El 'boom' turístico dejó en Mallorca más castillos que toda la Edad Media

Laura Jurado

Mallorca —
21 de abril de 2023 22:25 h

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“En el kilómetro 19 de la carretera que une Palma y Manacor se levanta majestuosa la mole medieval de un verdadero castillo de leyenda”, describía con ojos de travelling cinematográfico el cronista del diario Baleares. “No hay nada que denote que se trata de una construcción actual”, añadía generoso. La realidad es que estaba en 1969 y que en Mallorca hacía unos cinco siglos que no se construía un castillo. Hasta entonces. El estallido del boom turístico y el furor por las postales hizo que algunos destinos entraran en una vorágine de construcción de nuevos espacios que pudieran atraer aún más viajeros.

En la Isla, entre Campanet y Felanitx se levantaron cerca de una decena de fortalezas neohistoricistas que aún hoy siguen en pie e incluso algunas a pleno rendimiento funcionando como museos, bodegas o espacios para eventos. El inicio de esta nueva ola parece estar en 1964. Aquel año el número de turistas que llegaron a Baleares rozaba prácticamente el millón, con 907.867. En los periódicos e incluso en las tertulias de bar comenzaba a colarse ya ese término de turismo de masas que tantos dolores de cabeza acabaría por dar décadas después. “El turismo ya era la gallina de los huevos de oro”, resume el historiador Manel Santana.

Parece que en aquel contexto, ni los paisajes naturales de Mallorca ni su patrimonio resultaban suficientes para seguir disparando el contador de viajeros. Y fue entonces –nadie sabe muy bien por qué– cuando surgió la fiebre por diseñar lo que Santana define como “un producto arquitectónico exótico” pero que, en realidad, estaba muy ligado al pasado histórico de la isla: la construcción de inmensos castillos neomedievales cuyo principal objetivo era convertirse en polo de atracción de turistas.

“Fue una moda de los años 60 y 70, como una corriente neohistoricista, que combinaba elementos históricos con otros exóticos para captar la atención de los visitantes”, señala el historiador. Santana plantea también que resultaban espacios “muy fotogénicos” en un momento en el que las postales estaban en pleno auge. De hecho, aún hoy son la mejor prueba de aquel milagro medieval que recorrió Mallorca.

Binissalem, Campanet y Algaida, epicentros de la nueva corriente

Binissalem, Campanet y sobre todo Algaida fueron los epicentros de esta nueva geografía de castillos. “La mayoría se situaban junto a las principales vías de comunicación para que fueran fácilmente accesibles a los visitantes”, explica Santana. Por eso, las carreteras de Inca y Manacor se convirtieron en el escenario perfecto para su construcción. Otra de sus características fundamentales era que contaran con un gran aparcamiento con cabida suficiente para los autocares, “ya que el visitante solía acudir con excursiones organizadas”, recoge la doctora en Historia del Arte María Sebastián en su artículo ¿Internacional o local? ¿Modernidad o eclecticismo? José Ferragut Pou y el espacio turístico. Al cronista del Baleares tampoco le pasó por alto este punto: “nuestro simpático 600 se sintió maravillado al juguetear en un descomunal aparcamiento”.

Muchos de los nuevos castillos surgieron vinculados a una industria artesanal que intentaba recuperar el esplendor de antaño también de la mano del turismo. Por ello, como describe Sebastián, la estructura interior era prácticamente idéntica en todos: “Un área para la manufactura del producto, un local comercial para la venta de souvenirs y un restaurante”.

Aquel 1969 la cosa fue muy ajetreada en el kilómetro 19 de la carretera Palma-Manacor. En ese punto –a mitad de camino de las cuevas turísticas más famosas de la Isla– se levantaron dos castillos neohistoricistas separados por apenas unos metros de distancia, ambos dentro de los límites de Algaida. Mientras Juan Alorda inauguraba su fábrica–museo–destilería con una nave para la degustación “de embotellados” y otra para la confección y venta de artículos de piel, la centenaria Gordiola ponía la primera piedra para su futura fábrica de vidrio soplado coincidiendo con el 250º aniversario de su fundación.

El 25 de junio, como dictaba toda inauguración en la época, un cura bendijo las instalaciones de Alorda rodeado de las principales autoridades y vecinos de Inca, de donde era originario su promotor. Durante décadas, fue parada obligatoria para turistas y los autocares se contaban por decenas en su parking. Después de años de abandono, una pareja de enólogos ha buscado repetir aquella época dorada convirtiéndolo en bodega abierta a las visitas.

