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La grave sequía de Formentera: el año en que “la isla del trigo” perdió su cosecha

La higuera es uno de los árboles que mejor se adapta al clima de Formentera.

Pablo Sierra del Sol / Marcelo Sastre

Formentera —
30 de abril de 2024 09:01 h

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Juanan Yern señala con la mano los límites de la parcela. “¿Veis que está todo marrón? Ya estamos en primavera y las espigas tendrían que llegarnos casi por la rodilla. Ha llovido tan poco que muchas de las semillas que plantamos ni siquiera han brotado”. Junto a las botas de este hombre de campo hay brotes verdes. Forman un pequeño círculo, que el presidente de la Associació de Ramaders de Formentera se cuida de no chafar. “Aunque el calor nos haya dado una tregua estos últimos días y hayan caído algunos litros, en cuanto suba un poco la temperatura, estas espigas se secarán sin haber crecido lo suficiente”.

En el agro la mirada siempre apunta al cielo. Más vale prevenir que curar. Las doscientas hectáreas de cereal que solían sembrarse en la isla se redujeron a poco más de cien. Los ganaderos intuían que no llovería durante el último trimestre de 2023. Tocaba optimizar recursos ante el temor de que cumplieran las peores previsiones. Se cumplieron. El invierno fue el segundo más seco desde principios de los cincuenta y, a la vez, anormalmente cálido. Las olas de frío desaparecieron. El mercurio nunca bajó de los 5 grados y la temperatura media subió 1,3 grados. Alcanzó los 14 gracias a máximas como la que se registró el 25 de enero. Ese mediodía muchos paseaban en manga corta por Formentera. Estaban a 21 grados. La primavera parecía haberse comido al invierno.

Yern resume las consecuencias sin utilizar anestesia:

– La cosechadora se quedará en el cobertizo, no merecerá la pena sacarla. Es una pena, pero hay que aceptar la realidad: este verano no habrá cosecha en nuestra isla. 

La sequía ahoga los vestigios del mundo rural formenterense. Su tamaño (2% de la superficie de Mallorca) y su situación geográfica (268 quilómetros al sur de Menorca) la convierten, de largo, en la isla más árida de Balears. “El clima formenterense, igual que en algunas zonas de Eivissa o en el Migjorn mallorquín, es mediterráneo de tipo estepario. Como el agua se evapora rápidamente de la superficie, la flora está muy bien adaptada a esas condiciones: el pino, la sabina, las higueras… Pero si no llueve, incluso esos árboles y plantas lo pasarán mal. Incluso teniendo en cuenta que nuestro clima se caracteriza por una gran variabilidad interanual, tenemos un problema. Las Pitiüses sufren una sequía severa derivada de la ausencia casi total de lluvias en octubre, noviembre y diciembre. En 2023 llovió, más o menos, la mitad de lo que es habitual en Formentera. Las precipitaciones de los últimos meses no han ayudado a resolver este déficit. ¿Que quizás ahora vengan dos o tres años muy lluviosos y compensen la balanza? Podría ser, pero no lo sabemos”.

Las Pitiüses sufren una sequía severa derivada de la ausencia casi total de lluvias en octubre, noviembre y diciembre. En 2023 llovió, más o menos, la mitad de lo que es habitual en Formentera. Las precipitaciones de los últimos meses no han ayudado a resolver este déficit

Juanan Yern Presidente de la Associació de Ramaders de Formentera

El geógrafo Pep Vicens Massanet colabora en Ràdio Illa, la emisora pública de Formentera, analizando y contextualizando la información meteorológica de la isla. Las cifras que aporta son muy ilustrativas. Según las estadísticas, los pluviómetros formenterenses deberían recoger entre 350 y 400 mm. a lo largo de 12 meses. El año pasado, la estación que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) tiene en Can Xumeu d’en Roig registró 331 mm. Fue una cantidad inferior a lo habitual, pero, al estar en la Mola, la zona más elevada y lluviosa de la isla, bastante más del líquido que mojó Can Marroig. En la finca donde se encuentra el centro de interpretación del Parc Natural de ses Salines cayeron 218 mm. Casi la mitad del promedio anual. Poco más de las precipitaciones que registra, de media, Almería (200 mm), la provincia más árida de la España peninsular.

