'Chocolate', el niño pícaro que tocó con Sabina y murió en extrañas circunstancias
Según un recorte de diario, un feriante lo encontró dentro de unos “improvisados y repugnantes retretes”. La foto de los retretes, unas pocas paredes en ruinas, contrasta con lo que hay detrás: uno de los grandes reclamos turísticos de Palma, La Seu, la catedral. El cuerpo no presentaba signos de violencia, pero estaba tirado como un trapo. Sucedió la mañana del 30 de abril de 1978. Su nombre real era Chocolate y el verdadero, el contrastable, José Esteves de la Concepción. Tenía tan solo 13 años y dos días de vida. Vivió con urgencia hasta que la vida lo apretó, y él se partió; no supo doblarse. La prensa informó y tuvo que titular, y tituló así: “Muerte misteriosa de un muchacho”. Fue una primera muerte cercana para mucha gente. Y fue un golpe colectivo mal encajado.
Hubo, y hay, muchas teorías sobre su muerte. Tantas y tan dispares como grupos frecuentó: bohemios, anarquistas y la farándula de la época. Chocolate era un muchacho gitano y asturiano, en ese orden, según él. En una entrevista contó que su familia venía de la India, y de ahí su piel bruna y su sobrenombre. Nació en Asturias, el lugar exacto es difícil de contrastar. Lo más probable es que llegara a Mallorca pocos años antes de su muerte, como hicieron en ese periodo tantas otras familias gitanas de origen portugués, como la suya. Destacaba en dos cualidades: el cante y estar casi en dos sitios al mismo tiempo. Sin embargo, su historia quedó enterrada por la impresión diaria y sin descanso de los periódicos locales, hasta que Tomeu Canyelles, historiador de formación y referente cultural de la isla, desenterró de la hemeroteca el mito. “Nunca nadie me había mencionado a este chaval”, dice, a pesar de que muchos le recodaban y de que Canyelles había investigado esos años.
Canyelles fue uno de los impulsores de 40putes, un medio cultural extinto altamente independiente y venerado. En esa época pasaba muchas horas en la hemeroteca, por su tesis doctoral sobre música, pero también por curiosidad. “Quería escribir un artículo sobre el primer Selva Rock –el Woodstock libertario mallorquín–, cogí un medio y me encontré con Chocolate, cogí otro y también salía. ¡Y hostia! Que un espontáneo tuviera más presencia en las notas que Daevid Allen u otros grupos del cartel, pues llamaba la atención”, cuenta a elDiario.es.
En el primer Selva Rock, en agosto del 77, Chocolate actuó como espontáneo con solo 12 años. Aprovechó un momento de caos para subir al escenario, habló brevemente con los músicos y primero cumplió con lo sentimental: “A Sara, mi amiga, y a todos los chicos de Deià”, dijo. Entonces, espetó un “Iaaaaiaah”, dio palmas y los músicos le siguieron. Cantó un par de rumbas, entre ellas: “Y cojo la cachimba y me pongo ciego, ¡ciego solo de pensar en ti!”, de los Chichos. En la foto sale con Ramón Olivares, guitarrista por entonces de La Rondalla de la Costa. Fue breve, pero su actuación prendió a los miles de asistentes y fue el punto de color perfecto para las crónicas de los periódicos.
En el primer Selva Rock, Chocolate actuó como espontáneo con solo 12 años. Aprovechó un momento de caos para subir al escenario. Dio palmas y los músicos le siguieron. Cantó un par de rumbas, entre ellas una de los Chichos
Canyelles, fascinado, siguió buscando. Vio cómo la historia de este chaval transcurría muy rápido en los medios, de estrella de una noche histórica a aparecer muerto en circunstancias misteriosas. Entonces decidió que “que el artículo sería sobre el chaval”. Le quemaba la historia y necesitaba compartirla. Escribió, pilló todas las fotos que demostraban que la figura silenciada existió y lo publicó en 2013, en 40putes. Lo tituló así: “Ayer enterramos un niño en Ciutat”. La historia no se le despegó con los años. Encontró fuentes, descubrió que mucha gente le recordaba en silencio y fue en 2020 cuando publicó un ensayo con ese mismo título, en la editorial Illa. Uno lo lee y se queda atónito: ese chaval, ahora convertido en símbolo, resume todo lo complejo de aquellos años: lo radiante, ingenuo y temerario. Y lo que realmente acabó siendo: un cadáver. Ahora sale la segunda edición revisada y ampliada, con un prólogo del novelista Miqui Otero, que constata lo universal de la historia.
