Hay un lugar perfecto en Mallorca para pasar unas vacaciones de mierda. O al menos para perder un día. Cada vez hay más sitios así en la isla, pero esta calita de postal, llamada Es Caló des Moro, se ha vuelto el ejemplo fácil de la vergüenza. El sitio es espectacular. Paralela al horizonte, una lengua de agua y arena ha ido disolviendo un bosque mediterráneo hasta partirlo en dos. Dos brazos rocosos poblados de árboles retorcidos entre los que descansan, en la base, cientos de metros de arena blanca. El agua es rabiosamente cristalina. Desde hace unos años se ha vuelto la elección perfecta para el descanso, la reconexión con la naturaleza salvaje, la adulación de la belleza mediterránea. Y, por tanto, se ha masificado. El paraíso desbordado de gente. La antítesis del descanso.
La mayoría llegamos a estas fechas exhaustos. Todos nos vemos con el derecho a descansar. A no hacer nada. Sea lo que sea eso, y consiguiéndolo con mayor o menor éxito. Estas semanas se están publicando maravillosos artículos sobre ello. Lo evidente, aquí, es otra cosa: la contradicción.
Si en Google Imágenes se escribe la palabra “Mallorca”, esta cala es la playa que más veces sale. Debe empatar en número con La Seu, la Catedral de Palma; uno de los principales reclamos turísticos. En esas fotos no hay personas. Estarán hechas en pleno invierno, o, quizá, editadas con Inteligencia Artificial. Que esté tan bien posicionada seguramente sea parte de su condena.
Para llegar ahí, hay que ver algo que también es Mallorca, pero que al parecer no es tan comercial para el algoritmo -o lo que sea que ordene y priorice ahora este mundo-. Hay campos, la mayoría secos. Esto es el mediterráneo, no el caribe, y esta es de las zonas más secas de la isla. Hay campos raquíticos ya cosechados, algunos rebaños de ovejas prácticamente derretidas. Almendros muertos. Higueras sin hojas, sin fruto. Todo está perfectamente parcelado con paredes de piedra. La “piedra en seco” es el método tradicional que levantó hasta hace poco la mayoría de muros en esta isla. El ingenio, el equilibrio, el conocimiento ancestral y una fe hecha de manos callosas, dedos golpeados y esquirlas de piedra calcárea hacen del cemento algo absolutamente prescindible. Menos en los chalets que han brotado generosamente en toda la zona.
La cala está, o pertenece, al pueblo de Santanyí. Hay un pacto no escrito entre locales de no poner las ubicaciones de las calas o de los sitios bonitos en Instagram. Porque esto genera efecto llamada. Aquí esto ya no sirve. Los Reels, tiktoks y publicaciones en Instagram de la playa son insondables. Y puede que esta sea otra de sus condenas.
Vecinos y coches a mansalva
Desde hace varios años es habitual leer crónicas sobre esta cala abarrotada. Una buena crónica debería incluir testimonios de vecinos y vecinas de la zona. Para que sean ellos quienes opinen si está o no está masificado. Y evitar así que el periodista se suba a un banco (este artículo) y chille: “Qué mal, terrible, ¿a dónde vamos a llegar?”. El rigor, vamos.
El único vecino accesible está medio escondido en su portal. En apenas unos segundos se le acerca un grupito de turistas desesperadas para pedirle algo: “Restaurant?. In the beach, restaurant?”. Ni hola, ni “sorry”. Reducen el inglés hasta algo molesto. El hombre les dice que no y se ríe con sorna, alucinando, mientras con la mano las espanta como si fueran moscas. Este vecino dice que no quiere hablar con la prensa, que ya ha hablado con muchos periodistas. Que está cansado. Que le dejemos. Que, ¿para qué?, ¿para quejarse del Ayuntamiento o del Govern? “Si hacen lo que pueden”, dice. “Hace 50 años que estamos aquí y esto está desmadrado”. No quiere que le citemos. ¿Para qué?
