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Silvia Fernández Campos (Madrid, 1980) es psicóloga especializada en duelo, muerte y crecimiento postraumático, dirige un programa de Acompañamiento Contemplativo en la Muerte. Recientemente, ha ofrecido un taller en Espai Buit (Palma) donde ha presentado su modelo práctico de resiliencia, diseñado durante la pandemia. Este enfoque innovador combina psicología positiva con prácticas contemplativas como el mindfulness y la compasión, proporcionando herramientas concretas tanto para afrontar el sufrimiento personal como para acompañar a otros en momentos de crisis.
Doctora en Psicología por The New School for Social Research de Nueva York, Fernández Campos ha impartido formación en prestigiosas universidades internacionales como The New School, CUNY, UCM y Columbia University. Es autora del libro “Más Allá”, una reflexión sobre la muerte en distintas culturas, y del documental “Die the Good Death”, que explora cómo se afronta la muerte en Varanasi, India.
Es madre de tres hijos, uno de ellos neurodivergente. Esta experiencia personal la ha llevado a profundizar en el estudio de la relación entre autismo y la resiliencia, ampliando su enfoque humanista y su compromiso con los procesos de transformación personal y social.
Dirige un programa de acompañamiento en el proceso de morir. ¿En qué consiste y cuáles son sus objetivos?
Desde los 18 años me he centrado en la muerte, siempre he intuido que ahí había algo esencial a lo que prestar atención. Este programa está diseñado para enseñar cómo acompañar a personas en el proceso de morir o a familiares que están atravesando un duelo. Se enfoca especialmente en prácticas contemplativas, como la idea de la impermanencia y la aceptación de la muerte como parte de la vida, influenciadas por tradiciones budistas.
Asimismo, incluye ejercicios de amabilidad, meditación y técnicas de anclaje corporal, como la respiración consciente, para ayudar a quienes sufren a encontrar estabilidad y calma. A diferencia de otros programas, este se distingue por enseñar a confiar en el poder de la presencia auténtica, en lugar de depender de una “caja de herramientas”. El objetivo principal es que el acto de estar plenamente presente se convierta en una forma poderosa de acompañamiento y apoyo.
¿Qué lleva a una persona a estudiar la muerte y el duelo?
Creo que es un viaje interior bastante largo. Muchas veces reflexionamos sobre la muerte de los demás y la comprendemos a nivel intelectual, pero no llegamos a integrarla del todo en un nivel personal. Es como si, incluso de manera inconsciente, no creyéramos realmente en nuestra propia mortalidad. Este camino requiere mucha observación y, en mi caso, experiencias transformadoras.
Muchas veces reflexionamos sobre la muerte de los demás y la comprendemos a nivel intelectual, pero no llegamos a integrarla del todo en un nivel personal. Es como si, incluso de manera inconsciente, no creyéramos realmente en nuestra propia mortalidad
Viví un año en Varanasi (India), conocida como la “ciudad de los muertos”, donde rodé un documental, y allí aprendí a ver cómo la muerte y la vida se entrelazan de manera natural. En los crematorios, por ejemplo, podías observar a niños construyendo una pila funeraria junto a un cuerpo que se quemaba. Era una relación muy diferente a la que solemos tener en Occidente, donde la muerte y todo lo que nos incomoda se relega a las periferias: los cementerios están en las afueras de las ciudades, a los enfermos los apartamos, a los muertos los escondemos...
Creo que el primer paso para acercarnos a la muerte es exponernos a ella, pero hacerlo con calidad y con herramientas de anclaje que nos permitan procesarla adecuadamente. Si no, es fácil caer en la angustia. Una mirada reflexiva y compasiva nos ayuda a integrarla como parte de la vida misma que nos afecta a todos.
En Occidente, la muerte y todo lo que nos incomoda se relega a las periferias: los cementerios están en las afueras de las ciudades, a los enfermos los apartamos, a los muertos los escondemos... Creo que el primer paso para acercarnos a la muerte es exponernos a ella, pero hacerlo con calidad y con herramientas de anclaje que nos permitan procesarla adecuadamente. Si no, es fácil caer en la angustia
Hay gente que, por su profesión, lidia con la muerte en su día a día. ¿Qué habilidades deben desarrollar los profesionales que están en contacto diario con esta circunstancia tan importante de la vida?
