Hacia mediados de los años 70 Menorca fue epicentro de un debate político que atravesó España y removió los cimientos de la vieja y franquista Santa Madre Iglesia. En la pequeña isla mediterránea, el llamado cristianismo de base tuvo una fuerte expresión organizativa, que resulta clave para entender la genealogía política de la isla desde la transición hasta la actualidad.
Hasta aquí, empujados por la tramontana, llegaron los ecos de un movimiento que logró sentar en la misma mesa a sacerdotes católicos y militantes comunistas para luchar por la democracia y contra las desigualdades sociales.
De las reuniones clandestinas en las parroquias, arropados por los curas rojos durante la dictadura, a la construcción de un amplio espacio que supo disputar la hegemonía política insular, en elDiario.es reconstruimos una parte de la historia de los católicos marxistas menorquines.
A Dios rogando…
El contexto global que permitió el encuentro entre la Biblia y El Capital sólo puede comprenderse con la irrupción de dos elementos históricos fundamentales. De un lado está el surgimiento de la Teología de la Liberación en Latinoamérica y la concepción liberadora del evangelio. Un proceso ideológico y político que inspiró el nacimiento de espacios como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile –que integraría la experiencia de gobierno del allendismo–, las experiencias revolucionarias de Nicaragua y el Salvador, el inicio de la guerrilla Montoneros en Argentina vinculado a los grupos de Acción Católica o el nacimiento del Ejército de Liberación Nacional en Colombia, comandado por un jesuita llamado Camilo Torres Restrepo.
El otro elemento es la convocatoria del Concilio Vaticano II, impulsada por un papa breve pero comprometido y progresista como Juan XXIII. La convocatoria a esta gran asamblea de la cristiandad no fue el fruto de la voluntad divina, sino del más racional cálculo político: los trabajadores del mundo rechazaban a la iglesia por su vinculación histórica con el poder y las clases dominantes. Al rol –cuestionable como poco– jugado por el papa Pío XII durante el nazismo en Europa se sumaba la escasa importancia que se le otorgaba a los obispos del llamado “tercer mundo” dentro de la estructura vaticana.
Así fue cómo, apenas unas semanas después del triunfo de la revolución cubana, el recién asumido Juan XXIII convocó a todos los representantes del cristianismo para discutir cómo “modernizar la iglesia”. En este encuentro, que finalizó tres años después de su sesión de apertura, fueron ganando peso las posiciones de los obispos del llamado 'tercer mundo'. Las críticas al lujo y ostentación del Papa y a las concepciones vetustas y elitistas de los evangelios. Como en todo proceso político, se dibuja una “nueva forma de hacer Iglesia”, en este caso pobre y de izquierda.
Menorca roja, santa y soberanista
Para entender qué pintan los cristianos en la política de izquierdas de Menorca hay que remontarse a la guerra. A diferencia de Mallorca y Eivissa, esta isla se mantuvo fiel a la República hasta el fin de la contienda civil. Después de los bombardeos de la aviación italiana, los milicianos republicanos se vengaron fusilando a varios oficiales falangistas y a un número elevado de curas –entre 30 y 40–, en el barco Atlante de Maó y en el cementerio de Es Castell, cuenta Miquel Àngel Maria, actual número dos de la plataforma Més per Menorca, exsacerdote y miembro de la organización Cristians pel Socialisme.
“Con esto quiero decir que la persecución religiosa durante la guerra fue intensa en la isla, lo cual tiene un efecto ambivalente, porque si bien la iglesia del primer franquismo es absolutamente adicta al régimen, hacia mediados de los 60 y después del Concilio Vaticano II, en Menorca habrá un clero muy joven con un nuevo obispo llamado Miquel Moncadas Noguera que, sin ser progresista, tendrá clara la pluralidad de la iglesia en la isla”, explica Maria.
“Algo que definitivamente marca el surgimiento de esta organización y que la vincula con la isla fue un encuentro clandestino, llamado Encuentro de Ávila –que no fue en Ávila sino en Calafell–, en noviembre del 73, poco después del golpe a Allende en Chile. Allí se reúnen más de 200 cristianos de base convocados por referentes de esta corriente como Alfonso Carlos Comín y José María Díez-Alegría, que marca el nacimiento de Cristianos por el Socialismo. En ese encuentro hubo dos delegados menorquines”, relata Antonio Casero, ex responsable político del Partido Comunista en Menorca.
