Aquí se aprende a programar poemas: la vida en una escuela de 'code poetry'

“Más poesía, menos demos”. Este es el lema de una escuela de programación neoyorquina muy poco convencional, a medio camino entre una residencia artística y un grupo de investigación. Allí se aprende mucho más que código: se estudia la relación entre el idioma de los ordenadores, el diseño, el 'hardware' o el arte.

En la Escuela de Computación Poética (SFPC por sus siglas en inglés) no existen errores, aciertos ni calificaciones finales, sino experimentación creativa, búsqueda y reflexión. Los profesores pueden ser alumnos y los estudiantes hacer las veces de maestros en una comunidad que trata la tecnología como un medio sin que tenga que existir un fin.

Durante diez semanas, un reducido grupo de alumnos adquiere conocimientos teóricos (estética, poética...), de 'hardware' y electrónica (Raspberry Pi, Arduino...) y de programación (Phyton, Github u OpenFrameworks). Animación, técnicas 3D, visión por ordenador, visualización de datos o matemáticas son algunas de las clases y talleres a los que asisten estos estudiantes con alma creativa.

En su primera clase, los alumnos tienen que desarrollar un juego para explicar de forma ingeniosa la importancia del código binario. Más adelante aprenderán a programar la amigable charla entre dos 'apps', por ejemplo, o a descubrir los secretos de artistas como Alisson Parrish, que ha creado un 'bot' al que le gusta combinar imágenes de la NASA con poemas generados por ordenadorgenerados por ordenador.

En dos años, por las aulas de la SFPC han pasado alumnos de distintos rincones del mundo y de diferentes sectores profesionales, desde artistas hasta ingenieros, profesores o periodistas. Aunque una cierta formación tecnológica y conocimientos básicos de programación son convenientes para estudiar en esta escuela de arte, cada año seleccionan a un alumno completamente ajeno a la informática porque ofrece “una nueva perspectiva y energía”, nos cuenta el artista interactivo Taeyoon Choi, uno de los fundadores de este centro. Ser curioso, generoso y abierto son tres requisitos más importantes que los conocimientos para formar parte de esta comunidad temporal.

“Cada persona en la clase era especial en algún sentido y aprendí mucho de todos ellos”, recuerda Catarina Lee, una artista portuguesa que ha participado en el curso de primavera de la SFPC. Con sus compañeros visitó exposiciones, asistió a conferencias y trabajó en sesiones de “cerveza y código”.

UNA ESCUELA ALTERNATIVA Y 'OPEN SOURCE'

“Estaba interesado en modelos de educación alternativa y pedagogía crítica desde hacía tiempo”, recuerda Choi, que conocío a Zachary Lieberman, programador y cocreador de OpenFrameworks - una librería en código abierto muy utilizada en programación creativa - durante una residencia en el centro de arte y tecnología Eyebeam de Nueva York.

Ambos, junto al profesor y diseñador Amit Pitaru y la matemática y 'data scientist' Jen Lowe, decidieron fundar esta escuela experimental en 2013. Profesionales de diferentes ámbitos con el objetivo de crear un centro tecnológico y artístico alternativo y con el 'open source' como protagonista. La idea funcionó: más de cincuenta personas quisieron estudiar en su escuela en el primer curso, aunque solo pudieron seleccionar a quince.

“No se trataba de hacer arte con ordenadores, sino de entender el ordenador como una forma de arte. No usar el ordenador como medio, sino como herramienta poética”, nos explica Ishac Betran, alumno del primer curso. Al tratarse de una indefinido área de investigación, los propios estudiantes crearon el programa lectivo en función de sus propias inquietudes. “Había mucho espacio para que nosotros decidiéramos qué queríamos que fuera la escuela”, nos explica este artista barcelonés.

LA ESCUELA DONDE EL CÓDIGO SE FUSIONA CON LA POESÍA

Sentarse en el aula no es lo más importante. Los alumnos solo tienen dos o tres horas de clase al día, y el resto lo dedican a impulsar sus propios proyectos, a colaborar entre ellos con ayuda de los profesores y a enseñar a los demás sus propias experiencias. Según Choi, se fomenta la colaboración entre personas con diferentes destrezas y se intenta evitar que el programador haga el trabajo técnico y el diseñador lo embellezca. El objetivo es que que cada estudiante aprenda sobre lo que desconoce.

Al final del curso, los alumnos no reciben una titulación oficial, sino que muestran sus proyectos finales a todo el que desee contemplarlos en una festiva exposición. “Había muchas expectativas en Nueva York por ver qué estaba pasando en esa nueva escuela un poco experimental, por saber qué tipo de gente iba”, nos cuenta Ishac Bertran.

