Hemos alcanzado el mayor número de refugiados de la historia: hay más de 65 millones de personas desplazadas en el planeta, según el último informe de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados. Las cifras globales relativas a la violencia tampoco son halagüeñas: los conflictos, incluido el terrorismo, cuestan a los gobiernos 13,6 billones de dólares (cerca de 12 billones de euros) anuales. El gasto representa, al menos, el 13,3 % del producto interior bruto mundial.
Frente a este exorbitante desembolso, la inversión destinada a promover la paz es casi irrisoria: en el 2015, Naciones Unidas destinó tan solo 8.300 millones de dólares (unos 7.000 millones de euros) a este fin.
Aunque borrar de un plumazo un problema de inabarcables dimensiones es prácticamente imposible, hay quien intenta, por medio de iniciativas a nivel nacional o local, tender una mano a las comunidades de los países más afectados por las injusticias y la violencia. La organización no gubernamental PeaceTech Lab lo hace blandiendo la tecnología como arma contra las desigualdades y en pos del activismo social.
El proyecto nació como un centro de innovación dentro del Instituto por la Paz de Estados Unidos (USIP), con sede en Washington, del que se escindió hace tres años para continuar su labor en solitario. Liderado tanto por profesionales de la ingeniería, el ‘big data’, la ciberseguridad y la comunicación como por expertos en conflictos y cooperación, sus líneas de actuación incluyen desde una aceleradora de ‘startups’ aceleradora de ‘startups’hasta distintas iniciativas para dar voz a los jóvenes de países en conflicto combinando el poder de internet y la radio y la televisión.
Un impulso para empresas comprometidas
“El PeaceTech Accelerator apoya a aquellas ‘startups’ que diseñen, desarrollen y utilicen tecnologías innovadoras para contribuir a acabar con los conflictos y promover una paz sostenible”, explica a HojaDeRouter.com Twila Tschan, portavoz de la iniciativa. Esta es la definición más amplia; las empresas pueden enfocarse en áreas que van desde las finanzas hasta la gestión de recursos, pasando por la violencia de grupos extremistas o la de género.
El programa ofrece a las empresas seleccionadas financiación, asesoramiento y un espacio donde trabajar durante ocho semanas. En su primera hornada había proyectos de países sumidos en la violencia, como la firma de desarrollo de videojuegos “para la paz” de Sudán del Sur Junub Games o la plataforma de música en ‘streaming’ sudafricana Nichestreem, pero también de naciones occidentales, como la aplicación social Wistla.
En su segunda hornada se incluyen, entre otras ‘startups’, Annona, una herramienta móvil para incorporar a los pequeños productores en las cadenas de suministro globales, y Hala Systems, una empresa social que desarrolla soluciones tecnológicas para proteger a quienes sufren las consecuencias de la guerra, los movimientos extremistas y las crisis humanitarias.
La radio y las redes sociales como altavoz
Además de su programa de apoyo a los emprendedores, PeaceTech Lab ha lanzado diferentes proyectos basados en los medios comunicación y las nuevas tecnologías para mejorar la situación de los más jóvenes en los países en conflicto. “Los medios tienen el poder único de combinar el entretenimiento y la educación. Pueden ayudarte a entender y empatizar con un personaje, lo que creo que es un ingrediente clave para la paz”, subraya Tschan.
Un buen ejemplo de lo que explica es ‘Sawa Shabab’ Sawa Shabab’(‘Jóvenes Unidos’ en español), una especie de telenovela radiofónica emitida en Sudán del Sur. Si bien desde la institución les guían sobre cómo tratar cuestiones como la unidad, el empoderamiento de la juventud, la igualdad de género y la responsabilidad individual, el programa está enteramente producido y protagonizado por colectivos locales.
Después de cada episodio, sus responsables hacen una pregunta a la audiencia sobre el tema que se ha abordado, y esta puede contestar a través de mensajes de texto o Facebook. Así, “el proyecto se ha convertido en una plataforma para que los jóvenes puedan expresarse y compartir sus retos y esperanzas de cara a un Sudán del Sur unificado”, indica Tschan, quien señala también algunos de los frutos obtenidos: “Después de la segunda temporada, vimos un incremento del 22 % en las oyentes que se veían como miembros igualitarios de la sociedad”.
Tanto las redes sociales como WhatsApp son potentes herramientas para congregar y dar voz a la ciudadanía en momentos de crisis. En Irak, la organización produjo entre 2009 y 2014 ‘Salam Shabab’, un ‘reality’ televisivo para jóvenes cuya página de Facebook tiene decenas de miles de seguidores en todo Oriente Medio. A pesar de que el programa tocó a su fin, la comunidad continuó manteniendo el contacto a través de la plataforma.
