Ha llegado tu momento. Puedes hacerte pasar por Kim Jong-un, Donald Trump, Mark Zuckerberg o cualquier otro líder con cierta afición por censurar la Red de redes. Dispones de un botón rojo que cierra el grifo de la libertad de expresiónbotón rojo. Sin ocultar tu entusiasmo por el perverso poder que tienes en tus manos, te pones la careta y lo pulsas.
El paródico proyecto ‘Apaga Internet’ atrajo a numerosos visitantes del Internet Yami-Ichi, el mercadillo negro de internet celebrado en el marco del festival de arte no convencional The Influencers el pasado fin de semana. Jon Uriarte era uno de los vendedores detrás de ese original puesto del colectivo Widephoto. No era lo único que Uriarte ofrecía en este bazar temporal: también puso a la venta volúmenes que recogían los extensos términos y condiciones de WhatsApp, Facebook o Twitter, esos que firmamos sin leer con tal de utilizar un servicio.
“Necesitamos darle una forma física a la información no solo para poder leerla, sino para poder valorarla. Frente a la gratuidad que se le presupone al contenido ‘online’, el valor que vinculamos al libro impreso nos puede ayudar a asumir la ligereza con la que nos entregamos a estas compañías”, explica Uriarte a HojaDeRouter.com.
Este fotógrafo no es el único que ha hecho visible una oscura parte de internet en este singular mercadillo organizado en Barcelona. También se vendían deliciosas ‘cookies’ con códigos QR que escondían virus, se despachaban botes que guardaban ‘tickets’ de BitterCoin —una máquina que, según sus creadores, es el peor “minero de la historia”— o se traficaba con gramos de ‘links’ para hacer frente a los intentos de las autoridades por controlar los enlaces.
Los más adictos al ‘smartphone’ también podían encontrar un puesto a su medida: un robot presionaba la pantalla para que su móvil jamás pudiera reposar. El artista Diego Paonessa vendía pegatinas con interfaces de ‘apps’ sin texto con el fin de “oponer una vía alternativa para desvestir y examinar la estructura” y como “tentativa de resistencia a la sobreinformación cotidiana”.
“Al final es dar algún tipo de soporte físico a esas cosas que parecen inmateriales porque están en algún servidor [...] y no suelen verse de forma analógica”, explica el artista Mario Santamaría, la “mano en la sombra” del primer Internet Yami-Ichi celebrado en España. “[Queríamos] algo que mostrase otros lugares de internet y creo que lo hemos mostrado”.
Tras organizar una rápida “batida” por la Ciudad Condal en busca de participantes, Santamaría está satisfecho con el resultado: había más de una quincena de mesas de vendedores, desde artistas profesionales hasta estudiantes, y los que se animaron a visitar el mercadillo pasaron un rato entretenido reflexionando sobre los singulares productos y su significado.
El mercado japonés que ha dado la vuelta al mundo
“Hace mucho tiempo, se suponía que internet era un lugar para la 'libertad'. Ahora, es mucho más tenso. Así que vamos a apagar, cerrar sesión y dejarnos caer en el mundo real. El Internet Yami-Ichi es un mercadillo para la navegación cara a cara”, reza su filosofía. IDPW, “una sociedad secreta de internet que se remonta más de 100 años atrás”, organizó el primer Yami-Ichi en Tokio hace cuatro años.
Sus anónimos creadores permiten que cualquier interesado celebre su propia edición, por lo que el evento ya ha tenido réplicas en Londres, Nueva York o Ámsterdam. Ahora bien, hablar de mercadillos negros no deja de ser una metáfora: la organización IDPW desaconseja trapichear con “bienes ilegales” o “peligrosos” en ellos.
“Creo que el evento representa lo que está pasando en el arte contemporáneo, que es que nuestra cotidianidad está infectada de internet, de las interfaces, de Google y de los ‘emojis’”, reflexiona David Quiles Guilló, director creativo, diseñador gráfico, escritor y editor, entre otras muchas profesiones.
Quiles Guilló ya había vendido sus obras en el Yami-Ichi de Londres y en el de Düsseldorf, así que casi con total seguridad era el vendedor más veterano del 'hall' del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona el pasado sábado. También fue uno de los que más vendió. Al fin y al cabo, la compraventa de “cosas de internet” era el objetivo de la cita y él mismo defiende que “la obra se completa en el momento en que la idea te la compre alguien”.
Sus productos más exitosos fueron unas tarjetas con poemas por un euro que vendía “como si fuera el yonqui de la plaza”, reclamando que se las compraran por caridad. Todas formaban parte de su proyecto virtual ‘Messenger Poetry’. Durante meses, el artista ha publicado versos fragmentados con el formato del chat de Facebook.
