Es una finca en mitad de Inglaterra, a una hora en tren desde Londres, con una mansión victoriana, 20 hectáreas de terreno, una granja, un parque, césped, árboles y un pequeño lago en su interior. En fin de semana hay cola para entrar: familias con niños, jubilados ingleses y algún turista ocasional esperan para pagar las 15 libras que cuesta la visita, que incluye el acceso a los barracones, al antiguo despacho de Alan Turing y una demostración del funcionamiento de Bomba, la máquina que descifró el código nazi Enigma y cambió el curso de la historia.
Bletchley Park fue, durante los seis años de conflicto, el lugar desde el que 10.000 criptoanalistas descifraban a diario los mensajes cifrados con los que se comunicaba el ejército alemán. Cuando la guerra terminó en 1945, la mayoría de ellas (el 80% eran mujeres) volvieron a su casa como soldados que regresan del servicio, con una diferencia: no podían decir dónde habían estado ni qué habían hecho. No lo hicieron durante treinta años. La historia del parque fue un secreto durante la guerra (obvio) y hasta 1974, cuando el oficial F. W Winterbotham la contó por primera vez en el libro 'The Ultra Secret'.
¿Por qué Bletchley Park?
Empecemos por el principio. En 1938, el servicio de inteligencia británico busca oficina para el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno y la Escuela de Cifrado (GC&CS). Bletchley, recién sacada a subasta y hasta entonces vivienda de un rico corredor de bolsa y su mujer, ofrece tres ventajas: comunicación en tren directa con la capital, cercanía a las universidades de Oxford y Cambridge y una línea de cableado telegráfico. El Gobierno compra parte del terreno y, en agosto de 1939, el GC&CS traslada su sede allí.
Durante los primeros años de contienda, el jefe del GC&CS, Alastair Denniston, lleva a Bletchley Park a los mejores criptógrafos y matemáticos del país. A medida que la guerra avanza y crece el volumen de mensajes alemanes que descifrar, aumenta la necesidad de talento y de un proceso de trabajo estructurado, industrial. Cuatro criptógrafos senior - Alan Turing, Gordon Welchman, Stuart Milner-Barry y Hugh Alexander -, escriben directamente a Churchill: hacen falta más manos. Y Churchill ordena contratar más personal.
El parque deja así de ser una pequeña comunidad de criptoanalistas para convertirse en una vasta fábrica de inteligencia, de jóvenes con formación en matemáticas, idiomas o simplemente buenos jugando al ajedrez. Descifran por turnos, viven en las casas del pueblo, comen mal (son tiempos de guerra), beben ginebra, van de excursión en bicicleta cuando libran y nunca, jamás, hablan a nadie de su trabajo. En 1945 hay 10.000 personas trabajando allí.
La vida diaria del criptoanalista de guerra
El ejército alemán encriptaba sus mensajes con Enigma, una máquina de escribir cuyos rotores producían millones de combinaciones de texto cifrado. En el bando aliado el proceso consiste en encontrar los cambios de los ajustes de Enigma, recolectar los mensajes alemanes, descifrarlos, traducirlos al inglés e interpretar su contenido. La configuración del cifrado cambia a diario, y a más mensajes, más rápido hay que descifrar para que no pierdan valor. En 1940, gracias al trabajo previo de un grupo de criptógrafos polacos, Alan Turing y Gordon Welchman desarrollan la máquina Bomba. Con ella, aumenta la velocidad con la que los británicos descifran Enigma.
Pero Alemania también codificaba con Lorenz: una máquina más grande, pesada y compleja que Enigma. A Lorenz la pillaron cuando un operador erró al usarla - envió un mensaje con la misma configuración de encriptado dos veces; la segunda, con abreviaturas - y el jefe de criptografía de Bletchley, John Tiltman, descifró el código.
Tiltman y Bill Tute, un joven graduado de Cambridge, deducen mediante análisis matemático cómo funciona Lorenz sin siquiera verla. Y mientras los alemanes complican el cifrado y romper sus códigos usando sólo la capacidad humana es cada vez más difícil, en Bletchley llaman a Tommy Flowers, ingeniero del servicio postal. Flowers era el creador de Coloso: el primer ordenador electrónico (anterior al estadounidense ENIAC), capaz de hacer ese trabajo matemático necesario para romper el código de Lorenz en cuestión horas y no, como un humano, de semanas.
En enero de 1944, Coloso llega a Blechtley e inmediatamente dobla el trabajo de los criptoanalistas. Los historiadores creen que los avances realizados en Bletchley consiguieron que la guerra terminara dos años antes. Cuando termina, no queda nada: con la guerra ganada, las descifradoras vuelven al hogar, el parque se abandona y parte de su legado (por ejemplo, los archivos de Turing) se destruye para mantener el secreto. Tuvieron que pasar 30 años para que los veteranos de esta otra guerra pudieran contar su historia.
Una campaña para salvarlo
“No había Silicon Valley en Inglaterra. No se construyó un ecosistema tecnológico alrededor de Bletchley, tuve que ir a otro lugar”. Las palabras son de Simon Meacham, un ejecutivo de Google criado en Inglaterra que en los 90 pasaba sus veranos en Estados Unidos trabajando en Microsoft. Meacham es también uno de los impulsores de la donación y apoyo de Google al parque.
Porque Bletchley Park se lo querían cargar. En los 90, el terreno estaba tan viejo y abandonado que hubo incluso planes de convertirlo en un centro comercial. Un grupo de historiadores lo evitó, pero el museo lleva desde entonces deteriorándose por falta de financiación. No fue hasta 2011 cuando la campaña 'Saving Bletchley Park' logró impedir de nuevo su cierre y recaudar más dinero.
Hoy, con 3 millones de libras procedentes de varios fondos (Google entre ellos) y la adjudicación de 5 millones más de la Lotería Nacional (con disputas incluidas entre las organizaciones que gestionan Bletchley y el Museo Nacional de Informática, que está justo al lado), es por fin el lugar que investiga, recupera y celebra la historia de la informática británica (que transcurrió paralela a la americana) y ojalá, dicen sus entusiastas, el germen de una “nueva generación tecnológica” en el país.
“Bletchley Park es único”, rezaba la campaña para salvarlo. “Combina un papel fundamental en la historia moderna junto al nacimiento del ordenador. No se me ocurre un lugar que merezca más nuestro interés y apoyo”. Desde Estados Unidos, Meacham coincide. “¿No sería grandioso si hubiera un centro para la actividad informática en el Reino Unido, en los alrededores del lugar donde todo comenzó?”.
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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Nigel's Europe & Beyond y Mark Steele