Manuel Elkin Patarroyo, el científico estrella de Colombia que cayó en desgracia en la pandemia

Camilo Sánchez

Bogotá —

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Manuel Elkin Patarroyo ha sido uno de los científicos colombianos más laureados y labró su fama en los 80 con la promesa de una vacuna contra la malaria. Ahora es uno de los que ha recibido más críticas por su declaraciones en la pandemia del coronavirus. Sus anuncios precipitados sobre el desarrollo de un fármaco colombiano contra la COVID-19, o sus afirmaciones imprecisas para minimizar la gravedad de la crisis sanitaria, ahondaron viejas grietas en torno a la figura de Patarroyo, que fue Premio Príncipe de Asturias de investigación científica 1994.

En marzo de 2020, tras una reunión con el presidente, el conservador Iván Duque, el inmunólogo hizo una llamada a detener la “histeria colectiva” y poner en contexto una coyuntura a su juicio magnificada desde el extranjero. Epidemiólogos y otros expertos juzgaron desatinadas sus declaraciones, además de irresponsables. Desde entonces, en Colombia, han muerto más de 128.000 personas y se han registrado más de cinco millones de infecciones.

En julio, habló de los “altísimos y buenos resultados” de la bautizada Colsarsprot (Colombia Sars Protection), una vacuna desarrollada por su laboratorio que, supuestamente, protegería contra todas las variantes del coronavirus. Los memes y otros chascarrillos no tardaron en circular en redes, antes de que el mismo Patarroyo precisara que el proyecto tan solo se hallaba en fase 0, es decir, en ensayos preclínicos con animales.

Cercanía al poder

En los círculos científicos colombianos existe cierta gratitud por el que fuera maestro de cientos de investigadores en días en los que en Colombia no existían programas formales de maestría ni doctorado. También por el impulso que le dio a un campo básicamente desierto y sin referentes a seguir.

Patarroyo tiene unos 500 artículos científicos publicados, una veintena de doctorados honoris causa, y numerosos premios. Es el único investigador hispanohablante en ganar el prestigioso premio Robert Koch (1994).

Sin embargo, sus intempestivos anuncios científicos, seguidos de modestos y renqueantes resultados durante tres décadas, han jugado en su contra. Incluso más de un ex alumno se ha convertido en crítico del maestro de 75 años. Uno de los rasgos que más incomodan es su cercanía con el poder, con cada uno de los presidentes a los que ha visitado en el palacio presidencial desde los 80. Una flexible labor de relaciones públicas que, sumada a su férrea perseverancia, le ha granjeado durante años cuantiosos recursos estatales en un país donde el presupuesto para investigación es raquítico.

Una científica que se formó bajo su batuta en los años 80 explica que se trata de “un tipo sin ninguna ambición de carácter económico o social”. Afirma que utiliza los “mismos zapatos y los mismos sacos de hace 30 años”. Pero también reconoce que se ha permitido innecesarios y exagerados “masajes en el ego por parte del poder”.

“Nadie cree más en Patarroyo que él mismo”, explica por correo el inmunólogo Juan Manuel Anaya.

La SPf66 se queda en la nevera

El mayor de 11 hermanos, Patarroyo tuvo desde niño a Pasteur como su gran inspiración. Hasta hoy su logro científico más visible es la SPf66, la primera candidata a vacuna antiparasitaria sintética de la historia. Un esforzado proyecto que fue presentado en 1987 en la revista Nature como antídoto contra la malaria, una enfermedad presente en un centenar de países con zonas tropicales y que causa medio millón de muertes anuales (la mayoría en niños del África subsahariana).

Los estudios preliminares ejecutados en Colombia fueron esperanzadores. Pero la comunidad científica mundial transitó del entusiasmo a la decepción por la baja efectividad en los resultados de las fases 2 y 3, donde la eficacia en niños africanos (2%) y sudamericanos (28%) se desplomó.

El científico donó la patente en 1993 de la bautizada Colfavac (Colombian Falciparum Vaccine) a la OMS, obviando canales comerciales. Un hecho que, según coinciden tres fuentes que lo conocen, le ha causado profundas divisiones con las multinacionales farmacéuticas y otros poderes económicos. El registro de la SPf66 figura actualmente como “inactivo” en el listado de la agencia de salud de las Naciones Unidas.

Según el doctor en Bioética y fundador de la Universidad del Bosque, Jaime Escobar, nada de esto invalida el trabajo meritorio en el desarrollo de vacunas sintéticas. En la misma línea, el catedrático de Parasitología y experto en Medicina Tropical Basilio Valladares cita sus “avances en estudios de inmunología, los trabajos sobre la forma de bloquear los patógenos en las células. Aportes de primera línea que quedarán, sin ninguna duda, como una escuela importante para los investigadores interesados en abordar estas áreas”.

Cualquier vacuna que logre la ciencia, se lee en el editorial de marzo de la revista de la Asociación Colombiana de Infectología, se “habrá basado en el trabajo pionero realizado en Colombia” por la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia (FIDIC), creado y dirigido desde 2001 por Manuel Elkin Patarroyo.

Este octubre, la OMS aprobó el uso masivo de una vacuna contra la malaria, esta vez desarrollada por la compañía británica GSK.

El lío de los monos nocturnos

Hacer ciencia en Colombia no es tarea fácil. El sector solo recibe en inversión el 0,29% del PIB -el promedio de los países de la OCDE es de 2,5%-, y en Colombia no se producen equipos ni material básico para investigar. Las barreras para el desarrollo son mayores que en buena parte del mundo. Patarroyo, que recibió la nacionalidad española en 1996, sin embargo, decidió quedarse.

El camino ha sido pedregoso.

En 2014, un fallo del Consejo de Estado suspendió su trabajo con los monos nocturnos en el Amazonas, donde su fundación tiene una segunda sede. La decisión fue producto de las denuncias impulsadas por la primatóloga Ángela Maldonado, doctora en conservación en la Universidad Brookes de Oxford. Maldonado argumentaba que los monos utilizados desde 1984 en las investigaciones eran empleados sin autorización oficial y habían sido adquiridos de contrabando en la frontera.

La conservacionista, además, acusaba al instituto de maltrato animal. Al año siguiente, el mismo tribunal falló a favor de Patarroyo e impuso una serie de requisitos para utilizar en los estudios a esta especie que solo se halla en Sudamérica.

La bacterióloga y doctora en Farmacología Gabriela Delgado asegura, que visitó la estación experimental de Leticia hace algunos años y no vio maltrato alguno a los primates. “Patarroyo les compraba la mejor comida a los monos”, reconoce por teléfono, “incluso cuando había estrecheces de presupuesto para pagar la nómina”.

Delgado trabajó 15 años junto al científico, en los 90, tiempos de expectación internacional por lo que ocurría en el hoy abandonado hospital San Juan de Dios, sede durante un cuarto de siglo del instituto de inmunología. Presidentes, el rey Juan Carlos I o la princesa Ana de Inglaterra llegaron a visitar las instalaciones bogotanas, antes de que fueran embargadas por el banco BBVA, a raíz una deuda de un millón de dólares.

Ahora, una parte importante de los trabajos del FIDIC recae sobre los hombros de Manuel Alfonso Patarroyo, el hijo del investigador y doctor en Química que tiene 50 años. Dicen quienes lo conocen que ha aprendido de la experiencia y guarda discreción hasta el punto de no tener cuentas en redes sociales. “Vive día y noche en su laboratorio, trabajando, sin hacer ruido”, dice un allegado. Se dedica a buscar soluciones contra otras plagas.