- @page { margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm } A:link { so-language: zxx } Nuestro amigo X. lleva doble vida: participa desde primera hora en el 15-M y trabaja como visitador médico. Se lo contaba en este reportaje a Juanlu Sánchez. Esa contradicción “le permite abrir brechas maravillosas de cambio de perspectiva” valiéndose de una credibilidad previa: “En los centros médicos ya me conocían y que yo les hable del 15-M despierta mucho interés”. El 15-M es su punto de anclaje mental, pero su trabajo es la conexión con la realidad. “Gracias a lo que hago, veo la distancia que hay entre la asamblea de cualquier tarde y en lo que consiste mi trabajo a la mañana siguiente. No hay nada más real que la sala de espera de un ambulatorio”, decía en aquel reportaje. ¿Cómo iba a suponer él que un día el clima 15-M llegaría también a los hospitales y a las salas de espera de los ambulatorios, acortando la distancia entre médicos y perroflautas? Es “el deshielo” y lo narra y lo piensa en este texto encontrado en el blog alfinaldelaasamblea que hoy te proponemos en Interferencias.
@page { margin: 2cm } P { margin-bottom: 0.21cm } A:link { so-language: zxx } Le pregunto a B., una auxiliar de enfermería de uno de los hospitales públicos de Madrid que van a ser vendidos a una compañía de sanidad privada para su “explotación”, si va a hacer huelga la semana que viene. B me ha explicado decenas de veces su postura ante estos asuntos de la política y la vida. Me había detallado con frecuencia e intensidad la desastrosa “herencia de ZP” por la cual vivíamos lo que vivíamos, el destrozo que producen los sindicatos sobre el país, el problema de los liberados, madre de todos los males, B. me contaba también lo contenta que estaba de que su hija fuera a un colegio de monjas concertado donde nunca jamás ocurriría una huelga, esa cosa propia de sindicalistas y gente que, en general, no quiere trabajar.
B. me responde sin dudar que sí, que va hacer huelga esta semana “por el plan de sostenibilidad” a pesar de que eso pondrá las finanzas familiares en el límite de lo aceptable este mes, a pesar de que me pregunta con amargura mirándome a los ojos “¿y tú crees que sirve de algo? Lo dudo, se responde a sí misma.” Cuando hablamos de la pasada huelga general sigue hablándome de los sindicatos y de Toxo y Méndez y tal, como si sólo hubieran ido esos señores. B. es siempre un programa hiperresumido del imaginario mediático de la derecha neoliberal. Si le pregunto por el origen de alguna noticia o información suele responder sorprendida “de la tele” o “de la radio”. No dice Telemadrid o la COPE, porque son simplemente la tele y la radio.
B. ahora, no tiene palabras para explicar lo que pasa. No va a hacer huelga sólo por su puesto de trabajo en peligro, recogen activamente firmas para evitar el desmantelamiento del hospital de la Princesa y participa en los procesos de movilización que tienen al hospital cubierto de sábanas y carteles, por dentro y por fuera, diciendo que el hospital no se vende y Sanidad Pública. A B. le parece una locura que se venda el hospital, no es tan claro que la vayan a echar porque los hospitales nuevos que están siendo ofertados ya nacieron con formato de hospital privado, con una parte de su gestión privatizada y con unos puestos de trabajo, además de nada espectaculares en lo tocante a retribuciones, muy ajustados y “regulados” para el funcionamiento de cada una de las unidades. Así que el sueldo será difícil que se lo puedan bajar y el puesto de trabajo quizás no sobre. Pero es una locura que se privatice la sanidad, cosa que B. entiende como el camino del desmantelamiento de la sanidad pública, y eso es una locura y una injusticia atroz, dice.
En el Hospital de B. van a secundar la huelga como si fueran una única persona.
A. es una doctora del Hospital de la Princesa que como la mayoría de sus compañeros de servicio, jamás habla de política, cosa que además, lleva a gala. Se dedican principalmente a trabajar. A. dice que ella nunca ha hecho una huelga (al igual que sus compañeros), lo dice rápido y un poco alarmada, dejando claro que ella no es de ese tipo de personas, no es el tipo de cosas que ella hace, ni siquiera hay una explicación política, ni siquiera se considera a sí misma una persona de derechas, ni de izquierdas, sería incapaz, simplemente no le interesa la política, nunca le ha interesado y de las huelgas, ni hablar, van contra sus principios.
