El arte de diseñar tipografías: del plomo y el papel a las pantallas (y vuelta a empezar)

Cuando escribimos, apenas nos fijamos en el tipo de letra que estamos empleando. Estamos acostumbrados a Times New Roman, a Arial, a Calibri, a Verdana e incluso a Comic Sans (aunque se cuenta entre las más odiadas del mundo). Abrimos nuestro editor de texto, elegimos la de siempre y escribimos sin darle muchas vueltas. ¿Para qué me sirve a mí la tipografía? Aunque el lector tampoco la tiene casi en cuenta, su elección es clave.

Pedro Arilla, miembro del equipo de tipógrafos españoles Unos tipos duros, lo explica con un símil: cuando escuchamos un anuncio de radio, si prestamos algo de atención, nos damos cuenta de que la voz elegida es la más adecuada para lo que ese anuncio está contando. En los medios escritos, esa voz con la que se modula el mensaje es la tipografía.

“Es como el bajo en un grupo de rock”, comenta Arilla a HojaDeRouter.com. “Parece que no sirve para nada, pero si dejara de sonar desmontaría una canción por completo”. Es algo que no tiene que notarse, “pero que transmite”. “Es la identidad y el tono”, añade el diseñador gráfico y de tipografías Jordi Embodas.

Su historia se remonta décadas y, aunque en España no fueron muchos los profesionales que destacaron en este ámbito, fue un oficio importante y lo sigue siendo. Raquel Pelta, historiadora del diseño y presidenta del Congreso Internacional de Tipografía que se celebra en España, cuenta que el fundador del Partido Socialista, Pablo Iglesias, era tipógrafo. Cuando este arte dependía del plomo pesado, de la dura labor artesanal y de grandes máquinas, fue este gremio el que puso las primeras piedras del movimiento obrero. Los tipógrafos eran casi los únicos que sabían leer y escribir y que, además, tenían conciencia de clase.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. El diseño de tipografías ha cambiado de forma casi radical y ahora es posible gracias a programas de ordenador y a clics de ratón. No obstante, hay cosas que siempre se mantienen: una libreta cuadriculada y un rotulador son elementos que nunca faltan en la mochila de un tipógrafo. Nadie puede diseñar un tipo de letra sin antes haber dibujado unas cuantas a mano. Los bocetos son esenciales, y en este caso los ordenadores se dejan a un lado. “Al fin y al cabo, la tipografía es una arquitectura”, señala el tipógrafo Josep Patau.

Diseñando, paso a paso

En la actualidad, a la hora de diseñar una tipografía, lo primero que debe diferenciar un tipógrafo es si se enfrenta a un autoencargo o a un encargo externo, explica el tipógrafo y profesor de la Universidad de Alicante Daniel Rodríguez Valero. En el primer caso, simplemente trabaja movido por su inspiración, aunque deberá tener en cuenta las necesidades del mercado si quiere que alguien le compre el diseño. En el segundo, tendrá que cumplir las exigencias del cliente y ceñirse a lo que le han encargado.

En cualquiera de los casos, el primer paso a la hora de ponerse manos a la obra es definir las características que ha de tener la tipografía. No es más que apuntar sobre un papel la descripción de sus atributos: desenfadada, legible, divertida o clásica; para titulares o para el cuerpo de una noticia; para pantalla o para papel; muy española o muy inglesa. Es muy importante que la definición sea lo más concreta y acertada posible porque, de lo contario, “corremos el riesgo de tirar meses de trabajo a la basura”, afirma Daniel Rodríguez.

Después comienza el dibujo. No se plasma el alfabeto completo, sino unas diez letras que sirven para evaluar si la idea merece la pena. Se suelen utilizan palabras que, más o menos, contienen todos los tipos de letras. Rodríguez pone el ejemplo de “Hamburgo”, que tiene una hache mayúscula que ayudará a determinar cuál es la altura de la letra. También tiene una “a” y una “e”, dos caracteres que siempre hay que tener en cuenta por una cuestión de tamaño (si son muy pequeñas, es posible que su agujero acabe tapado); además de una “b” y una “g” (una letra ascendente y otra descendente).

El programa de ordenador

Cuando parece que el diseño que se está dibujando va a tener futuro, es el momento de pasar al ordenador. Explica Rodríguez que algunos diseñan con programas de gráficos vectoriales como Illustrator y otros lo hacen directamente con editores de fuentes como FontLab, Glyphs, RoboFont o FontForge. Las primeras pruebas se imprimen “porque en papel se ven mejor los errores que en pantalla”. Así, se van imprimiendo y corrigiendo las distintas versiones hasta completar el primer alfabeto, que como mínimo tendrá unos 250 caracteres (con números, letras, símbolos, etc). Tras esto, “la letra ya estaría diseñada, pero la fuente aún no”.

Ahora es el momento de coordinar el espacio que habrá entre esas letras, una operación que lleva mucho tiempo pero que da ritmo a las palabras. Para muchos, este es el paso más importante: una buena tipografía no se forma a partir de letras bonitas, sino de letras que combinadas y en conjunto crean un resultado bonito. “Ese espacio se calcula a ojo y lo movemos y ajustamos cientos de veces porque es como la sal en la cocina”, afirma Rodríguez.

Parejas rencorosas

Después de colocar el espacio entre las letras, todo se complica. “Hay letras que se llevan especialmente mal entre ellas”, explica Daniel. Es el caso de las mayúsculas con las diagonales; de las mayúsculas con barras horizontales (como la T), que suelen desentonar con cualquier cosa que le pongas al lado; o de la A y la V. “Hay que programar el comportamiento que van a tener esas letras cuando vayan juntas”. Para eso hay que comparar parejas de letras (cerca de mil), e ir ajustándolas poco a poco.

