Los Farragut, dos españoles que construyeron los cimientos de Estados Unidos

Pensar, como señalaba el poeta cubano Virgilio Piñera, que vivir en una isla es sólamente “la maldita circunstancia del agua en todas partes” es concebir que el mar es un límite y no un camino, una muralla de agua y no un caudal de posibilidades. No era este el pensamiento que imperaba de la familia Farragut, cuyo linaje vincula directamente la isla de Menorca con la fundación y consolidación nacional de los Estados Unidos de América. Tanto Jordi Farragut como su hijo David fueron partícipes necesarios de los hechos que van desde la independencia hasta la guerra civil estadounidense, territorio que los recuerda y los honra como héroes nacionales.

El inicio de esta historia se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, momento en que Menorca florecía como una prometedora joya comercial enclavada en el Mediterráneo central. Desde que en 1713 la isla fuera “cedida” al imperio británico en virtud del Tratado de Utrecht, la nueva administración favoreció la llegada de comerciantes y mercaderes de todas partes.

Durante los primeros años, ilustres familias de griegos, judíos y, por supuesto, ingleses, aprovecharon las ventajas fiscales y aduaneras impulsadas por el duque de Argyll, primer gobernador de la British Menorca, para amasar fabulosas fortunas, cuyo rastro aún se adivina en alguna iglesia de diseño ortodoxo y en las suntuosas casas con balcones boinder del levante insular.

Mientras el puerto convertía a Maó en el centro administrativo y comercial, la vieja aristocracia y el clero de Ciutadella, estamentos que habían concentrado la suma del poder político desde 1287, fueron quedando cada vez más relegados. La burguesía floreciente iba sustituyendo paulatinamente los viejos privilegios de los señores feudales. En este contexto nació el 29 de septiembre de 1755 Jordi Antonio Magí Ferragut i Mesquida, el hombre que años después le salvaría la vida al primer presidente de los Estados Unidos de América.

Ferragut salvó la vida a George Washington

Jordi Ferragut, quien con los años cambiaría su nombre por el de George, era hijo de un largo linaje de ilustres marinos, soldados y clérigos originarios de València que llegaron a las Illes Balears durante el siglo XIII con el contingente de Jaume I el Conqueridor. Charles Lee Lewis, historiador del U.S Naval Institute, destaca en su estudio de la familia Farragut que “según el testimonio de sus subordinados, era uno de los oficiales mejor formados y más esmerados de su profesión, irreprochable en sus costumbres, serio y enérgico, que no admitía la palabra fracaso en el vocabulario del deber”. 

Hecho rápidamente a las vicisitudes de la vida marinera tras un breve paso por Barcelona, Farragut puso sus habilidades para la navegación al servicio de la corona británica. Hacia la segunda mitad del siglo XVIII dejó su pequeño llaüt de pescador amarrado en el puerto de Ciutadella y solicitó autorización al gobernador Richard Kane para capitanear un barco corsario que combatió junto a la Armada Imperial de Catalina La Grande en la guerra ruso-turca. De aquel conflicto Menorca heredó un osario donde reposan cientos de marineros rusos muertos tras contagiarse escorbuto, incluido un príncipe de apellido Spiridoff. Su paso por la península de Crimea se consagró rápidamente como un comandante respetado, temido y fogueado en combate a pesar de su juventud. 

Robert L. Caleo, periodista estadounidense e investigador del Admiral Farragut Academy -un prestigioso colegio de marinería situado en Florida bautizado con el nombre de los ilustres menorquines-, señala que Jordi Farragut “llegó a las llamadas 13 Colonias hacia 1776 como capitán de un navío mercante que realizaba el trayecto entre Veracruz, Nueva Orleans (entonces bajo dominio francés) y Cuba. Al poco tiempo, entró en contacto con la recién fundada Armada de Carolina del Sur y su simpatía por las ideas de liberación nacional e independencia estadounidense lo llevaron a convertirse en teniente de la Armada Continental, semilla de la actual US NAVY”.

La guerra de independencia, que duraría hasta 1783, consagró la reputación de Farragut como un destacado militar que cobró notoriedad entre las desordenadas pero firmes intenciones revolucionarias de la tropa comandada por George Washington en varias batallas importantes como el sitio de Savannah y la toma de Charleston, donde, además, comandó una tropa de caballería con el grado de capitán. En palabras de quien luego sería el primer presidente de los Estados Unidos y por entonces era apenas un coronel, Farragut era un hombre “bajito y fornido, muy valiente y de genio divertido”, descripción que se hizo conocida después de que el menorquín le salvara la vida al Padre Fundador durante la batalla de Cowpens, en la que fue gravemente herido por una bala de cañón.