Sin agua que alimente los cultivos de secano, las cincuenta toneladas de avena, cebada y trigo que producía Formentera tendrán que importarse. Íntegramente. Un frenazo para la xeixa, el cereal tradicional de Balears, que ha vuelto a cultivarse durante la última década en las Pitiüses, donde estaba casi desaparecida, para hornear panes de calidad, de sabor dulce y poco gluten. Al molino que puso en marcha hace dos años la Cooperativa des Camp, el colectivo donde se integra la asociación de ganaderos que preside Yern, le faltará el trabajo que ya le sobra precisamente a las veinte explotaciones agroalimentarias donde crían cerdos y, sobre todo, ovejas y cabras.

Sin agua que alimente los cultivos de secano, las cincuenta toneladas de avena, cebada y trigo que producía Formentera tendrán que importarse. Íntegramente. Un frenazo para la 'xeixa', el cereal tradicional de Balears, que ha vuelto a cultivarse durante la última década en las Pitiüses

“Hay unas novecientas cabezas de ganado en la isla. La mayoría, rumiantes. Normalmente, con el grano de la cosecha y las balas de forraje que armábamos se aguantaba bien hasta marzo o abril. Si había que comprarlo fuera era para cubrir una temporada muy cortita. Ahora ya nos estamos proveyendo de suministros que vienen de la península o de Mallorca. La mercancía tiene que atravesar dos puertos; el sobrecoste es evidente: unos 400 euros al mes por ganadero. Con una producción tan pequeña y específica como la nuestra, lo vamos a pasar mal”, cuenta Yern. El Consell ha empezado a moverse “junto al Govern para ofrecer ayudas al sector primario de la isla frente a la sequía”, comenta. De momento, durante febrero ya repartió dos sacos de pienso a los socios de la cooperativa. Un parche que, según anuncia Yern, no detendrá lo inevitable. Lo notarán los clientes que compren en las carnicerías, pequeñas tiendas y supermercados con los que trabajan los ganaderos locales: “Estábamos cobrando el quilo de oveja, en canal, a nueve euros. Tendremos que subir los precios”.

Yern no llega a los cuarenta años, pero en Can Pep d’en Silverio, la casa de la que procede su familia, los más viejos tienen casi ochenta: “Recuerdan épocas en las que se pasó muy mal porque llovía poco. Hablar con ellos de la sequía te ayuda a ser prudente y tener perspectiva. Si te has involucrado en un proyecto agrícola o ganadero es porque crees en esta forma de vida. Este oficio como criar a una criatura: si la abandonas, se muere. Es probable que los beneficios de los últimos tres años se los coma esta crisis, pero no puedes tirar la toalla. También supondrá un gasto para muchas de las casas que mantienen un rebaño pequeño, para autoconsumo, o, tan sólo, un par de ovejas para que limpien las malas hierbas. No es mucha cosa, pero todo suma en una isla donde la ganadería prácticamente desapareció con la llegada del turismo. Esta primavera poco servicio darán esas ovejas porque no hay nada de pasto”.

Yern ratifica desde el suelo lo que se fotografió hace unas semanas desde el espacio. La cuenta de X de Copernicus, un programa de investigación de la Agencia Espacial Europea, publicó unas imágenes de las Pitiüses fechadas en febrero de 2023 y marzo de 2024. El objetivo del satélite Sentinel 2 no engañaba. Los colores de las islas habían cambiado. La gran masa verde de Eivissa había pasado a ser una escala de marrones moteada por los pinos que crecen en las colinas de la isla. En Formentera, mucho menos arbolada, la pérdida de verdor se hacía mucho más evidente y, la superficie, vista desde una altura de casi ochocientos quilómetros, era de un marrón mucho más pálido. Desértico.

Para medir los índices de sequía, la Conselleria de la Mar i del Cicle de l'Aigua divide a las Illes Balears en diez zonas. Las llama unidades de demanda y responden a las diferentes cuencas hidrográficas. Mallorca tiene siete; Eivissa, Menorca y Formentera son en sí mismas una unidad de demanda. Durante el primer trimestre de este año, y pese a que en las otras tres islas también disminuyeron las precipitaciones, sólo Formentera cayó al nivel de alerta.

El patrón se repite alargando la línea temporal. En la última década, la única unidad que entró en situación de emergencia fue la formenterense. Ocurrió dos veces: en verano de 2022 y en otoño de 2023. Entonces, el Consell formenterense aplicó restricciones y prohibió usos de agua no prioritarios. Ahora, cerrar el grifo, “de momento”, no se contempla. Continuarán las campañas de sensibilización entre los 12 mil residentes y los 750 mil turistas (la mitad, excursionistas que pasan unas horas y se marchan) para que el agua se consuma responsablemente en una isla que depende al cien por cien de los 7 mil metros cúbicos que produce su planta desaladora.