Una de las habilidades fundamentales a desarrollar es la empatía equilibrada. Esto significa no bloquear la empatía por completo —algo que puede ser necesario en ciertos momentos, como en una cirugía—, pero tampoco permitir que las personas a las que se acompaña se perciban como simples objetos.
Encontrar este equilibrio requiere un trabajo constante de regulación emocional. Es importante saber ajustar la empatía, discernir cuándo abrir el corazón y conectar profundamente con la historia y las emociones de la persona. Este ajuste tiene un impacto directo tanto en la calidad del tratamiento como en la dimensión humana del profesional. Sin embargo, también hay que evitar el otro extremo: congelarse emocionalmente.
Aprender a “pendular” con la empatía, moviéndose entre la conexión y la distancia adecuada, es una habilidad esencial para quienes trabajan diariamente en contextos de sufrimiento y pérdida. Este equilibrio de extremos emocionales les permite ofrecer un acompañamiento genuino y efectivo, al mismo tiempo que se protegen y cuidan de su propio bienestar emocional.
Ha estudiado en Nueva York y ha investigado en Varanasi. ¿Qué nos enseñan las perspectivas culturales sobre el sentido de la vida y de la muerte?
Más allá de la muerte, lo que más me enseñó la India es que cualquier cosa de la que estés completamente seguro… probablemente no sea así. Vas con una idea preconcebida y, casi siempre, la realidad te la desmonta. Aprendí a abrirme a la incertidumbre y a aceptar el “no saber” como parte esencial de la experiencia humana.
Además, la India me enseñó el poder del ritual, esa capacidad de dar significado a lo difícil a través de actos simbólicos. También me mostró la importancia de enfrentar los momentos duros en comunidad. Esto es algo que, lamentablemente, estamos perdiendo en Occidente: la capacidad de abordar lo doloroso juntos, como grupo, con un sentido de pertenencia y conexión que ayuda a sostenernos.
Ha enumerado algunas, pero, ¿qué carencias tiene nuestra cultura en este ámbito respecto a otras?
Nuestra cultura está atrapada en una aceleración constante, y eso afecta negativamente a todo: reduce el contacto humano, la empatía, la conciencia… todo se ve erosionado y disminuido. Este ritmo vertiginoso nos desconecta de nosotros mismos y de los demás, y si a esto le añadimos el uso excesivo de pantallas, nos estamos volviendo cada vez más mecánicos, casi robóticos, sin darnos cuenta.
Esta falta de conexión y reflexión puede convertirse en un gran impedimento cuando la vida nos enfrenta a un desafío importante. Nos hemos acostumbrado tanto a distraernos que hemos perdido la práctica de explorar lo que ocurre en nuestro interior. Sin tiempo ni espacio para detenernos y procesar, nos alejamos de las herramientas que podrían ayudarnos a afrontar lo que realmente importa.
El clásico libro de Viktor Frankl “El hombre en busca de sentido” nos enseña que siempre se puede encontrar un asidero en medio de la tragedia.
Así es. Viktor Frankl tiene una cita maravillosa: “Todo se le puede quitar al hombre menos la libertad de elegir con qué perspectiva afrontar una situación”. Aunque lo que más me impacta de su obra, y que considero fundamental para la resiliencia, es su énfasis en el amor. Una y otra vez lo menciona en el libro. De hecho, lo que le permitió seguir adelante en los campos de concentración nazis fue el amor hacia su mujer. Él cuenta cómo, incluso en los momentos más oscuros, cerraba los ojos y el recuerdo de su mujer —estuviera viva o muerta— le devolvía la belleza del mundo, le recordaba que aún quedaba amor.
Creo que eso es crucial para la resiliencia: no solo avanzar con una mentalidad de crecimiento, sino también aprender a descansar en el amor, que es el motor más potente para encontrar sentido incluso en medio de la adversidad. Creo que el amor es más poderoso que la muerte, porque la sobrevive.
