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'Gigas' en su justa medida: demasiada memoria resta valor al contenido

No fue el primer reproductor MP3, pero sí el culpable de todo. Era octubre de 2001 y Steve Jobs presentaba un aparato que popularizó el almacenamiento masivo en unos pocos centímetros: cabía en el bolsillo y era capaz de almacenar nada más y nada menos que mil canciones.

A partir del nacimiento del iPod, el 'mal' se fue extendiendo: los dispositivos cada vez eran más pequeños y, paradójicamente, tenían más espacio para guardar canciones, vídeos y fotos. La escalada de 'gigas' terminó llegando a nuestros teléfonos móviles, que quizá hoy no parecerían tan inteligentes sin su inmensa memoria.

En principio, no hay nada de malo en que un dispositivo móvil tenga una mayor capacidad, sino todo lo contrario. Hay, no obstante, una pequeña pega: ya no le damos tanto valor a los archivos y programas que almacenamos.

Elegir o no elegir, esa es la cuestión

Para el usuario es mucho más cómodo: se ahorra decidir qué merece la pena conservar y qué debe pasar a mejor vida. Así, una especie de síndrome de Diógenes digital síndrome de Diógenes digitalnos empuja a guardar de todo sin preguntarnos el valor que aporta en realidad.

Tirando un poco de nostalgia, hace unas décadas sucedía justo lo contrario. ¿Qué grababas en las cintas de casete en los 80 o en los CDs cuando las descargas a través de Kazaa o eMule comenzaron a ser lo habitual? Solo los mejores discos o las canciones que más te gustaban en recopilatorios que ahora no tienen ningún sentido. Un móvil con 'gigas' de memoria lo soporta todo y se convierte en un cajón de sastre lleno de banalidades.

Algunas voces advierten de una peligrosa tendencia derivada de la pérdida de valor del contenido digital: la calidad puede convertirse en una especie en vías de extinción. Si bien el caso de la música es distinto – los artistas han visto en los conciertos la forma de seguir haciendo caja y todavía deben componer canciones que gusten a sus 'fans' -, las tiendas de aplicaciones se han convertido en una buena muestra de que la calidad no es requisito indispensable para conseguir un número aceptable de descargas.

Cualquier fenómeno viral o de actualidad puede ser excusa para publicar un buen puñado de aplicaciones de execrable factura en busca de un filón de descargas: el pequeño Nicolás protagoniza unas cuantas – la más exitosa supera el medio millón de descargas - y la famosa canción de la 'salchipapa', tras arrasar en YouTube, ha inspirado también alguna que otra aplicación nefanda con resultados similares.

Detrás de ese riesgo de pérdida de calidad de lo digital se encuentra el llamado ‘efecto giga’. Las 'apps' son gratuitas y hay espacio de sobra en el móvil, así que a descargar se ha dicho. Hasta que un día vuelve el problema: se acaba la memoria.

El 'efecto giga' se diluye cuando entra en juego la obsolescencia programada (hay un punto en que los dispositivos no dan más de sí), así como otras tácticas de venta por parte de los fabricantes.

Es lo que sucede con la última versión del iPhone. La política de precios de Apple hace que los usuarios que miran su bolsillo se decanten por el terminal más básico, el iPhone 6 con 16 'gigas de memoria. Si a eso le sumamos la polémica con el sistema operativo iOS 8, que ocupa buena parte de la memoria prometida por la firma, parece que a algunos usuarios les va a tocar volver a aquellos tiempos en que valoraban cada uno de los 'megas' como si estuviera hecho de oro.

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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de bfishadow, Brieuc Daniel y Omar Jordan Fawahl

No fue el primer reproductor MP3, pero sí el culpable de todo. Era octubre de 2001 y Steve Jobs presentaba un aparato que popularizó el almacenamiento masivo en unos pocos centímetros: cabía en el bolsillo y era capaz de almacenar nada más y nada menos que mil canciones.