Completada esta parte, la tipografía está prácticamente lista para ser utilizada en papel, pero para que sirva en pantalla hay que seguir trabajando sobre ella y someterla al proceso conocido como ‘hinting’, con el que las letras se redibujan hasta ajustarlas para baja resolución. Hay que explicarle al ordenador cómo tiene que deformar las letras para que se vean bien en pantalla, ya que el papel permite mostrar muchos detalles que la pantalla no puede soportar.

Para que nos hagamos una idea, el tipógrafo explica que el ‘hinting’ de la tipografía Arial costó casi un millón de euros. Arial, Verdana o Calibri tienen también un ‘hiting’ muy minucioso, “por eso se ven tan bien”. Aunque este paso será innecesario cuando todas las pantallas sean de alta resolución.

Y vuelta a empezar…

Aparte de las letras que se llevan mal, hay otras que cuando se juntan crean “ligaduras”, algo así como “efectos especiales” que hacen que varias letras cambien de forma cuando se combinan. “Hay tipografías con 200 o 300 ligaduras” que deben ser trabajadas desde cero: volver a espaciar, volver a hacer el ‘hinting’… Lo mismo ocurre cuando queremos crear una versión en cursiva o una negrita. Hay que repetir todo el proceso desde cero para cada variación.

La cosa se complica hasta límites insospechados si, además, se pretende que la tipografía puede utilizarse en diversos idiomas y alfabetos (árabe, hebreo, cirílico, etc). La fuente con más caracteres que existe en la actualidad es la Arial Unicode, que está hecha por un equipo muy grande de diseñadores.

Llegados a este punto, solo queda comprar que el diseño se lee bien en cualquier sistema operativo: hacer pruebas, corregir errores… “Todo este trabajo es el que explica que se tarde más de un año en diseñar una buena tipografía”, sentencia Rodríguez.

¿El papel la cuida más?

Los medios impresos parecen cuidar más la tipografía que los digitales. Jordi Embodas cree que puede ser una cuestión de tradición, porque algunos de los que trabajan con papel han vivido también la época del plomo. Por otro lado, piensa que la tecnología digital es relativamente reciente y cambiante, por lo que suele ocurrir que “en los medios impresos no sea tan complejo controlar la tipografía”.

Juanjo López incide en el factor tecnológico. Hasta hace poco, los diseñadores no podían modificar muchos aspectos de las tipografías para pantalla por problemas técnicos, “por ejemplo, no se podían hacer cambios fáciles de interlineado”.

Hasta hace dos o tres años, la mayor parte de las páginas web utilizaban exclusivamente tipos de letra preinstalados en los sistemas operativos (como Arial, Curier o Verdana), por lo que el catálogo era muy reducido. Después aparecieron Google Fonts y la tercera versión del lenguaje CSS, que hicieron posible utilizar casi cualquier tipografía en cualquier web y dispositivo. “Aora se ven cosas mejores porque la tecnología lo permite”, afirma Arilla.

No obstante, aún hay limitaciones. Como señala Josep Patau, es necesario que la tipografía tenga poca información para que la página se cargue bien y rápidamente. Raquel Pelta, por su parte, asegura que cuando leemos en una pantalla lo hacemos de forma “más superficial” que en papel. “Aún tenemos que investigar qué es lo que afecta a esa lectura”.

Una vuelta al pasado

Más allá de los periódicos, en papel o digitales, las grandes empresas suelen cuidar el mensaje que lanzan a través de su tipografía. Los Mac, por ejemplo, tienen una resolución bastante buena, “pero en Windows no tanto”, dice Arilla. Google también creó una tipografía propia (Roboto) para el sistema operativo Android, con la intención de expresar su esencia.

Ahora todo el mundo puede hacer su propio tipo de letra: solo hace falta un ordenador y ciertos conocimientos de diseño. Sin embargo, muchas de las tipografías actuales no tienen la calidad suficiente. Aún así, “si nos quedamos con las buenas producciones, este es el momento de la historia en el que más tipografías se diseñan”, dice Arilla. “Cuando se pensaba que todo estaba hecho, seguimos innovando”, apunta Rodríguez.

Raquel Pelta pone sobre el tapete una última cuestión: cuanto más digitales somos, más analógicos nos volvemos. La última tendencia es precisamente el retorno a lo hecho a mano, a la tipografía en plomo y madera. “Incluso mis alumnos están como locos intentando hacer impresión tradicional”, a pesar de que su único contacto con la tipografía ha sido con la pantalla. “Tienen ganas de mancharse las manos, de tocar, oler y trabajar con lo material”, nos cuenta.

De hecho, mientras que en los años 90 “se tiró a la basura mucho tipo de plomo de las imprentas que se desmantelaban”, en los últimos tiempos son muchas las que están desempolvando sus cachivaches antiguos para volver a imprimir de forma artesanal.

Al final, de una u otra forma, se sigue haciendo lo de siempre. Lo que realmente importa es echarle horas y tener buen ojo para saber cuándo algo es armónico, demasiado grueso, demasiado fino, cuando varias letras están demasiado juntas o separadas. La tipografía tiene aún mucho camino por delante y los avances tecnológicos no van a frenar su paso firme.

-------------------------------

Las imágenes utilizadas en este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Jordi Embodas y Daniel Rodríguez Valero