El primer portátil de la literatura fue español (y se burlaba del capitalismo)

Para producir al por mayor y a buen precio “literatura de todas clases, ya sea en prosa, ya en verso” y “abastecer al mundo entero de novelas, dramas, poemas, etc.”, una compañía de nombre impronunciable fabricaba unas increíbles máquinas capaces de escribir textos pertenecientes a géneros transformados por el componente artificial del proceso, como la galvanostiquia (la versión mecanizada de la poesía) o la electroprosa.

Esta misteriosa empresa, presuntamente neoyorquina, publicitaba así las posibilidades de sus inventos en las ediciones del 26 y el 31 de mayo de 1892, respectivamente, de los periódicos El día de Madrid y La Vanguardia de Barcelona. Pero, como los lectores de la época seguramente intuyeron, ni existía un catálogo ni había forma de conseguir aquella tecnología futurista.

Todo era fruto de la imaginación de un escritor de carne y hueso, el ovetense Rafael Zamora y Pérez de UrríaRafael Zamora y Pérez de Urría, más conocido por su título de marqués de Valero de Urría. A diferencia de otras referencias literarias a la inteligencia artificial precedentes, la “máquina cerebral”, el portentoso aparato ficticio capaz de generar versos y novelas, no era un robot. Tampoco un cíborg, ni se parecía a las enormes computadoras descritas por autores como Asimov. Su detallada descripción recuerda, más bien, a los ordenadores portátiles actuales.

“El marqués de Valero de Urría fue el primero que dedicó un texto literario ficticio a una máquina de estas características”, explica a HojaDeRouter.com Mariano Martín, responsable de un estudio sobre el invento y su carácter pionero. El también codirector de la revista de estudios sobre literatura especulativa Hélice y miembro del grupo de investigación HISTOPIA de la Universidad Autónoma de Madrid asegura que se trata de “una especie de ordenador personal, un aparato portátil” sin parangón entre las obras nacionales ni internacionales de la época.

Después de publicar aquella primera versión del relato en formato publicitario, el asturiano lo incluiría ampliado como uno de los capítulos de su libro Crímenes literariosCrímenes literarios, titulado La máquina cerebral. Firmado por su heterónimo el profesor don Iscariotes Val de Ur y publicado en 1906, el manuscrito —uno de los primeros ejemplos de surrealismo escrito en España— está siendo reeditado por La biblioteca del laberinto y saldrá a la venta este mismo mes.

De Los viajes de Gulliver a Edison

El artilugio ideado por el marqués de Valero de Urría, bautizado como cefalia en Crímenes literarios, trabajaba de manera similar a los ordenadores actuales: generaba información —en este caso, obras literarias— a partir de órdenes. Sus entrañas, sin embargo, eran bastante diferentes. El secreto de su funcionamiento era el “fluido primordial o hipereléctrico”, una de las partes que, según explicaba el autor referenciando a Edison, componían la electricidad. Era, concretamente, la que representaba el talento humano, purificado y convertido en una cualidad de las máquinas.

Para fabricar un texto, había que cargar los depósitos de fluido o condensadores y conectarlos con una impresora. Cada uno “contiene una cantidad adecuada y matemáticamente determinada de una masa o pulpa homogénea cuya composición química, circunvalaciones, depresiones y lóbulos son exactamente iguales a los de un encéfalo humano”, describía el ovetense.

Aunque nunca se había dedicado una obra entera a un artefacto ni mencionado uno tan similar a un ordenador, sí existían algunos ejemplos de alusiones a máquinas escritoras en la literatura que, muy probablemente, sirvieron de inspiración al asturiano. Por una parte, el irlandés Jonathan Swift ya describía uno de estos aparatos en su libro Los viajes de Gulliver y, por otra, el ruso Faddei Bugarin hablaba de máquinas productoras de verso y prosa en Fantasías verosímiles o viaje al siglo XXIX.

El objetivo último de cefalia también difería de los de sus predecesoras. La empresa que la fabricaba quería con ella mercantilizar la literatura, convertirla en un producto desvinculado de la naturaleza humana, la imaginación o la creatividad. El cometido de este ordenador ficticio era “sustituir a los escritores y hacer de la literatura una actividad industrial”, señala Martín.

Según el marqués, las letras se convertirían en “un artículo de comercio que se podrá pesar, medir y comprar”. Echando mano de la sátira y la ironía, recursos que emplea hábilmente en todo el texto, el autor advierte que este cambio acabaría con la inspiración individual, una “cosa despreciable, anticuada y eminentemente propensa a trastornar a los hombres y a distraerles de la sana idea del egoísmo, norma y regla de la existencia moderna”.

“Su principal objetivo crítico tiene que ver con la situación económica de entonces, con el capitalismo y la mercantilización del arte y la literatura”, advierte Martín. El autor planteaba así un panorama muy cercano al actual, donde la inteligencia artificial y las máquinas conquistan cada vez más áreas antes reservadas exclusivamente al intelecto humano.

Todos los idiomas y géneros

La producción artificial y en cadena de obras en todas las lenguas y dialectos, incluso aquellas “antiguas o muertas”, serviría, además, para crear grandes bibliotecas cuyos volúmenes respondiesen solo a fines utilitaristas. Y la confección de textos de distintos géneros permitiría a muchos beneficiarse de las máquinas literarias: directores de teatro con un repertorio inagotable de obras dramáticas, editores y libreros con tiendas abarrotadas de nuevos títulos y exploradores capaces de regalar libros en su idioma a los habitantes de territorios poco conocidos.

Pero la imaginación del asturiano iba más allá. No solo creó un ordenador portátil que producía textos mejor que los humanos, sino que a este se le sumaban una serie de curiosos periféricos. El catálogo incluía plumas y lápices automáticos para escribir cartas, electroprosadoras y versificadoras para aficionados y una gama especialmente dedicada a los políticos compuesta por discursadoras para componer y pronunciar mítines y cajas fonográficas que emitían exclamaciones como ¡bravo! o ¡que se calle!, según el caso.

Por desgracia, la genialidad de marqués de Valero de Urría, popular en los círculos ovetenses por su figura de dandi ilustrado, pero desconocida en el resto de España, no tuvo demasiada repercusión. Un cúmulo de circunstancias hizo que la máquina cerebral cayera en el olvido tanto en su versión original como en la incluida en el libro. Por una parte, “la edición en el periódico no tuvo ningún eco, porque ni siquiera se publicó como ficción, sino como una especie de broma”, explica Martín. Por otro, el autor murió joven, solo unos meses después de la publicación de Crímenes literarios, por lo que no pudo promocionar la obra ni desarrollar una carrera más extensa.

Ha pasado inadvertido como todo lo que se ha hecho en España de ciencia ficción temprana, porque hasta hace pocos años se pensaba que no había”, dice el experto. Afortunadamente, gracias al trabajo de investigadores como él, las obras de grandes genios como este peculiar asturiano salen a la luz e, incluso, resucitan para llegar a nuevos lectores que siguen valorando la imaginación y el talento humanos por encima del artificial. Al menos, de momento.

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