En los días en que estaba montado el campamento de Sol los doctores de este hospital con los que compartía conversaciones contemplaban aquello como algo propio de Marte, una marcianada que, sin repugnarles o estar abiertamente en contra, les quedaba a varios años luz, algo propio de idealistas, soñadores, jóvenes jipis y así. Digamos que por entonces, alguien podría deprimirse profundamente al contemplar las posibilidades de que algún día, personas como los médicos de la Princesa pudieran estar con nosotros involucrados activamente contra la locura de los poderes del capital, en el intento de construir una sociedad más democrática y más justa. Deprimirse profundamente.
En el Hospital de la Princesa llevan varias semanas cortando la circulación de las calles aledañas interponiéndose entre los coches en la calzada y luego dan una vuelta al hospital haciendo lo propio, dos veces al día. Los gritos y cánticos hablan de la sanidad-pública, del no-nos-representan y de esto-es-un-atraco y hasta de estas-son-nuestras-armas mientras levantan las manos. No hay banderas e iconos de sindicatos, no son bienvenidos, menos aún de partidos políticos. Hay muchas pancartas y letreros individuales que representan únicamente a quien lo lleva. Las derivas callejeras son espontáneas y por supuesto incomunicadas, nadie las dirige, pero siempre ocurren. Todo se decide en asamblea, en una gran asamblea en el salón de actos del hospital. En esas manifestaciones que cortan la calle a veces bajo la lluvia y en esas asambleas está A., que nunca había hecho una huelga y que no habla jamás de política. Esta semana su servicio, siempre inundado de pacientes, estará parado por la huelga de todos.
R. es un médico que pasa consulta en su clínica privada, en una calle y en un barrio de alto nivel adquisitivo de Madrid. Le va mejor que nunca y me lo cuenta en su despacho orlado por una bandera de España en su pequeño mástil y una gran crucifijo. R. pertenece a una familia tradicionalmente acomodada, de profesionales liberales y antiguo esplendor nobiliario. Hace varias generaciones que ejercen la medicina privada únicamente. Preguntado por el plan de “sostenibilidad”, R. opina simplemente que es una locura, simplemente una locura privatizar la sanidad pública porque ahora obedecerá a criterios de rentabilidad y eso no puede ser, es peligrosísimo para que puede existir una sanidad pública. Es insoportable que un partido gobierne con mayoría absoluta, dice. Es todo incomprensible, no sabe qué es lo que ha pasado, si se trata de un error, una táctica, si alguien se ha vuelto loco o qué.
En el Hospital de la Princesa es muy fácil escuchar las palabras “no politizar”. Es una exigencia. La mayoría de médicos y enfermeras implicados en la movilización (prácticamente todo el hospital) hablan de “no politizar”. Se trata de defender el hospital de la Princesa, de impedir lo injusto e irracional de su cierre, pero de no politizar. Se harán cortes de calles, asambleas, se debatirá, se manifestarán a diario, convocarán a los medios, movilizarán a la gente por las redes sociales, argumentarán en contra de la privatización de la sanidad y del desmantelamiento del hospital, harán una huelga indefinida sanitaria, pero “no politizarán”.
Otra doctora del mismo hospital que participa diariamente en las manifestaciones, cortes de calles, recogida de firmas y finalmente en la huelga de esta semana, da un perfil típico de una persona muy conservadora. Mucho. Perteneciente a una familia y una tradición clara y abiertamente conservadora, cristiana y de derechas. Le parece sin embargo que esto que está pasando con el hospital de la Princesa es “una locura”, “absurdo”, “irracional” y que tiene que ver con eliminar la sanidad pública y hacer negocio de ello, ambas cosas insoportables. Y que por supuesto no se trata de política, si no de lo que es o no razonable.
Me atrevo a decir sin dudas que los médicos, enfermeras y sanitarios en general del Hospital de la Princesa no están movilizados por el riesgo de sus puestos de trabajo y de sus nóminas, más allá de que ése precisamente haya sido el catalizador, el detonante que ha conseguido moverles a muchos de su lugar en el mundo, zarandearles y enfrentarles a una situación dudosa, problemática y grave ante la que hay que posicionarse y actuar. Creo que las movilizaciones que se están sucediendo, incluida la increíblemente masiva marea blanca del domingo 18 de noviembre en Madrid, son profundamente sinceras en sus reclamaciones y exigen lo que dicen: una sanidad pública, para todos.
