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El pasado viernes, una escena inhabitual sacudía la funeraria de Palma: una anciana a la que habían dado por fallecida en el hospital en el que se encontraba ingresada acabó 'despertando' en el tanatorio después de que uno de los médicos del centro Joan March, en el municipio mallorquín de Bunyola, certificase su defunción. Las constantes vitales de la paciente, en estado terminal, eran imperceptibles y el sanitario acabó declarando el óbito en un caso que ha impresionado a allegados y no allegados y ha obligado a revisar protocolos. Pese a los avances de la medicina, son varios los episodios similares registrados en las últimas décadas tanto en España como a nivel internacional.
Tras ser informados del 'deceso' los familiares de la anciana, su cuerpo fue trasladado hasta el tanatorio de Son Valentí, en Palma, donde, en torno a las dos de la tarde, fue colocada sobre una de las mesas de las instalaciones de cara a su acondicionamiento para el posterior entierro. Sin embargo, en un momento dado, los operarios de la funeraria observaron estupefactos que la mujer movía los dedos de una mano. Tras cerciorarse de que continuaba viva y de que no se trataba de movimientos post mortem, los técnicos avisaron al 061 y, con una ambulancia, fue trasladada de nuevo hasta el hospital, donde quedó ingresada. Apenas un día después, la paciente finalmente falleció.
Fuentes hospitalarias aseveran que se trata de “un caso excepcional”, el primero que ocurre en los 80 años de historia del centro Juan March, dedicado a acompañar en el final de la vida a pacientes y familiares. Asimismo, señalan que el facultativo encargado de certificar la muerte de la mujer “siguió los protocolos” del mismo, que igualmente se verán reforzados.
El caso protagonizado por esta mujer no es el único registrado en las últimas décadas -uno de los más recientes, en Asturias, cuando un preso fue dado por muerto antes de ser sometido a autopsia-, aunque cada vez son más aislados debido al estricto cumplimiento de los procedimientos a seguir a la hora de certificar un fallecimiento. Con todo, el Servei Balear de Salut (IB-Salut) señala que el centro en el que la mujer fue declarada muerte prevé reforzar sus protocolos, añadiendo nuevas pruebas de seguridad con el objetivo de minimizar los márgenes de error, tal como han confirmado a elDiario.es fuentes de este organismo.
“Hoy en día, la posibilidad de que se produzca un error es de prácticamente cero”, señala en este sentido Jaime Orfila, jefe clínico del Servicio de Medicina Interna del hospital de referencia de Balears, Son Espases. En declaraciones a elDiario.es, Orfila apunta, no obstante, que existen situaciones de final de vida que “pueden parecerse a un fallecimiento”, pero precisa que los criterios médicos actuales para certificar un óbito son “muy claros”: que la persona no esté vigil, que no respire, que no tenga pulso y que no ofrezca ningún tipo de respuesta neurológica. Recuerda, además, que, históricamente, el principio de precaución hace que la política mortuoria obligue a esperar 24 horas antes de enterrar a un fallecido. “Pasadas esas horas aparecen signos cadavéricos. Ya no son signos de ausencia de vida, sino de seguridad de muerte”, recalca.
“Mediante este protocolo es como afrontamos una llamada de paro cardíaco en la calle, en un campo de fútbol o en cualquier lugar”, explica el internista, quien especifica que en un hospital también se pueden utilizar espejos para constatar que el enfermo continúa respirando y, principalmente, comprobar tanto el pulso carotídeo como el femoral, los más accesibles y fiables para certificar si el paciente continúa o no con vida. Orfila señala que, además de verificar las constantes vitales, otra de las pruebas que se realizan son los electrocardiogramas: en caso de que el pulso sea imperceptible, comprobar que el cuerpo tenga actividad eléctrica provoca que la posibilidad de que se produzca un error sea inexistente.
En un hospital se pueden utilizar espejos para constatar que el enfermo continúa respirando y, principalmente, comprobar tanto el pulso carotídeo como el femoral, los más accesibles y fiables para certificar si el paciente continúa o no con vida
El papel de los medicamentos
El médico apunta además que hay medicamentos neurolépticos y sedativos aplicados en cuidados paliativos que pueden inducir a confusión debido a sus fuertes efectos lenitivos. En este sentido, explica que, generalmente, las personas que fallecen en los hospitales de Balears -unas 30 de forma diaria- son enfermos neoplásicos y pacientes con demencia avanzada. Unas afecciones “totalmente irreversibles y refractarias” frente a las cuales, para evitar cualquier tipo de dolor mientras llega el proceso natural de la muerte, se les procura una medicación relajante.
Al respecto, incide en que “hay unos espacios de tiempo, de segundos o de minutos, en los cuales hay que cerciorarse de que no es el efecto farmacológico” y que, efectivamente, el paciente ha fallecido. Orfila señala que un fallo a la hora de certificar un fallecimiento “es un error que excepcionalmente en estas circunstancias puede pasar” dado que los protocolos técnicos ya están establecidos y, lejos de juzgar lo sucedido en el hospital de Bunyola, asevera que un médico que da fe del fallecimiento de una persona, “sea en la calle, en una cama, en casa o en el hospital, tiene que tener muy claro que esa persona ha dejado de vivir”. “Todo lo demás son actuaciones administrativas u organizativas derivadas del fallecimiento. El acto médico como tal no puede llevar a dudas. Una persona está muerta o no lo está. Si se tienen dudas, un médico se toma su tiempo y delibera”, añade.
