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La Sibil·la, la profecía apocalíptica que censuró la Iglesia y resiste en las catedrales del Mediterráneo

Esther Ballesteros

Mallorca —

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Un niño cantor envuelto en túnica, capa y birrete atraviesa lentamente la Catedral y se dirige hacia el presbiterio. Camina con una espada que mantiene erguida frente al rostro mientras varios monaguillos lo rodean con cirios encendidos en mano. Una vez en el púlpito comienza a entonar un oráculo de ecos proféticos. Interrumpidos únicamente por los sonidos del órgano, los versículos arrojan horrores apocalípticos sobre el templo en penumbra mientras los fieles enmudecen:

El jorn del judici (el día del juicio aparecerá)

parrà qui haurà fet servici (el que habrá hecho el bien)

Jesucrist, Rei universal, (Jesucristo, Rey universal)

home i ver Déu eternal (hombre y verdadero Dios eterno)

del cel vindrà per a jutjar (del cielo vendrá a juzgar)

i a cada u lo just darà... (y a cada uno lo justo dará)

Tras recitar varias estrofas y repetir los primeros versos (el jorn del judici parrà qui haurà fet servici...), el cantante levanta la espada y traza una cruz en el aire, poniendo fin a la representación litúrgica de la Sibil·la en la Seu de Mallorca, que, con una potente escenificación y una gran carga poética y emotiva, recoge los momentos previos al Juicio Final y el advenimiento del fin del mundo profetizados en la Antigüedad por la sacerdotisa de la mitología clásica Sibila de Eritrea y da paso a la Misa de Medianoche.

Pese a tratarse de una de las dramatizaciones navideñas que más arraigaron en la península y en otros países de la cuenca mediterránea durante la Edad Media, la contrarreforma católica del siglo XVI promulgó su eliminación y provocó la paulatina desaparición de este canto. No así en Mallorca y L'Alguer (Cerdeña), los dos únicos lugares donde la Sibil·la ha logrado resistir al paso de los siglos (desde 1692 en el caso de la isla balear y desde 1581 en la ciudad sarda), mientras capitales como Barcelona y València han conseguido reinstaurarla en los últimos años, al igual que algunas iglesias de Menorca. El 16 de noviembre de 2010, el Cant de la Sibil·la fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Los “momentos extraordinarios” de la evolución de la Sibil·la

La melodía de la Sibil·la, que inicialmente se cantaba en latín y se ha visto transformada a lo largo de los siglos, se erige así en uno de los escasos ejemplos vivos del folklore religioso medieval y en uno de los rasgos más tradicionales de las celebraciones navideñas de estos territorios. En la mayoría de iglesias de Mallorca sigue siendo un niño el que canta, si bien en algunos casos lo hace una niña o una mujer. Un hecho que, tal como remarca el doctor en Musicología Francesc Vicens Vidal, uno de los principales investigadores en esta materia, ha disparado una multitud de opiniones acerca de si debe continuar siendo un varón el que entone la salmodia por respeto a la tradición histórica, si debería interpretarlo, independientemente de su género, la mejor voz del lugar, o si deberían primar las voces femeninas después de que las mujeres fuesen admitidas en el ámbito del altar tras el Concilio Vaticano II.

“La evolución de la Sibil·la ha atravesado por momentos extraordinarios”, manifestó el pasado martes el canónigo de la Seu de Mallorca Francesc Crespí, quien, durante una mesa redonda celebrada junto a los representantes del resto de catedrales en la que se interpreta este canto, efectuó un repaso de las vicisitudes históricas de esta tradición, como el hecho de que los antiguos textos griegos fuesen traducidos al latín para su mejor entendimiento y cómo a partir del siglo XIII comenzaron a interpretarse simultáneamente en latín y catalán con melodía gregoriana. “Este último paso fue muy importante. La estructura de las dos primeras estrofas se mantuvo intacta, pero la métrica del resto cambió con las nuevas rimadas típicas de la poesía trovadoresca”, señaló Crespí.

La melodía de la Sibil·la, que inicialmente se cantaba en latín, se erige en uno de los escasos ejemplos vivos del folklore religioso medieval y en uno de los rasgos más tradicionales de las celebraciones navideñas de estos territorios

En 1572 la Sibil·la dejó de cantarse en la Catedral de Palma, pero se retomó en 1575, cuando el obispo Joan Vic i Manrique la permitió fuera de la liturgia. De esta manera, se eliminó la mayor parte de los elementos teatrales y el canto quedó configurado prácticamente como se conoce hoy en día, convirtiéndose en la tradición navideña más antigua y singular de la isla. Un cantoral del siglo XV ha conservado, con letra y música, la única versión antigua mallorquina de la Sibil·la proveniente del monasterio de la Concepció de Palma.

Un encuentro sin precedentes

En un encuentro sin precedentes sobre esta materia, el resto de participantes explicó las particularidades de la interpretación de la Sibil·la en sus respectivos territorios, como en el caso de L'Alguer, donde, bajo el nombre 'Lo senyal del Judici', el canto, desde 1581, no ha dejado nunca de ser evocado ni de ser parte integrante de la celebración litúrgica de la noche de Navidad. Como explica Giuseppe Calaresu, 'Lo senyal del Judici', cantado por un canónigo del capítulo de la catedral, es una de las tradiciones “más interesantes y evocadoras” y, “sin duda, la más antigua” de las compartidas con los demás territorios de habla catalana, además de ser “una de las pocas versiones que ha mantenido la continuidad y la forma primitiva”.