El único vecino accesible está en su portal. En apenas unos segundos se le acerca un grupito de turistas desesperadas para pedirle algo: “Restaurant?. In the beach, restaurant?”. Ni hola, ni “sorry”. El hombre les dice que no y se ríe con sorna
Para acceder a la cala hay que dejar el coche en algún lado. Abunda la zona amarilla. Recientemente, el Ayuntamiento ha habilitado zonas para que los residentes puedan aparcar. Se ven claramente porque las rayas del suelo son verdes y hay discos señalándolo. Tanto en las rayas amarillas como en las verdes aparcan los coches de alquiler. Son de alquiler porque llevan pegatinas más o menos horteras con nombres rimbombantes. Son coches nuevos y predomina el Fiat 500 blanco; la tendencia del verano.
Hay gente dando vueltas con el coche en bucle, hasta que alguien se va. Antes de acceder a esta pequeña urbanización de pocas calles -y contados sitios para aparcar, unos 70- hay un parking grande. A unos 15 minutos andando hasta la playa. Da la sensación de que es la última opción, la peor de todas.
Superado este trámite engorroso, se puede acceder a la playa por dos vías. La más “natural”, es un sendero por el bosque, que tiene en algunos puntos barandillas hechas con ramas de acebuche y que consta -es preciso avisar- de algún que otro paso complicado para hacer con chanclas, toalla al hombro, neverita en mano y sombrilla donde quepa. “Te dije que lo único que no quería era hacer senderismo. Fue la única condición que puse. Y esto es terrible”, dice una chica a un chico a la salida del camino. La discusión va creciendo. Él agacha la cabeza. Abortan la misión. El otro acceso es una escalera, algo empinada, es preferible no hacerla del tirón si es de subida.
Los senderistas aventureros verán aparecer, poco a poco, a su izquierda la lengua límpida de agua cristalina y arena blanca. Hasta llegar al final del camino no se ve la zona de baño: algunas rocas grandes desprendidas, entre ellas unos pocos metros de arena, aquí y allá, y dos pequeñas cuevas. Eso es la playa. A las 11 y poco de la mañana ya hay un grupito de gente que se replantea la jugada. Porque para tocar el agua con los piececitos hay que descender una gruta amable, pero una gruta al fin y al cabo. Y desde aquí arriba las fotos salen espectaculares.
Ahmed es un ciudadano alemán de unos treinta años. Ha volado desde Berlín para disfrutar de sus vacaciones. Lleva un buen rato indeciso en este terraplén pensando en si “ir a buscar a su amigo (que está en el parking municipal) y pasar el día aquí o volver al coche para probar suerte en otro sitio”. Seguirá allí casi media hora, como disociado, asimilando.
Récord tras récord hasta que esto no signifique nada
Una vez aquí, una buena crónica debería incluir también algunas descripciones de cómo de atiborrada está la playa, para no caer, injustamente, en adjetivos fáciles y negativos. Hay gente posada en todos los sitios donde es humano sentarse. Y luego hay gente en sitios claramente incómodos. O sea, que está la playa empachada. Arriba hay algo de cola porque cuando sale alguien, entra otro.
Hay gente posada en todos los sitios donde es humano sentarse. Y luego hay gente en sitios claramente incómodos. O sea, que está la playa empachada. Arriba hay algo de cola porque cuando sale alguien, entra otro
Tan necesarios para contextualizar, los números o los datos ya dicen muy poco sobre esto. El indicador de presión humana sirve para saber cuántas personas estuvieron simultáneamente sobre la isla, el récord en Mallorca lo tiene el 5 de agosto del 2022, según datos de IBESTAT, el Instituto Balear de Estadística. 1.474.595 millones de personas. Los últimos meses, y el primer trimestre de este año, se han ido superando poco a poco las cifras de los mismos meses del año pasado. La previsión, según IBESTAT, es “superar o igualar el récord del año pasado en agosto de este año”.
Sin embargo, hay otros detalles relevantes. Uno de esos árboles, que viven a punto de despeñarse agarrados con las raíces a las piedras, brilla. Está reumáticamente retorcido sobre sí mismo. Una buena parte de su tronco queda justo en un punto complicado de la bajada a la playa y, como las estatuas de las ciudades que dan suerte, brilla por el roce de la gente, por el sudor, la grasa o la protección +50.
