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Recorrer más de 8.000 kilómetros para recoger el tomate en España

Temporeros colombianos en Mallorca.

Laura Jurado / Francisco Ubilla

Mallorca —

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Yesid otea el horizonte bajo la visera de su gorra Nike desteñida. El pañuelo que le ha enganchado le protege el cuello y apenas le queda un centímetro de piel visible. Más allá de la plantación de pimientos de color verde intenso por la que desfilan incansablemente sus manos, todo se diría desértico. Hace mucho que no llueve y los zapatos levantan polvo a cada paso. “El que no está acostumbrado a quebrar cintura, aquí paga las que no debe”, dice entre risas.

Hace un par de meses sólo había visto Mallorca en fotos. “Pero las fotos eran de las playas, no del trabajo”, aclara. Instantáneas de un paisaje casi paradisiaco con muchas caras b. Entre ellas, las de un sector agrícola que agoniza y resiste a partes iguales, y que lleva años compitiendo con el turístico después de que comenzara a vaciar el campo de mano de obra. Que Yesid Franco y otros muchos compatriotas colombianos hayan llegado como temporeros es el último ejemplo. 

“En los años 60 con el boom del turismo la agricultura comenzó a ir en regresión por la rentabilidad y la cantidad de horas que había que trabajar para conseguir el mismo jornal”, explica el ingeniero técnico agrícola y responsable de Innovación y Producción de Terracor, Toni Gili. Eran los años en los que los temporeros gitanos venidos del sur de la Península llegaban por centenares a la Isla. “Sin la ayuda gitana, la cosecha de la almendra se quedaba este año en Campos -un pueblo de Mallorca- sin ser recogida”, aseguraba ya en los 70 la revista París-Baleares. Era una “prueba evidente”, añadían, de que “el turismo no lo soluciona todo”. 

En los años 60 con el boom del turismo la agricultura comenzó a ir en regresión por la rentabilidad y la cantidad de horas que había que trabajar para conseguir el mismo jornal

Toni Gili Ingeniero técnico agrícola

La situación no hizo más que empeorar. El desarrollo del turismo y la construcción comenzaron a absorber también la fuga de una mano de obra temporera que hasta entonces había considerado la agricultura como su sustento. Y cuanto más crecían los primeros, más se achicaba el campo. “El problema en Balears es que coincide la temporada alta turística con la agrícola y eso hace que la competencia por los trabajadores sea muy fuerte”, afirma Gili. 

Poco a poco los temporeros han venido cada vez de más lejos. Los jornaleros marroquíes fueron seguramente los primeros internacionales en el campo mallorquín. “Pero hace cinco años la población marroquí que ya vivía en la Isla también fue pasando a la construcción porque les ofrecía mayor estabilidad”, reconoce Gili. 

El relevo colombiano

En los últimos años, gracias a un convenio entre España y Colombia, son centenares los que llegan al campo mallorquín desde la otra punta del Atlántico. Sólo esta temporada 400 temporeros colombianos han aterrizado en la isla de la mano de las asociaciones agrarias Unió de Pagesos y Asaja. Una llegada que, según explica el coordinador de Unió de Pagesos, Joan Gaià, se produce tras meses de “complicaciones burocráticas” y gestiones, y después de publicar una oferta en el SOIB -Servicio de Ocupación de Balears- “que normalmente no llega a buen puerto”. “Es el pico máximo de afiliación en las Islas y por eso necesitamos temporeros”, añade Gili.

Yesid Franco es uno de los sesenta temporeros -cincuenta de ellos colombianos- que este año trabajan en las fincas de la empresa Terracor. Más de 8.000 kilómetros separan su Santander natal de los terrenos entre Manacor y Petra en los que lleva desde la pasada primavera. Antes que él, su hermano fue temporero en la isla y, además de enviarle fotografías de playas infinitas, también le habló de esa oportunidad laboral. Para ninguno de los dos el campo era nuevo: llevaban años trabajando la tierra en plena región andina y costó poco pasar de la chera y la guayaba al pimiento, la sandía o el tomate. “Es un trabajo concentrado pero no es duro, aunque los veranos aquí son mucho más calurosos. Allá la tierra es templada y hasta la patata, que es de tierra fría, aguanta”, dice. 

