De un esclavo calvo a la tinta de semen: breve historia de los mensajes ocultos

Si has disfrutado con las paranoias del ‘hacker’ más famoso de la ficción, Elliot Alderson, probablemente ya habrás visto cómo guarda en CD de música sus secretos, logrando que la información que quiere esconder al mundo se mantenga oculta en un archivo de audio. Para conseguirlo, ‘Mr. Robot’ utiliza un ‘software’ que existe fuera de la serie.

No es el único. Hay decenas de herramientas de esteganografía, el enrevesado término que emplean los expertos en seguridad informática para referirse a dicho ocultamiento a ojos de terceros. En el siglo XXI, un inocente archivo de audio, una imagen, un vídeo o un enlace pueden servir como soporte para que otros datos pasen desapercibidos si que los demás descubran el truco. Sin ir más lejos, la policía alemana descubrió hace unos años que Al Qaeda ocultó archivos en una película porno.

Siglos antes de la era digital, ya había quien se las apañaba para que sus enemigos no pudieran descubrir sus intenciones haciendo que sus mensajes pasaran inadvertidos. De hecho, utilizaban todo tipo de ingeniosos métodos para repeler el espionaje. Cuando nadie había utilizado aún el vocablo esteganografía —un abad alemán usó por primera vez el término en ‘Steganographia’, un libro de 1499—, en la Antigua Grecia ya intentaban evitar la ocupación persa gracias a ella. Al menos así lo reflejó Heródoto en el siglo V a.C.

El historiador de Halicarnaso describió cómo el general ateniense Histieo trataba de animar a su yerno Aristágoras de Mileto para que se rebelara contra el padre de Jerjes, el famoso rey persa. Para evitar que su mensaje fuera interceptado, Histeio tuvo una original ocurrencia: rasuró la cabeza a uno de sus criadosrasuró la cabeza a uno de sus criados y marcó en ella puntos y letras. El mensajero llegó a su destino y se rapó para mostrar el recado, logrando así que el complot no fuera descubierto. Años después, llegaron a Esparta unas tablillas de madera para avisar de que Jerjes estaba al acecho. Contenían un mensaje ingeniosamente cubierto con cera. A los espartanos, como es bien sabido, no les sirvió de mucho.

Ya en el siglo XVI, la reina escocesa María Estuardo empleó un soporte diferente para transmitir sus cartas: las guardaba, con el texto cifrado, en barriles de cerveza. La soberana católica empleó tanto la criptografía como la esteganografía para comunicarse con sus conspiradores e intentar arrebatar el trono de Inglaterra a su prima, Isabel I. Sin embargo, la jugada no le salió bien. La idea de comunicarse a través de barriles de cerveza se la dio un sujeto que trabajaba en realidad para los espías británicos, así que María I de Escocia acabó siendo ejecutada por alta traición.

Textos e imágenes con secretos ocultos

Más allá de utilizar soportes ingeniosos, a lo largo de la historia de la humanidad también hay quien ha ideado un procedimiento esteganográfico que otros han repetido y adaptado a su estilo. Uno de ellos es la reja de Cardano. Ideada por el matemático italiano Girolamo Cardano en 1550, el invento es sencillo pero efectivo. Una simple plantilla con perforaciones, dispuesta sobre un texto, permite descubrir las letras del mensaje oculto. De esta forma, solo quien tenga la plantilla puede leer la información.

Para complicar el asunto, es posible que se necesite rotar la plantilla 90 grados cada vez que se descubre una letra. Este método fue muy utilizado en la correspondencia diplomática en los siglos siguientes, ya que se consideraba muy seguro. Eso sí, era necesario que el texto que servía como tapadera tuviera sentido por sí mismo.

Durante la guerra de Independencia estadounidense, los británicos usaron un método similar. Aún se conserva una carta de 1777 que el militar y político británico Henry Clinton envió a un general, en la que exageraba las victorias del ejército de su país. Con la rejilla, el mensaje era en realidad bastante pesimista.

Basándose en la reja de Cardano, el experto en seguridad informática Alfonso Muñoz desarrolló hace unos años una herramienta automática, obviamente más compleja, para ocultar información en un texto. Ahora, este investigador acaba de publicar ‘Esteganografía: protegiendo y atacando redes informáticas’, un libro en el que, además de detallar las técnicas actuales, recorre la fascinante historia de este arte. “Son técnicas muy relacionadas con el mundo del espionaje y el mundo militar; por eso son tan antiguas como las propias guerras”, señala a HojaDeRouter.com.

