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Fernando Trueba (Madrid, 1955), uno de los más reputados cineastas españoles, estrena ‘Isla perdida’ en la gala de inauguración del Atlántida Film Fest en Palma. La película, protagonizada por el estadounidense Matt Dillon y la catalana Aida Folch, cuenta la historia de dos personas que se enamoran huyendo de sus respectivos pasados en una pequeña isla griega. La llegada del cineasta coincide, además, con la convocatoria de una protesta contra el turismo masivo que, a su parecer, tiene mucho sentido común. “Yo creo que se nos ha ido de las manos que, en un lugar como Palma, la gente que trabaja no tenga donde vivir”, explica.
En la película, a ritmo de jazz y en tres actos que corresponden cada uno a una estación -verano, otoño e invierno-, la luz inicial de una isla paradisíaca se apaga hasta alcanzar la oscuridad de la barbarie. En un homenaje a cineastas como Alfred Hitchcock, Truffaut, Billy Wilder y escritores como William Irish y Patricia Highsmith, Trueba dibuja un suspense romántico que nos habla sobre la huida frente al dolor, la memoria y el deseo donde un círculo amoroso se cierra de manera trágica.
El cineasta, galardonado con innumerables premios, entre los que destacan el Oscar a la Mejor Película Extranjera por ‘Belle Epoque’, el Goya al Mejor Director en tres ocasiones y el Oso de Plata de la 37 edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, reflexiona en esta entrevista sobre la cinta que llegará a los cines el próximo 23 de agosto. A lo largo de su carrera ha trabajado mucho la cuestión de la memoria desde diferentes perspectivas.
En ‘Isla perdida’, los protagonistas tratan de escapar de la suya misma. En el caso de Max, incluso cambia su nombre para borrar su pasado. ¿Qué hay detrás de ese movimiento? ¿De qué nos sirve la huida más allá de la mera supervivencia?
Tengo la sensación de que todos, sin darnos cuenta, nos pasamos la vida intentando huir de donde venimos, tratando de encontrarnos, de saber quién coño somos. Al final, nos damos cuenta de que estamos condenados a ser quien somos y que vayamos a donde vayamos no vamos a poder dejar de serlo. De alguna forma, estamos atrapados por nuestro pasado, por quienes somos y nuestro origen. Justamente ayer le decía Aida Folch que el que nace pijo muere pijo. Me preguntó entonces que si ella era de pueblo moriría de pueblo también. Le dije que sí. También me decía que cómo era posible que algunas personas tan inteligentes y tan cultas se puedan volver fachas. Le respondí que es una pena, sí, pero que quien es un pijo de familia al final de su vida vuelve a ser el pijo que era. No podemos hacer nada contra el pasado.
En esta nueva película trabaja por primera vez con el actor estadounidense Matt Dillon. También vuelve a elegir a Aida Folch, tras trabajar con ella en El artista y la modelo. ¿Qué le hizo pensar que eran ellos los protagonistas?
Porque eran perfectos. Aida Folch tiene esa cercanía, esa normalidad, pero que después se sale en un primer plano a cámara. Y yo necesitaba a esa chica vivaracha, curiosa, inquieta, maja, pero que a la vez que le hayan pasado cosas y que intenta salir adelante y rehacerse.
Tengo la sensación de que todos, sin darnos cuenta, nos pasamos la vida intentando huir de donde venimos, tratando de encontrarnos, de saber quién coño somos
Para Max necesitaba tres cosas. Quería alguien atractivo, pero maduro, que no fuera un chaval, alguien más cerca de los 60 que los 50 años, y que, al mismo tiempo, te pudiera dar miedo. No era fácil, hice un estudio sistemático de todos los actores que tenían entre 55 y 60 años para la película y me di cuenta de que el idea era él, Matt Dillon, a quien por casualidad yo había conocido una vez en Los Ángeles. En cuanto le mandé el guión le gustó mucho y nos pusimos a trabajar.
Pese a que la historia se sitúa en 2001, a día de hoy podríamos decir que lo que pasa entre Max y Álex es una relación tóxica llevada a extremos. ¿Es una advertencia contra la violencia machista?
Sobre todo, es una película, una historia que le pasa a unos personajes, pero lo quieras o no, eso está ahí. Es como esa cosa de ‘cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que lo consigas’. Es decir, el terror que hoy en día es trágicamente omnipresente en la vida de muchas mujeres que caen prisioneras de este tipo de relaciones. Quiero decir, es algo que no sale por casualidad. Uno cuenta historias que tienen que ver también con su tiempo. Aunque, en este caso, no está contado en clave de cine social, sino más bien en una clave de género, de suspense psicológico, romántico, etcétera. Pero es otra manera de contarlo también.
Pese a lo terrorífico de esta relación, surge otro amor que guarda alguna esperanza.