Así ha creado poesías como ‘You are | always on my | wall’ (“Estás siempre en mi muro”) o ‘Are | you | a bot | or | are you | human’ (“¿Eres un ‘bot’ o eres un humano?”). “Si le pones una interfaz que ya es familiar porque todo el mundo lo usa mil veces al día y si tú dices que es un poema, la gente empieza a reconocerlo como un poema y encuentra familiaridad simplemente con la burbujita azul”, detalla Quiles Guilló.
También se llevó unas cuantas novelas gráficas de Abstract Editions, una editorial de literatura abstracta “en el sentido más pictórico de la cosa” que ha creado a través de Facebook junto a otros autores. Regaló una de las obras, escrita por él mismo —‘God Future’, “una visión premonitoria” sobre los tres únicos entes vivos que sobreviven en la autónoma internet de las cosas— al polémico poeta, teórico de la escritura no creativa y profesor de una asignatura sobre cómo perder el tiempo en internet Kenneth Goldsmith, ponente de The Influencers.
Para el año que viene, Quiles Guilló prevé que los libros de Abstract Editions se publiquen en formato ‘random’: si se lo permitimos, estarán personalizados según nuestro perfil de Facebook. “Los libros a veces tendrán parámetros que se sustituirán para que sean desagradablemente familiares a tu vida general”, explica este autor.
Kits de anonimato e informes del Ministerio de Cultura
Una máscara, una cebolla de Figueres en honor al Proyecto TorProyecto Tor, una escítala —el sistema de cifrado que se usaba ya en la Antigua Grecia—, unos guantes de silicona y unos adhesivos para la ‘webcam’. Estos eran los útiles que componían el Anonymizer Kit que vendía el colectivo abierto y sin ánimo de lucro de diseñadores, artistas y programadores Booleans.
“Nos oponemos y creemos necesario combatir la visión del capitalismo cognitivo que nos convierte a los internautas y nuestros datos en materia prima, al servicio de las grandes compañías”, explican desde este colectivo.
Por eso, decidieron llevaron un ‘pack’ que “a pesar de ser inútil, sirviera para hacer un poco de pedagogía sobre la importancia de mantener nuestro anonimato en internet”. La privacidad valía cinco euros, aunque la rebajaron a tres al acabar al evento. Nadie compró los kits, pero poco les importa. Consiguieron su objetivo haciendo que la gente se acercase a su puesto de cebollas y reflexionara sobre su escasa privacidad ‘online’.
También transgresor era el proyecto creado por MinisteriodeCultura.org. El dominio lo compró un internauta después de que en 2011 esa cartera se integrara con la de Educación y Deportes. En aquel momento, colgó un gigantesco “No” en la web. En la Internet Yami-Ichi, vendía la cincuentena de informes que elaboró en 2014 el Cesicat cincuentena de informes que elaboró en 2014 el Cesicat (el Centro de Seguridad de la Información de Cataluña) recogiendo el seguimiento por Twitter a activistas. “Ya lo habías pagado con dinero público, pero lo volvías a comprar por un euro”, nos cuenta el portavoz de MinisteriodeCultura.org.
Si algún amante de la productividad piensa que meditar sobre los males de internet es una pérdida de tiempo, también había un hueco para él en este mercadillo. El artista Silvio Lorusso vendía pegatinas con el texto ‘Shouldn’t you be working?’ (‘¿No deberías estar trabajando’?) y un cielo de fondo.
La frase es la misma que aparece en StayFocusd, uno de los ‘plugins’ de productividad tan de moda que nos prohíben entrar en ciertas webs para que no perdamos tiempo. Estos adhesivos son perfectos para experimentar ansiedad laboral también en el mundo real: podemos pegar uno en el frigorífico y sentir remordimientos cuando nos entren ganas de picar algo. Al fin y al cabo, la meta de nuestra vida es ser productivos. ¿O no?
“Al final un Yami-Ichi es un sitio de sorpresa, es gente haciendo algo muy bizarro que tiene que ver con un mundo muy joven, que son cosas de internet. Podría ser un poco ‘geek’, un poco friki en algunos momentos”, señala Mario Santamaría, organizador del Yami-Ichi en el festival The Influencers. “Salían con una cara como de ‘qué divertido’ y eso me hizo mucha ilusión”, sentencia David Quiles Guilló. Es lo esencial en estos mercadillos espontáneos donde la diversión y el cuestionamiento de nuestra vida digital se compran y venden.
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Las imágenes de este artículo son propiedad de CCCB | Miquel Taberna (y David Quiles (6)