Otro de los procedimientos que Muñoz describe en el libro son los conocidos en el ámbito de la seguridad informática como cifradores nulos, un mecanismo que permite ocultar información en determinadas letras o palabras de un texto.

Los alemanes, por ejemplo, enviaron mensajes valiéndose de este método en la I Guerra Mundial. Las iniciales de cada palabra de una nota formaban la frase 'Pershing sails from N.Y. June I' (“Pershing [un oficial estadounidense] navega desde Nueva York. 1 de junio”). Durante la II Guerra Mundial, los estadounidenses también emplearon esta técnica para informar a sus familiares de su paradero.

Más allá de los conflictos bélicos, uno de los ejemplos más famosos de los últimos años es el polémico acróstico que Federico Trillo publicó en un editorial en la ‘Revista Española de Defensa’ tras la tragedia del avión Yak-42 en la que perdieron la vida 62 españoles que regresaban de Afganistán. La primera palabra de los seis párrafos formaba la siguiente frase: “El responsable definitivo es el EMAD”. Trillo responsabilizaba así al Estado Mayor de la Defensa del accidente en 2003. Eso sí, en este caso, parece evidente que el objetivo del entonces ministro de Defensa era que su mensaje se entendiera.

No solo las palabras han servido para esconder información a lo largo de la historia. También lo han hecho las imágenes. Buen ejemplo de ello es la anamorfosis. Según la descripción de la RAE, una “pintura o dibujo que ofrece a la vista una imagen deforme y confusa, o regular y acabada, según desde donde se la mire.

En el siglo XVI, el grabador Erhard Schön, alumno de Alberto Durero, fue un maestro de esta técnica que permite esconder imágenes en otras imágenes. Uno de sus grabados sobre madera, por ejemplo, parece un paisaje. Sin embargo, se trata de un retrato deformado de los emperadores Carlos V y Fernando I, el papa Pablo III y el rey Francisco I. No en vano, después de su conversión al luteranismo, Schön publicó críticas anónimas contra la Iglesia católica, como está tan difícil de descubrir.

… y esteganografía corporal

En situaciones extremas, los humanos han utilizado hasta su propio cuerpo como un canal oculto de información. En 1968, cuatro siglos después de que Schön utilizara la anamorfosis, los supervivientes del buque estadounidense Pueblo, capturados por los norcoreanos, usaron sus dedos. En concreto, el corazón, que extendían en las fotos publicadas por Corea del Norte para reflejar su odio y estropearles la propaganda. Poco después, Washington pidió disculpas a Corea del Norte y la tripulación volvió a casa.

El militar estadounidense Jeremiah Denton, capturado durante la Guerra de Vietnam, llegó a emplear el código Morse con fines esteganográficos. Durante una entrevista propagandística que los norvietnamietas le obligaron a grabar, transmitió la palabra ‘torture’ (“tortura”) en Morse con sus parpadeos. La historia también acabó bien: tras ocho años de cautiverio y privaciones, regresó a Estados Unidos. Además de los gestos, hasta los fluidos corporales pueden ayudar a ocultar información.

Del limón al semen: las tintas invisibles

Sustancias tan aparentemente inofensivas como la leche, el zumo de limón, el vinagre, el vino o el azúcar diluido también han sido útiles para guardar secretos a lo largo de la historia. Eso sí, las tintas invisibles tampoco son precisamente un invento moderno. Ya en el siglo I, el naturalista Plinio el Viejo dejó testimonio por escrito de que la leche de una planta se volvía transparente al secarse, pero marrón al calentarla.

Al científico renacentista Giovanni Battista della Porta se le ocurrió una alternativa más original: mezclar alumbre y vinagre y utilizar el producto resultante para escribir en una cáscara de huevo.escribir Eso sí, el propia investigador Alfonso Muñoz nos confiesa que, tras estropear unos cuantos huevos, aún no ha logrado crear la mezcla perfecta.

De un modo u otro, lo cierto es que las tintas invisibles se han usado en numerosas ocasiones. En la I Guerra Mundial, los agentes alemanes que se encontraban en Inglaterra utilizaron zumo de limón en sus cartas para esquivar la censura. Sin embargo, los británicos les acabaron pillando y ejecutaron a once alemanes, que pasaron a la posteridad como los espías del zumo de limón.

