Las llaves de casa o del coche, la contraseña del ordenador, el PIN del móvil, el abono transporte e incluso la tarjeta de crédito podrían ocupar un espacio más reducido: una cápsula del tamaño de un grano de arroz que alojaríamos cómodamente en nuestra mano.
Solo nos hace falta una etiqueta de identificación por radiofrecuencia (RFID, 'Radio Frequency Identification') que se situaría en la unión interdigital entre el dedo pulgar e índice, un lector que convertiría las ondas de radio transmitidas desde el microchip en información digital, una aguja hipodérmica y pocos reparos morales a la hora de convertir nuestro cuerpo en un bolsillo tecnológico. Desde que en la II Guerra Mundial los británicos desarrollaran la tecnología RFID para distinguir los aviones aliados de los enemigos, se han multiplicado sus aplicaciones logísticas (desde el control y seguimiento de prendas de ropa al de medicamentos).
Uno de los usos más extendidos es la implantación en los seres vivos: las mascotas portan estos microchips para su identificación. Perros y gatos disfrutan ya de las ventajas de llevar una etiqueta RFID subcutánea, sin que ningún dueño piense que su amigo más fiel se ha convertido, en realidad, en un 'cyborg'.
IMPLANTES PARA USOS MÉDICOS... O PARA PASES VIP
Kevin Warwick, profesor de cibernética en la Universidad de Reading (Reino Unido), decidió dejar de ser un limitado mortal en 1998. “Nací humano, pero fue por un accidente del destino, una condición simplemente de tiempo y lugar. Creo que es algo que tenemos el poder de cambiar”. El científico se implantó un microchip en el brazo con el que abría las puertas y encendía la luz o la calefacción. En 2002 dio un paso más allá: una interfaz neuronal implantada en su sistema nervioso le permitía controlar un brazo robótico.
En 2004, la autoridad que regula los alimentos y medicamentos en Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó la utilización del VeriChipVeriChip, el primer implante en humanos de la tecnología RFID. Testado en 200 personas con Alzheimer, el dispositivo nacía con el fin de recoger la información médica de pacientes en situación de emergencia (inconscientes o incapaces de comunicarse). Cada microchip contenía datos de su portador y cuando era interrogado por el lector, respondía con un identificador único de 16 dígitos asociado a la base de datos del hospital.
Otras ingeniosas mentes dieron usos distintos al VeriChip. También en 2004, una discoteca de Barcelona, Baja Beach ClubBaja Beach Club, ofreció a sus clientes VIP la implantación de estos dispositivos para el acceso a zonas exclusivas e incluso para el pago de las consumiciones. Conrad Chase, el gerente de la discoteca, quería “ofrecer un mejor servicio y entretenimiento” por 125 euros. El reportero de la BBC Simon Morton acudió a la discoteca y, ni corto ni perezoso, se implantó el chip. Aseguró que era un proceso rápido e indoloro.
En 2006, Citywatcher.com, una compañía de videovigilancia de Ohio, se convirtió en la primera empresa que comenzó a utilizar los VeriChip para el control de sus empleados. Eso sí, era un método voluntario.
LOS MICROCHIPS Y EL 666
El VeriChip, esa pequeña cápsula de vidrio de 11 mm de largo y 2 mm de diámetro, pronto alcanzó la fama, principalmente por las críticas que recibió. Científicos como Kenneth R. Foster, profesor de bioingeniería en la Universidad de Pensilvania, destacaban los innegables beneficios del VeriChip para la salud y la seguridad, aunque al mismo tiempo defendían el derecho a la integridad del cuerpo.
Un grupo de ciudadanos formaron el colectivo de los AntichipsAntichips, clamando contra la invasión de la privacidad y el 'branding' humano que a su juicio suponía esta tecnología. En 2004, la FDA advirtió de los riesgos asociados al VeriChip, como la reacción adversa, la posible inseguridad de la información o los potenciales errores de la etiqueta RFID. El estado de California prohibió la implantación forzosa de microchips en humanos.
El ataque más furibundo contra esta tecnología proviene de la identificación del microchip con la “marca de la bestia” y el número 666 según el Libro del Apocalipsis, por versículos como los que transcribimos: “Un tercer ángel los siguió, diciendo con fuerte voz: si alguno adora a la Bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, tendrá que beber también del vino del furor de Dios, que está preparado, puro, en la copa de su cólera” (14: 9-10). Los microchips serían esa diabólica marca en las extremidades del homo sapiens.
Para algunos el cuerpo es un templo sagrado. Para otros, un campo de experimentación. Nancy Nisbet, una artista canadiense, se implantó en 2002 un microchip para explorar las relaciones entre la identidad y la tecnología en la era digital. Jonathan Oxer, un programador afincado en Australia, se implantó en 2006 un microchip para abrir las puertas de casa. Le gusta que le llamen 'cyborg' en proceso. El estadounidense Mikey Sklar reconoce que lo menos importante es la utilidad del dispositivo: lo que quiere realmente es aprender sobre RFID a un nivel más profundo.
