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El 31 de diciembre de 1229, el ejército de Jaume I atravesaba la desaparecida puerta Bâl Al-Kofol -posteriormente conocida como 'porta de la conquesta', 'porta de l'Esvaidor' y 'porta de Santa Margalida'), una de las entradas que entonces daban acceso al interior de la amurallada Madina Mayurqa. Tres siglos antes, en el año 903, Balears habían pasado a depender del Califato de Córdoba, bajo cuya tutela la actual Palma registró un crecimiento poblacional sin precedentes y se convirtió en una de las mayores y más dinámicas ciudades de Europa, tan sólo superada por Constantinopla, Palermo o Venecia.
Intrincadas calles de tierra comenzaron a tomar forma más allá de las antiguas murallas romanas y los habitantes vieron construir la Alcazaba Real y la Suda, una cuarentena de mezquitas, casas de tapia, baños públicos, abrevaderos, hornos y barbacanas.
El aroma a cilantro, el espliego o el jengibre inundó cada rincón mientras, de fondo, los rumores del agua y las llamadas al rezo desde lo alto de los minaretes colmaban los días y las noches en aquella ciudad musulmana del Mediterráneo.
El desembarco de la escuadra cristiana, sin embargo, lo cambió todo. Como explica el ingeniero y arquitecto Carlos García-Delgado en su obra Las raíces de Palma. Los mil primeros años de la construcción de una ciudad, las tropas de la Corona de Aragón, formadas por unos mil hombres, irrumpieron en la actual capital balear borrando a su paso todo vestigio islámico: había que inventariar toda la riqueza de la isla y distribuirla entre los conquistadores (desde la alta nobleza catalana pasando per la prelatura eclesiástica, las Órdenes Militares, la pequeña nobleza, los caballeros o la comunidad judía). De aquella época, se conservan en la actualidad edificaciones como los baños árabes, parte de la arquitectura del Palacio del Almudaina, las puertas de la conocida como Muralla del Temple y el 'carrer de la Mar'. La presencia islámica continúa intuyéndose en el entramado del casco histórico.
Las tropas de la Corona de Aragón, formadas por unos mil hombres, irrumpieron en la actual capital balear borrando a su paso todo vestigio islámico: había que inventariar toda la riqueza de la isla y distribuirla entre los conquistadores
Más allá del patrimonio arquitectónico y urbano, los colonizadores libraron una cruenta batalla contra los isleños, apoderándose de Mallorca en apenas unos meses. La isla se constituyó entonces en un reino más de la Corona de Aragón bajo el nombre Regnum Maioricarum et insulae adiacentes, mientras los pobladores originales, en una carrera desenfrenada por la salvación, se vieron obligados a esconderse en cuevas y refugios de montaña o huir a África, provocando con ello la desaparición de pequeñas poblaciones instauradas en la isla durante la Alta Edad Media.
Quienes no lograron escapar acabaron reducidos a la condición de cautivos y distribuidos como botín entre los conquistadores y, entre quienes colaboraron con las huestes de Jaume I, algunos de ellos pudieron conservar una parte de sus propiedades, sometidos, eso sí, al pago de tributos anuales. La ocupación cristiana transformó profundamente las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales de Balears.
Una quincena de poblaciones, desaparecidas
Más de 800 años después, una reciente investigación ha arrojado luz sobre aquellas villas y 'pueblas' medievales que, por diferentes causas, se vieron arrasadas y condenadas al olvido tras la conquista de Jaume I. El mallorquín Antoni Mas, profesor de Historia Medieval de la Universitat de les Illes Balears (UIB), se ha enfrascado en el análisis de documentos y expedientes que apuntan a que entre una quincena y una veintena de núcleos acabaron evaporados del mapa, sobre todo con la llegada de Jaume II al poder y la aprobación en el año 1300 de las 'Ordinacions', que, a modo de plan de ordenación urbanística y agraria, contemplaba el desarrollo agrícola de la isla, así como la corrección de los desequilibrios económicos y poblacionales existentes entre las diferentes comarcas de Mallorca.
Como señala al respecto el historiador Antoni Riera, catedrático emérito de Historia Medieval de la Universitat de Barcelona -y recoge Mas en uno de sus estudios-, Mallorca presentaba en el año 1300 una hipertrofia del sector terciario, concentrado en Ciutat (como fue denominada Palma tras la conquista de Jaume I), por el desequilibrio entre la ciudad y 'foravila' -los pueblos y ruralías alejados de la urbe-, por la desproporción entre población y superficie roturable y por la incapacidad de la agricultura balear de abastecer las necesidades alimentarias de una población en crecimiento.