La búsqueda de sentido, ¿es un acto de voluntad?
A veces la vida te coloca en situaciones que no te dejan otra opción. Los grandes sufrimientos despiertan más profundamente que el sufrimiento cotidiano, que ocurre en dosis tan pequeñas que apenas lo notas y no llegas a emprender una búsqueda de sentido más profunda y trascendente.
Cuando la vida te destroza, como ocurrió recientemente con las inundaciones en Valencia, la búsqueda de sentido no suele ser inmediata. Muchas personas atraviesan una depresión profunda, y eso también forma parte de la resiliencia. El proceso de levantarse y encontrar un propósito puede no aparecer hasta un año después de la tragedia.
Es importante tener en cuenta que forzar a alguien a buscar “el lado positivo” de inmediato puede ser contraproducente. La búsqueda de sentido, entonces, es en parte un acto voluntario, pero también una respuesta natural a las situaciones que la vida nos impone, cuando estamos listos para afrontarlas.
Es importante tener en cuenta que forzar a alguien a buscar "el lado positivo" de inmediato puede ser contraproducente. La búsqueda de sentido, entonces, es en parte un acto voluntario, pero también una respuesta natural a las situaciones que la vida nos impone, cuando estamos listos para afrontarlas
¿Qué podemos aprender de los ejemplos de crecimiento postraumático?
Lo primero es entender que las situaciones traumáticas son mucho más comunes de lo que solemos pensar. La resiliencia no es la excepción, sino la norma. A menudo tenemos la percepción de que las personas resilientes son como superhéroes, pero no es así; la resiliencia está a nuestro alrededor. Todos somos resilientes por naturaleza.
De hecho, se estima que entre el 85% y el 90% de las personas que atraviesan un trauma significativo —como una pérdida traumática, la muerte de un ser querido, violencia o guerra— reportan algún tipo de crecimiento postraumático. Es decir, la gran mayoría. Por otro lado, el estrés postraumático afecta aproximadamente al 5% de la población.
Sin embargo, esto no significa que ambas experiencias sean mutuamente excluyentes; pueden coexistir. Ahí está la paradoja: después de un trauma, puedes experimentar tanto pérdidas como ganancias. El aprendizaje clave es no enfocarse únicamente en lo que se ha perdido, sino también en las transformaciones positivas que pueden surgir a raíz de la adversidad.
Creo profundamente en el potencial del ser humano para crecer. Nada es desperdicio; todo, hasta lo más trágico, es material para aprender y transformarse.
Creo profundamente en el potencial del ser humano para crecer. Nada es desperdicio; todo, hasta lo más trágico, es material para aprender y transformarse
¿Qué características diferenciales tiene sufrir una tragedia individual frente a una colectiva? Por ejemplo, lo ocurrido en Valencia, que ha afectado a miles de personas.
En psicología social se distingue entre resiliencia individual y resiliencia colectiva. Una tragedia individual implica un proceso interno más privado, mientras que una tragedia colectiva, como la ocurrida en Valencia, activa dinámicas de apoyo comunitario y solidaridad que son fundamentales para la recuperación.
Cuando enfrentamos una catástrofe de esta magnitud, nos damos cuenta de lo interdependientes que somos. Este tipo de eventos nos enseñan a colaborar, a aumentar la empatía y a mirar más allá de nuestras propias necesidades para poder sobrevivir.
El aprendizaje más importante que podemos extraer de estas situaciones es la importancia de mirar hacia afuera, de reconocer cuánto necesitamos a los demás, no solo durante la crisis, sino a lo largo de toda nuestra vida. La solidaridad y el apoyo mutuo son herramientas esenciales para superar estos desafíos. La clave está en no olvidar esta lección una vez pasada la emergencia: no podemos resolverlo todo solos.
Hay una epidemia silenciosa que afecta a mucha gente, sobre todo a los mayores, que es la soledad no elegida. ¿Qué podemos hacer?