El doctor Jaime Orfila apunta que hay medicamentos neurolépticos y sedativos aplicados en cuidados paliativos que puede inducir a confusión debido a sus fuertes efectos. 'Hay unos espacios de tiempo, de segundos o de minutos, en los cuales hay que cerciorarse de que no es el efecto farmacológico' y que, efectivamente, el paciente ha fallecido
El especialista subraya que a los residentes que se encuentran en el hospital se les explica que el fallecimiento de una persona “es un acto mayor”: “Es decir, aunque se trate de una mujer de 90 años que ya lleva un mes en el hospital, se tienen que concentrar profesionalmente y proporcionar la máxima cercanía al informar a la familia de que a su familiar se le ha parado el corazón y ha dejado de respirar. Es un momento, siempre, de mucha intensidad humana. Hay que dedicarles tiempo para compartir con ellos que no hay reversibilidad, pero tampoco sufrimiento, que es lo buscado y que al final ha pasado lo que estaba previsto. De alguna manera les das el pésame y te sientas cerca. En esos momentos, sean segundos, minutos u horas, a veces días, la familia tiene que sentir que el profesional la acompaña”.
Las precauciones aplicadas siglos atrás
Los protocolos aplicados en la actualidad para certificar el fallecimiento de un paciente se encuentran muy alejados de las precauciones que se adoptaban siglos atrás, principalmente a mediados del XVIII, cuando, a caballo entre la Ilustración y el Romanticismo, en España y en otros países europeos se extendió el miedo a que un familiar -o la propia persona- pudiera ser enterrado vivo. En medio de profundas reflexiones sobre el sentido y el valor de la vida humana -y en una época en la que las hipotermias, las apoplejías, los estrangulamientos, las asfixias o los ahogamientos, además de las epidemias y las guerras eran causa frecuente de fallecimiento-, los métodos médicos para determinar si una persona había muerto o no, más allá del apagamiento de las funciones vitales, no eran infalibles.
En no pocas ocasiones, un sanitario no las tenía todas consigo a la hora de distinguir un fallecimiento de un coma profundo, lo que dio pie a la aparición de una profusa literatura médica dirigida a introducir nuevos procedimientos que descartasen los fallecimientos 'aparentes'. Entre otros, anatomistas como Jaques Benigne Winslow -autor de Los signos mortales (1740)- defendieron la necesidad de verificar los decesos mediante incisiones o pinchazos en la víctima. Bruhier d'Ablancourt, por su parte, publicó en 1749 su Disertación sobre la incertidumbre de los signos de la muerte y el abuso de los enterramientos precipitados, en el que defendía que, salvo la putrefacción, todos los signos de muerte eran insuficientes.
En España, el religioso y ensayista Benito Jerónimo Feijoo postulaba que la falta de respiración, sentido y movimiento eran signos inciertos a la hora de declarar un deceso como tal y, en 1777, José Ignacio Sanponts, miembro de la Academia Médico-Práctica de Barcelona, publicaba la Disertación médico-práctica en que se trata de las muertes aparentes, en la que señalaba cómo “la experiencia nos ha enseñado cuán fácilmente podemos equivocarnos y confundir los vivos con los muertos, y que la sola putrefacción es la señal cierta de una verdadera muerte”. Sanponts llega a considerar cualquier descuido en este sentido un problema de salud pública que debía ser tratado por las autoridades, tanto eclesiásticas como seglares.
“Dejo a la consideración de qualquiera la pesadumbre, ansias, congojas, y penas de aquel infeliz a quien suceda tal desgracia. iQué mortales angustias al despertar del letargo o accidente y hallarse cerrado en un ataúd sin más lugar que el preciso para estar tendido, atadas las manos, privado del aire, mortificado de la sed y ensuciado con los proprios excrementos!”, expresaba el médico en uno de los capítulos de su obra, titulado De la precipitación de los entierros de los que mueren repentinamente“.
En Inglaterra, incluso, fue fundada la Sociedad para la prevención del enterramiento prematuro, mientras que en algunos casos los ataúdes eran acondicionados con tapas de vidrio, tubos de respiración, campanas o banderas sujetas a la muñeca del 'cadáver' con el objetivo de que, en caso de entierro accidental, la víctima pudiera pedir ayuda. La literatura en este sentido no quedó al margen y fue llevada a su máxima expresión de la mano de Edgar Allan Poe. En su relato Entierro Prematuro (1844), el prolífico poeta norteamericano alude a la catalepsia -trastorno que lleva a la pérdida momentánea del conocimiento, la movilidad y la sensibilidad del cuerpo a causa de algún trastorno neurológico o estado hipnótico- como “la mayor de las desgracias posibles”.