Makespace Madrid: dos años 'cacharreando' con impresoras 3D y 'hardware' libre

Impresoras 3D, placas de 'hardware' libre Arduino, un laboratorio de electrónica, una cortadora láser, otra de vinilo, una fresadora CNC, una rotomoldeadora, cables, plásticos y mucho entusiasmo por utilizarlos todos para transformar las ideas en inventos. Así nos presenta César García, uno de los fundadores de Makespace Madrid, este taller de creación y fabricación digital en el que las herramientas y proyectos se han ido multiplicando a lo largo de sus dos años de vida.  

La vitalidad del espacio la aportan los 70 miembros de esta comunidad de invención colaborativa. “Lo importante para nosotros es servir de pegamento y que la gente se una para trabajar”, nos cuenta García. La cohesión de sus miembros es incluso más relevante que el 'hardware' o las herramientas. Ayer celebraban su segundo aniversario y estos 'makers' explicaban a los interesados no solo los resultados de sus proyectos, sino también cómo habían logrado desarrollarlos. Delhazlo tú mismo” al “hazlo con otros”.   

“Aquí siempre hay alguien que tiene la experiencia que tú necesitas. El grupo es lo más importante”, defiende Javier Martínez, un ingeniero naval prejubilado que decidió unirse al Makespace hace cinco meses. No sabía nada de diseño en 3D, pero ya se ha fabricado su propia impresora, ha impreso juguetes y quiere diseñar cascos de barco para construir sus propias maquetas. “El campo de trabajo es tu imaginación”, asegura Martínez, que cree que hace falta más voluntad que conocimientos para aprender a fabricar tus propios objetos.   

Ingenieros, artistas, físicos, informáticos, arquitectos y apasionados de la electrónica, jóvenes y no tan jóvenes, mezclan sus saberes en este taller autogestionado que funciona gracias a los 30 euros mensuales que aportan sus miembros, a las derramas para compra de materiales - como en cualquier comunidad de vecinos - y a las donaciones de herramientas nuevas y materiales desechados. Hasta un teclado viejo puede revivir en un nueva creación.   

Algunos de sus miembros se dedican profesionalmente a la programación, y esta comunidad sin ánimo de lucro les ha ayudado a materializar sus conocimientos. Es el caso de Enrique Vaquero. Este informático ha aprendido en el taller a fabricar sus propias impresoras 3D, que en un futuro quiere utilizar para desarrollar proyectos relacionados con las energías renovables.

Placas Arduino, motores, piezas impresas en 3D y varillas metálicas se han fusionado en las creaciones que Enrique ha desarrollado con Jairo Hamburger, un técnico en prevención de riesgos laborales. Enrique se ha encargado de la programación y Jairo, de la parte mecánica. El 'hardware', el 'software' y hasta el pensamiento es libre. “En la empresa privada parece que el de al lado te puede robar las cosas, aquí no, aquí es todo colaborativo, es todo más productivo”, señala Jairo.   

La sangre 'maker' que recorre este espacio invita a crear y transformar. “Creo que es una actitud: antes de comprármelo voy a ver si me lo puedo hacer yo”, defiende Sara Alvarellos, cofundadora de Makespace Madrid. “Si tienes un potencial para la invención te vuelcas, te da muchas posibilidades. Es verdad que te sientes empoderado”. Los 'cacharreros' de este espacio optan por imprimirse sus propios utensilios domésticos, desarrollar su propia instalación domótica o fabricar sus propios robots antes de recurrir a terceros. La satisfacción está en participar en todo ese proceso de creación.

DE CINCO PERSONAS A UNA COMUNIDAD

César García y Sara Alvarellos habían participado en el FabLab León y se contagiaron de su espíritu de comunidad y creación. Hace dos años, se unieron con otros tres 'makers' con las mismas inquietudes y decidieron crear el primer Makespace en la capital, tomando el nombre del Makespace de Cambridge e inspirándose también en el Hackspace Londres.

“Faltaban espacios para diseñadores, para programadores, no había sitio para trabajar con lo tangible. Con la internet de las cosas no va a ser necesario solo trabajar con el código, sino también con lo físico”, nos explica César García. Consiguieron animar a suficientes amantes de la artesanía digital y remodelaron un antiguo taller cerca de Atocha, creando un colectivo que no se guía por unas estrictas reglas, sino por una serie de valores: la seguridad, el respeto por los demás, la colaboración y la inclusividad.

No se requiere ningún conocimiento previo para entrar y los martes por la tarde el Makespace se abre para todo el público que quiera conocerlo o charlar sobre sus proyectos. “No hacemos criba. Con que aceptes las normas de uso y entiendas lo que somos, vale”, defiende Alvarellos.