Buena parte del tronco de un árbol queda justo en un punto complicado de la bajada a la playa y, como las estatuas de las ciudades que dan suerte, brilla por el roce de la gente, por el sudor, la grasa o la protección +50
¿Venganza?
El ruido es inevitable. La gente habla y eso lo engulle todo. No se escuchan pájaros y cuesta concentrarse en el soniquete de las olas. Aun así hay, por ejemplo, una chica sentada en la orilla con los ojos cerrados durante varios minutos. Las miradas de la gente en esta playa son extrañas. Miran todos a lo lejos. Como si vieran algo que los demás no pueden ver.
Christopher y Didac están tumbados en un buen sitio, sobre una roca bastante plana. Son dos chicos de Barcelona que han venido a Mallorca para pasar cinco días. Su segunda vez en la isla, la primera en esta playa que han encontrado “por internet”, dicen. Esta misma mañana han llegado con el ferry y han venido directos aquí, donde pasarán “solo la mañana”, porque luego irán al hotel. Les está gustando la playa, que “es preciosa”, pero dicen que “está muy masificada”. Lo importante: ¿Se lo recomendarían a alguien? “Sí, pero que vengan muy pronto”, dice Christopher.
Hay más visitantes venidos directos desde el ferry. “El check-in del hotel lo teníamos a las 14 h y hemos decidido ir a una playa. A las ocho y media de la mañana ya estaba la arena llena, nos hemos tenido que poner aquí como última opción”, dice de corrido una joven madrileña. ‘Aquí’, es entre dos rocas bastante grandes, donde ella y su pareja han embutido dos sillas de playa. Un buen sitio, a pesar de todo. “No pensábamos que tenía tanto futuro hasta que hemos abierto la sombrilla”, dice ella sin perder en todo momento una risa de júbilo. Se irán a medio día también, les merece la pena, pero solo por el sitio, porque “al final son tus vacaciones, quieres descansar y si tienes a gente a cinco centímetros y encima gritando, pues igual no te compensa tanto”. Sí, también recomendarían la playa.
Al final son tus vacaciones, quieres descansar y si tienes a gente a cinco centímetros y encima gritando, pues igual no te compensa tanto
Hay dos cuevitas en la parte más alejada del agua. Allí, de pie, mirando también a lo lejos, hay un hombre con las manos cruzadas. Dice que es local, que no quiere que pongamos su nombre y que ha venido aquí porque no le ha quedado más remedio. Tienen visita, amigos de fuera que les han insistido mucho para venir. De normal ni se plantearía venir. “Nos ha avisado que viniendo aquí tendríamos la experiencia total de Mallorca en agosto”, dice uno de los amigos en cuestión, que es de origen brasileño. Otra amiga, de Barcelona, dice que “sí…” que recomendaría venir a la playa. No parece muy convencida. El brasileño dice que “tiene su qué ver los y las influencers haciendo cola para hacerse LA foto en LA roca.”
Cuesta determinar cuál es esa zona de photocall. Da la sensación que cualquier ángulo lo podría ser. Hay bastantes móviles en alto, incluso, dentro del agua. Esta playa “tiene mucha rotación”, ha dicho el chico local. La gente que no viene a primera hora, viene, se baña, se saca las fotos y se va.
El descanso aquí, y hoy, es esto: esperar todo el año para salir de la ciudad abarrotada, peregrinar a la costa tranquila y seguir rodeados de gente, sin horario laboral ni reuniones, pero con la misma gente. Buscar la naturaleza, sinónimo de descanso, de reconexión con uno mismo, y no encontrar silencio. Tener que mirar a lo lejos, como si no hubiera gente. Hacerse la foto que lo demuestre. Y recomendarlo.