Su motivación, como la de la mayoría de quienes han hecho el mismo camino, es la económica. “Lo que ganamos en un mes aquí son dos o tres meses de sueldo en Colombia”, afirma Samuel Bohórquez. También él se crió en el campo: nació rodeado de frutales y hortalizas en la “finquita” que tenía su padre en Bucaramanga. Luego pasó mucho tiempo dedicado a la minería antes de volver a lo que más conocía. En su región, dice, la tierra es fértil y el campo puede trabajarse todo el año, “pero no da”. “Mi idea es poder enviar dinero para allá e invertir también en ganadería”, explica. Allá donde se han quedado esposas e hijos a quienes no ven desde hace ya unos tres meses. “Algunas mujeres también emigran para hacer de temporeras, pero sobre todo a la Península y más ligadas a tareas de manipulación de alimentos”, afirma Yesid. Ellos tienen contrato hasta octubre, pero según vaya la temporada podría extenderse hasta Navidad. El convenio de temporeros fija un máximo de nueve meses.

Del “bajo status social” a las nuevas generaciones

Para Gaià, la dureza del trabajo en el campo es sólo un factor para explicar la falta de mano de obra. “Es cierto que requiere un gran esfuerzo físico, pero también existe un elemento cultural: la pagesia es el último sector de la pirámide, el campo tiene una consideración muy baja, se relaciona con un bajo status social”, afirma. De hecho, asegura que, pese al foco que se pone sobre la agricultura, “la gran fuente de temporeros” en Balears es la hostelería. 

Sin embargo, Toni Gili recuerda al menos dos ocasiones en las que el campo mallorquín fue un “refugio” para quienes “quedaron abandonados” por otros sectores: primero en 2008 cuando la crisis en el sector de la construcción hizo reaparecer a muchos trabajadores en el sector agrícola. Después, cuando la pandemia de la COVID-19 en el año 2020 echó el cierre a la llegada de turistas y muchos se convirtieron en los temporeros que ese año tampoco pudieron llegar. “La agricultura en el fondo es un valor seguro y no tiene tantos picos”, señala.

Mientras el campo mallorquín lucha por conseguir un relevo generacional, entre los jornaleros colombianos también hay veinteañeros que han mantenido el oficio pese al cambio de país. A sus 27, Jefferson Gallego ya trabajaba la tierra, pero muchos trabajos eran solo temporales y apenas pasaban de tres días a la semana. Lo mismo le ocurría a Carlos Henrique Ocampo. Protegido por la sombra de la inmensa nave de la empresa, distribuye y coloca tomates para su distribución. El amarillo de su camiseta de la selección colombiana resalta entre las cajas. Hace casi dos décadas que escuchaba la historia del tío que venía cada temporada a Mallorca para trabajar en el campo. Este año, cuatro familiares más se han sumado al viaje. Como Jefferson, está entre los temporeros más jóvenes, pero tampoco eso le sorprende. “Muchos de mis amigos de Colombia salen a otros países para trabajar en la agricultura, es algo común. Por eso mi idea es trabajar bien y poder volver el año que viene. Y, de paso, conocer la isla”, afirma. 

Según un informe del Govern sobre la situación de la agricultura en 2019 con datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el sector agrario pasó en ocho años de aportar un 1,4% al PIB balear a un 0,59% en 2018, por lo que considera que mantener y desarrollar el sector agrario y ganadero con sus actividades conexas agroalimentarias “constituyen no solo una posibilidad de creación de empleo, sino una necesidad esencial para mantener el equilibrio territorial, la gestión de los ecosistemas y paisajes de las islas, la conservación del patrimonio cultural inmaterial y una seña de identidad básica en relación al sector turístico”.

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