Google llegó a Mountain View en 1999 para instalarse como una ‘startup’ más del floreciente Valle del Silicio. Probablemente, pocos paisanos repararon en aquellos primeros 40 trabajadores, acomodados en una oficina corriente. Hoy, los dominios del gigante en el municipio californiano cuentan con unos 80 edificios, entre alquileres y propiedades, que ocupan casi 70.000 metros cuadrados.
Googleplex, este complejo que constituye el cuartel general de la compañía, es un reflejo material de su hegemonía en internet: una isla tecnológica diseñada para satisfacer las necesidades de una comunidad muy particular. Una especie de gueto que “agrava los grandes problemas de la ciudad: la segregación espacial, el desequilibrio social y económico, la falta de relaciones entre personas y el transporte masivo”, explica a HojaDeRouter.com Jon Aguirre, arquitecto de la oficina de innovación urbana Paisaje Transversal.
Sin embargo, para una empresa multimillonaria en constante crecimiento, esto no es suficiente. La compañía dirigida por Larry Page ha anunciado recientemente que quiere ampliar su particular imperio en cuatro de las localizaciones donde ya tiene oficinas.
Google no se anda con nimiedades. Pretende edificar una serie de construcciones en forma de bloque; ligeras y móviles, que abarcarán más de 23.000 metros cuadrados y darán cabida a 10.000 nuevos trabajadores. El diseño del arquitecto danés Bjarke Ingels y la firma londinense Heatherwick Studio aboga por la sostenibilidad: se integrará en el entorno urbano y natural, fomentando la creación de negocios locales. ¿Dejará entonces de ser una isla tecnológica para conectarse con el mundo que le rodea?
“No es una cuestión de que Google proponga una manera de hacer urbanismo, sino de su propuesta y cómo pretende llevarla a cabo”, asegura Aguirre. Las grandes corporaciones, ya hablemos de bancos o tecnológicas, “tienen un papel importante en la construcción de la ciudad, el problema viene cuando no hay un equilibrio”.
Las multinacionales tienden a promover su propia idea de urbe, encauzada a retroalimentar su ya patente liderazgo, sin prestar demasiada atención a los agentes afectados por sus iniciativas. No hace falta cruzar el charco para ver esta realidad. Aguirre pone como ejemplo la ciudad financiera del Banco Santander en Boadilla del Monte y el Distrito Telefónica en Las Tablas. En contraposición a sus ideas egocéntricas, “el territorio debería edificarse desde la convergencia de la ciudadanía, la administración pública y el sector privado”, señala.
Lucha de gigantes
El plan de ‘la gran G’ es uno de los muchos que han recibido en el Ayuntamiento de Mountain View, que busca propuestas para desarrollar nuevos proyectos urbanísticos al norte de la autopista 101. Entre los requisitos figura la contribución al desarrollo de la comunidad local, de ahí el sospechoso alarde de sensibilidad social por parte de Google.
Su solicitud tiene que competir con las del resto de gigantes instalados en la localidad por un suelo cada vez más cotizado. Según los informes que las autoridades han hecho públicos, harían falta unos 557 kilómetros cuadrados para dar cabida a todas los proyectos, frente a los 232 que ofrece la administración.
LinkedIn, por su parte, ha planteado la construcción de seis oficinas, acompañadas de un teatro y un club deportivo, todo ello englobado en un proyecto que ha bautizado como Shoreline Commons y que también parece fomentar la integración con la comunidad externa a sus dominios. Paradójicamente, la idea corresponde a los mismos arquitectos que han diseñado la ampliación de Googleplex.
Pertenezcan a quien pertenezcan, las nuevas oficinas contribuirán a empeorar el tráfico en la caótica 101, por donde circulan cada día los autobuses que llevan a los trabajadores de Google al complejo corporativo. La mayoría de sus aproximadamente 15.000 empleados viven fuera de Mountain View. “La zona de la bahía de San Francisco necesita un plan regional para solucionar sus problemas de transporte, del que estas empresas se han desentendido creando redes de movilidad privadas solo para su plantilla”, critica Alexandra Lange, experta en diseño urbano y autora de 'The Dot-Com City: Silicon Valley Urbanism' (La ciudad 'puntocom': el urbanismo de Silicon Valley).
