Para los empresarios de finales del siglo XIX, la formación del capital humano y las inversiones en investigación eran aspectos completamente secundarios. Con excepciones como las del municipio mallorquín de Capdepera, que en torno a 1900 presentaba las tasas más elevadas de mujeres alfabetizadas, sólo Murcia, Canarias y Comunitat Valenciana registraban peores ratios que Balears en ese sentido: en 1910, el 67,6% de la población isleña no sabía leer ni escribir, una cifra que contrastaba con el 59,3% apuntado a nivel estatal. Sin embargo, pese a no contar con la suficiente formación, los trabajadores ayudaron al impulso de multitud de innovaciones que ayudaron a las islas a protagonizar uno de los mayores saltos industrializadores del país.
No en vano, entre 1882 y 1935, y en un contexto de ausencia de innovación empresarial en España -un factor que impidió a las empresas españolas competir con otros países en los sectores de alta tecnología característicos de la conocida como segunda revolución industrial-, hasta cerca de 900 patentes llegaron a ser registradas desde el archipiélago, tal como se desprende del estudio Tecnología y desarrollo económico en la España contemporánea. Estudio de las patentes registradas en España entre 1882 y 1935, elaborado por el economista José María Ortiz-Villajos, quien alude en su investigación al “fuerte dinamismo tecnológico de Balears” en esa época. Se trata de una cifra que llegó a posicionar a las islas, con 31,4 invenciones por habitante, entre las regiones más avanzadas a nivel técnico en cuanto a nuevas aportaciones a los procesos industriales.
Como apunta, en declaraciones a elDiario.es, el catedrático de Historia Económica por la Universitat de les Illes Balears (UIB) Carles Manera, tales innovaciones no estuvieron sujetas a grandes inversiones de capital ni a la creación de grandes máquinas, sino que fueron “pequeñas aportaciones que permitieron avanzar y mejorar la producción”. “Lo que hacían estas microinvenciones era mejorar lo que ya se conocía o adaptar las máquinas antiguas a la propia realidad insular”, precisa el investigador, quien destaca que ese era, precisamente, “el saber hacer del artesano, del técnico, del productor, etc.; eran innovaciones de la clase trabajadora”.
Las innovaciones no estuvieron sujetas a grandes inversiones de capital ni a la creación de grandes máquinas, sino que fueron pequeñas aportaciones que permitieron avanzar y mejorar la producción
La pulsión emprendedora de Balears
Y fue especialmente a partir de 1919, coincidiendo con el final de la Gran Guerra, cuando Balears se encaminó hacia un corto pero intenso ciclo industrializador que refleja la pulsión emprendedora del momento. Así lo señalan Manera y el doctor en Historia Económica por la UIB Ramón Molina en su libro Industrialització històrica i nova industria a les Balears (2022, Lleonard Muntaner), en el que señalan que la mecanización de los procesos fue, además, la respuesta al encarecimiento de la mano de obra, dado que los salarios se duplicarían e incluso triplicarían entre 1919 y 1922.
La mecanización se vio así intensificada con la modificación de las relaciones de clase que regían en el mercado de trabajo balear: hasta entonces, los obreros se encontraban escasamente pagados y adaptados a la movilidad que exigían los patrones. Sin embargo, 1919 marcó el inicio de una importante subida de los salarios, la reducción de horas de trabajo y la organización de los trabajadores.
En su estudio, ambos historiadores llaman la atención sobre el hecho de que, en la mayoría de ocasiones, el ciclo invento-innovación se ha centrado en los grandes hitos tecnológicos de la historia del capitalismo como el impulso de la máquina de vapor, los ferrocarriles o la electrificación, sin tener en cuenta la existencia de otros procesos mucho más modestos cuya aplicación práctica redundó, sin embargo, en una mejora cuantitativa y cualitativa que permitieron a las empresas registrar significativos avances competenciales.