Los síntomas de la sequía, imparables, ya se van haciendo evidentes en la vida cotidiana. La Agència Balear de l’Aigua calcula que un 30 por ciento de las casas diseminadas de Formentera no están conectadas a la red pública. Al llover tan poco, sus depósitos y aljibes están vacíos. La dependencia de las empresas que suministran agua es total. “Nunca habíamos visto tantos camiones cisterna circulando por Formentera antes de la temporada turística”, dice Yern. No es sólo una cuestión de lavar los platos, ducharse o hacer la colada, también incumbe a frutas y hortalizas, huérfanas del líquido que debería llegar desde una balsa de riego, pública, porque los sobrantes de la depuradora insular no están lo suficientemente limpios: “Los huertos que se cultivan en muchas de estas casas están sobreviviendo gracias al agua comprada”. Un porte de diez toneladas cuesta cien euros.

A pesar de la grave sequía que padece la isla, cerrar el grifo, “de momento”, no se contempla. Continuarán las campañas de sensibilización entre los 12 mil residentes y los 750 mil turistas

Hace un mes, cuando se revisaron los índices, las lluvias de principios de marzo pintaron los 83 quilómetros cuadrados más meridionales de la comunidad autónoma de amarillo. Es el color que identifica la prealerta por sequía, el escalón en el que se encuentra también el resto del archipiélago. Pero el futuro, a corto plazo, no es halagüeño. La Aemet pronosticó que será difícil revertir la situación durante los próximos meses. Superada la mitad del año hidrológico en curso –acabará el 30 de septiembre–, en Sant Francesc Xavier, la estación de Balears Meteo, ha recogido 89 mm. Otros pluviómetros de esta red, en Palma (177 mm) o Sant Lluís (133 mm), ha llovido bastante más, pero también están por debajo de sus promedios. “A diferencia del resto de islas, Formentera apenas tiene torrentes y no existen masas de agua dulce más o menos estables. El agua se infiltra en el subsuelo con mucha más dificultad y, por eso, sólo cuenta con un gran acuífero que, además, por la sobreexplotación, no se encuentra en buen estado. Esas características tan peculiares condicionan mucho a este territorio, lo hacen muy dependiente de las lluvias”, precisa el geógrafo Vicens. 

La isla del trigo

Cuando en 2010 el Consell formenterense, recién creado, encargó a varias entidades una propuesta con base histórica para establecer los nuevos símbolos de la isla, se decantó por la bandera que le propuso la Obra Cultural Balear. Al verla ondear se descubre con rapidez que el trigo es uno de sus elementos principales. Sobre el fondo cuatribarrado de la Corona de Aragón y sobre una torre de defensa bañada por las olas aparecen dos espigas. Tienen el tallo inclinado hacia la fortificación, como si los vientos –xaloc, llebeig, migjorn– que barren una isla con muy poco relieve estuvieran abanicándolas.

Desde que izó la bandera en la fachada de la institución hace cuatro años, la web del Consell identifica al trigo como “símbolo insular” al ser el origen del topónimo. Formentera provendría de la palabra latina frumentaria, que pasó, tal cual, al castellano para designar, citando a la Real Academia Española, “al trigo y a otros cereales”. Esta idea, aceptada durante largo tiempo, está en discusión desde hace años porque Formentera nunca fue una plantación de trigo flotante. El suelo arenoso de sus campos, y su clima, permitían sembrar y recoger lo justo. Curiosamente, podría ser la segunda acepción del diccionario de la RAE la que resolvería el misterio. Frumentario (o frumentarius) era el oficial encargado de abastecer –de trigo y otras provisiones– a las legiones del Imperio Romano. 

De ese significado, siguiendo la línea del mallorquín Joan Veny, el primer lingüista que lanzó esta tesis, cree el historiador Santiago Colomar que provendría el nombre de su isla natal. Los equívocos y las medias verdades de la Historia moldean los símbolos del presente: “Cuando la isla quedó despoblada por el riesgo de las incursiones otomanas, los ibicencos la usaban como despensa para extraer todo tipo de productos. En algunos documentos [de los siglos XV, XVI y XVII] aparece nombrada como la Formentera: ese artículo delante pondría más de manifiesto su papel como la productora. No como productora de trigo, sino como productora en general. De la misma manera que cuando decimos ganarnos el pan no nos referimos a ganar el dinero para comprar una barra de pan sino a ganarnos la subsistencia”. La que buscan las empresas del sector primario durante el año en que “la isla del trigo” perdió su cosecha.

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