A estas alturas de la película, es bastante probable que ya sepas que no es oro todo lo que reluce. Nos referimos, para ser más concretos, a las presuntos beneficios que tiene para una ciudad el hecho de que una gran compañía tecnológica la elija para tener allí su sede.
Obviamente, a nadie le amarga un dulce y, al fin y al cabo, el dinero llama al dinero. Refranes aparte, es cierto que Silicon Valley era un área totalmente desconocida de la geografía norteamericana hasta que empezaron a brotar allí empresas que, con los años, terminarían dominando el mundo tecnológico y empresarial.
Apple, Facebook, Twitter y Google, entre otras, han llenado de vida, prosperidad y fama la bahía de San Francisco, en California. No obstante, desde hace un tiempo se viene hablando de la gentrificación que se vive en algunos puntos de esta zona: los empleados de las grandes compañías han buscado vivienda en las ciudades del valle y sus alrededores, encareciendo el precio de la vida en lugares como San Francisco y desplazando así a los sectores de población menos favorecidos, lo que se traduce en el comprensible odio por parte de los habitantes locales, que han llegado a estallar deteniendo e incluso emprendiéndola a golpes con los famosos autobuses que llevan a los empleados de las tecnológicas hasta sus cuarteles generales.
¿Qué hacen las instituciones?
Ahora bien, todo depende de qué hagan las instituciones por evitar o alimentar este tipo de situaciones. Hasta no hace mucho tiempo, el gobierno de ciudades como San Francisco no veía con buenos ojos la expansión de las grandes de la tecnología. Sin embargo, la tendencia actual es justo la contraria. En San Francisco, sin ir más lejos, el alcalde Ed Lee es todo un experto en desplegar la alfombra roja para estas empresas que revitalizan la ciudad y generan puestos de trabajo.
Muestra de ello es la rebaja de impuestos de la que se benefició Twitter a cambio de establecerse en Mid Market, una zona deprimida de la ciudad que, gracias a los que se conoce como 'Twitter tax break', se ha convertido en un hervidero de nuevas y grandes empresas tecnológicas e inversores.
Sin embargo, hay otra forma bien distinta de plantear las cosas desde el punto de vista institucional, y el más claro ejemplo se encuentra a pocos kilómetros de San Francisco. En concreto, en Mountain View, la ciudad que, si nada lo impide, terminará convirtiéndose en 'Googleville' y en la que desde hace unos años se libra una verdadera batalla por el poder.
Google, un quebradero de cabeza
Uno de los grandes problemas que Google le genera al ayuntamiento de Mountain View, además del encarecimiento de las viviendas, es el tráfico. Es cierto que los archiconocidos autobuses de lujo que recogen a los empleados de 'la gran G' se encargan del transporte del 52% de los trabajadores que acuden a diario al Googleplex, pero, aún así, la cifra es insuficiente.
El principal problema es que, vivan donde vivan los empleados de Google, prácticamente todos tienen que pasar por la autopista 101 para llegar a su puesto de trabajo. En los mapas que informan de las incidencias que tienen lugar en la zona, es raro no ver varias alertas de embotellamientos en la 101 a la altura de Mountain View.
Si te estás planteando que los dirigentes de la ciudad deberían valorar la posibilidad de crear un nuevo acceso para el cuartel general de Google, ya puedes olvidarlo, porque la política es ahora mismo justo la contraria: Mountain View ha planteado la posibilidad de crear una “tarifa de congestión”, un impuesto que sirva para cumplir los límites propuestos en el tráfico de la zona.
Obviamente, a Google no le ha hecho mucha gracia la propuesta de los concejales de la ciudad y, en su única respuesta oficial respecto, los representantes de la compañía se limitan a recordar que, gracias a sus autobuses, Google evita que en la carretera haya 5.000 coches más.
Sin embargo, el problema del tráfico solo es la punta del iceberg. Tan solo es un arma utilizada por las dos partes para luchar por algo mucho más jugoso: el crecimiento de Google.
Un expansión sin límites
Desde el ayuntamiento de Mountain View hay una segunda sanción dirigida a solventar el problema del tráfico, y esta afecta mucho más a los planes de la compañía que, a día de hoy, emplea a casi el 10% de los habitantes de la ciudad.
