalias al volver”, dice Méndez. Y las hubo. Una lancha de la Comandancia los esperaba junto a la isla de Sálvora, en la boca de la ría de Arousa. Identificó a todos los involucrados. No pasó de ahí. Se saldó, semanas más tarde, con una “multa simbólica” al patrón Ánxel Vila. Pero eso sucedió más tarde. Antes, el Xurelo había arribado a la Fosa Atlántica.

“Nosotros solo teníamos como referencia un rectángulo inmenso en el centro del océano, de cuatro kilómetros de profundidad”, relata, “y comenzamos a recorrerlo en zigzag”. Los tripulantes se turnaban para hacer guardias ante el radar en el puente del barco. En cualquier momento podían aparecer los objetivos buscados: dos cargueros holandeses, el Louise y el Kisten Smits, que transportaban los bidones con basura nuclear. Al tercer día, dos minúsculas manchas en la pantalla. En paralelo. “Pusimos proa hacia ellas y efectivamente, eran los dos buques. Nuestra alegría fue inmensa”. Pero el Xurelo había llegado a aquellas latitudes para protestar. Enseguida se dirigió hacia los Smits y se metió en medio. Estos dejaron de arrojar al mar su carga. Los gallegos, mientras, lanzaban flores al mar. “Lo de las flores fue una idea brillante, porque estábamos en un cementerio nuclear. No recuerdo a quién se le ocurrió”, dice Méndez. Los periodistas tomaban nota y sacaban fotos. Era la primera vez que se documentaba esta práctica, activa en la zona desde, por lo menos, los años 50.

El Xurelo permaneció una jornada sobre la fosa. Hasta que llegó una fragata holandesa. Los militares, desde lo alto de su cubierta, no daban crédito. Aquel palangrero de madera no conocía el miedo. Y solo puso rumbo a Galicia cuando se aseguró de que el mensaje había sido emitido correctamente y los medios de comunicación, debidamente informados. Aportaron en Ribeira una semana después de haber salido. Los recibió una manifestación de apoyo. Una rueda de prensa de los políticos de Esquerda Galega y los ecologistas de la Sociedade Galega de Historia Natural -Enrique Álvarez Escudero- y el Colectivo Natureza -Roxelio Pérez Moreira-, que habían viajado en el Xurelo, contribuyó a difundir la acción.

Un año después, el barco volvió a la Fosa Atlántica. Esta vez se sumaron el Arosa I y el Pleamar. También las demás izquierdas: el PSOE, el BNG, el Partido Comunista. Esquerda Galega había decidido ejercer la presión contra los vertidos nucleares también por tierra. Significados militantes participaron en protestas en Bélgica y Holanda, junto a grupos ecologistas locales. La movilización, por una vez, obtuvo resultados. En 1983, el organismo europeo encargado de controlar los residuos nucleares declaró una moratoria. Continúa vigente. “El Xurelo conformó el inicio de una nueva conciencia ecologista gallega. Pero, 40 años después, lo que me preocupa es que no se vigile la zona”, concluye Manuel Anxo Méndez. Donde, a 4.000 metros de profundidad y 300 millas de la costa gallega, descansan 140.000 toneladas de basura nuclear.