Google y LinkedIn no son las únicas empresas de internet con grandes pretensiones urbanísticas, ni Mountain View el único municipio de lo que conocemos como Silicon Valley en proceso de colonización. Facebook se expande por Menlo Park y Apple también se ha embarcado en la construcción de un nuevo campus en Cupertino, después de que su proyecto fuera aprobado en noviembre del pasado año por las autoridades de la localidad. El diseño del edificio - 260.000 m dispuestos en forma de 'donut' y cuatro plantas - ha corrido a cargo del afamado arquitecto Norman Foster.
Los de la manzana mordida presumen de la sostenibilidad de la construcción y de su eficiencia energética, y aseguran que toda la potencia provendrá de fuentes renovables. Según Tim Cook, máximo responsable de la compañía, ocuparán las nuevas oficinas en 2016.
Aliados imprescindibles
Hay precedentes de propuestas rechazadas por demasiado ambiciosas, pero ¿qué ayuntamiento querría deshacerse de Facebook, Apple, Google o Linkedin? “Estas empresas pagan grandes impuestos en sus ciudades, así que los gobernantes no quieren disgustarles para que no se marchen”, afirma Lange.
Su poder económico les convierte en “un agente con una fuerte personalidad y capacidad de impacto público, por lo que disfrutan de un trato preferente”, indica Manuel Fernández, investigador y consultor en políticas urbanas. Los complejos donde se instalan sus sedes “tienen una capacidad enorme de modificar la realidad de los espacios que ocupan”.
El alcalde de San Francisco ha querido aprovechar este potencial de cambio con una estrategia diferente: revitalizar el barrio de Mid Market. Allí se ubican desde 2012 las oficinas de Twitter, entre otras ‘startups’, en un intento por convertir una zona desfavorecida en un centro empresarial. Según Fernández, el desarrollo suburbano de Apple y Google convive actualmente con esta otra tendencia: “la vuelta a las ciudades como espacios de actividad económica e industrial”.
Una corriente que también se aprecia en el proyecto Downtown de Las Vegas, donde “las empresas se han trasladado al centro para crear oportunidades de innovación y ‘coworking”, explica el urbanista y escritor Leo Hollis. En 2009, el fundador de Zappos, Tony Shieh, invirtió 200 millones de dólares en propiedades de esta zona para construir lo que, según él, sería “la capital del mundo del coworking”.
Pese a que ambas ideas parecen positivas, Hollis no las ve con buenos ojos. “Es una cuestión de gentrificación”, asevera. Los precios de las viviendas aumentan y “la innovación puede repeler a la comunidad que existía previamente en esa área”. Para evitarlo, las compañías con sede en San Francisco trabajan para que los habitantes del barrio se sientan integrados, incluso les abren las puertas de sus oficinas una vez a la semana. Fernández cree que su estrategia funciona: “si contribuyen a mejorar su entorno, van a repercutir positivamente en su propia actividad”.
Esa es precisamente una de las funciones del urbanismo: acabar con los desequilibrios sociales. Para ello, deben brindarse oportunidades no solo a las élites intelectuales, sino también a los menos preparados o quienes proceden de entornos con pocas opciones. No obstante, ¿hasta qué punto pueden los gigantes de internet crear puestos de trabajo para personas poco cualificadas?
“El problema es la elitización del empleo”, indica el arquitecto de Paisaje Transversal. Los trabajadores de estas empresas son personas “con recursos, que habrían encontrado un puesto en otro sitio”. Quienes no cumplen los requisitos quedan excluidos. Un fenómeno especialmente acusado en las afueras o suburbios, donde más desigualdades existen, y donde se localizan las aparatosas sedes de las tecnológicas.
Aunque se comienza a percibir cierto interés por la sociedad en que se incluyen, aún no sabemos si Apple, Google, Facebook y compañía podrán contribuir a su bienestar. La solución pasa porque aporten su conocimiento y recursos para “dar respuesta a las necesidades reales de la ciudad”, afirma Aguirre, y no solo para alimentar las ambiciones de sus directivos. El impacto medioambiental, económico y social que continúan generando no puede salvarse con construcciones megalómanas ni garantías de eficiencia energética.
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