Por su parte, la catedral de Barcelona conserva uno de los mayores fondos documentales sobre la Sibil·la, que se representó entre 1481 y 1575, cuando se reunió el capítulo del templo para debatir sobre el breviario que había llegado del Concilio de Trento y que excluía el canto de la liturgia eclesiástica. “Hay tres manuscritos con los textos que se usaban y unas consuetas donde se decía los rituales a seguir con los que se ha hecho una reconstrucción lo más fiel posible de la 'sibil·la'”, señala el director de coro Pere Lluís Biosca. La salmodia fue recuperada en 2009 y su interpretación pretende devolver el ambiente de la dramatización del Renacimiento con la circunstancia excepcional de que el espacio en el que se cantaba -el trono mayor, donde se ubica el coro- continúa siendo el mismo.

En València, mientras tanto, esta tradición se recuperó en 2012 a partir de una consueta de 1527 y del conocido como cançoner de Gandia. Tal como explicó el representante de la Catedral valenciana y director de la Escolanía de la Virgen de los Desamparados, Luis Garrido, la Sibil·la valenciana parte de la tradición toledana, en una de cuyas consuetas se recogía que era un niño vestido de mujer quien cantaba las estrofas, como así se continúa haciendo. Su reinstauración se llevó a cabo, según Garrido, “en medio de una expectación increíble tras varios siglos de silencio” y, en la actualidad, el canto se interpreta en más de diez municipios valencianos.

Los testimonios más antiguos de la Sibil·la

Más allá de los territorios de habla catalana, el testimonio más antiguo de esta tradición lo aporta un manuscrito misceláneo de san Marcial de Limoges (Francia) del siglo IX. Como explican desde la Biblioteca Nacional de España (BNE), en él aparece por primera vez la Sibil·la como composición musical con estribillo, basada en una de las tres versiones latinas de estos textos proféticos. Fue su inclusión dentro de la liturgia de Maitines de la Pascua de Navidad la que llevó a este canto a alcanzar una gran difusión en países como España, Francia, Italia y Portugal, con una representación particular en cada uno de ellos. Actualmente se contabilizan 28 versiones musicadas en latín de la Sibil·la en homiliarios, leccionarios, breviarios, procesionales, la mayoría de ellos manuscritos.

En cuanto a las versiones en lengua vulgar con notación musical se conocen catorce fuentes: seis en catalán (Barcelona, Mallorca, Urgel y Girona), seis en lengua castellana (Sevilla, Santo Domingo de Silos, Madrid, Toledo y la Hispanic Society de Nueva York) y las dos versiones en gallego-portugués que contienen las Cantigas de Santa María (Madrid y El Escorial).

Como señala la filóloga e historiadora medieval Estefanía Bernabé en su estudio El canto de la sibila en su contexto medieval, la Iglesia, en su intento por acercar su liturgia a la población, se vio obligada a llevar a cabo una paulatina transformación idiomática y fue entonces cuando las lenguas romances comenzaron a tomar cuerpo. Así, las versiones de la Sibil·la en lengua romance aparecerán en el siglo XIII y coexistirán con la latina hasta el XVI. “Este tipo de manifestaciones religiosas fueron una manera didáctica de complementar la opaca liturgia eclesiástica del rito romano, y de llegar directamente al corazón de su receptor, creyente o no”, subraya la investigadora, para quien estas manifestaciones constituirían “una manera natural de acercarse a la masa popular, que demandaba inteligibilidad a una religión distante y estática”. 

Tras el Concilio de Trento (1545-1563) y la publicación del nuevo Breviario Romano (1568), las representaciones de la Sibil·la fueron cayendo en desuso o acabaron directamente abolidas, excepto en la Catedral de Toledo, en la que sobrevivió hasta el siglo XIX, y Mallorca.

Castigos divinos y miedo al furor Dei

Los relatos sobre sucesos como las tormentas, los eclipses o los truenos solían ser interpretados como castigos divinos o prodigios de carácter profético en una época en la que la sociedad se encontraba traumatizada por la peste, las guerras, las disputas religiosas y la inseguridad permanente que, como puso de manifiesto en su obra el historiador Jean Delumeau, fueron en numerosos casos instrumentalizados por la Iglesia en forma de miedo a la cólera divina, al furor Dei.

Los relatos de sucesos sobre tormentas, eclipses o truenos solían ser interpretados como castigos divinos en una época en la que la sociedad se encontraba traumatizada por la peste, las guerras, las disputas religiosas y la inseguridad permanente

Los hombres de Iglesia, como refiere Delumeau, pusieron nombre al adversario al que tanto había que temer: Satán. E hicieron “el inventario de los males” que éste “es capaz de provocar, y la lista de sus agentes: los turcos, los judíos, los herejes, las mujeres (especialmente las brujas)”. “Partieron a la búsqueda del Anticristo, anunciaron el Juicio Final, prueba terrible, desde luego, pero que al mismo tiempo sería el fin del mal sobre la tierra. Una amenaza global de muerte resulta segmentada de este modo en miedos, temibles con toda seguridad, pero 'nombrados' y explicados, dado que habían sido pensados y clarificados por los hombres de Iglesia. Esta enunciación designaba peligros y adversarios contra los cuales el combate, si no fácil, era al menos posible, con la ayuda de la gracia de Dios”, añade.

Bernabé, por su parte, señala que la Sibil·la es un testimonio más en la larga lista de hechos que “prueban de qué manera el hombre, el ser humano como especie, ha tenido una inquietud multisecular por conocer más datos sobre la llegada del fin de los tiempos, epílogo del sistema de cosas actual, y las circunstancia que han de envolverlo”. “Se trata de llevar lo habitual y común, la realidad inmediata del receptor, a la amplificación máxima de lo extraordinario, y presentarlo como un trastorno de lo natural que, junto al desconocimiento y la novedad, supone un potente fermento del catártico miedo”, sentencia.

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