La verdadera economía colaborativa: así son los otros Airbnb, Amazon y Deliveroo

Tienden a monopolizar (o al menos a intentarlo) cada uno de los sectores que revolucionan. Amazon es líder del comercio electrónico en Occidente, Airbnb es el referente moderno del alojamiento, Uber hace lo propio con la movilidad urbana y Deliveroo se ha convertido en uno de los servicios de reparto más populares en más de 150 ciudades de 12 países.

Todos son ejemplos de la mal llamada economía colaborativa, que con cada paso que da demuestra que tiene un lado oscuro. Competencia desleal, trabajos precarios, márgenes ridículos para sus colaboradores o un fuerte impacto medioambiental son solo algunos de los problemas que dejan tras de sí estos negocios que hoy en día mueven millones de euros.

Frente a ellos, hay gente que se resiste a pensar que esa es la única forma de ofrecer servicios que respondan a las necesidades actuales. Como solución estás surgiendo iniciativas donde la ética y la sostenibilidad están por encima de todo. En inglés, son las llamadas platform cooperativesplatform cooperatives. Un término acuñado en 2014 por el profesor Trebor Scholz para señalarlas como alternativa a las famosas plataformas de lo que solemos llamar economía colaborativa.

Entonces comenzaban a surgir las primeras, promovidos por personas que creían en un mundo más justo; hoy, los ejemplos se incrementan y también han llegado a nuestro país. Dar el poder a los trabajadores, respetar el medio ambiente u ofrecer productos y servicios de manera justa y gracias a la tecnología son algunos de los principios por los que se rigen estas nuevas plataformas de las que hemos hablado en la sección de Hoja de Router en Carne Cruda.

En lucha contra la gentrificación

De Manhattan al barrio madrileño de Lavapiés o el barcelonés Raval, la gentrificación se está mostrando como una de las consecuencias negativas del supuesto progreso tecnológico. Barrios en el centro de las ciudades que estaban degradados o deprimidos han sufrido una transformación a la que se han sumado nuevos actores para hacer caja sin importarles nada más.

Entre los culpables se cuentan los alquileres vacacionales entre particulares, con plataformas como Airbnb de intermediarias. Presente en 33.000 ciudades de 192 países, con una oferta de 2 millones de propiedades a precios a menudo inferiores a los de una habitación de hotel cercana, se ha convertido en una opción a tener en cuenta para la enorme mayoría de viajeros.

Desde su creación en 2008, cerca de 11 millones de personas se han alojado en viviendas de la plataforma en España, y en 2016 fueron casi 3 millones de españoles los que la utilizaron para viajar por el mundo. Todo un fenómeno de masas que, sin embargo, no acaba de convencer a todos.

Como alternativa a Airbnb nació en Ámsterdam, en 2016, el movimiento FairbnbFairbnb. “Podemos ser una herramienta más que pretende controlar toda la locura que está sucediendo”, nos cuenta Sito Veracruz, uno de sus cofundadores. Plantean ser una solución justa e inteligente para un turismo gestionado por la comunidad.

Así, pretende convertirse en una plataforma de propiedad colectiva gestionada de manera conjunta por quienes sufren el impacto de la actividad (anfitriones, huéspedes, establecimientos comerciales y vecinos) y cuyos beneficios serán reinvertidos en proyectos sociales para los propios barrios y contra los efectos negativos del turismo. Además de “colaborar con los Ayuntamientos para que se incrementen las regulaciones”, señala Veracruz.

Él apunta a Estados Unidos como ejemplo y cita algunas ciudades: “Nueva York, San Francisco, donde incluso llegaron a juicio con Airbnb, o Nueva Orleans, con muy buena regulación”. Y si volvemos a este lado del charco, destacan “Berlín (prohibió totalmente los apartamentos) y París (se está esforzando)” o la propia Ámsterdam, que recientemente ha aprobado una norma por la que “quienes adquieran una vivienda tendrán que tener un permiso para poder alquilarlas, tratando de evitar que los grandes inversores se hagan con gran parte del parque inmobiliario”. No obstante, recuerda: “Son pequeños ejemplos que todavía no dan resultados como deberían dar”.

Para contribuir al cambio, Fairbnb tiene previsto poner en marcha su plataforma antes de julio con proyectos en Italia, España y Grecia. “Funcionará como una cooperativa a nivel europeo que estará formada por entidades y cooperativas locales (y por los trabajadores, por supuesto)”, explica Veracruz.