Nace Gordiola

A partir de 1977, cuando el castillo de Gordiola abrió sus puertas –en un acto que contó con el ahora Rey Felipe, las Infantas y la reina Sofía–, la visita doble parecía casi obligada. Aquella “majestuosa mole medieval” de la que hablaban las crónicas estaba llamada a convertirse en el “más fabuloso complejo artesanal de España”. Tendría fábrica de vidrio soplado en la primera planta y museo en la segunda donde se expondría, además, parte de la colección vidriera de su promotor, Daniel Aldeguer. “La idea de que el edificio tuviera forma de castillo fue también de él pensando, sobre todo, en la importancia que había tenido el vidrio soplado en la época medieval, existía una conexión”, explican desde Gordiola. Los hornos se ubicaban en una sala que reproducía una capilla románica y, algunas partes, se construyeron a imagen y semejanza del Palacio de los Reyes de Mallorca de Perpiñán. Su arquitecto, Rafael Pomar.

Curiosamente, a principios del siglo XX otro Rafael Pomar –tal vez un antepasado– había sido el encargado de transformar la antigua possessió de Son Vida en una especie de castillo neogótico por capricho de su propietario antes de que abriera sus puertas como hotel, ya en 1961.

Ferragut, pionero pero también medievalista

Pocos conocen que el primero de estos castillos fue el de Menestralia en Campanet. Pero mucho menos conocido es que detrás de su diseño estuvo uno de los arquitectos mallorquines más reconocidos: Josep Ferragut. El análisis que María Sebastián realizó de la obra muestra que el estilo neomedievalista no estaba aún tan depurado, sino que aparecía combinado con multitud de elementos de la tradición mallorquina: ventanas coronellas, unos porxos “que reproducen los que rematan La Lonja de Palma” y una torre con doble galería como inspirada en la Torre de Paraires y el faro de Porto Pi. A su inauguración en 1965 acudió la mismísima Carmen Polo.

Cuando explicaba el proyecto, su promotor, Gabriel Mateu Mairata, aseguraba que sería “un poblado al estilo medieval en que el todo funcionara de la misma manera y costumbre del siglo XIII”. Su misión era “hacer perdurar la menestralía isleña”, e incluso planteaba que vivieran allí unos 300 artesanos. Lo cierto es que como fábrica de vidrio soplado ésa fue una de sus principales actividades, incluyendo tanto la venta de productos como las demostraciones para turistas. Ahora funciona como restaurante.

El Foro de Mallorca o la comunión perfecta

Pero si alguno de estos castillos consiguió trascender su papel de atractivo turístico para colarse en el corazón y en la agenda de bodas, bautizos y comuniones de los mallorquines ése fue el Foro de Mallorca. Su dirección, de nuevo, se escribía en kilómetros: carretera Palma–Alcúdia, kilómetro 25, a las afueras de Binissalem. Cuando se inauguró, a mediados de 1967, lo hizo como el Museo Historial de Mallorca: un inmenso centro expositivo que intentaba resumir el pasado de la Isla a base de figuras de cera. “Desde el hondero balear a Chopin en Valldemossa”, resumían las crónicas de la época.

En 1974 se rebautizó ya como Foro de Mallorca y poco a poco fue añadiendo otras atracciones: contaban en Última Hora que tuvo el primer tobogán acuático de la Isla, pero también la primera piscina de bolas y la primera pista de buggies. Todo eso, sumado a su restaurante, hizo que se convirtiera en un espacio de ocio especial para los locales.

“Para las familias de clase media de los 80 fue un lugar emblemático para organizar eventos. En el Raiguer lo más in era celebrar la comunión en el Foro de Mallorca”, confiesa Santana. No sólo por su fachada de castillo, sino porque aquel neomedievalismo llenaba también sus interiores, tanto en la arquitectura como en la decoración. “Mi padre era herrero y de repente aquel boom hizo que se pusiera a crear armaduras, antorchas de hierro e incluso reproducciones del escudo de Castilla”, recuerda el historiador. Desde que en 2019 cerrara las puertas su restaurante, la fortaleza fue sumiéndose en un estado de abandono, que la ha llevado a verse devorada por la vegetación.

