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El coronavirus me dejó sin trabajo y la normalidad me parece ciencia ficción

Lucía Pérez Pérez

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Vivo en Adeje con mis dos hijas de 13 y 18 años. Desde mi pequeño balcón he podido ver durante toda esta pesadilla un maravilloso océano y a la Gomera, El Hierro y la Palma. También disfruto de la vista de una de las zonas de más calidad turística de toda España. Ahora en silencio absoluto. Allí empezó a hacer ruido el dichoso bichito que ha parado mi vida en seco. Yo lo vi venir.

Me remonto a febrero. Trabajaba de recepcionista en un prestigioso hotel de lujo justo al ladito del famoso hotel donde todos sus clientes vivieron la primera cuarentena de España. Estaba contenta. Buen trabajo, buen ambiente, buen salario. Mi vida empezaba a coger color después de que se hubiera vuelto gris tras un despido anunciado en una empresa local (pero esa es otra historia que también estoy deseando compartir).

Primero fue el anuncio del bichito en el hotel vecino, luego vino su cuarentena, luego la prudencia en la medidas de atención a nuestros clientes. Había que intentar que nuestra cadena saliera bien parada. Pero... siempre hay un pero. Los tabloides británicos inundaron la zona y nuestro hotel salía mil veces en televisión como vecinos de los que albergaban la peste. La reservas bajaron más de un sesenta por ciento en menos de 24 horas y las cancelaciones se acumularon en el departamento. Mi jefa de recepción, casi con lágrimas en los ojos, me comunico que me iba para casa por no superar el periodo de prueba. Sobraba gente y me tocó. En aquellos momentos su intención era un “no te preocupes, esto será un mes y luego vuelves. Queremos que vuelvas. No devuelvas tu uniforme. Yo te quiero en mi equipo”. Pero yo no lo vi tan claro. Era el día uno de marzo.

Desolada y con tiempo, me empape de todas las noticias nacionales e internacionales y llegué a la conclusión de que eso no era más que el principio. Se lo decía a todo mi círculo pero todos me decían que estaba cayendo en el pesimismo. Pocos días después tuve otra oferta de trabajo. Debía incorporarme el día 13 de marzo. Por supuesto ese día por la mañana me dijeron que quedaba aplazado hasta que todo volviera a la normalidad.

La normalidad ahora mismo me parece ciencia ficción. Yo no fui acogida por un ERTE, ni me puedo acoger a ninguna ayuda. Yo fui de las primeras víctimas económicas de la COVID.

Y llegó el confinamiento. Las chicas y yo hemos sido buenas ciudadanas. Hemos cumplido todo lo que se nos ha pedido a la ciudadanía. Por convicción propia y porque creemos en nuestro Gobierno.

Los últimos años de mi vida he vivido abrazada a una rara espiritualidad. Yoga, meditación, razonar cada cosa que consumo, rodearme de buena vibración... Eso me ha hecho desarrollar mi intuición, por eso digo, irónicamente, lo vi venir. No veo esto como el fin del mundo pero tampoco pienso que esto hará un mundo mejor. Siempre les digo a mis hijas que esto hará el mundo 'más'. El que era íntegro, será más íntegro. El sensible, será más sensible. Pero el basura, será más basura. Y hay que estar preparados y asumir que, en realidad, todos y absolutamente todos queremos volver atrás.

Los hoteles volverán a llenarse y con ellos se activará la economía pero también el tráfico, el ruido y la contaminación. Porque cuando la mayoría desea la misma cosa, esa cosa termina haciéndose realidad. Pensemos dos veces en lo que deseamos ahora. Ahora que todavía hay tiempo, meditemos qué mundo deseamos.

En estos días de confinamiento, la situación de paro, abandono social, preocupación y convivencia con dos adolescentes me ha hecho casi abandonar mi fe. Pero mi intuición, una vez más, me hace seguir abrazada a mi fe. Una fe en qué todo saldrá bien. Una fe en la ciencia. Una fe en el alma. Una fe en mis ideas políticas. Una fe en que todos somos uno, en que este mundo ha sido capaz de reinventarse millones de veces. Fe en que mañana volverá a salir el sol y que brillará para todos.

Soy privilegiada. Tengo a mis hijas maravillosas a mi lado y una madre fuerte que ha vivido su confinamiento sola y lejos de toda su familia. Una madre que durante todo estos días me ha recordado que el mayor bien es la vida y la salud. Sin la vida y la salud no hay economía. Aguanten un poco más. Hoy siguen vivos. La vida es un regalo y cada día vivido es una batalla ganada al bichito. Luchen silenciosamente cada uno en su sitio.

Hagamos que todo sea más, mejor. Un abrazo.

Vivo en Adeje con mis dos hijas de 13 y 18 años. Desde mi pequeño balcón he podido ver durante toda esta pesadilla un maravilloso océano y a la Gomera, El Hierro y la Palma. También disfruto de la vista de una de las zonas de más calidad turística de toda España. Ahora en silencio absoluto. Allí empezó a hacer ruido el dichoso bichito que ha parado mi vida en seco. Yo lo vi venir.

Me remonto a febrero. Trabajaba de recepcionista en un prestigioso hotel de lujo justo al ladito del famoso hotel donde todos sus clientes vivieron la primera cuarentena de España. Estaba contenta. Buen trabajo, buen ambiente, buen salario. Mi vida empezaba a coger color después de que se hubiera vuelto gris tras un despido anunciado en una empresa local (pero esa es otra historia que también estoy deseando compartir).