Repartidores con unas condiciones dignas

El sector de la bicimensajería es otro de los que se ha visto afectado por la irrupción de plataformas como Deliveroo, Glovo, Stuart o UberEats. Servicios de reparto a domicilio (generalmente comida de restaurantes) activados a través de webs y apps que contratan a falsos autónomos como trabajadores y ya han vivido la primera huelga del sector en Madrid, Barcelona y Valencia.

En este caso, también han surgido alternativas. Una de ellas, Cleta, lleva un año funcionando en Madrid con un servicio de mensajería personalizado fruto de la unión de profesionales con experiencia previa. Pedro Castro, que había trabajado para la ecomensajería Trebol, que lleva operando en Madrid desde 1996, es uno de sus fundadores. Junto con la bicimensajera María Echevarría y el programador Miguel de Dios, ha creado una fórmula mucho más ética y responsable para repartir a domicilio que la de los gigantes de la última milla.

“Somos una cooperativa pequeña formada por los socios cofundadores que ahora somos los que trabajamos en ella”, explica Castro. Además se diferencian de las nuevas startups en que ofrecen un servicio 100% sostenible, “en bicicleta y sin asistencia eléctrica”, detalla Castro.

Así dan servicio a todo tipo de negocios: productoras de cine, abogados, floristerías, pastelerías… Aunque todavía es necesario que más empresas y particulares confíen en alternativas como la suya. “Ójala haya mayor demanda por parte de la sociedad”, desea.

Los actuales bicimensajeros de Deliveroo, Glovo y compañía también ven en alternativas como Cleta una esperanza de trabajo con mejores condiciones. “Desde que arrancamos hace un año, recibimos constantemente algún currículum de gente que está trabajando en estas plataformas”, apunta Castro. Para poder contar con ellos, no obstante, necesitarían un mayor volumen de trabajo.

Su objetivo tampoco es competir con las grandes, aunque cree que “si un cliente es una persona concienciada y con cierto criterio” apostará por servicios alternativos como el suyo, con una perspectiva ética y condiciones de trabajo dignas.

El Amazon más ético

Fairmondo es otro de los proyectos que se presenta como alternativa, en este caso, a gigantes del comercio electrónico como Amazon o eBay. Sin unos multimillonarios Jeff Bezos o un Pierre Omidyar detrás, los dueños de la compañía son los usuarios.

Este marketplace (tienda de tiendas) nació en Alemania en diciembre de 2012 con el firme objetivo de repensar y reinventar la forma en que funciona el comercio electrónico. Además de fundarse como cooperativa, una de las principales diferencias respecto a los gigantes es que ofrecen un acuerdo justo a sus proveedores. “Amazon, por ejemplo, presiona fuertemente a sus propios empleados, a la gente que trabaja para ellos, pero también a los vendedores, sus condiciones son muy duras”, explica Felix Weth, uno de sus promotores. En este sentido, Fairmondo establece una cuota para los profesionales que comercian en su plataforma: el 4 % para los productos de comercio justo y el 7 % para el resto.

También el medioambiente es una preocupación para ellos; por eso, además de promocionar un consumo responsable, tanto en sus productos como en sus repartos buscan que la huella de carbono sea mínima. Algo que, por ejemplo, no hace Amazon. “Su logística está pensada para ser barata, pero no para ser respetuosa con el medioambiente”, denuncia Weth. “Necesitamos negocios que realmente se preocupen por el medioambiente y tengan en cuenta sus trabajadores y sus necesidades”.

En la actualidad, Fairmondo ofrece más de 2 millones de artículos de todo tipo, desde libros, ropa o comida hasta dispositivos electrónicos como el móvil ético Fairphone, instrumentos musicales o vehículos de segunda mano. Aunque en su mayoría son productos para la compraventa, también son posibles el intercambio de objetos entre usuarios e incluso las donaciones.

Además, como una red de cooperativas locales, Weth espera que Fairmondo, que por el momento solo está funcionando en Alemania, llegue a más países. Como él mismo explica, la idea es que “cada sede será propiedad local: el equipo local y los usuarios locales serán los propietarios”. Por el momento se ha creado un equipo en Inglaterra y se han establecido contacto en otros lugares, como España o México.

Por suerte, estos tres proyectos no son los únicos. A ellos se suman, por ejemplo, iniciativas como People's Ride y Green Taxi Cooperative como alternativa a UberGreen Taxi Cooperative en los Estados Unidos. Ahora solo falta que cada vez más negocios y usuarios recurran a ellos para conseguir el cambio que persiguen.

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