Estos dos menorquines eran, según pudo reconstruir elDiario.es, Josep Seguí Mercadal, párroco de la Iglesia del Carmen, y Bartomeu Febrer, conocido como “es capellà petit”. Ambos sacerdotes fueron los organizadores en Menorca de una serie de conferencias, charlas y debates con los referentes del cristianismo de base de todo el estado español y de toda Europa. Del encuentro de posiciones laicas, cristianas, marxistas, obreras, nacionales, internacionales e insulares surgirá buena parte de lo que hoy es la representación política, sindical y social menorquina.
“Efectivamente las organizaciones sociales como las asociaciones de vecinos, los sindicatos y luego también los partidos políticos van a ir construyéndose desde entonces y hasta bien entrados los 90 al amparo de las parroquias. Concretamente la de Santa Eulàlia y la del Carmen. El movimiento ecologista incluso va a tener una confluencia importante de militantes que salen de las parroquias”, subraya Miquel Àngel Maria, quien vivió de cerca esta conjunción de corrientes, ya que a los 19 años ingresó al seminario de Menorca con la intención de ordenarse sacerdote.
“Yo quería vivir la vocación desde la perspectiva de construir una nueva iglesia. Eran los años de la revolución sandinista en Nicaragua, proceso del que participé como brigadista voluntario durante seis meses en 1986. Esa experiencia me marcó profundamente. Finalmente me ordené cura en 1991 y fui párroco en Ferreries durante tres años y luego pasé otro año en Roma estudiando la biblia. Allí decidí secularizarme tras conocer a la que hoy es mi pareja. A pesar de dejar los hábitos no he dejado nunca de sentirme miembro de la iglesia ni de participar de las actividades. Yo soy parte de la minoría que piensa que entre cristianismo y revolución no hay contradicción, a lo que añadiría también una perspectiva soberanista”, señaló.
Yo quería vivir la vocación desde la perspectiva de construir una nueva iglesia. Finalmente me ordené cura en 1991 y fui párroco en Ferreries durante tres años y luego pasé otro año en Roma. Allí decidí secularizarme tras conocer a la que hoy es mi pareja
Si hay otro elemento que atraviesa la apertura democrática en Menorca además del cristianismo de base y el florecimiento de los partidos políticos democráticos y de izquierda es el menorquinismo político, la recuperación de la cultura, el idioma y su raíz catalana. “Aunque yo era miembro del PC a veces participaba de las reuniones en las parroquias, porque creía que la transformación que hacía falta, la tarea que teníamos por delante no iba a venir solo del movimiento obrero, sino fundamentalmente de la cultura. Así fuimos recuperando la identidad cultural de Menorca”, subraya Casero.
Una iglesia envejecida y lejos de los pobres
Sin embargo, la consolidación democrática y la apertura política posterior a los 70 disgregaron aquel rebaño menorquín, que se había reunido en torno de los evangelios y de la dialéctica materialista. “Hacia mediados de los años 80 hubo un retroceso fuerte en la iglesia, marcado por el papado de Carol Woijtila. El nombramiento de obispos de otro talante, como Ángel Suquía en Madrid, marca una involución importante. Regresa el tradicionalismo en los seminarios, vuelve una marcada moral ética y estética conservadora, se nota en cuestiones de moral e incluso en la liturgia hay un viaje hacia atrás, una involución clara”, señala Miquel Àngel Maria.
Posteriormente, en Menorca los militantes del cristianismo progresista abandonan la iglesia, aunque algunos mantienen compromisos sociales con nuevos espacios que van surgiendo. Incluso, muchos abandonan la fe y van abrazando posiciones agnósticas. “Con el avance de la secularización, este colectivo que eran jóvenes en los años 70 –yo soy de los últimos de esa camada y tengo 65– no tuvo recambio generacional. Hoy en día la de Menorca es una iglesia envejecida donde la parte más progresista está muy apagada respecto de lo que fue”, sentencia el exsacerdote.