La morada del 'fantasma del buen comer'

Una de las fortalezas con la historia más curiosa es la del restaurante El Castillo del Bosque. Judith Quintela –actual copropietaria junto a su hermano Ángel Luis– explica que en la zona comenzó a surgir el rumor de que a los viajeros les entraba hambre entre Felanitx y Portocolom pese a que estaban separadas por poco más de 13 kilómetros. Así brotó la leyenda de que, a medio camino, vivía el Fantasma del Buen Comer que provocaba ese efecto en quien pasara. Y justo ahí, en mitad de un pinar, levantaron el restaurante.

“Fue en los años 50 o 60. Era básicamente una casa de comidas con pambolis y platos caseros. Que se construyera con forma de castillo fue un capricho de la mujer de uno de de los fundadores, que eran manacorins. Le hacía ilusión tener un castillo”, cuenta. Almenas, torres y arcos ojivales se escondían entre pinares, aunque hoy una enorme rotonda los haya dejado más a la vista.

De Pòrtol a Vilafranca

El boom neomedieval también dejó otros ejemplos menos conocidos en la Isla. Uno de ellos se sitúa también junto a la actual autovía de Manacor. Entre palmeras y arbustos asoman aún las almenas del restaurante Los Melones, en Vilafranca. Con sus dos torres y su dibujo esquemático en un lateral, aparecía ya en las postales de los años 70 como “Bar Parador” dispuesto a alimentar a todos aquellos conductores que desfilaban junto a su puerta antes de que modernizaran la antigua carretera. Hace años sus mesas imitaban también ese arquetipo medieval de la mesa corrida y los bancos. Por ellas han pasado desde reuniones de socios, hasta congresos de Unió de Pagesos. En la zona se rumorea que su pista de baile es un must para la tercera edad mallorquina.

Menos visible para los curiosos –sobre todo desde que perdió su gran torreón– es el castillo de Pòrtol (Marratxí). Su construcción comenzó a principios de los 60, aunque poco se sabe sobre cuál debía de ser su uso. Unos dicen que nació como restaurante, otros que prometía ser un hotel de lujo con vistas a la Tramuntana. Que en uno de los laterales se levantaran unas cuadras, recordaba en Diario de Mallorca el periodista Miquel Bosch, hizo pensar que podría tratarse de “un nuevo Son Termes”. Porque el gusto neomedieval del boom turístico también pasó por recuperar las justas, las copiosas cenas medievales e incluso las Noches del Comte Mal en espacios como ése.

“Hay mucha leyenda entorno al castillo de Pòrtol”

“Lo cierto es que no ha estado en activo nunca”, asegura el historiador Biel Massot. Según explicaba Bosch, porque precisamente la construcción de aquel altísimo pirulí hizo que paralizaran la obra en 1973. Al parecer un informe de AENA desaconsejaba semejante torreón tan cerca del aeropuerto. Además, ¿qué función iba a tener? Según Bosch, llegó a especularse con que se trataba de un minarete que miraba a La Meca y que había mandado construir un jeque árabe. “Hay mucha leyenda entorno al castillo de Pòrtol”, reconoce Massot.

A finales de la década anterior perdió precisamente el torreón cuando los últimos dueños quisieron legalizar la fortaleza. “El edificio estaba fuera de todas las normas porque excedía por mucho el volumen permitido. Para legalizarlo, se tuvieron que derribar varias construcciones anexas y la torre. Ésta última también porque estaba en muy mal estado y se había incendiado varias veces”, explica el regidor de Urbanismo de Marratxí, Joan Francesc Canyelles. Los propietarios confirmaron entonces que no tenían intención de demoler el castillo, pero su futuro comenzó a ser tan misterioso como su pasado.

Su estructura es casi un cubo perfecto de más de 2.200 metros cuadrados en el que destacan su fachada de piedra vista y sus dos torres principales. En el exterior, ventanas de arcos geminados; en el interior, dando al patio, ventanucos de arco conopial. La realidad es que varias inmobiliarias lo tienen a la venta como una “espectacular oportunidad de inversión” por 3,3 millones de euros. Tiene entre 14 y 21 habitaciones, una capilla, biblioteca, piscina, bodega e incluso establos. “Se podría usar como hotel, centro turístico o restaurante con sala de fiestas”, aconseja una de las agencias. “Sin embargo, como una bella durmiente, esta propiedad requiere una renovación completa para transformarla en la casa de sus sueños”, reconocen desde Yes! Mallorca Property.