Cuando los Etsaiak subieron al escenario, entre el público -como decían los medios de la época- ondearon las crestas. “Joder tío, esto parece Euskadi en los 80. No había visto tanto punki nunca”, exclamaron. En realidad no era Euskadi, sino Mallorca. Esa isla paraíso a la que llegaban más de 7 millones de pasajeros y en la que el Rey -hoy emérito- se reunía en el Palacio de Marivent con Felipe González. Pero lejos de toda aquella oficialidad había otra Mallorca a contracorriente que estaba en plena ebullición y que acababa de levantar en uno de los barrios más degradados de Palma lo que aún hoy se recuerda como la meca del underground: el centro okupado Kasal Llibertari.
Su historia está inevitablemente unida a la del Polígon de Llevant. “Un barrio obrero y entonces estigmatizado porque la droga había entrado con fuerza. Que no tenía las infraestructuras de los barrios privilegiados, pero donde los vecinos reclamaban espacios culturales pese a que apenas existía un tejido cultural”, explica el historiador Tomeu Canyelles, autor de ‘¡Esta es nuestra guerra! Historia oral del punk en Mallorca’.
Entre las excepciones de aquel panorama estaba el Kolectivo Alternativo Juvenil (KAJ), que conocía que en una de las arterias principales del barrio -y justo frente a la sede oficial de Tráfico de la Guardia Civil- hacía años que se consumía una fábrica abandonada: Can Coromina. Una mole de cerca de 4.000 metros cuadrados que parecía el lugar perfecto para poner en marcha una utopía: el primer centro okupado de Mallorca.
“El fenómeno squatter entró muy tarde en España. En Reino Unido existía desde los 60, pero aquí el punto de inflexión llegó con el cambio de los 80 a los 90”, señala Canyelles. Entrada la nueva década, el paso de la Guerra del Golfo a la Guerra de los Balcanes, que “sumado al servicio militar obligatorio” despertó un importante “sentimiento antibelicista y de insumisión”, “el desencanto político con el PSOE” y la “euforia preolímpica” vieron surgir a una “juventud más politizada” que buscaba “mecanismos para crear una cultura alternativa” y que desembocó en el estallido okupa. Del Kasal Popular de Valencia al Centro Social Minuesa de Madrid, pasando por el Cine Princesa de Barcelona, la Casa de la Paz de Zaragoza o el gaztetxe de Kukutza en Bilbao.
A los del KAJ les bastó con citar algunos de esos nombres para conseguir la primera veintena de utopistas para su proyecto. “Algunos habían participado en esas iniciativas en la Península, pero trasladarlo a una isla tan conservadora como Mallorca era algo diferente, fue muy rupturista. Pero lo cierto es que conseguimos poner en marcha la primera gran experiencia okupa”, recuerda Víctor Campanas, fundador del centro y batería de la banda Bad Taste.
Algunos habían participado en esas iniciativas en la Península, pero trasladarlo a una isla tan conservadora como Mallorca era algo diferente, fue muy rupturista. Pero lo cierto es que conseguimos poner en marcha la primera gran experiencia okupa
En el número 5 de la calle Manuel Azaña las puertas de la antigua fábrica Can Coromina volvieron a abrirse. Según Canyelles, cumplía todos los condicionantes que establecía el movimiento okupa: se trataba de una infraestructura que llevaba tiempo abandonada, nadie particular dependía de ella y okuparla tenía “una misión social y política concreta”.
Pasaron cinco meses sacando suciedad y escombros. “Casa okupada, casa limpiada”, se leía en una de sus paredes. Lo que sucedió fue un auténtico oasis para la contracultura en una ciudad aún muy gris. El Kasal Llibertari creó talleres de artesanía, bar, una sala de conciertos y otra de juegos de rol. Tenía ocho habitaciones que servían como viviendas, pero también gimnasio, su propia emisora de radio y el primer skatepark de la ciudad.
“Uno de sus grandes logros fue crear una conciencia política a partir de las actividades que organizaba, no era sólo una cuestión de ir a pasárselo bien”, subraya Canyelles. En su programa, como en sus asistentes, cobraba especial importancia la lucha antifascista, antirracista o ecologista. Fueron la cuna de entidades como el Grup per a l’Alliberament Animal y de las primeras asociaciones feministas no institucionalizadas. “Palma era una ciudad con un movimiento político residual. Cualquier manifestación no pasaba de 200 o 300 personas. Ahora el movimiento alternativo de calle es mucho más fuerte, pero nosotros estábamos entregados todo el día”, afirma Víctor.
Aquel “desapego hacia las instituciones” que, según Canyelles, caracterizó a la generación X era aún más fuerte entre los adeptos del Kasal Llibertari y fructificó en enero de 1995 en el primer programa alternativo para las fiestas patronales de Sant Sebastià. En un momento en que, asegura Víctor, era “impensable” que el Ayuntamiento permitiera organizar una fiesta o un concierto en un espacio público. “Demostraron que era posible crear un Sant Sebastià no sólo desde el poder, sino también desde la gente, desde el pueblo, que no se sentía representado por la propuesta oficial. Que se podía conseguir una programación autogestionada”, añade el historiador.