En palabras de quien luego sería el primer presidente de los Estados Unidos y por entonces era apenas un coronel -George Washington-, Farragut era un hombre “bajito y fornido, muy valiente y de genio divertido”, descripción que se hizo conocida después de que el menorquín le salvara la vida al Padre Fundador durante la batalla de Cowpens, en la que fue gravemente herido por una bala de cañón

Tras el fin de la guerra y la consolidación de la independencia estadounidense, el aguerrido menorquín se retiró a vivir una vida tranquila en una parcela de tierra junto al río Mississippi en la actual Pascagoula, condado de Jackson. Retirado con el grado de oficial comandante mayor, continuó colaborando con el Ejército de los Estados Unidos combatiendo ocasionalmente a las naciones amerindias que amenazaban la ribera del Mississippi. Se casó con una joven de origen escocés llamada Elisabeth Shine, con quien tuvo dos hijos. Uno moriría ahogado en 1814, el otro era David G. Ferragut, el primer almirante de la United States Navy. 

David Farragut, el “héroe hispano” de la guerra civil

A muy pocos metros de la Casa Blanca, en Washington DC, uno de los dieciocho monumentos históricos dedicados a la Guerra de Secesión observa la ciudad desde una alta columna de mármol. Ubicado en la intersección de la avenida Connecticut y la calle Pensilvania, una estatua de bronce dedicada a David Glasgow Farragut corona la plaza del mismo nombre. A su inauguración asistieron en 1881 más de 4.000 invitados, entre los que se contó el entonces presidente de los Estados Unidos, James Garfield, y la plana mayor de la Armada.

Aunque David no nació en Ciutadella como su padre, su vínculo con el mar y su dedicación temprana a la vida marinera lo marcarían desde sus primeros años de vida. En sus memorias, Farragut hijo recuerda una expedición realizada en una suerte de llaüt improvisado junto a su padre: “Fuimos en aquella embarcación desde Nueva Orleans a La Habana, una especie de canoa hecha de dos piezas de madera en lugar de una. Siempre hablaba de las buenas cualidades de su pequeña yola, una embarcación en la que navegó muchos años a pesar de que sus amigos lo consideraban un experimento peligroso. Esta afición por el mar era muy fuerte en mi padre”.

A la muerte de su progenitor, David fue criado en Knoxville, Tennesse, e ingresó a la armada con el grado de guardiamarina, apadrinado por el comodoro Porter, amigo de su padre. En 1812 participó de la captura del bergantín inglés “Essex” y, con apenas 12 años, comenzó a tomar parte en importantes combates navales. Hacia 1823 ya era un avezado capitán de guerra dedicado por entero a combatir a los piratas y corsarios ingleses del Caribe.

Con el inicio de la Guerra Civil de los Estados Unidos en 1861, Farragut decidió tomar parte por el bando de la Unión, comandada por Abraham Lincoln, a pesar de ser originario de los estados del sur organizados en la Confederación. “Siendo por entonces un oficial veterano, se le encargó la misión de tomar Nueva Orleans. En la noche del 24 de abril de 1862 logró destruir gran parte de la flota de los Estados Confederados, lo que permitió a las tropas de la Unión tomar tierra al amparo de su buque insignia, el USS Hartford. Se trató de una acción realmente temeraria y clave para la victoria de la Unión”, explica el militar e historiador Miguel Ángel Ferreiro. 

Con el inicio de la Guerra Civil de los Estados Unidos en 1861, David Farragut decidió tomar parte por el bando de la Unión, comandada por Abraham Lincoln. Tiene una estatua de bronce a muy pocos metros de la Casa Blanca

Por sus acciones durante la Civil War fue creado ad hoc el cargo de contralmirante, con el que fue reconocido hasta que en agosto de 1865 fue llamado nuevamente a filas para emprender la que sería su mayor acción bélica: la batalla de Mobile Bay. “A su ingreso en la bahía de Mobile, en el Golfo de México, se encontró con toda la zona plagada de minas (entonces conocidas como torpedos) de contacto que llegaron a hundir incluso varios navíos. Entonces, pronunció la frase con la que todavía se lo recuerda: 'Al diablo los torpedos, a toda máquina!', y logró penetrar en el puerto y rendir la plaza tras un duro combate con el acorazado Tennessee”, explica Charles L. Lewis.

Al finalizar la contienda, fue ascendido y recordado como uno de los más importantes comandantes de la Guerra de Secesión, que finalizó en 1865 con la victoria de la Unión. “Es sin duda uno de los más grandes héroes de la Armada de los Estados Unidos y por su implicación en aquella contienda llegó a ser el primer almirante que tuvieron en ese país”, explican a elDiario.es desde el Consorcio Militar de Menorca. 

El 25 de septiembre de 2017, el Ministerio de Defensa de España y el Estado Mayor de la Armada rindieron un homenaje público al hijo de aquel menorquín que, navegando en un barquito de vela, logró sentar las bases de la que todavía es hoy una de las principales potencias navales del mundo.