Sus conocimientos científicos permitieron a Guillermo Arides, el “anarquista más terrible y genial” de todos los tiempos, echar mano de “ignorados fluidos interplanetarios” para crear un arma capaz de aniquilar a nuestra especie. Lo tomaron por un loco inofensivo, pero Arides cumplió su propósito: acabar con todos los humanos (“y cuantos animales son a él semejantes en su constitución física”), salvándose solo él y un puñado de elegidos.
La genial historia de Arides y su arma de destrucción masiva salió de la imaginación de la escritora murciana Ángeles Vicente a principios del siglo pasado. Titulada Cuento absurdo, puede considerarse uno de los primeros ejemplos de literatura de ciencia ficción patria con sello femenino y figura por esta razón en la antología en dos volúmenes Distópicas y PoshumanasPoshumanas, un compendio de obras de este género producidas por autoras españolas desde principios del siglo XIX hasta hoy.
La selección de títulos ha corrido a cargo de la filóloga y escritora Lola Robles y la investigadora Teresa López-Pellisa. Ambas se embarcaron en el proyecto hace unos cuatro años, impelidas por su pasión por el género, su afán por su sacar del ostracismo a las literatas y, sobre todo, “cansadas de escuchar que en España no hay escritoras de ciencia ficción”, explica a HojadeRouter.com López-Pellisa.
Los libros dan visibilidad a más de una veintena de autoras, entre las que se incluyen desde nombres contemporáneos a otros que han permanecido en la sombra durante décadas. “La primera antología ciencia ficción española de los años 70 tiene un solo cuento de una mujer. Los editores de la época decían que es no había, pero eso no es cierto”, subraya la investigadora de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), quien asegura que la compilación representa solo una muestra de las que han recogido en una base de datos más amplia con alrededor de 90 escritoras.
Les costó encontrar editorial para un trabajo aparentemente “poco viable comercialmente”, pero finalmente lo han publicado (no sin un ligero lavado de cara) con Libros de la ballena, un proyecto del máster de edición de libros de la Universidad Autónoma de Madrid.
De mundos imposibles a cuerpos mejorados
Cada uno de los volúmenes de la antología corresponde a un gran bloque temático: mientras que uno recoge una mayoría de relatos sobre escenarios distópicos, el otro contiene textos que hablan de cuerpos transformados, “ya sea a modo de cíborgs o de seres que van más allá de lo humano”, detalla López-Pellisa. Sin embargo, la selección de títulos se basa, en realidad, en criterios cronológicos e historiográficos.
Así, si seguimos la línea temporal trazada por las antólogas, encontramos, junto con la autora de Cuento absurdo, el nombre de otra escritora del siglo XIX poco conocida por sus incursiones en el género. “La primera novela de Emilia Pardo Bazán es de ciencia ficción y tiene muchos cuentos de género fantástico”, señala la investigadora de la UIB. En 1894, la introductora del naturalismo en España publicó La cabeza a componer, título incluido en Poshumanas que ya adelantaba la idea de cíborg al tratar sobre intervenciones en el cerebro de una persona.
En sus primeros coletazos, la ciencia ficción patria trataba temas recurrentes del género, como la ciencia, los avances tecnológicos y la especulación, pero de manera sencilla, pues las mujeres habían permanecido tradicionalmente más alejadas de estas disciplinas que los hombres. Durante la primera mitad de siglo (hasta la Guerra Civil), las autoras plasmaban, sobre todo, los ideales de futuro que albergaban y las preocupaciones sociopolíticas que expresaban, principalmente, en forma de utopías y distopías.
“Es fascinante conocer la vida de las escritoras”, indica López-Pellisa, de ahí que cada cuento vaya acompañado de una breve biografía. Un caso curioso es el de la sevillana María Laffitte, Condesa de Campo Alange, una escritora feminista y sufragista que ya publicaba en los años 40 y cuyo relato cercano a la ciencia ficción Electroamor (1959) aparece en el volumen de Poshumanas.
