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La trágica historia del primer coche volador: se estrelló en 1973 con sus inventores dentro

El AVE Mizar en el aeropuerto de Oxnard en 1973 (Foto: Doug Duncan | SmugMug)

David G. Ortiz

Todos habéis oído hablar del otro 11-S, el aciago día en que un alzamiento golpista comandado por Augusto Pinochet acabó con el gobierno de Salvador Allende, que se quitó la vida durante el asedio de los militares al Palacio de la Moneda de Chile. 11 de septiembre de 1973. Lo que tal vez no sepáis es que en esa misma fecha tuvo lugar otra tragedia, de una magnitud y en otras circunstancias totalmente distintas, pero también histórica.

Harry A. Smolinsky y Harold Blake, presidente y vicepresidente de la empresa Advanced Vehicle Engineers, ambos de 40 años, fallecieron en un dramático accidente de aviación. Era un vuelo de prueba y solo duró un par de minutos. El aparato, que pilotaba Smolinsky, lo habían desarrollado ellos mismos y no era precisamente lo que hoy consideramos un avión.

Se trataba del AVE Mizar, también conocido como el Ford Pinto volador, probablemente el más legendario de todos los coches con alas, sin contar los de 'Blade Runner', 'El Quinto Elemento' u otras obras maestras de la ciencia ficción. No fue el primero (antes se habían presentado conceptos y prototipos), pero sí el primero que alzó el vuelo y, desgracidamente, se estrelló.

Los automóviles flotantes han sido parte fundamental de la concepción humana del futuro, tanto utópico como distópico, durante décadas. Parecía imposible imaginar el siglo XX sin estos prácticos compañeros de viaje, pero llegó el nuevo milenio y todavía no estaban aquí. A día de hoy, cuando ya hay vehículos que se conducen solos, los coches voladores todavía tienen más de sueño que de innovación factible, a no ser que Terrafugia y la financiación colectiva logren echarlos a volar.

Pero esa no es la historia que os vamos a contar. Volvamos a 1973. O, mejor, vamos a viajar un poco más atrás en el tiempo, hasta 1971, cuando dos expertos ingenieros aeronáuticos, Smolinsky y Blake, decidieron fundar su propia empresa. Su objetivo era coger un coche y una avioneta, modificarlos, combinarlos, y dar así origen al primer medio de transporte híbrido capaz de reproducir la siguiente secuencia: conduzco de casa al aeropuerto, despego, piloto, aterrizo en otro aeropuerto y vuelvo a conducir hasta llegar a mi destino. “Es más decirlo que hacerlo”, debieron pensar. Pero no...

Los elegidos para el experimento fueron un Ford Pinto y un Cessna Skymaster (o más bien la mitad). La cabina y el motor delantero fueron eliminados del avión, mientras que las alas se colocaron en el techo del automóvil y el motor trasero sobre el maletero.

Además, los controles fueron adaptados para poder lidiar con la doble personalidad de este peculiar sistema de transporte. Por ejemplo, durante el vuelo, el volante se podía girar a izquierda y derecha para mover las alas. Los típicos instrumentos del cuadro de mandos del aeroplano (medidores altímetro, giroscopio, aparatos para la radionavegación...) también se incorporaron en el salpicadero del coche.

En total, según se estima, se gastaron la friolera de 2 millones de dólares de la época en ensamblar el AVE Mizar que, una vez en el aire, alcanzaba una velocidad de crucero de 130 kilómetros por hora y podía elevarse más de 3.650 metros.

Y es así como, tras dos años de incansable trabajo, llega el momento de poner a prueba el 'flying Pinto'. Estamos de nuevo en 1973 y Charles 'Red' Janisse es el elegido para pilotar la nave en su puesta de largo. Logró despegar, pero poco después se produjo un fallo en el ala derecha, que estuvo a punto de desprenderse del vehículo. 'Red' sabía que dar la vuelta hubiera sido una decisión fatal, así que decidió tomar tierra de inmediato sobre un campo de judías y conducir de vuelta hasta el aeropuerto.

A pesar de la incidencia y de su corta duración, el vuelo fue todo un éxito comercial. Galpin Ford llegó a un acuerdo con Advanced Vehicle Engineers para la distribución a nivel nacional del AVE Mizar y Smolinsky comenzó una gira promocional dando a conocer las virtudes de su invento y prometiendo un aparato tan sencillo que “una mujer podría montar fácilmente los dos sistemas – o separarlos – sin ayuda”. Además, pretendían comercializarlo a un precio relativamente asequible, alrededor de unos 15.000 dólares de la época.

Por seguir con la temática, podría decirse que todo iba sobre ruedas y los creadores del Pinto volador tenían la moral por las nubes. Pero llegó el 11 de septiembre de 1973 y se truncó todo. Aquel día, Janisse no estaba disponible para uno de los muchos vuelos de prueba que realizaban en el aeropuerto del condado de Ventura, así que Smolinsky y Blake decidieron subirse al AVE Mizar y llevarlo a cabo ellos mismos.

Por causas que se desconocen, Smolinsky no había contactado aquel día con el responsable del aeropuerto, Mac Grisham, que era el encargado de poner sobre aviso a policía y bomberos por si se producía un accidente. En cuanto vio que despegaba, Grisham corrió hacia la torre de control para comunicarse con la nave.

No le dio tiempo a llegar. Cuando se aproximaba, se activó la alarma del aeropuerto. Una gran columna de humo negro se elevaba donde debía estar el AVE Mizar. Solo un par de minutos después de despegar, el ala derecha se desprendió del aparato, que dio un giro en el aire e inmediatamente se desplomó. Según un testigo de los hechos, impactó contra la copa de un árbol, cayó sobre una camioneta estacionada en la calle y comenzó a arder.

Se desconoce si fallecieron por el impacto, por las quemaduras o por la inhalación de humo, pero el caso es que sus creadores no sobrevivieron al fatal accidente y se acabó la historia del Pinto volador. Posteriormente, las autoridades determinaron que era demasiado pesado (incluso sin tripulantes ni combustible) y tenía graves fallos de diseño, sobre todo en la unión entre las alas y el coche.

Es curioso... Resulta que el Ford Pinto tampoco era seguro sobre ruedas, a pesar de ser un superventas en los años 70. La carrocería era muy débil y se deformaba con las colisiones, así que las puertas se bloqueaban y se convertía en una trampa mortal en caso de incendio, algo que se producía a menudo porque llevaba el depósito de combustible detrás del eje trasero y explotaba con facilidad.

¡Menuda joyita! Según la revista Time, uno de los 50 peores coches de la historia. Y eso que tocó el cielo...

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