Amal Graafstra es uno de los aventureros tecnológicos más famosos. Amal tiene un implante en cada mano desde 2005. En la derecha, tiene una etiqueta RFID regrabable con la que puede descargarse información o subirla a través de su móvil. Con la izquierda, abre las puertas de su casa en Seattle, enciende el teléfono, introduce la contraseña del ordenador o arranca el coche o la moto. Sus últimos avances, compartir vídeos de Youtube o páginas de Facebook.
Graafstra se ha convertido en un auténtico predicador del 'biohacking', término que utiliza para explicar el que, en su opinión, es el siguiente paso en la evolución humana. Defensor del hazlo tú mismo, ha escrito un libro, 'RFID Toys', en el que explica paso a paso cómo implantarse un microchip. Incluso ha creado una empresa, Dangerous Things (Cosas Peligrosas en español) para la venta de estos implantes. En la página web también se ofrecen tutoriales y consultas telefónicas para los que quieran imitar su particular modo de vida.
El estadounidense conocía a un médico que le implantó uno de sus microchips con la ayuda de la aguja de un veterinario. Ahora él mismo se dedica a la noble tarea de 'chipear' a quien lo desee en estaciones de modificación humana al aire libre. Por el dolor no hay que preocuparse demasiado. Según su testimonio, es similar al de ponerse un 'piercing'. Además, solo son necesarios entre 5 y 10 segundos para la inyección del microchip. Para quien quiera contemplar la sencillez del proceso recomendamos estas imágenes, no aptos para hematófobos.
Si te disgusta el sencillo proceso quirúrgico, lo que sí puede interesarte es el precio. Pedro Peris, profesor del Departamento de Informática de la Universidad Carlos III de Madrid, nos explica que es una tecnología asequible: “el coste de un 'tag' o etiqueta RFID varía desde unos céntimos hasta 1 o 2 euros”. Podríamos adquirir el lector y unas tarjetas RFID por entre 30 y 40 euros, teniendo además en cuenta que al ser etiquetas pasivas (no tienen batería, solo se activan al ser leídas), duran mucho tiempo.
Amal Graafstra creó en una iniciativa en la plataforma de 'crowfunding' Indiegogo con el objetivo de recaudar 8.000 dólares para la producción de sus microchips xNT, basados en la tecnología NFC ('Near Field Communication') compatible con móviles y 'tablets'. Ha recaudado 30.000 dólares. La etiqueta y el kit de implantación de Dangerous Things cuestan 99 dólares (unos 75 euros) y un dispositivo de lectura y escritura compatible con Arduino, 29 dólares (unos 22 euros). Según el estadounidense, unas 1.000 personas ya se han implantado sus microchips.
ENTRAR AL METRO SIN ABONO
En la actualidad, la tecnología NFC, un subconjunto de RFID que limita el rango de alcance de la señal a unos 10 centímetros, se utiliza ya en los pasaportes electrónicos y también como medio de pago en lo que se conoce como “pago sin contacto”. Algunas tarjetas de crédito ya han incorporado esta tecnología, así como las tarjetas de abono transporte que ya han llegado a Madrid. Apple acaba de subirse al carro con su nuevo servicio Pay
La cuestión es, ¿podríamos implantarnos nuestro abono? No conocemos a nadie que lo haya hecho, pero sí a alguien que quiere hacerlo. El periodista Frank Swain publicó un videotutorial explicando cómo extraer la etiqueta RFID de la tarjeta Oyster para el transporte londinense. Algunos fans tomaron ejemplo y colocaron sus etiquetas en pulseras, anillos, varitas mágicas o frutas.
La próxima meta para Swain es implantarse su Oyster. Según relata en un artículo en la BBC, ya ha conseguido a un exmilitar de los Reales Marines dispuesto a convertir su mano en un novedoso ticket de metro, pero aún no dispone de la silicona adecuada para recubrir el microchip y evitar una reacción negativa de su cuerpo. El intrépido periodista cree que en un futuro todo lo que nos rodea será accesible con un microchip RFID. “Si ese día llega, no puedo pensar en un lugar más seguro que dentro de mi propio cuerpo”, asegura.
¿LADRONES DE MANOS?
Uno de los temas que más preocupa con cada nuevo avance tecnológico es la seguridad. ¿Podrán controlarnos a través de nuestro implante? El experto en temas de criptografía y seguridad Pedro Peris destaca que no podemos estar localizados con los microchips: no tienen un GPS. A diferencia de los móviles, con los que sí estamos ubicados, las etiquetas RFID solo pueden ser interrogadas por un lector a pocos centímetros de distancia, por lo que tendría que haber lectores adecuados para escanear esas etiquetas por todas partes registrando nuestros movimientos.
Una de las causas del fracaso del VeriChip fue precisamente la seguridad. En 2006, Annalee Newitz y Jonathan Westhues clonaron la información del VeriChip alojado en Newitz clonaron la información del VeriChip alojado en Newitz, robando la clave ID a través de un lector. Westhues explicó en su página web el proceso para todos aquellos que quisieran aprender cómo clonar un VeriChip con un lector común, duplicando la ID.