El oasis del punk
“El Kasal Llibertari es lo más grande que ha habido en la historia de Mallorca para la escena musical de cualquier estilo, aunque el 90% de lo que sonaba era punk”, asegura Toni Maltraste, guitarrista de Bad Taste, en una de las entrevistas que se incluyen en el documental Jo Punk, dirigido por Dani Cuesta. Para Canyelles, el centro jugó un papel de “aglutinador” en la escena punk mallorquina. “Fue un revulsivo en una ciudad en la que no existía mucha conexión entre los grupos. Creó una nueva forma de funcionar”, coincide Víctor.
El Kasal abrió su escenario cuando la zona de Gomila (Palma) languidecía y locales históricos para la contracultura como El Barco –que había presentado directos de bandas de rock y punk- llevaba años cerrado. “Se convirtió en una referencia siendo un espacio autogestionado por gente que venía del underground”, subraya el historiador.
Entre sus paredes tocaron Bad Taste, Monstruación o Cerebros Exprimidos. Pero también leyendas del hardcore y el punk nacional como Vómito, Soziedad Alkohólika, Chicharrica… e incluso Javier Krahe. Si la primera Mostra de Música Anticapitalista de 1997 fue la demostración de que el punk mallorquín era algo más que un montón de grupos atomizados, con el lleno absoluto en la actuación de los brasileños Ratos de Porão, un año antes quedó claro que el Kasal iba más allá de una cosa “de tres colgados”.
“Aquellos años fueron el momento más álgido del punk porque tenía un espacio y era suyo, y eso motivó una explosión constante de grupos que se nutrió también de la inmigración argentina”, explica Canyelles. Al calor libertario surgieron no sólo nuevas bandas, sino también sellos musicales como Sedición. “Junto a los locales del hipódromo de Son Pardo o la FEMU -una fábrica abandonada que también acogió locales de ensayo- el Kasal fue el gran centro de creación libre de Mallorca”, añade Dani Cuesta.
La memoria visual de un mito
Partiendo del pormenorizado estudio de Canyelles, ‘Jo Punk’ reconstruye y retrata el movimiento contracultural en Mallorca desde los 80 hasta la actualidad para constatar, como sospechábamos, que el punk no ha muerto. Un documental que repasa la historia de alguna de las bandas más destacadas de la isla y que muestra por primera vez parte del archivo audiovisual de lo que fue el Kasal Llibertari.
“La película sirve para poner en contexto algo que se convirtió en todo un mito, para ver lo que fue esa experiencia, la única vez que se ha logrado un experimento de ese calibre. Y es importante que lo vean las nuevas generaciones que no han conocido ese tipo de centros okupas en Mallorca, pero sí en otras ciudades”, explica Cuesta.
Tras su lleno absoluto en el estreno de hace algunas semanas en la Sala Rívoli de Palma, Jo Punk se proyecta este sábado en el Casal Pere Capellà de Algaida -de nuevo con entradas agotadas- seguido de un concierto de los legendarios Guadaña. Por el metraje desfilan las grabaciones de Radio Activitat, las noches en el bar para recaudar fondos, los conciertos, las asambleas o las pintadas que lo definían como “lokal autogestionado, antiautoritario y antisexista”. Pero también rememora el proceso de desahucio y el cierre definitivo del Kasal que no consiguieron evitar las protestas.
Adiós al Kasal
“Perder el Kasal fue una hostia”, reconoce Toni Maltraste en el documental. En realidad, la amenaza de expulsión había estado presente prácticamente desde los inicios y, aun y así, tardó tres años y medio en llegar. En 1997 la British Petrol, propietaria de los terrenos, decidió derribar la fábrica para levantar una gasolinera. “Sabíamos que estábamos vendidos”, reconoce Víctor. Pero no dejaron de luchar.
Cerca de 400 personas se echaron a la calle el día del desalojo. “Fue la primera manifestación en la que vi a la gente realmente enfadada”, recuerda el batería. Pocos saben que aquella noche, durante unas horas, una lona de 20x20 metros con el símbolo okupa colgó de la fachada de El Corte Inglés después de que consiguieran desplegarla desde su azotea.
Para cuando la protesta llegó de vuelta al Kasal, las puertas y ventanas ya estaban tapiadas. Entre la rabia y la adrenalina, algunos de sus ex okupantes la emprendieron a golpes contra aquellos nuevos ladrillos armándose con las mismas vallas con las que la Policía había cercado el perímetro. “Vinieron a apoyarnos vecinos que no habían pisado nunca el centro”, recuerda Víctor. Y se consiguió reabrir y reokupar, pero fue solo algo efímero y “anecdótico”. Días después, la aventura del Kasal Llibertari tocó a su -definitivo- fin.
“Aquello estimuló a muchos jóvenes a buscar nuevas experiencias en esa línea, como fue S’Eskola en El Terreno. Hubo varios intentos de réplica, pero ninguno resistió tanto”, señala Canyelles. Cuando las piquetas entraron en Can Corominas demolieron algo más que un simple edificio. Acabaron, para Cuesta, con el que fue “el punto culminante de la cultura y el movimiento underground de Balears”.