Sí, hay un personaje que hubiera sido una pareja ideal, que es Chico, tan majo. Inmediatamente Álex y él se hacen amigos y conectan. Entonces él se siente atraído por ella y se da cuenta de que, sea como sea, no han coincidido sus relojes sentimentales. Y uno dice '¿pero qué pena, no? Porque hubieran sido una gran pareja'. Pero bueno, la vida es eso también, equivocarnos continuamente.
Entre discusión y discusión, en una de las escenas aparece una imagen llamativa y poderosa. Dos personas, sentadas en la barra de un bar, ven en directo el atentando del 11-S en un televisor. ¿Es un símbolo más para reflexionar sobre cómo nos van las cosas?
Sí, yo creo que en primer lugar nos ancla con la temporalidad de la película, pero también con el momento de los personajes, que están adentrándose en una especie de misterio y no se dan cuenta de que está derrumbándose el mundo a su alrededor. Me gustaba poner esa imagen como algo que está pasando en segundo plano.
Otro elemento importante en la historia es la religión, la búsqueda del perdón. Pero el crucifijo del protagonista parece de usar y tirar.
Max es un personaje atormentado y quería mostrar ese proceso vital, porque la confusión religiosa también forma parte de esa especie de infierno que él lleva dentro, ¿no?
¿Y en qué consiste ese infierno?
Estamos hablando del pasado de alguien que aparentemente ha conseguido, después de algo horrible, reinventarse y rehacerse hasta el nombre, pero que en un momento, por circunstancias del azar, se acaba volviendo a abrir ese baúl y los demonios salen de nuevo.
Me parecía muy interesante contar eso sin convertirle en un personaje malo plano o en blanco y negro, quería mostrar los grises, la complejidad, las aristas. Uno puede, hasta en cierta manera, llegar a apreciarle. Además, es algo que ocurre cuando se da algún crimen y la gente dice que tal persona era encantadora, educada o muy maja y se preguntan cómo ha podido pasar. Es un patrón que se repite todo el tiempo. No es que llegue uno con la motosierra y ya está, es que a veces la vida es mucho más complicada.
Las referencias a la realidad están muy bien para que las historias sean creíbles y estén ancladas, aunque hagamos algo de género. Pero, a la vez, también me gusta pensar que al hacer esto lo que estoy haciendo es cine en el sentido más clásico, en el de contar una historia y no tanto de opinar del mundo en que vivimos
En cualquier caso, estas referencias a la realidad están muy bien para que las historias sean creíbles y estén ancladas, aunque hagamos algo de género. Pero, a la vez, también me gusta pensar que al hacer esto lo que estoy haciendo es cine en el sentido más clásico, en el de contar una historia y no tanto de opinar del mundo en que vivimos. Lo que importa en la Ilíada no es si Paris ha robado a Helena o si lo saqueos han sitiado Troya, lo importante es la poesía y las lecciones que podemos sacar de ahí.
Por último, aprovechando que está de visita en esta isla, quería preguntarle por esa idea que aparece en la película de una isla paradisíaca que se acaba convirtiendo en tragedia. Mañana hay convocada mañana una manifestación en Palma contra el turismo masivo y a la que se han sumado diferentes voces desde la cultura. ¿Tiene pensado asistir? ¿Qué opina de la situación que se vive aquí y en otras zonas destinadas al turismo?
Yo creo que se nos ha ido de las manos que, en un lugar como Palma, la gente que trabaja, ya sea en hoteles, en restaurantes, en hospitales, etcétera, no tenga donde vivir. No pueden vivir en la ciudad en la que trabajan y eso quiere decir que algo se ha hecho mal y que la avaricia no puede llegar tan lejos. Hay que ponerle límites al turismo cuando la vida se hace imposible. Es un fenómeno que lo vemos también en grandes ciudades como Barcelona o Madrid, donde los jóvenes, cuando se independizan, no pueden vivir en su ciudad o tienen que vivir hacinados, pagando una fortuna por dos metros cuadrados. El sistema ha hecho crack y hay que dar marcha atrás y rediseñar las ciudades.
¿Dónde está escrito que tengamos que estar continuamente viajando y cruzando el charco en aviones para hacernos un 'selfie' en el culo del mundo?
Luego, es muy gracioso que, cuando lees los viajes por Europa de Henry James, el escritor está en 1899 en Venecia y se está quejando de que está la vida imposible por el turismo. Quiero decir que si despertasen a Henry James se caería muerto en el instante. ¿Dónde está escrito que tengamos que estar continuamente viajando y cruzando el charco en aviones para hacernos un selfie en el culo del mundo? Probablemente es una perversión más del capitalismo, que siempre está buscando la forma de meternos la mano en el bolsillo y quedarse con el mísero salario que te han pagado. Han descubierto que eso funciona y han creado a la gente la necesidad de que para ser felices tienen que ir a hacerse un selfie en Finlandia o en Tailandia. Bueno. No sé cómo se lucha contra eso.
Bueno, por lo menos empezamos a identificar la raíz del problema.
Sí, y a darnos cuenta de que estamos un poco chalados.