Últimos testimonios directos. Dos jóvenes de València. Sillas de playa, primerísima línea. Las declaraciones se repiten, “muy bonito”, pero “masificado” y añaden “pero como por todo”. ¿Lo recomendarían? “Por supuesto”, dice él, como si la pregunta estuviera fuera de lugar. Enseguida, ella, pregunta a discreción, “¿Por aquí, qué calas más hay, así, bonitas?”. Las entrevistas se ganan o se pierden. Jaque mate.
Conservación de la zona
Tomeu es un joven voluntario que limpia la zona de alrededor de la playa y ahora, sobre las 12 de la mañana, vende refrescos y patatillas de bolsa en el terraplén de antes de la cala. Este joven forma parte de la Fundación “Amics d’Es Caló des Moro - S’Almonia”. Las redes sociales son el principal motivo, según Tomeu, del incremento “desmesurado” de visitantes. Él venía de pequeño con su padre, que también es de la fundación. La fundación tiene una web pero no funciona. Y por toda la zona han puesto cartelitos de prohibiciones (fumar, volar drones, hacer fuego) y algunas cajas para recibir donativos. También tienen carteles indicando las especies nativas de flora. Y un mapa de la zona, con un tríptico. En la portada de este pone ‘PRIVADO’ en mayúsculas.
Las playas no pueden ser privadas. Pero la finca de alrededor de esta lo es con todas las de la ley. Es propiedad de un señor de origen alemán. El impulsor de la fundación. Gracias a los donativos, y a las ventas, mantienen la finca limpia. “Cada mañana lleno entre 3 y 5 bolsas de basura, de las negras grandes”, dice Tomeu. El tríptico explica su labor así: “Cuidamos como familia nuestro terreno”. Dan contexto histórico también: “Evitamos la construcción de un hotel en este lugar de aprox. 40.000â¯metros cuadrados”. Su labor ha consistido, desde el 2014, en repoblar “con sus propias manos 2.000 plantas autóctonas” y limpiar la basura en “uno de los últimos paraísos de Mallorca”. En el papelito hay el número para las donaciones con su consiguiente llamada a la acción: “Solo el ser humano, como causante, puede terminar también con la contaminación del medio ambiente”.
Ya rozando la hora de comer, de vuelta a la urbanización contigua al acceso de la playa, hay un policía local poniendo multas. Explica que el sistema ahora va así: hay un informador puesto por el Ayuntamiento que va dando acceso a medida que se va vaciando. La mayoría de las calles de la zona son privadas, y muchas han optado, directamente, por cerrar el paso. Él se encarga de ponerlas rectas. Sin parar. Una madre y una hija, de Madrid, salen acaloradas del camino “natural”, la hija dice que “vale la pena”, pero que se han “agobiado un poquito, la verdad”.
Desde el Ayuntamiento, por su parte, han querido recalcar que muchas de las imágenes que se han compartido en noticias, reportajes y redes sociales son del verano post confinamiento. Cuando había aforo limitado y las colas para bañarse podía durar horas. Aun así, no niegan la situación de saturación evidente. Este año han implementado el nuevo sistema de gestión del tráfico. Pero nadie puede frenar eso. Por competencias, por ley, por lo que sea. Ahora mismo no hay más mecanismos que este para gestionar el acceso. Y las instituciones implicadas no saben quién debe comerse el marrón. El Ayuntamiento lleva años sin promocionar el sitio. Pero la promoción aquí, o la condena, llega por todos lados.
El Ayuntamiento no niega la situación de saturación evidente y lleva años sin promocionar el sitio. Pero la promoción aquí, o la condena, llega por todos lados
Así es una de las playas más deseadas y visitadas de Mallorca. En lenguaje de revista turística: “La playa secreta que no te puedes perder en Mallorca”. Un plan ideal para las vacaciones. Un sitio al que para llegar hay que pasar por un pasado agrícola y natural en constante tensión con el progreso. El descanso soñado tras un año de sufrimiento laboral que puede llegar a decepcionar. Una naturaleza brillosa por cansancio, al límite. Una foto para justificarlo todo. Un paraíso en plena forma, a pesar de todo, como los enfermos terminales antes de morir, que a menudo tienen un par de días en los que parece que desconocen la derrota.
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