Musk-Zuckerberg: el odio como materia prima

De Elon Musk y su red X (con alrededor de 600 millones de usuarios) ya no nos sorprende nada. Mark Zuckerberg y su conglomerado Meta, formado, entre otros, por Instagram, Facebook, Whatsapp, Messenger y Threads (con 6.700 millones de usuarios), todavía nos habían dejado algo de margen para el asombro. Sin embargo, ahora que Meta ha decidido modificar su política de moderación de contenidos, el tándem Musk-Zuckerberg está de acuerdo en que los usuarios de sus redes podrán expresar prácticamente cualquier cosa ellas, aunque sea mentira. Así, aceptan que sus medios sean cuna y trampolín para la desinformación, el bulo y el odio rampante.
Una de las primeras consecuencias de la retirada del control de determinados contenidos en Meta es que a las personas del colectivo LGTBI se les podrá llamar “enfermos mentales”. Sorprendente. Hasta él sabe que la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar la homosexualidad una enfermedad mental en 1990. Con esto se demuestra que Zuckerberg (Musk nos lo dejó claro hace tiempo) no está dispuesto a mover un dedo para evitar que las personas asocien ideas erróneas y peligrosas.
Ojo. El calificativo “enfermo mental” no representa un insulto, sino una condición de salud. Del mismo modo, “homosexual” tampoco es un insulto, porque la orientación sexual de cada uno forma parte de su condición personal. Por lo tanto, no estamos hablando de que a una persona del colectivo LGTBI se le esté insultado cuando se le llama “enfermo mental”. A lo que nos referimos es que se están asociando falsamente una condición de salud y una condición personal. Decir “como eres homosexual, eres un enfermo mental” es tan falso como decir “como eres heterosexual, eres un enfermo mental”. O, “como tu poder adquisitivo es alto, eres un enfermo mental”. O “como eres dueño de un emporio tecnológico, eres un enfermo mental”.
Su justificación es que los usuarios de las redes deben poder expresarse libremente. ¿Eso es cierto? ¿No hay límites a la expresión? Cualquiera que tenga conocimientos básicos sobre convivencia democrática sabe que la libertad de expresión tiene límites, al menos en los países en los que existe una Constitución que protege los derechos fundamentales de la ciudadanía. Los límites deben existir porque no se puede calumniar (contar una falsedad sobre alguien con la intención de dañarle) o injuriar (insultar a alguien) por respeto al derecho al honor de la otra persona o grupo de personas. Al menos, los jueces lo tienen claro en nuestro país a la hora de invocar tal derecho. Incluso, en algunos casos y ante algunos temas, no tienen problemas con ponerse tremendos a la hora de defenderlo.
Quizás habría que ir pensando en poner límites constitucionales a la desinformación, aquella que está basada en una o varias falsedades. Al menos, cabría plantearse los límites ante la desinformación científica. Por ejemplo, hay falsedades que son fácilmente demostrables: no ha nacido persona en la historia de la Humanidad que haya padecido o padezca una enfermedad mental asociada exclusivamente a su condición de hombre, mujer, transexual, o por su orientación sexual. Quien diga lo contrario, miente. Y miente porque lo evidencia la ciencia. Del mismo modo que un juez sabe identificar una calumnia o una injuria, la ciencia sabe detectar una falsedad.
Pero no. Musk-Zuckerberg, a los que se les presuponen conocimientos de convivencia democrática y de ciencia, se niegan a defender lo verdadero frente a lo falso. Si fuesen unos memos, no sería preocupante. Pero es que Musk es el dueño de X, el director general de Tesla (algo importante, sobre todo para China) y el fundador de OpenAI. Zuckerberg, tres cuartos de lo mismo. Gobiernan importantísimas formas de generación de opinión y conocimiento humano y artificial.
Han creado un sistema a partir de una estructura (internet) que les fue servida por otros. Nietzsche ya lo advertía: “Primero se inventa un objeto, y luego otro le proporciona el uso que le conviene”. Su aparente sistema de opinión pública está al servicio de aquellos a los que les interesa la desinformación y propaganda. Ambas solo pueden ser utilizadas por alguien que persiga un fin último, y la Historia nos dice que quienes las usan persiguen concentrar poder para, una vez tenerlo, hacer con él lo que les plazca. Esto recuerda a lo peor de las dictaduras.
Si Musk-Zuckerberg permiten que el imaginario colectivo se nutra con un discurso anticientífico, contribuyen al retroceso, no al progreso. A que el mundo sea peor. A que el odio se expanda. A la oscuridad. A la posibilidad de regresar a los peores momentos. A la persecución, al encierro, al tratamiento fuera de contexto. A la hoguera. Musk-Zuckerberg son los únicos amos de la plaza (el cómo hemos llegado a este duopolio brutal, es otra cuestión que apenas se analiza). En cualquier caso, ellos son los responsables de que en esta plaza se mantenga la cordialidad, la idea sensata, la opinión fundamentada, o que se llene de aguas residuales y ponzoña que nos acaben intoxicando y ahogando a todos en un tsunami del que puede que nadie se salve.
El odio que resuena en las redes se contagia y se propaga rápidamente. Su energía es arrolladora, es como el fuego. De de odio están llenas las bombas que matan a seres humanos ante nuestros ojos, de odio son las piedras que lapidan, de odio son las manos que apalean a las mujeres y matan a los homosexuales. De odio fueron los puñetazos y patadas que acabaron con la vida del joven Samuel.
Cuando se arrasa algo tan valioso como la verdad y se sustituye por la mentira y el odio, volvemos atrás, a la época de la ignorancia, de la superchería, de la condena, del miedo. La época en que las cosas malas superan a las buenas. Y esa época está ahí, a una vuelta de tuerca más, cuando era impensable que volviésemos atrás. Supongo que en la década de 1930 pocos creían lo que estaba a punto de suceder. Nadie está a salvo del odio ni de la mentira. A pesar de que esta última sea una frase hecha, es totalmente cierta.
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