La soledad es una pandemia que, además, tiene un efecto terrible en la salud. Investigaciones recientes muestran que lo que más alarga la vida es la conexión social. Incluso más que el ejercicio, comer bien o dejar de fumar. Y, sin embargo, estamos yendo en la dirección contraria. Diría que podemos hacer dos cosas: primero, ser conscientes de que pasar tanto tiempo pegados al teléfono literalmente nos está matando. Nuestro sistema inmune se resiente. Buscar conexión social es vital.
Algo que me encanta de esta investigación es que incluso la conexión social superficial es protectora. Por último, diría que para las personas que se sienten muy solas y no saben por dónde empezar, no hace falta tener un gran círculo de amigos. Uno o dos contactos significativos pueden ser suficientes para protegerte.
Diría que para las personas que se sienten muy solas y no saben por dónde empezar, no hace falta tener un gran círculo de amigos. Uno o dos contactos significativos pueden ser suficientes para protegerte
¿Cuáles son los pilares que sostienen la resiliencia?
La resiliencia puede percibirse de muchas formas, pero yo la entiendo como la capacidad de adaptarse e incluso crecer a partir de la adversidad. En mi modelo, he integrado elementos de la psicología positiva y las prácticas contemplativas, fusionando perspectivas de Oriente y Occidente.
El primer pilar es la ecuanimidad, que consiste en estabilizarse, especialmente a través del cuerpo. En medio de una tormenta, lo esencial es encontrar tu norte. Me gusta imaginarla como un barco que se mueve con las olas, pero no se hunde. Las adversidades pueden afectarte, pero no deben desbordarte ni llevarte al pánico. Este pilar requiere anclarse al cuerpo, cuidarlo y usarlo como base para encontrar equilibrio.
En medio de una tormenta, lo esencial es encontrar tu norte. Me gusta imaginar la resiliencia como un barco que se mueve con las olas, pero no se hunde. Las adversidades pueden afectarte, pero no deben desbordarte ni llevarte al pánico
Otro pilar fundamental es rodearse de amor, comenzando por el amor propio. Esto implica reconocer tus cualidades y darte amabilidad en los momentos difíciles, algo que solemos olvidar. Trabajar en suavizar la autocrítica y practicar el tacto amable son herramientas poderosas que ayudan a reconectar contigo mismo y con tu fortaleza interior.
La mentalidad de crecimiento es clave para transformar los obstáculos en oportunidades de aprendizaje. Este enfoque te permite discernir qué puedes controlar y dónde actuar, mientras aceptas lo que no puedes cambiar. Ver los desafíos como oportunidades de desarrollo fortalece la capacidad de superar las adversidades.
Por último, está la transformación social-espiritual, que implica usar el sufrimiento como un impulso para mirar más allá de uno mismo y tender la mano a otros. Este nivel de resiliencia, que conecta lo personal con lo colectivo, tiene un poder transformador profundo y es una de las mayores protecciones frente a la adversidad.
¿Qué es la compasión y qué papel juega en todo esto?
Para mí, la compasión es rodear de amor lo que sufre, ya sea uno mismo u otra persona. En sociedades judeocristianas, a menudo se confunde con pena o lástima, pero desde el marco budista no tiene nada que ver con esos conceptos. La compasión surge del reconocimiento de la interconexión: hoy me puede tocar a mí, mañana a ti. Es desde esa conciencia que conectamos con un impulso profundamente humano: “¿Qué puedo hacer para aliviar este sufrimiento?”. Ese deseo genuino de aliviar el sufrimiento es lo que define la compasión, y es una fuerza central para sostener la resiliencia.
Es madre de tres hijos, y uno de ellos es neurodivergente. ¿Cómo ha influido esta circunstancia en su investigación y en su trabajo?