Este artista presentó junto a su compañero John Wolk la instalación 'Talking', protagonizada por una pareja de ordenadores que se miran e interactúan para estudiar cómo pensamos y nos comunicamos los humanos. Otros estudiantes de aquella primera promoción mostraron proyectos como una tímida cámara de inseguridad que mira hacia otro ladotímida cámara de inseguridad cuando detecta a los humanos o un cuadro con círculos de colores aparentemente situados al azar pero que esconden un análisis minucioso del intercambio de mensajes entre los alumnos.

Una investigación de la diseñadora italiana Simona de Rosa sobre la combinación de sabores o el artista Anastasis Germanidis siguiendo las instrucciones de un 'software' que analiza tuits y webs en tiempo real son, junto a 'Talking', algunos de los proyectos que más han entusiasmado a Taeyoon Choi en este par de años.

La 'code poetry' 'code poetry'es una de las variantes artísticas del siglo XXI a las que esta escuela otorga una especial importancia, y por eso acaba de celebrar un curso de verano intensivo para enseñar cómo programar poemas, un ámbito con el que ya habían experimentado otros alumnos anteriormente.

Catarina Lee compuso varias poesías con código durante su estancia en la SFPC, un ámbito que quiere seguir explorando. Esta artista transformó dos poemas - 'Mudarse' e 'Instalarse' de Georges Perec, uno de los componentes del grupo de experimentación literaria OuLiPo - al lenguaje de programación Python, y utillizó OpenFrameworks para crear imágenes que representaran dichos poemas y los transformaran con distintos parámetros.

“La idea era crear una especie de generador de poesía visual que no se convirtiera en un sustituto del texto, sino que más bien creara nuevas percepciones y experiencias”, dice la artista. ¿A qué nunca habrías pensado que la aparentemente casual combinación de símbolos azules, rojos y negros puede ser un poema?

En una escuela en la que los errores están bien vistos, lo importante no es el resultado. “Celebramos el proceso más que el proyecto final”, nos dice Taeyoon. La alumna Eve Weinberg decidió plasmar precisamente esa idea en su obra académica, un juego que explica las diez reglas de la SFPC, entre ellas la premisa de romperlas.

Aunque reconoce que la escuela le ha ayudado a profundizar sus conocimientos de C++, Arduino, electricidad o sistemas conectados, Weinberg destaca que lo más importante para ella ha sido aprender “cómo crear arte, y no productos, usando código”.

UNA COMUNIDAD PARA CREAR OTRAS COMUNIDADES

Este centro es un espacio para la teoría, la práctica y también la reflexión. Ishac Betran todavía recuerda las enriquecedoras charlas de diseño, programación o desarrollo creativo que mantuvo con sus compañeros, así como los grupos de lectura que organizaban sobre asuntos como el impacto de la inteligencia artificial en la cultura o la influencia de la tecnología en la estructura social. “La escuela era muy buena al escoger los perfiles y hacer que esto pasara naturalmente”, explica.

De hecho, uno de los consejos que Taeyoon Choi repite a sus alumnos es que creen su propia comunidad artística. “Lo que más me enorgullece es cuando los estudiantes crean su propia escuela, enseñan en otras escuelas o continúan colaborando con otros alumnos”, nos revela.

Rachel Uwa, alumna del primer curso, en el que desarrolló un robot que daba abrazos peor que los humanos, ha seguido su lección: ha creado la School of Machines, Making & Make-Believe en Berlín, con cursos de cuatro semanas sobre tecnología, arte o activismo y talleres sobre programación, fabricación digital o visualización de datos.

“Estaba en mis planes crear un programa más largo antes de estudiar en SFPC, pero tener la oportunidad de ver cómo otros lo hacían fue una experiencia enriquecedora de la que aprender”, nos cuenta Uwa. De hecho, ese ambiente de aprendizaje conjunto es, según los alumnos, lo mejor de esta escuela. “Es un lugar ideal para gente que intenta desarrollar nuevas ideas, aprender algo nuevo y sentirse estimulado por personas con ideas afines”, destaca Choi.

SFPC “es el espacio, la comunidad, darte diez semanas para experimentar”, afirma Ishac Bertran, que recomienda estudiar allí a todos los amantes de la tecnología que quieran aprender sin un objetivo concreto, concederse un tiempo a sí mismos para reflexionar incluso sobre aquello que, en principio, nunca les había interesado. La curiosidad es la clave de esta comunidad de alumnos y profesores que quieren ser programadores y poetas al mismo tiempo.

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Las imágenes que aparecen en este artículo son propiedad de SFPC, Taeyoon Choi, Le Wei y Catarina Lee