La amistad con Mark
Otra evidencia de su paso fugaz por la vida: Chocolate aparece en el extremo de la foto, en color, dando palmas. Una noche más en el mítico Centro de la Guitarra. No se sabe quién acompaña a quién, pero comparte escena con cuatro músicos más. Nuestro pícaro tiene aplomo, codos pegados a las costillas, espalda recta y la mirada fija en los músicos. No sonríe. Ah, y lleva puesto un kimono con cinturón amarillo tercer dan. Una leyenda no debe pasar desapercibida. Su amigo, casi hermano, se cansó del judo, le regaló el traje y él lo lució un tiempo. Hasta que alguien, como siempre, habló. Se enteró de que el cinturón amarillo era poco más que de novato y que conseguir el negro era muy sacrificado. Se deshizo del traje: “No estaba dispuesto a que lo volvieran a ver por la calle con un cinturón amarillo”, le contó Mark R. Auren a Canyelles.
Mark R. Auren provenía de familia americana (con una historia que Canyelles deberá escribir algún día) y de clase social opuesta a la de Chocolate. Tiene aún dos cicatrices, visibles, del tiempo compartido con su “hermano” Chocolate. Eran otros tiempos y algunos críos corrían salvajes por las calles. El chico rubio de clase alta y el niño gitano cantaor se decidieron hermanos y, como personajes rotundos de una novela, sellaron su hermandad con un pacto de sangre. Se rajaron, juntaron sangres y se dieron un beso. Esta fue la primera cicatriz y se la hizo en Es Baluard del Príncep, en uno de los extremos de la misma muralla donde apareció Chocolate.
Gracias a la voz de Mark, Canyelles aporta en el libro la visión de otro niño y de alguien en quien confió. A las amistades genuinas les entregamos incondicionalmente aquello que podría destruirnos. Mark da fe de la magia y el carisma de Chocolate. Se movía por los antros, cantando a cambio de cigarrillos, tragos, caladas de porros y quién sabe qué más. Cuando sacaba algo de dinero, cumplía y le llevaba algo a su familia. También nos sitúa a Chocolate haciéndoles el numerito a los turistas mientras otros les robaban la cartera. O a ellos dos acompañando a un hombre a por droga a Son Banya, a cambio de una comisión, y neutralizando de un portazo a un crío que les apuntaba con una escopeta.
Incluso, “cogieron” algún coche prestado. Mark asistió a la presentación de esta segunda edición del libro de Canyelles en Palma y dijo que a su amigo en casa no le trataban bien. Puede que confiaran en él para salir de la miseria. Se buscaba la vida, pero no fue ningún pequeño gánster. Actuaron juntos en la calle, y vaciaban la tela llena de monedas varias veces al día. Una parte para casa, una para celebrarlo. Tuvo algún arrebato de ego, se acercó al mundo de la droga y eso resintió, finalmente, su amistad.
Chocolate se movía por los antros, cantando a cambio de cigarrillos, tragos, caladas de porros y quién sabe qué más
Objetivo: salvar sa Dragonera
La otra cicatriz que conserva Mark de esa infancia de adulto se la hizo cuando él y Chocolate formaron parte de la ola libertaria que salvó el islote Dragonera del cemento. Una ocupación de 12 días para evitar lo que la hubiera convertido en una urbanización kitsch en medio del mar. La juventud rebelde de la isla bullía. El grupo libertario Terra i Llibertat y el igualmente politizado, pero más ecologista, Talaoit Corcart no dudaron. El 7 del 7 del 77, una avanzadilla formada por componentes de ambos grupos se subió en la golondrina que cubría el trayecto desde Sant Elm (Mallorca) hasta el islote y al llegar le dijeron al capitán que ahí se quedaban. Fue un tanto improvisado, pero realmente funcionó.