Entre quince y veinte núcleos acabaron evaporados del mapa, sobre todo con la llegada de Jaume II al poder y la aprobación en el año 1300 de las 'Ordinacions', que contemplaba la creación de nuevos pueblos y el desarrollo agrícola de la isla
Las 'Ordinacions' iban así dirigidas a concentrar el campesinado, dispersado en alquerías y cobertizos, además de, mediante la parcelación progresiva del dominio útil, potenciar las pequeñas unidades de producción familiar y ampliar el área disponible para el arado, lo que implicó una mayor utilización del suelo tanto de forma intensiva como extensiva. Según Riera, la principal finalidad de este plan pasaba por aumentar sensiblemente la producción alimentaria del Reino y, de esta forma, contener las importaciones cerealísticas.
Como explica Mas en declaraciones a elDiario.es, el nuevo plan contemplaba la creación en Mallorca de una veintena de pueblos de cien habitantes, de modo que comenzaron a construirse nuevos asentamientos que, a su vez, provocaron la desaparición de otros más antiguos, dado que sus habitantes fueron obligados a abandonarlos y trasladarse a los nuevos enclaves.
Desplazados a los nuevos núcleos amurallados del litoral
Así sucedió, por ejemplo, en los casos de Guinyent y Santa Maria de la Torre, núcleos de población que ya existían antes de la conquista de Jaume I y que se hallaban a unos tres kilómetros de la actual Alcúdia. Su sucesor ordenó su despoblación con motivo de la construcción de esta última ciudad en los terrenos que ocupaba la alquería musulmana de Al Kudi. En 1298 la declaró núcleo principal del término parroquial (tras la conquista de Jaume I, la bula papal Cum a nobis petitur de Inocencio IV, datada de 1248, había establecido la división parroquial de Mallorca en 28 zonas, base de la futura creación de las villas contempladas por las 'Ordinacions'). Mas señala que a Jaume II le interesaba, sobre todo, construir en el litoral ante posibles amenazas externas, erigiendo en la costa núcleos protegidos por murallas, como sucedió con Alcúdia.
No en vano, este municipio situado al norte de Mallorca y considerado en la actualidad uno de los principales enclaves turísticos de la isla, sirvió en numerosas ocasiones de refugio y su recinto amurallado se convirtió en una pieza clave en el siglo XVI durante las 'Germanies', revuelta artesanal que, en paralelo a la rebelión de los comuneros en la Corona de Castilla, puso en jaque a la nobleza y las clases más altas de la isla, y, con ello, la estabilidad del Sacro Imperio Romano Germánico. Entre 1519 y 1521, mientras los 'agermanats' -principalmente menestrales y payeses- se manifestaban contra el poder real en busca de una justicia mejor y las tropas del emperador Carlos I sofocaban la revuelta, los nobles de Mallorca se refugiaban tras las murallas de Alcúdia. Finalizada la rebelión, el emperador recompensó a la ciudad, en 1523, con el título de 'Ciudad Fidelísima'.
Del mismo modo, Capdepera vio reagrupar a los habitantes que residían en las proximidades de su castillo. En el siglo XIV, Jaume II ordenó la construcción de una villa fortificada en torno a la conocida como Torre d’en Nunis -en referencia a una de las familias que tomó parte de la conquista de Mallorca- y, en 1328, los 59 habitantes que conformaban una pequeña población en las proximidades fueron obligados a trasladar ahí su residencia. Otro de los municipios que nacieron a partir de la despoblación de núcleos próximos fue Sa Pobla. A cuatro kilómetros del mismo se encontraba Crestatx, zona que en la actualidad conserva la ermita de la localidad y a partir de la cual se fundó Sa Pobla, adonde se desplazó de forma definitiva la población que residía en aquel núcleo.
Cuando la 'gentrificación' expulsó a la población medieval
Otros de los pueblos que Antoni Mas cita en sus investigaciones son aquellos que dejaron de existir como consecuencia del acopio de tierras en pocas manos en una suerte de fenómeno gentrificador. La concentración patrimonial por parte de la aristocracia mallorquina provocó la desaparición de núcleos como Biniforani (Bunyola), Massanella (Mancor de la Vall), Benicanella (Son Servera) o el Rafalet (Algaida). En el caso de Biniforani, éste fue identificado por la investigadora Helena Kirchner, que en sus investigaciones apunta a que, antes de 1245, había 17,5 jovadas -antigua medida de superficie agrícola- en las que mayoritariamente se cultivaban viñas y oliveras.