Si desde Google no se logra disminuir la cantidad de coches que usan todas las mañanas la 101 para llegar hasta el cuartel general de 'la gran G', Mountain View no aprobará la ampliación de casi un millón de metros cuadrados que la compañía dirigida por Larry Page tiene planeada para sus oficinas de North Bayshore.
Y es que la verdadera batalla es la que se libra por el control que Google ejerce ya en la zona. Las autoridades de Mountain View quieren frenar su expansión, y para explicar el porqué dan varios argumentos. Uno de ellos es el que ya conocemos sobre el tráfico, pero el motivo realmente no es otro que el miedo a lo que pueda pasar en el futuro.
La ciudad no quiere depender de una sola compañía, por muy grande que esta sea. ¿Quién les asegura que Google no querrá marcharse a otro lugar en el futuro? ¿Vivirán siempre sus trabajadores allí? ¿Para qué cederle cada vez más espacio a una compañía si no están seguros de que en un tiempo no será una ciudad fantasma?
Por ahora, el pulso está reñido. Obviamente, desde Mountain View no quieren que Google se vaya, pero sí que controlan su expansión para no depender exclusivamente de la compañía y, por supuesto, para que no sea en los despachos de 'la gran G' donde se tomen las decisiones que afectan a los ciudadanos.
Con este panorama, Mountain View ha frenado la construcción de cualquier ampliación en las oficinas de Google. Si en verano del pasado año trabajaban para 'la gran G' más de once mil personas, las ampliaciones previstas por los de Larry Page permitirían duplicar la cifra de empleados, algo que no soportarían ni el tráfico ni los representantes locales.
Ante el frenazo que para sus planes supuso la falta de permisos para ampliar su imperio, Google amenazó y pasó a la acción. En una reunión celebrada junto a los miembros del Ayuntamiento a finales de enero, David Radcliffe, el vicepresidente de Google encargado de la cartera inmobiliaria de la compañía, aseguró que la empresa “puede crecer haciendo más grandes los edificios que ya tiene, o puede hacerlo extendiéndose por las comunidades vecinas”.
Así, tras ver durante años como sus planes de expansión -que preveía también la construcción de un hotel y un centro comercial- fracasaban, Google ha pasado a la acción para cumplir su amenaza. Desde esa reunión, ha adquirido terrenos de unos seiscientos mil metros cuadrados, entre los que se encuentran varios arrendados por la NASA, como el espacio de 4.000 metros cuadrados del Aeródromo Federal de Moffett Field, en el que se encuentra el Hangar One.
Y es que, curiosamente, la tabla de salvación para los planes de Google se encuentra en la Agencia Espacial Estadounidense. ¿El motivo? Los permisos de construcción en terrenos propiedad de una agencia federal no dependen para nada de Mountain View, por lo que ser inquilinos de la NASA es la solución perfecta para la compañía de Page. Tanto es así que ya en 2008 comenzaron los movimientos de 'la gran G' en este sentido: fue entonces cuando alquilaron el Centro de Investigación Ames que la NASA posee en Mountain View.
El contrato, con todas sus prórrogas, puede llegar a ser de hasta 90 años, y a Google le cuesta aproximadamente unos dos millones y medio de euros anuales. Detrás de este elevado precio hay una licencia concedida por la NASA para que Google construya en ese terreno “viviendas y servicios para los empleados, como salas de fitness, restaurantes, guarderías, salas de conferencias y aparcamiento”.
Gracias a la NASA, Google está más cerca de lograr su objetivo: disponer de terrenos en lugares conectados entre sí en Mountain View, de tal forma que se pueda disminuir la dependencia de la dichosa 101 y su caótico tráfico.
Sin embargo, la compañía aún deberá salvar un último escollo: para unir Googleplex con los terrenos cedidos por la NASA, Google debería construir un puente que cruce Stevens Creeck, un arroyo que separa Googleplex del aeródromo federal.
Y, claro está, para ponerle las cosas difíciles a Google, el ayuntamiento de Mountain View ni siquiera ha permitido que la compañía encargue el estudio ambiental previo a las posibles obras, ya que temen que dicho informe termine dando la razón a la empresa que lo paga (qué raro...) aunque no sea aconsejable desde el punto de vista medioambiental.
Y así, entre atascos, alquileres millonarios a la NASA, y batallas por el poder local, Mountain View lucha por no convertirse en 'Googleville', algo que, probablemente, sucederá tarde o temprano.