En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.
Mi confinamiento como científica expatriada en Londres
La pandemia y el confinamiento me han pillado viviendo en el extranjero, como tantos científicos españoles (e italianos, portugueses, griegos, etc.) que hemos emigrado, o bien en búsqueda de mejores condiciones laborales o bien como una experiencia formativa que añadir a nuestros currículos. Hace casi un año que vivo en Londres con mi pareja, también científico, y cinco meses que estoy trabajando como investigadora postdoctoral aquí. Hemos pasado el confinamiento en un piso de Londres sin balcón, pero por suerte con mucha luz y vegetación alrededor. Y siendo sinceros, lo de estar en casa no lo hemos llevado tan mal como cabría esperar.
El otro día leí el artículo de Isaac Rosa sobre el supuesto síndrome de la cabaña, y que lo que en realidad nos pasa es que no queremos volver a nuestra vida de mierda. Me hizo reflexionar mucho. No es que yo no quiera volver. De hecho, una parte de mí tiene muchas ganas. Pero, por otro lado, no echo de menos en absoluto las casi dos horas de transporte público para ir al trabajo. Y no me quiero imaginar cómo van a ser ahora, con la mascarilla y la paranoia puestas. Desde luego voy a extrañar esas dos horas maravillosas que le he ganado al día, y que empleo en dormir más, leer y pasear, en vez de en correr y “pelearme” por subir en el primer metro que pasa. También creo que voy a echar de menos la paz de trabajar en casa, el silencio y los horarios más flexibles. Quizás se empiece a valorar más el teletrabajo, ahora que lo hemos experimentado forzosamente.
Lo que no he llevado tan bien es el estar lejos de mis seres queridos en un momento así. A veces lo he sentido como en un doble confinamiento, de casa y de país. Lo que he echado de menos (y sigo echando) mis queridas montañas de El Bierzo. Cuando en mi familia empezaban a hacer cálculos de cuándo entraría la provincia de cada uno en las diferentes fases y poder así reencontrarse, me entraba una morriña terrible pensando cuándo podría ir yo. Ahora que parte de ellos se han reencontrado y hacen alguna cena, me encanta verlos a todos juntos, aunque sea a través del teléfono. Bendita tecnología, por mucho que algunos conspiranoicos culpen al 5G (aunque ese es otro tema).
Por supuesto, el confinamiento, y sobre todo la crisis sanitaria, han sido terribles. Pero creo que hay todavía lugar para el optimismo. No creo que esto nos vaya a cambiar la vida, ni vayamos a ser mejores personas, ni nada de eso. Solo hay que ver lo crispada que está la situación política en España. Pero hay detalles que creo que son positivos. Por ejemplo, creo que se está valorando más la ciencia y aprendiendo mejor cómo funciona.
Es estupendo que alguien como Fernando Simón, con esa capacidad comunicativa que tiene, explique cada día los datos. Me gusta cuando dice que no sabe una cosa, pero promete estudiarla, o que hay que ver varios estudios y no solo uno para poder afirmar algo. Creo que es muy didáctico para todos y acerca un poco la ciencia a la población, algo en lo que muchas veces fallamos. De corazón espero que nuestros políticos sean ahora más conscientes de la importancia de la ciencia, se nos apoye más y aumente su financiación.
Otra cosa positiva ha sido la mayor conexión con la gente. Por lo menos en mi caso he hecho más videollamadas desde marzo que en todos los meses previos que llevaba fuera. Ojalá estas ganas de comunicarnos se mantengan, porque, aunque nada supera a tomar algo con tus amigos en persona y poder darles un abrazo, indudablemente una cerveza sabe mejor cuando estás con ellos, aunque sea a través de una pantalla.
¿Y qué hay de la creatividad de la gente? Los Stay Homas fueron todo un descubrimiento y un gran ejemplo de ello. Y desde luego me quedo con la fortaleza de la gente. De los que hemos aguantado el confinamiento cumpliendo las normas, pero sobre todo de los que han continuado trabajando en primera línea: los investigadores que están al pie del cañón buscando una vacuna o fármacos para combatir la enfermedad, profesionales sanitarios, cuidadores, trabajadores de supermercados, de transporte, de limpieza y un largo etcétera.
En definitiva, ojalá todo pase pronto y nos reencontremos en una terracita al sol con nuestros amigos y familiares (cuando sea seguro hacerlo), y que nos quedemos con las cosas buenas que haya podido aportar esto.
La pandemia y el confinamiento me han pillado viviendo en el extranjero, como tantos científicos españoles (e italianos, portugueses, griegos, etc.) que hemos emigrado, o bien en búsqueda de mejores condiciones laborales o bien como una experiencia formativa que añadir a nuestros currículos. Hace casi un año que vivo en Londres con mi pareja, también científico, y cinco meses que estoy trabajando como investigadora postdoctoral aquí. Hemos pasado el confinamiento en un piso de Londres sin balcón, pero por suerte con mucha luz y vegetación alrededor. Y siendo sinceros, lo de estar en casa no lo hemos llevado tan mal como cabría esperar.
El otro día leí el artículo de Isaac Rosa sobre el supuesto síndrome de la cabaña, y que lo que en realidad nos pasa es que no queremos volver a nuestra vida de mierda. Me hizo reflexionar mucho. No es que yo no quiera volver. De hecho, una parte de mí tiene muchas ganas. Pero, por otro lado, no echo de menos en absoluto las casi dos horas de transporte público para ir al trabajo. Y no me quiero imaginar cómo van a ser ahora, con la mascarilla y la paranoia puestas. Desde luego voy a extrañar esas dos horas maravillosas que le he ganado al día, y que empleo en dormir más, leer y pasear, en vez de en correr y “pelearme” por subir en el primer metro que pasa. También creo que voy a echar de menos la paz de trabajar en casa, el silencio y los horarios más flexibles. Quizás se empiece a valorar más el teletrabajo, ahora que lo hemos experimentado forzosamente.