Pedro Peris nos explica que, en el caso del VeriChip, no se incorporó ningún estándar de seguridad para proteger la ID, por lo que, si la etiqueta no soporta ninguna medida de seguridad y contesta ante un lector (muy cercano) que la interrogue, un atacante podría clonar la respuesta. Además, si la etiqueta responde siempre con la misma ID, se podría obtener la trazabilidad de su portador. Pero el VeriChip nació para albergar información médica, por lo que en principio no requería ningún estándar de seguridad: solo era un inocente número asociado a una base de datos.
Mark Roberti, editor de RFID Journal, considera que un ingeniero con conocimientos de radiofrecuencia podría crear un dispositivo para imitar las ondas de radio de un microchip específico, aunque cree que engañar a alguien a pocos centímetros de distancia es complicado.
En 2009, el profesor británico Mark Gasson, investigador y colega en la Universidad de Reading de Kevin Warwick (aquel primer 'cyborg'), se convirtió también en pionero. Fue el primer hombre con un virus informático dentro de su cuerpoun virus informático dentro de su cuerpo. El científico se infectó a propósito para probar su funcionamiento. Cuando usó el microchip de su mano para entrar en un edificio, el virus se transfirió y corrompió el sistema informático.
Pese a que Gasson pretendía probar los límites de la tecnología RFID, está convencido de que los implantes se convertirán en una tecnología no opcional, al igual que el móvil, y destaca que la cirugía estética está ampliamente aceptada pese a utilizar también procedimientos invasivos con el cuerpo humano.
Amal Graafstra, por su parte, defiende que el microchip es más seguro que una llave física, según ha explicado a HojaDeRouter.com. “No puedes perder un microchip y es muy difícil de copiar o robar. Ofrece un sistema donde cada llave para una puerta es única, mientras que una llave física se puede copiar o distribuir”. Graafstra señala que, ante un posible ataque, los hipotéticos ladrones tendrían que conocer además dónde vive. “Hay formas más sencillas de robarme, como romper mi ventana”, subraya.
El fundador de Dangerous Things nos explica que el método de robo sería la emulación: se lee la etiqueta y después un circuito especial emula ser esa etiqueta por un tiempo. Sin embargo, nos puntualiza que su tag implantable xNT “está protegido con una contraseña, lo que hará que la lectura sea imposible sin ella”.
El investigador Pedro Peris asegura que “la solución para no caer en el alarmismo es dotar a las etiquetas de mecanismos de seguridad basados en criptografía estándar”. Protocolos de autenticación en los que tanto la etiqueta como el lector verifican la identidad de la otra parte probando que ambos conocen un secreto común, por ejemplo, una clave. Peris compara la seguridad del microchip con la de una bicicleta: si la dejas en la puerta de casa sin candado pueden robártela. Cuanto más seguro sea el candado, más difícil será que te la roben.
Según el profesor de la Universidad Carlos III, la seguridad de una tarjeta de crédito RFID no depende de si la llevamos fuera o dentro de nuestra mano, sino de los mecanismos de seguridad que soporte la tarjeta, y existen suficientes para que atacarla sea prácticamente imposible. Amal Graafstra no cree que los implantes vayan a ser usados como medio de pago y añade que “el robo de información a gran escala del público general no proporcionará ninguna información útil... solo números aleatorios y sin conexión”.
¿Y el robo físico del microchip? Aunque se presenta como la alternativa menos sensata, hay que matizar que los microchips se pueden extraer del cuerpo a través de una pequeña cirugía que podrían realizar un doctor e incluso un tatuador provisto de un bisturí, según nos explica Graafstra.
¿CONSERVADURISMO CIBERNÉTICO?
Aunque en los primeros años de este milenio se vivió un 'boom' de los implantes RFID, no se han convertido, por el momento, en una moda. El investigador Pedro Peris cree que somos reacios a incorporar la tecnología a nuestro cuerpo. Parece más probable que llevemos la tarjeta de crédito en nuestro móvil a que nos decidamos a llevarla oculta bajo nuestra piel. En España, hay un vacío legal sobre los implantes RFID en humanos. Solo el Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación (INTECO) ha señalado que su uso será beneficioso siempre que se asegure su correcta utilización.
El editor de de RFID Journal, Mark Roberti, asegura que nadie ha denunciado hasta la fecha que le hayan implantado un microchip contra su voluntad. Un alivio. Aunque si perteneces a ese alto porcentaje de humanos desconfiados de las bondades de la tecnología RFID, y rechazas la útil idea de vaciar definitivamente sus bolsillos instalando un pequeño dispositivo en tu delicado tejido subcutáneo, cabe un último apunte para tu reflexión personal: si ahora mismo tuvieras un microchip bajo la piel, ni siquiera lo sabrías.
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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Amal Graafstra, Lwp Kommunikáció, Ratha Grimes y Dana Gordon