Los testimonios y ejemplos de médicos y trabajadores sanitarios con los que he podido compartir este proceso son muchos más. Lo más frecuente es quedarse sin palabras, es esa mirada de un doctor o de una auxiliar, por ejemplo votantes del PP y defensores típicos de su discurso un día tras otro hasta, ahora, quedarse sin palabras, sincera y sencillamente. Preguntarse: “¿qué está pasando?”
Creo que estamos asistiendo a un profundo deshielo político de sectores cada vez más amplios, una buena parte de la sociedad que se ve afectada y obligada a repensarse, posicionarse o actuar. Progresivamente se van rompiendo cristales a través de los cuales se leía una interpretación estabilizada del mundo, de la realidad, que propiciaba que todo siguiera esencialmente igual a sí mismo, que los poderes hubieran conseguido ordenar simbólicamente el campo de lo comprensible, el mundo organizado en sus categorías de lo normal, lo necesario, la derecha, la izquierda, los sindicatos, los fachas, los catalanes, etc.
Cada vez más rápido se rompen suelos de cristal que mantenían mundos inmovilizados por los cepos de la contradicción (haría algo pero a ¿quién voto?, defendería mi trabajo pero no con los sindicatos, saldría a la calle pero no con un perroflauta, estos son malos pero peor es ZP, son todos unos chorizos pero yo no creo en la violencia, son todos unos chorizos pero hasta que no corten cabezas yo no me muevo, etc, etc, etc), techos de cristal que sostenían vidas ajenas a la posibilidad de lo político, a la posibilidad de verse concernidos en pensamiento y acción con lo que sea que sucede ahí fuera, con lo que nos sucede ya a nosotros en primera persona del plural, con la posibilidad/necesidad de hacer y decir algo.
Suelos de cristal que se resquebrajan y desaguan sectores enteros, sanitarios, funcionarios, profesores y hasta policías en el terreno común de tener que hacer, reivindicar, hablar y decidir. Exigir participar de lo público, oponerse a lo que se supone que no es decidible, que es la crisis, archijustificada como desastre natural, o sea, innegociable y apolítica por excelencia o, alternativamente, responsabilidad de las gentes, que hemos vivido-por-encima-de-nuestras-posibilidades. Argumentos que ya no sostienen una marea que los desborda, y que, desde mi punto de vista, va anegando un espacio común caracterizado por lo no sectario, lo no identitario, no representado, no delegado y representado por palabras como común, público, democracia, personas…
Mientras miramos fijamente como un gato una ratonera al Parlamento y constatamos que allí nada pasa, mientras declaramos que no acaba de llegar el día de la revolución en que todo cambia, mientras muchos siguen mirando el cielo con ansiedad para ver si llega alguien que se pueda hacer cargo de la situación y los sufrimientos, un redentor, un liberador democrático y justiciero, un partido o algo. Mientras muchos se deprimen entre la ansiedad que produce la urgencia y la ausencia de soluciones advenidas.
Mientras, girando la mirada a un lado, en lo menos espectacular, quizás, el suelo se va resquebrajando. Mientras esperamos la revolución y las soluciones que lo cambien todo, quizás, al lado nuestro, todo está cambiando.
Posdata tras la mani del 27-N:
El 27N, un martes cualquiera, la tarde más fría de este otoño que se va, la #mareablanca ha vuelto a tomar las calles de Madrid. Sin que nadie lo hubiera podido pronosticar, tras tantos días de movilización ya, con todas las dudas a cuestas (“¿servirá para algo?” es la frase más fácil de oir en cualquier conversación de a dos) de un deshielo reciente, súbito, titubeante y sin embargo absolutamente determinado, la manifestación ha sido absolutamente insólita, masiva y enérgica.
Difícil recordar, a pesar de los tiempos que corren, más densidad de lemas, cánticos, carteles, pancartas y telas blancas explicando lo que cada cual siente y exige.
Una energía tremenda se acaba de liberar. En blanco.
Traducción de este texto al inglés
“Carta de amor a la Princesa”, otro texto del mismo autor sobre el mismo tema
Todas las ilustraciones son de Enrique @cuadernista y la foto del autor del texto