Massanella, por su parte, fue descrito como 'puebla' en 1390 y su desarrollo como tal acabó frustrado a causa de la adquisición sistemática de todas las propiedades que la conformaban por parte de la familia Descatlar, que llegaría a acumular hasta cinco sextas partes del territorio. Massanella se convirtió finalmente en 'possesió' y acabó parcelada en grandes fincas.
Miedo a los ataques corsarios
El temor a los ataques corsarios también provocó la desaparición de núcleos medievales como la 'pobla' de la Palomera, próxima a la torre de Sant Elm, en el actual municipio costero de Andratx. El principal objetivo de su creación pasaba por la consolidación de una pequeña villa portuaria de sólo veinte o treinta casas. Con alcalde propio y descrita como una modica populatione, la zona vivió de la pesca, de la elaboración de salazones y del tráfico de madera para la construcción de buques hasta que, en el siglo XV, fue abandonada fruto del crecimiento del poder otomano por mar.
El temor a los ataques corsarios también provocó la desaparición de núcleos medievales como la 'pobla' de la Palomera, próxima a la torre de Sant Elm, en el actual municipio costero de Andratx. Fue abandonada ante el crecimiento del poder otomano por mar
En su estudio, Mas apunta, asimismo, a la mala calidad de la tierra, a la salubridad y a los efectos de la peste negra como otras posibles causas del desvanecimiento de núcleos como Bellver (Sant Llorenç), Sa Granada, Bànyols (Alaró), Sant Miquel de Campanet, Consell y Hero (Santa Margalida). Para el investigador, el caso “más curioso” es el de Sant Miquel, fundado en 1345 en torno a la parroquia de Sant Miquel de Campanet. “Era un núcleo de gente pobre y, con el proceso de parcelación, las casas tendrían una superficie de unos 40 metros cuadrados”, explica el historiador. Situado al lado de un torrente a unos 300 metros de profundidad dentro del Plano del Tel, la tradición sostiene que Sant Miquel desapareció como consecuencia del desbordamiento de las aguas.
Las desaparecidas colonias agrícolas del siglo XIX
En línea de lo que sucedió en la Edad Media, varias leyes estipularon a mediados del siglo XIX la creación de nueve colonias agrícolas en Mallorca con el objetivo de redistribuir a la población y mejorar el provecho del uso agrario del suelo. Tal como señala al respecto el investigador Tomeu Pastor, especializado en historia agraria, estas normativas beneficiaron principalmente a los grandes propietarios, que, además de ser eximidos en el pago de impuestos, vieron cómo sus peores tierras, las que no habían sido nunca aradas, tenían la oportunidad de convertirse en almendrales, higuerales y viñedos. De todas las colonias que se impulsaron, perviven únicamente cuatro, reconvertidas en la actualidad en importantes focos turísticos: Sa Colònia de Sant Pere (Artà), Sa Colònia de Sant Jordi (Campos), Porto Colom (Felanitx) y Porto Cristo (Manacor).
Mas señala a elDiario.es que, en lugares como Catalunya o la España vaciada, la desaparición de estas poblaciones “no llamaría tanto la atención”, dado que el vaciamiento de los núcleos forma parte de una realidad que afecta de forma severa a estos territorios debido al éxodo rural. En Mallorca, en cambio, la evaporación de los antiguos asentamientos, aunque muy anterior, choca con la imparable evolución demográfica de la isla. Su número de habitantes se ha incrementado en un 38,5% desde el año 2000, según datos del INE y, tras Tenerife, es la isla española más poblada. Una olla a presión con serias repercusiones en materia sanitaria, educativa y de vivienda, sobre el consumo de energía y de agua, teniendo en cuenta que la insularidad, per se, ya implica numerosas limitaciones en cuanto al abastecimiento de recursos.
En la actualidad, Mallorca cuenta con cerca de un millón de habitantes repartidos de forma desigual entre sus 53 municipios. Varias de sus localidades, como Deià, en plena Serra de Tramuntana, sufren desde hace años los efectos de la compra extranjera masiva, la especulación inmobiliaria, la voracidad de los fondos de inversión y el desenfreno del alquiler vacacional. El aumento de la población no ha llevado aparejado consigo, sin embargo, un incremento de la riqueza per cápita, tal como subrayan los expertos, quienes apelan a abordar esta cuestión con rigor para evitar su utilización con tintes xenófobos e impedir que la población más vulnerable se convierta en negativo en el foco del debate.