Cuando el ISIS tomó las ciudades de Tikrit y Mosul en octubre del 2014, los jóvenes utilizaron la red social para comunicarse, prestarse apoyo y ayuda. Valientemente compartían todo tipo de contenidos promoviendo la paz, la tolerancia, criticando el extremismo y denunciando las injusticias que estaba sufriendo la sociedad, organizaban marchas y reunían voluntarios para asistir a las personas desplazadas de sus casas.
A pesar de ser una institución relativamente pequeña, PeaceTech Lab rebosa dinamismo y aprovecha las alianzas con grandes organizaciones como USIP e iniciativas a nivel local y regional como la iraquí Sanad. “Países como Irak, Paquistán, Nigeria y Afganistán ya cuentan con gente increíble que trabajan por la paz y con el talento técnico necesario”, asegura Tschan. Parte de su labor consiste en crear sinergias y poner en contacto a colectivos, así como en mostrarles nuevas herramientas y cómo utilizar los datos para potenciar su trabajo.
Siguiendo la pista al odio
No hay que remontarse mucho para dar con uno más de sus proyectos exitosos. Junto con otro par de organizaciones, el brazo africano de PeaceTech Lab afincado en Nairobi puso en marcha durante las elecciones keniatas celebradas este verano un sistema de alerta y respuesta a incidentes violentos basado en mensajes de textosistema de alerta y respuesta. Quienes se suscribían a la plataforma podían, además, avisar sobre rumores o si habían sido testigo de fraude o injerencias en las votaciones.
Más de 200.000 personas de cuatro provincias se apuntaron al servicio. Además de los SMS, el laboratorio tecnológico monitorizó las conversaciones en redes sociales antes, durante y después de los comicios para analizar y contextualizar las publicaciones y ayudar a las fuerzas de seguridad a detectar expresiones de odio relacionadas con el sufragio.
El predecesor de esta iniciativa keniata fue un estudio que la ONG conduce en Sudán del Sur desde el año pasado. Antes de que las noticias falsas y el lenguaje del odio coparan los titulares en la prensa de las naciones occidentales, sus contactos en el país africano ya les advertían sobre los escalofriantes vídeos que circulaban por las redes sociales promoviendo la violencia y anunciando supuestas masacres que sembraban el pánico entre los usuarios.
Fue entonces cuando decidieron analizar las expresiones que plagaban estos mensajes de manipulación, de dónde venían y en qué plataformas eran más abundantes. “Nos sorprendió averiguar que la mayor parte del discurso de odio se originaba en la diáspora sudanesa en Estados Unidos, Canadá y Australia”, cuenta Tschan. A partir de sus hallazgos, decidieron ampliar su foco educativo para abarcar las comunidades presentes en esos países y utilizar los resultados de los estudios léxicos en otros proyectos como el de Kenia.
Ambas iniciativas demuestran que los datos son una herramienta útil en manos de aquellos que tratan de monitorizar los conflictos armados y ayudar a las comunidades afectadas. Pero no siempre es fácil encontrarlos, analizarlos, interpretarlos y presentarlos en un formato entendible. “La mayoría y los más valiosos están almacenados en hojas de cálculo o informes imposibles de leer”, dice Tschan.
Por eso en PeaceTech Lab han lanzado una plataforma para hacer la información accesible a los colectivos que luchan por instaurar la paz. “Queríamos proporcionar a las organizaciones y los activistas un lugar centralizado donde poder observar las tendencias de las noticias, las redes sociales y otros indicadores de inestabilidad”, asegura la portavoz. Así, en esta web pueden encontrarse desde mapas donde se representan los actos violentos hasta gráficos sobre el léxico utilizado en diferentes países.
¿Los retos de cara al futuro? “Los grandes problemas como los conflictos y las crisis de refugiados necesitan grandes soluciones, y por eso queremos ampliar el alcance de nuestros proyectos con más éxito”, indica la responsable de PeaceTech Lab. Entre otras cosas, colaboran con una cadena de televisión pakistaní para lanzar un programa de noticias 24 horas creado por y para la juventud y en Nigeria trabajan para expandir los informativos en hausa —una lengua afroasiática hablada por unos 40 millones de personas— a los territorios del norte afectados por el grupo extremista Boko Haram.
Del lado de los datos, la organización planea ampliar el alcance de la plataforma GroundTruth Global, una poderosa herramienta para emitir alertas tempranas sobre conflictos basadas en el ‘big data’, como el que se obtiene de imágenes de satélite, la información recabada en las redes sociales y los datos locales recogidos por sus socios ‘in situ’.
Aunque conseguir la paz mundial parece una meta demasiada ambiciosa (por no decir imposible), los granitos de arena con los que contribuye PeaceTech Lab sirven para mantener a raya los conflictos violentos, proteger a quienes los sufren y acercarnos un poco más al cumplimiento de uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas: “Promover sociedades pacíficas e inclusivas”.
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Todas las imágenes de este reportaje son cortesía de PeaceTech Lab