Las monjas de Zas proceden de una estricta orden fundada por un jesuita “ultraconservador”

David Lombao

Con ellas llegó el escándalo. La que durante años ha sido la habitual catequesis a la que varias familias católicas del Ayuntamiento de Zas enviaban a sus hijos e hijas se ha tornado polémica al insertarse dos nuevas religiosas en la vida habitual de la parroquia.

Los padres y madres detectaron enseñanzas “extremistas”, elogios del “dolor” y de la enfermedad como “castigo de Jesús”, o prácticas como mostrar “un vídeo de la realización de un aborto” en una de las reuniones. Hartos de estos sucesos las familias decidieron retirar a los niños de estas sesiones y enseñarles el Catecismo por su cuenta.

Mientras, los responsables de la parroquia se mantienen firmes en la defensa de las monjas, pertenecientes a la Fraternidad Reparadora en el Corazón de Cristo Sacerdote, una estricta orden religiosa que no es la primera vez que alimenta recelos y fuertes polémicas con sus prácticas.

El peregrinaje por diferentes parroquias para realizar diversas labores en ellas es una de las habituales maneras de proceder de esta orden, fundada en 1977 por el jesuita Luis María Mendizábal. Según recoge un artículo difundido por Redes Cristianas -plataforma de colectivos cristianos progresistas, entre los que se encuentra la asociación gallega Irimia-, Mendizábal es uno de los representantes del sector más “marcadamente conservador” de los jesuitas. Hoy octogenario, durante la Transición protagonizó duros enfrentamientos con los sectores más aperturistas de la Iglesia española, como el cardenal Tarancón o el también jesuita Pedro Arrupe. En la actualidad disfruta de prestigio en la Conferencia Episcopal -ha sido director de ejercicios espirituales de los obispos españoles, señala Redes Cristianas- y, por ejemplo, ejerció especial influencia para lograr que los jesuitas vascos pasen a formar parte de la “provincia de España”, apunta en un reportaje el diario Gara.

Desde su feudo de Toledo Mendizábal impulsó la referida Fraternidad Reparadora, cuya sede se encuentra en la villa toledana de Oropesa. Atendiendo a lo explicado por Redes Cristianas, pero también a lo recogido por publicaciones diversas, tanto especializadas como de prensa generalista -incluidos diarios como El Mundo o ABC- las integrantes de esta orden acceden a ella tras un noviciado de cuatro años, que comienza a una edad muy temprana. “Se levantan al amanecer”, “no tienen despensa y viven de lo que la gente les da cada día”, “cuando no tienen nada, hacen ayuno”, “duermen sobre tablas sin colchón y se mortifican con cilicios y disciplinas”, explicaba El Mundo en un reportaje publicado en febrero de 2003.

Las también conocidas como “monjas azules”, por el color de su hábito, también despertaron la preocupación en el colectivo Europa Laica. Uno de los miembros de su directiva, José Luis Andrino, asegura en una ponencia sobre la Fraternidad Reparadora que los “testimonios de algunos padres” de jóvenes que se integraron en la orden y también de “gente de la localidad que tuvo acceso a la vida de las novicias” muestran que las religiosas y las aspirantes a serlo “viven en condiciones infrahumanas, pasando todo tipo de privaciones” y “sacrificios”, tales como “pasar frío” por “llevar la misma ropa en verano y en invierno”, “dormir en el suelo” o “no poder usar el teléfono sin permiso expreso” ni “ir nunca a su casa”, a pesar de no tratarse de una orden de clausura.

Estas prácticas no pasaron desapercibidas para familiares de algunas de las monjas, hasta el punto de que, atendiendo a lo recogido por ABC en noviembre de 2002, una madre intentó sacar a su hija del convento, tentativa en la que aseguró ser “agredida”. Frente a estas acusaciones, en ese mismo año la orden religiosa recibió el apoyo desde la Diputación de Toledo, cuyo presidente en aquel moment, Miguel Ángel Ruiz-Ayúcar (PP), acudió al convento de Oropesa para “expresarles todo su apoyo ante algunas informaciones aparecidas en los medios de comunicación” sobre sus “estrictas normas”, según informó la prensa local.

Estos relatos coinciden en buena medida con la alerta lanzada por las familias de Zas que, entre otros aspectos, vieron con especial recelo que las religiosas mantuvieran encuentros individuales con las niñas de la parroquia. “Les preguntamos a las niñas de que les hablan en estos encuentros” y ellas “contestan que las advirtieron de que no les contaran nada a sus padres”. Posteriormente, dicen, revelaron que “les dan libros a escondidas, las incitan al ayuno, a sentirse afortunadas por estar enfermas y a ofrecer su dolor a Jesús”.