1973, bahía de San Francisco. Silicon Valley estaba en los pañales de lo que es hoy en día. En aquella zona donde ya bullía la creatividad y el desarrollo, una máquina muy particular mostraba anuncios a todo aquel que pasara por delante. Se ofrecían músicos, se vendían instrumentos musicales o, al revés, alguien buscaba un guitarrista para su banda o preguntaba por un bajo que comprar. Todo aquello gracias a un equipo ruidoso aislado con cartón y en el que, si queríamos imprimir o publicar un anuncio, había que pagar.
Community Memory fue una creación de un grupo de investigadores de la Universidad de California en Berkeley. En sus propias palabras, editadas en un folleto que se distribuía entonces, era “un intento de emplear el poder del ordenador al servicio de la comunidad”. Para ello, la idea de este equipo de pioneros era publicar una especie de boletín o tablón en el que esa comunidad por la que querían trabajar pusiera sus propios anuncios o leyera los de otros.
La base de Community Memory era un ordenador XDS 940, también conocido como SDS 940 y diseñado por los equipos de Berkeley. La primera de aquellas terminales se instaló en Leopold’s Records, una tienda de discos que gestionaban estudiantes de la zona. Consistía en un ordenador conectado a un teletipo que imprimía los mensajes, todo ello escondido en una caja de cartón que apagaba los ruidos de los cacharros. También había un teclado y una pantalla protectora y no era necesario tener un usuario o una cuenta para acceder. Así lucía el primer modelo:
Una de las personas que estuvo a cargo del proyecto fue Lee Felsenstein. En una entrevista, Felsenstein describía cómo todo aquello estaba acompañado de un módem y de una línea telefónica que conectaban con un ordenador de San Francisco que siempre estaba 'online', distribuyendo ese tablón electrónico.
De esa manera, el Community Memory desplazó al tablón de anuncios tradicional que estaba colocado en Leopold’s Records, justo a su lado. En el nuevo, los músicos y vecinos que estaban empapados de los movimientos contraculturales que surgieron en la década de los 60 publicitaban sus actuaciones, colocaban anuncios o dejaban notas de humor y filosofía.
Cuando los usuarios de la Leopold’s Records vieron la máquina, enseguida quisieron usarla y consultar las informaciones disponibles sobre música. Al parecer, los promotores del proyecto temían que estas personas repudiaran el invento, ya que por aquel entonces la mayoría de ordenadores solo eran accesibles para proyectos universitarios y gubernamentales o para un número selecto de empresas, organismos contra los que se posicionaban muchos de aquellos jóvenes vecinos. “Creo que en este proceso abrimos una puerta al ciberespacio”, afirmaba Felsenstein.
En la información que se conserva sobre la iniciativa, el propio Feselstein y sus colegas relacionaban ideas de aquellos movimientos contraculturales con Community Memory. Para ellos, el sistema tenía que ser “tecnología para la gente” o “sistemas de memoria abierta colectiva” y ayudar al intercambio entre comunidades. Estas ideas volarían años más tarde sobre el activismo en la Red.
De tablón de anuncios a lugar de encuentro
Lo que comenzó siendo un tablón de anuncios para aquellos jipis, ecologistas, contrarios a la guerra de Vietnam que vivían en el Berkeley de los años 70 se convirtió en un medio de comunicación en el que intercambiar ideas sobre otros temas, como arte o literatura. Los músicos que usaban el servicio llegaron a imprimir un listado mensual de bajistas para ponerlos en contacto con guitarristas, mientras animaban a sus amigos a usarlo. Además de esa información musical, también se anunciaban personas que daban lecciones para tocar instrumentos, y los usuarios podían buscar información sobre alojamiento o encontrar publicidad sobre 'bagels', esos bollitos de forma redonda parecidos a los dónuts.
Según las crónicas, todo esto permitió la formación de nuevas bandas, pero también de grupos de estudio; incluso, ayudó a encontrar compañeros para jugar al ajedrez. En 1974 otra máquina viajó hasta Vancouver, y nuevos terminales se habían instalado en otros puntos de California hasta 1975.
Mucha gente que hasta entonces no había tenido acceso a esa tecnología pudo consultar esos tablones electrónicos con información de servicio. Ahora bien, si querían dejar algún mensaje u ofertar algo, debían pagar. El precio era asequible: 25 centavos de dólar (0,21 céntimos de euro al cambio actual). Además de leer mensajes o escribirlos, era posible hacer búsquedas por palabras clave (estas se podían añadir antes de publicar una entrada nueva, a la manera de los artículos de un blog) o por mensajes.
Estas máquinas expendedoras de algo parecido a lo que luego sería internet perduraron apenas dos años, hasta 1975: los gastos de mantenimiento eran excesivos para una red de terminales cuyo ‘software’ aún estaba en desarrollo. A finales de aquella década se barajó la idea de crear una red nacional de terminales y recursos del Community Memory, pero nunca se llegó a materializar.
En los años 80, el concepto de tablones de anuncios electrónicos llegó a otros países con éxito dispar: en Francia el Minitel se comenzaba a convertir en un símbolo nacional, algo que no pudo contar Prestel en Reino Unido. Ya a comienzos de los años 90, la World Wide Web comenzaba a desarrollarse. Aunque ya olvidado, el proyecto Community Memory ayudó a difundir la idea de que una red de ordenadores era una buena idea para distribuir información y compartirla con nuestros semejantes.
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