En la segunda mitad de siglo XX, el género dio un giro causado por la influencia de la literatura estadounidense y las revistas para introducir más acción y entretenimiento. Sin embargo, más allá de temas como el espacio y las cuestiones científicas y tecnológicas, se mantuvieron otros asuntos de carácter social y existencialista, menos utópicos, marcados por los conflictos europeos de la época.
Muchas de las autoras de entonces escribían solo algunos cuentos de manera intermitente para luego desaparecer. Es caso, por ejemplo, de María Guera, que publicó junto con su hijo Arturo Mengotti ocho historias de ciencia ficción y terror en la revista Nueva Dimensión. “Era la única que publicaba como mujer entre los años 60 y 70”, explica la investigadora de la UIB.
Seres de otro planeta y mucho feminismo
“El tema de los extraterrestres es un clásico”, señala López-Pellisa. En El hijo de la ciencia —un relato de 1967 también incluido en Poshuamanas—, la escritora Alicia Araujo habla de la ingeniería genética, posible gracias a la tecnología proveniente del planeta UMMO, cuya existencia difundía la propia autora en las tertulias literarias que frecuentaba en Madrid.
Si durante la posguerra muchas escritoras publicaban con pseudónimos, sobre todo ingleses, no fue hasta finales de los 70 cuando el contexto político y social español permitió la aparición de más nombres femeninos. La transición trajo consigo una ola feminista que ya había calado en el mundo anglosajón, y con ella una mayor visibilización de las autoras en el panorama literario de nuestro país. “Empiezan a recibir premios, a figurar en revistas y a estar presentes en el ámbito académico”, dice la investigadora.
Un poco más tarde, en 1981, la alicantina Elia Barceló, considerada la mayor representante internacional de la ciencia ficción española escrita por mujeres, publicó su primera colección de historias titulada Sagrada. El libro incluía uno de los relatos seleccionados para esta antología del género, La mujer de lot, donde habla de la vida en otro planeta y de naves espaciales. Pero los textos de Barceló también tienen un fuerte componente feminista y de crítica a los convencionalismos sociales y culturales de género.
El final del siglo XX y la primera década del nuevo milenio ofrecieron un terreno firme donde, ahora sí, han proliferado un creciente número de autoras, muchas de ellas catalanas, como la informática Carme Torras, autora del relato La vida e-terna. Algunos ejemplos anteriores son los la farmacéutica y poeta Rosa Fabregat y el de Blanca Mart, cuyo relato La crisálida, incluido en Distópicas y publicado por primera vez en la revista Nueva Dimensión en 1981, trata sobre las aventuras de un piloto espacial y la trata de marcianas.
“La relación con el otro, con el diferente, es una marca de la casa de la literatura de ciencia ficción escrita por mujeres”, sugiere López-Pellisa. En el siglo XXI, los relatos muestran, además, una preocupación por la diversidad sexual. No solo están protagonizados por hombres y mujeres, sino que hay sitio para la cultura queer y la androginiaqueer, como bien demuestran los textos de la astrofísica Nieves Delgado y de la propia Lola Robles.
En Casas rojas, uno de los cuentos de Poshumanas, Delgado, muy interesada en la inteligencia artificial y la autoconciencia de las máquinas, describe el ambiente de un prostíbulo donde las personas se relacionan con androides al más puro estilo WestworldWestworld, creados para ser esclavos explotados sexualmente. Por su parte, Robles reflexiona en Mares que cambian sobre la transexualidad y la posibilidad de cambiar de sexo gracias a operaciones realizadas en otro planeta.
El monólogo Cuestión de tiempo, un relato de Susana Vallejo recogido por primera vez en la antología Alucinadas II (2016) que plantea cuestiones relacionadas con las redes sociales e internet, se encuadra dentro del ciberpunk, “un subgénero que no suele relacionarse con lo que escriben las mujeres”, dice la investigadora de la UIB.
López-Pellisa se muestra optimista y asegura que las cosas han cambiado mucho en el panorama de la ciencia ficción española con firma femenina desde el siglo pasado, gracias, en gran parte, a tendencias como el fandom, que se hizo fuerte en nuestro país en los años 90, las redes sociales y a los esfuerzos de activistas y editoras que tratan de visibilizar el trabajo literario y artístico de otras mujeres.
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