En la mayoría de ocasiones, el ciclo invento-innovación se ha centrado en los grandes hitos tecnológicos de la historia, sin tener en cuenta la existencia de otros procesos mucho más modestos que permitieron significativos avances en las empresas
El poder de las microinnovaciones
Manera subraya que algo similar ocurrió durante la revolución industrial británica: “Lo que sucede es que en economía siempre se ven los grandes cambios tecnológicos, las grandes apuestas por maquinaria nueva, por los procesos muy intensivos de energía”. El investigador ensalza, sin embargo, los avances que a pequeña escala se produjeron en Balears -las microinnovaciones, como las define-, dado que fueron fruto de la “destreza” del capital humano, del trabajador, que “no necesariamente tenía estudios ni sabía leer ni escribir”.
En esta línea, los dos historiadores explican que numerosas de estas innovaciones nunca llegaron a plasmarse en patentes de invención, puesto que en más de una ocasión sus inventores eran los propios obreros, quienes experimentaban con las modificaciones del utillaje, la alteración de los procesos o el uso de materiales que se incorporaban en las rutinas de fabricación.
La industria del zapato, a la cabeza
Las investigaciones llevadas a cabo determinan que un sector dominó claramente las innovaciones en la economía de las islas: el de la industria del zapato, que, con larga tradición en Mallorca, durante aquella época concentró el doble de patentes que cualquier otro. Además, de las 202 patentes registradas, más de la mitad corresponden a dos localidades: Palma e Inca, mientras que 22 de ellas procedían de Alaró. Además del perfeccionamiento de las máquinas, uno de los principales avances se produjo con la combinación en distintas formas de las suelas de goma con el empeine del zapato, mientras que otra gran innovación fue la técnica del 'vulbatemcuero' de la marca Gorila, que lograría fusionar piel y suela de goma en un zapato de gran durabilidad.
Las investigaciones determinan que un sector dominó claramente las innovaciones en la economía de las islas: el de la industria del zapato, que, con larga tradición en Mallorca, durante aquella época concentró el doble de patentes que cualquier otro
Por su parte, el sector químico es el que logró una mayor estabilidad en cuanto a la evolución de las innovaciones registradas y a la diversidad de sus ámbitos de aplicación. Aunque no se produjo en esta área ninguna innovación señera, sí se trata de procedimientos que permitieron obtener mayores rendimientos de otros preexistentes, como la electrólisis, la alcoholización de frutos, los aparatos esterilizadores o el clareado de resinas para hacerlas más transparentes. Del mismo modo, se perfeccionaron diferentes métodos de obtención de carbonato magnésico y, sobre todo, de derivados alimentarios y espesantes de la garroba con la inclusión de una gran patente internacional que compitió con ventaja en los mercados anglosajones.
En esta línea, se llevaron a cabo complementos y modificaciones aplicadas a los motores de explosión, además del que los investigadores consideran el mayor éxito de la industria mallorquina a principios del siglo XX: la construcción de locomotoras de vapor. Bajo la dirección del ingeniero Juan Rubí, en 1902 fueron construidas dos locomotoras de vapor saturado en los talleres de Ferrocarriles de Mallorca (FFMM) siguiendo el modelo de la serie 16 originaria de la empresa Nasmyth & Wilson de Manchester. “Ambas estuvieron en servicio hasta 1960 y consolidaron el prestigio de los talleres de FFMM hasta el punto de que en 1930 la compañía obtuvo el certificado de Productor Nacional”, explican Manera y Molina.
Como abundan, eso significaba que, tanto para el utillaje como para las instalaciones y la cualificación del personal, la compañía podía construir todo tipo de material fijo y móvil sin la obligación de adquirirlo a proveedores autorizados por el Gobierno.
Para los dos historiadores, la innovación regional fue, “sin ningún tipo de duda, un éxito tanto en calidad como en cantidad de patentes”. “Contrariamente a lo que siempre se ha dicho de Balears en el sentido de que en las islas únicamente había aristocracia y campesinos, en el archipiélago había diversificación y sobre todo un sector manufacturero e industrial con capacidad de producir, de exportar y también de innovar”, sentencia Manera.