Los siguientes días fueron llegando otros jóvenes, relevos, esperanza e información. En una de estas llegaron los dos críos. Bueno, tres, porque también estaba la hermana de Mark. Chocolate frecuentaba habitualmente un local que gestionaban estos grupos, les conocía bien, había complicidad. Ellos le tenían aprecio, pero no fue su mascota, recuerden su picaresca.
Por teléfono, uno de esos jóvenes ocupantes, B. A., cuenta las anécdotas que se repiten en las entrevistas actuales a quienes formaron parte de aquel grupo. Se pescó lo que se pudo, hubo una avioneta que les lanzó víveres, los pescadores de la zona ayudaron a llegar a los rezagados. La clave para entender la relevancia de la acción brotó en forma de alegato final en la despedida: “¿Fue mágico, sabes? Es nuestro mayo del 68. No hacía mucho que Franco había muerto. De no poder hacer nada, estábamos tomando partido. La ilusión se contagiaba, tejíamos complicidades con decenas de personas cuando antes eso se limitaba a dos o tres. Fue mucho más que una acción ecologista, cambió algo dentro de nosotros”. Con la voz tomada por una especie de emoción juvenil, termina: “Creíamos en un mundo nuevo”.
En una de estas pescas precarias, Mark se clavó un anzuelo. Causó estupor entre los ocupantes. ¿Qué narices hacían dos niños pequeños solos allí? Golpe de realidad. Por suerte no fue para tanto. Miquel Barceló, quizá el artista mallorquín más reconocido actualmente, fue quien, con paciencia, se lo consiguió quitar. No sabemos cuántos días estuvieron los niños allí. El primer abordaje al islote terminó unos pocos días antes del Selva Rock.
No sabemos cuántos días estuvieron Mark y Chocolate en la ocupación del islote de sa Dragonera. Miquel Barceló, quizá el artista mallorquín más reconocido actualmente, fue quien, con paciencia, se lo consiguió quitar
Según los testimonios de Canyelles, Chocolate debió llegar a ese primer Selva Rock con los “chicos de Deià”, a los que dedicó un tema esa noche. Este pueblecito costero de la Serra de Tramuntana fue un refugio intermitente, gracias a Mark y su familia, para este niño que creció demasiado rápido en las calles del centro de Palma. La lista de locales, grupos y artistas relevantes con los que coincidió resultan inverosímiles: incluso con un Sabina que aún no era Sabina. En Deià, reputados bohemios le ayudaron a perfeccionar su canto. Se movía con ellos, ¿debió ver otra promesa de ascenso en esos ricos que le reían las gracias? Maria Fonollera, una mujer del pueblo, le acogió y se las ingenió para escolarizarlo, aprendió a leer y escribir rapidísimo. Un poco de estabilidad, porque según le dijo ella a Canyelles, nuestro pícaro “se estaba quemando poco a poco” con la vida de adulto en Palma.
La lista de locales, grupos y artistas relevantes con los que coincidió Chocolate resultan inverosímiles: incluso con un Sabina que aún no era Sabina
¿Por qué murió el niño?
Chocolate salió por última vez de Deià, donde podía sacar lo que le quedaba de niño, en Semana Santa. Y decidió bajar a las calles de Palma. Por ese entonces, se había distanciado un poco de Mark. Este se marchó solo a la India, peregrinación final de toda una generación a la que pertenecieron, sin pertenecer, como pasa en todas las generaciones. Donde los que crecen rápido se mueven mejor con los mayores.