El Makespace es también un espacio autónomo. “Queríamos algo independiente que fuera creciendo poco a poco, sin estar condicionados a subvenciones”, nos cuenta García. Esta es una de las diferencias entre el Makespace y los FabLabs, normalmente respaldados por financiación pública o por fundaciones y universidades, como sucede con el MediaLab-Prado, el laboratorio ciudadano del Ayuntamiento de Madrid.  

Este taller de iniciación tampoco quiere definirse como un 'hackerspace' - “el Makespace está ligado a técnicas más tradicionales, abarcamos una comunidad más amplia”, nos cuenta Alvarellos - ni como un 'coworking'. No quieren ser un espacio de trabajo, sino un lugar para desarrollar proyectos, para aprender más que para producir.

Los miembros se organizan a través de listas de correo y de su 'wiki', y mantienen un sistema de transmisión colectiva. “Makerspace es como una isla, la moneda de cambio no es el dinero a nivel interno”, asegura Sara Alvarellos. Cada nuevo miembro recibe una formación gratuita para aprender a manejar la maquinaria, con el único requisito de enseñar a otros posteriormente. Dar y recibir es la filosofía de trabajo de esta sociedad 'maker'. 

Javier Fernández es el encargado de impartir la formación sobre impresión 3D. Sus compañeros aseguran que es un gurú de esta tecnología. “Yo soy el 'geek' clásico que ha hecho electrónica, diseño y programación. Vengo del 'cacharreo' y la investigación”, nos cuenta Fernández, que hace más de un año encontró en este espacio su lugar para aprender lo que no sabía y transmitir lo que ya sabe.

DEL TALLER DE 'DRONES' A LA SÍNTESIS DE SONIDOS FRUTALES

Los creadores de Makespace Madrid pueden desarrollar sus proyectos libremente, aunque muchos se han unido por grupos de interés. Los miércoles se reúnen los amantes de los drones, los jueves los interesados en los objetos conectados. Taller de osciloscopio, reciclaje de componentes electrónicos o modificación creativa a base de circuitos han sido algunas de las actividades que se han llevado a cabo en estos dos años de vida.  

“Hay uno que estuvo muy bien, el de síntesis de sonido analógico con fruta fresca”, nos explica Samuel Villafranca, un informático que trabaja con grandes servidores y que lleva meses construyendo un reloj con luces LED con una placa Arduino y piezas impresas en 3D como 'hobby', un proyecto que nos muestra con orgullo. Andrew Zaborowski, desarrollador en Intel, trabaja en el proyecto Sensorino, una red de sensores baratos para la 'smart home'.

El Makespace ha colaborado con el Centro de Referencia Estatal de Autonomía Personal y Ayudas Técnicas del Imserso (Ceapat) asesorando a sus técnicos en la utilización de impresoras 3D para el desarrollo de utensilios destinados a personas con problemas de movilidad.  

Sus miembros también están terminando de elaborar el 'Manual de Supervivencia Maker', un libro de referencia para el que quiera acercarse al mundo de la electrónica y la fabricación digital que han financiado gracias a una campaña en Goteo, y algunos han participado también en la organización de la primera Madrid Mini Maker Faire que va a celebrarse el sábado que viene, una feria tecnológica que arrancó en California en 2006 y lleva desde entonces recorriendo el mundo.

Pese a todas sus actividades, los proyectos del Makespace aún no se han transformado en empresas reales. No hay por qué monetizar la creatividad. “Parece que en esta sociedad si no sale un proyecto de 'startup' que levanta diez millones de euros en una ronda de inversión es que no estamos haciendo nada, cuando no es así. Nuestro objetivo es bajar la barrera de entrada a la tecnología y facilitar el acceso a todo el mundo”, defiende Alvarellos. García añade que muchos proyectos son a largo plazo y que aún tienen que dar el salto de los prototipos de la fabricación. “Queda el paso de la idea a crear una empresa viable”, nos cuenta.

Por el momento, ya han conseguido crear un espacio compartido y una comunidad de miembros estable que crece poco a poco: ayer mismo, en la celebración de su segundo aniversario, encontraron nuevos fichajes que quieren sumarse a esta iniciativa.

“Para mí lo más importante es que hayamos sido capaces de transmitir una misión y construir una comunidad que quiera seguir apostando por tener ese espacio accesible. Eso es lo revolucionario”, concluye Alvarellos. Su iniciativa es un ejemplo de que emprender un proyecto no nace del deseo de rentabilizarlo, sino de la inquietud de construir, de edificar, de crear, de inventar algo por uno mismo.