Ha influido enormemente. Lo que más me ha enseñado es a respirar profundamente incluso cuando el dolor parece insoportable. Por ejemplo, cuando veo que mi hijo intenta jugar con otros niños y ellos se apartan, se te rompe el corazón. Pero aprendes a crear un espacio para ese dolor, a confiar en la resiliencia y la fuerza de tu hijo, incluso en medio de esas experiencias. También he aprendido a soltar lo que los demás puedan pensar de mí. Tener un hijo con autismo te pone constantemente en situaciones desafiantes, y muchas veces recibes miradas de juicio o sorpresa. Con el tiempo, he aprendido a que esas miradas no me afecten. Creo que todos tenemos algo importante que aprender del autismo, sobre todo en términos de aceptación y empatía.
Cuando veo que mi hijo con autismo intenta jugar con otros niños y ellos se apartan, se te rompe el corazón. Pero aprendes a crear un espacio para ese dolor, a confiar en la resiliencia y la fuerza de tu hijo, incluso en medio de esas experiencias. También he aprendido a soltar lo que los demás puedan pensar de mí
¿Cuáles son los retos y necesidades de una familia con un miembro neurodivergente en su seno?
Esto depende mucho del grado de autismo. No es lo mismo un caso más leve, como el síndrome de Asperger, que uno más profundo que requiere una ayuda constante y específica. Sin embargo, en términos generales, lo más importante es abordar la situación desde el amor y la aceptación, sin verlo como algo “erróneo” que deba ser “arreglado”.
Además, el autocuidado de los padres es fundamental, ya que estas circunstancias pueden ser emocional y físicamente muy demandantes. Como decía Pema Chödrön, las dificultades pueden endurecerte el corazón o ablandarlo. Personalmente, siempre intento elegir ablandarlo, dejando que el amor y la compasión guíen mis acciones en lugar de la frustración o el agotamiento.
Forma parte de un laboratorio de investigadores que estudian la conciencia. ¿Qué intuiciones tiene sobre la conciencia humana?
Es una pregunta muy amplia y, en nuestro grupo, hay una gran diversidad de opiniones. Personalmente, me inclino hacia una perspectiva introspectiva. El yoga me ha enseñado que somos parte de algo más grande, tanto a nivel espiritual como corporal. Mi intuición es que somos pequeñas gotas de una conciencia mucho más amplia.
Algunos días creo que la conciencia desaparece con el cuerpo; otros días siento que tras la muerte se libera y sigue su curso. Depende del momento y de la experiencia, pero siempre me acompaña la sensación de que hay algo que nos trasciende.
¿Algún pensador o maestro que haya influido especialmente en su trayectoria?
Dos nombres vienen a mi mente: Joan Halifax y Frank Ostaseski, ambos maestros zen. Joan, que tiene un monasterio en Santa Fe (Nuevo México), me marcó profundamente con su enfoque sobre la muerte y la impermanencia. Su manera de trabajar con estos conceptos me ayudó a entenderlos desde una perspectiva más contemplativa.
Frank, por su parte, fundó el Zen Hospice Project en San Francisco (California), donde ofrecía dignidad y cuidado a personas sin hogar que estaban en el final de sus vidas. Sus enseñanzas sobre meditación y compasión han sido esenciales en mi trayectoria y en cómo entiendo el acompañamiento.
¿Podría compartir algún caso significativo en su trayectoria?
Sí, recuerdo especialmente el caso de un hombre que llamaré Antonio, aunque ese no era su verdadero nombre. Durante mi tiempo impartiendo cursos de mindfulness en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid, trabajé con un grupo de personas con tumor cerebral, la mayoría de las cuales tenían una esperanza de vida de aproximadamente un año.
Antonio era un profesor universitario brillante, aunque el tumor le había dejado sin poder hablar ni moverse. A pesar de estas limitaciones, venía a todas las sesiones con un entusiasmo increíble. No podía articular más de dos palabras, pero esas palabras eran “aquí y ahora”.
Las repetía para todo, incluso cuando realizábamos ejercicios en parejas. “Aquí, aquí, ahora, ahora”, decía con una sonrisa que iluminaba la sala. Era impresionante cómo, con tan poco, transmitía tanto amor, aprecio por la vida y ganas de vivir. Este caso me marcó profundamente porque demuestra que, incluso en las circunstancias más limitantes, la actitud y la conexión con el momento presente pueden transformar por completo la experiencia de la vida.