Apenas se sabe cómo fueron las últimas horas de Chocolate. Como cualquier mito, su vida es real en todos los recuerdos raídos y mal conservados de quienes le conocieron. Ahora, tantos años después, querer contrastar esta historia sería ir en contra de la verdad. Se sabe que murió y que lo encontró ese pobre feriante el día previo a un 1 de mayo, donde al fin se pudo luchar, de nuevo, por la libertad. Se sabe, y Canyelles lo contrastó con fuentes policiales de la época, que se le practicó una autopsia y que parte de sus órganos se mandaron a analizar a Barcelona. Se sabe que la versión oficial y más plausible de la causa de su muerte sale de los resultados de esos análisis: intoxicación, o como se acabaría llamando, sobredosis. El primer muerto por heroína adulterada en la isla, el primero con cara y nombre.
La versión oficial y más plausible de la causa de su muerte sale de los resultados de esos análisis: intoxicación, o como se acabaría llamando, sobredosis. El primer muerto por heroína adulterada en la isla, el primero con cara y nombre es Chocolate
Los rumores empezaron. Justo encima de esos dichosos retretes, donde ahora circulan los turistas sin importarles si están en Palma, Venecia o Atenas, se juntaban algunos hombres y menores que ejercían la prostitución. Se especuló que algún marine americano buscando esos servicios lo hubiera podido matar por algún incidente. ¿Otra teoría?, no hacía mucho tiempo que un delincuente juvenil y supuesto confidente de la policía había muerto sospechosamente. La calle tenía una explicación: sabía demasiado y se lo quitaron de en medio. ¿Chocolate también llegó a saber demasiado? Hay muchas más versiones, y el periodista y dramaturgo Rafel Gallego las ha investigado para una obra que se estrenará este mismo año. Los medios señalaron la permisividad de los activistas durante la vida del muchacho. Eso dolió. Duele.
“Aquí no se socializa nada, fuera de las penas y las miserias”, reza la crónica de su entierro, que contiene otras sentencias contundentes como: “Los progres que hacían danzar a Chocolate por cinco duros tienen ya su danza. Una danza mortal, sin retorno. Chocolate les baila y les bailará ante sus narices y por siempre la danza de los siete velos de la miseria”. No se corta la nota ni en meter el dedo en la llaga, ni en el relato sensacionalista de los tres desmayos que sufrió su madre ese día y que compara con los tres que tuvo Cristo arrastrando su cruz.
Los medios siguieron publicando opiniones de todo tipo, pero también una carta de sus amigos defendiéndose de las acusaciones. Se defendieron y señalaron el paternalismo. Puede intuirse algo de culpabilidad; la hay en algunos testimonios del libro. En la presentación de esta segunda edición, el familiar de uno de esos testimonios apuntaba tímidamente que ese sentimiento pudo ser parte de lo que, con el tiempo, silenció el mito. Habían convivido con un crío, fumado con él, cantado con él, bebido con él, compartido acciones políticas con él, y se había muerto. El primer golpe después de unos años durante los cuales creyeron que todo era posible, incluso la eternidad.
Eso explicaría la poca recaudación en donaciones que se consiguió para su familia cuando, unos días después de su entierro, se organizó una Jam Session en homenaje a Chocolate. Asistió mucha gente, pero hubo significativas ausencias; de los bohemios de Deià, por ejemplo. Mark, su amigo de sangre, se enteró de la muerte en la India. Le sirvió para tomar conciencia de la coz mortal del caballo. Lo que siguió en Palma esos años fue lo mismo que en muchas ciudades españolas: degradación, muertes, sol y playa; una transición que hoy escuece recordar. Chocolate fue un golpe de vida, y su muerte una hostia colectiva. Aún no hay una triste placa donde estuvieron aquellos “repugnantes” retretes, ni en la calle donde vivía su familia, ni en la puerta de alguno de esos antros en los que se arrancó una rumba. Canyelles consiguió una foto de un cartel conmemorativo del primer año de su muerte. En él se lee: “CHOCOLATE, SIGUES SIENDO UN SÍMBOLO,” firmado: “TUS AMIGOS, (LOS BUENOS)”.
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