También durante la Gran Guerra, George Vaux Bacon, un periodista estadounidense, fue contratado por los alemanes para espiar a los británicos. Le proporcionaron para ello una tinta invisible en sus calcetines negros que podía verse al mojarlos. Los químicos franceses y alemanes acabaron averiguando que se trataba de una sal de plata.

La moda del espionaje durante ese conflicto bélico hizo que la agencia de inteligencia británica, la famosa MI6, estudiara el uso de otros líquidos naturales para ocultar información en 1915. Uno de ellos fue el semen. Según un cabecilla de la inteligencia militar francesa, el mismísimo Mansfield Smith-Cumming, director del MI6, llegó a decir que era “la mejor tinta invisible”, ya que no reaccionaba a los principales métodos de detección y estaba fácilmente disponible. Algún agente incluso habría llegado a poner en práctica el hallazgo.

También hay ideas más recientes basadas en el concepto de tintas invisibles, por ejemplo las llamadas impresoras espías. Hace una década, la Electronic Frontier Foundation denunció que algunas impresoras láser incluían un código cada vez que se imprimía un documento que puede desvelarse con ayuda de una determinada luz y de un microscopiouna determinada luz y de un microscopio. El Servicio Secreto de Estados Unidos tuvo que reconocer entonces que había llegado a un acuerdo con algunos fabricantes para identificar a los falsificadores a través de ese código supuestamente invisible.

De la esteganografía diminuta… a una piedra

Empequeñecer el mensaje para ocultarlo al ojo humano se lleva haciendo al menos desde el siglo XIX. Fue entonces cuando aparecieron los microfilms, que los galos utilizaron durante la guerra franco-prusiana. Las palomas mensajeras, que después asumirían su rol de drones espía en la I Guerra Mundial, se encargaron en ese momento de transportar 150.000 microfilms a París.

En la II Guerra Mundial, los alemanes también emplearon documentos gráficos reducidos a un punto de menos de un milímetro de diámetro. Edgar Hoover, uno de los directores más polémicos del FBI, aseguró que los micropuntos eran “la obra maestra del espionaje enemigo”.

Eso sí, los estadounidenses consiguieron descubrir que los alemanes estaban usando este procedimiento en 1941: un técnico de laboratorio se percató de un brillo extraño en la superficie del sobre de un presunto agente alemán y acabó descubriendo el diminuto pastel. Los microfilms siguieron estando al servicio del espionaje, e incluso James Bond utiliza un lector improvisado para descubrir los secretos de la KGB en una de sus aventuras, ‘La espía que me amó’ (1977).

Ahora bien, incluso cuando ya había nacido la esteganografía moderna —en la que la seguridad no depende solo de mantener en secreto el algoritmo o la técnica, sino también una clave que comparten los intervinientes—, aún existen ejemplos de esteganografía clásica o, más bien, rudimentaria.

El más notable, por popularidad y tamaño del canal, es una controvertida piedra que puso en pie de guerra a Rusia. Hace una década, la televisión estatal rusa difundió un vídeo en el que se veía a varios hombres cogiendo y soltando una piedra. El Gobierno de Vladimir Putin aseguró que la roca era falsa y que miembros de la embajada británica en Moscú la estaban utilizando para espiar en su territorio.

El Gobierno británico negó la mayor, aunque solo en un principio. En 2012, Jonathan Powell, el jefe de Gabinete de Tony Blair durante aquel suceso, reconoció que las acusaciones eran ciertas. La roca tenía una tapa que contenía un aparato electrónico. “Lo de la piedra fue de vergüenza”, admitió Powell. Sin duda alguna, esta artimaña del siglo XXI es una de las más burdas de todas las descritas por el investigador Alfonso Muñoz en su libro, dedicado a la ocultación de mensajes.

“La esteganografía tiene un punto más complicado que la criptografía”, explica Muñoz. “Si alguien está usando criptografía, a lo mejor no puedo ver lo que está diciendo pero sí puedo identificar desde dónde se comunica. Si utilizas esteganografía, realmente no sabes que existe la comunicación”. Nadie hubiera podido adivinar que un griego escondió un mensaje en la cabeza de su esclavo, que unos espías alemanes se comunicaron con zumo de limón o que Elliot graba algo más que un CD de música en 'Mr.Robot' si no fuera porque compartimos el secreto.

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