Dentro de Turkmenistán: la pobreza y la catástrofe económica que se esconden tras la fachada de mármol
La mayor parte de las escasísimas informaciones que se elaboran en Occidente sobre Turkmenistán suelen centrarse en las excentricidades de su dictador y en esa Ashgabat surrealista, pero deslumbrante gracias a su kilométrica fachada de mármol blanco. Un hermoso decorado que oculta una realidad muy alejada del lujo y la ostentación. Tras esos bloques imponentes se sigue escondiendo la vieja ciudad, la verdadera Ashgabat. Hileras de viviendas muy humildes, de dos o tres plantas, repletas de desconchones y tendederos. También hay un océano de antenas parabólicas que, paradójicamente, están prohibidas por ley.
El régimen quiere que sus ciudadanos solo puedan ver las muy controladas y aburridísimas televisiones estatales. Aun así, es una de las normas, como la de no fumar en ningún espacio público, que los turkmenos no respetan y que las autoridades solo hacen cumplir con rigor de cuando en cuando. Las antenas que contemplo no pueden tener más de tres años o cuatro años, ya que fue en 2015 cuando se produjo la última gran redada policial antiparabólicas. La operación sembró las aceras de las ciudades y pueblos turkmenos con montones de antenas arrancadas de las fachadas.
En esta Ashgabat auténtica se respira una humildad que, en ocasiones, roza la pobreza. Edificios como estos son demolidos y sus propietarios desalojados por la fuerza cada vez que el régimen decide levantar alguna nueva megaconstrucción. A pesar de todo ello, uno se siente mucho más cómodo aquí que en las grandes avenidas. Reconforta comprobar que hay vida ahí afuera. Los turkmenos reales son amigables y hospitalarios, aunque la inmensa mayoría se resiste a confraternizar demasiado con el forastero. No se trata de pudor o timidez, sino de precaución y hasta de miedo. En un Estado policial en el que cualquier vecino puede ser un confidente, la primera norma para sobrevivir es no destacar, no hacer nada diferente a lo que hacen todos los demás.
Miedo a Youtube
“No subas la foto a Youtube ni a Internet”, se apresura a decirme un panadero que, previamente, me había permitido retratarle junto a su horno de barro repleto de pan. “No Internet, no Youtube, please [por favor]”, me insiste con un rostro que ha pasado de la sonrisa a la preocupación. Nunca ha podido visitar el portal de vídeos más popular del planeta y ni siquiera sabe muy bien lo que es, pero lo asocia con una palabra: “Problemas”.
Youtube, Twitter, Facebook, Instagram y buena parte de las páginas web de medios informativos mundiales están bloqueadas por el Gobierno. “No se puede acceder a este sitio web” es el mensaje que más se repite en tu móvil, tablet u ordenador. Navegar por la red desde Turkmenistán no solo es complicado e incómodo, también es muy peligroso. El régimen espía las cuentas de correo electrónico y monitoriza los portales que visita cada usuario. El resultado final es una nación prácticamente desconectada de Internet; uno de los pocos países del mundo en el que en sus calles, cafeterías y transportes públicos no se ve a los jóvenes enganchados a sus teléfonos móviles.
Al igual que ha hecho con la arquitectura de Ashgabat, el dictador ha construido una falsa fachada para toda la nación que trata de convertir en realidad a base de propaganda. Las hipercontroladas televisiones turkmenas dibujan una sociedad próspera y feliz que despierta la admiración de la comunidad internacional. El dictador Gurbanguly Berdimuhamedov acapara los informativos pronunciando interminables discursos, mientras los ministros y demás miembros de su corte toman apuntes como si fueran niños aplicados.
Los periódicos resultan difíciles de fechar ya que todas las portadas son casi idénticas: una foto del presidente en la que solo cambia su pose, acompañada de soporíferos resúmenes de sus discursos y hazañas. Los libros tampoco escapan al control del régimen. De hecho, visitar una librería resulta una experiencia poco edificante. Buena parte de los expositores están ocupados por un único autor llamado Gurbanguly Berdimuhamedov. Sus libros sobre Historia, política, plantas medicinales, caballos o perros han relegado incluso al Ruhnama [el libro de culto del dictador fallecido Saparmurat Niyazov] a los estantes secundarios.
Crisis económica en el país de Nunca Es Verdad
La propaganda resulta imprescindible en una nación en la que casi todo es mentira. Berdimuhamedov ni siquiera permite que se conozca el número de habitantes que tiene el país. Hace más de una década que no se hace público el padrón. La cifra oficial es de seis millones, pero la real apenas supera los cuatro. La razón hay que buscarla en los países vecinos y también en Europa. A pesar del estricto control de las fronteras, cientos de miles de turkmenos han huido del país por la persecución política y la coyuntura económica. “La situación es tan desesperada que se dan muchos casos de jóvenes que estudian en el extranjero y que son sus propios padres los que les piden que no regresen al país”, apunta desde Moscú Vitaly Ponomaryev, del Memorial Human Rights Center.
Igual de clamorosa es la falsificación de los datos macroeconómicos. Mientras el régimen asegura que en 2018 la inflación fue del 9,4%, los expertos mantienen que a mediados de ese año ya había superado el 300%. La moneda local, el manat, en el mundo de ficción creado por Berdimuhamedov se codea con las divisas mundiales más poderosas. El cambio oficial es de algo menos de 4 manats por euro. Su valor verdadero lo encuentro en el perseguido, aunque muy extendido, mercado negro turkmeno en el que me ofrecen más de 20 manats por cada euro.
A pesar de su arsenal represivo y propagandístico, al dictador cada vez le cuesta más ocultar estas y otras realidades. Y la realidad más cruda, tal y como ha constatado un reciente informe del think tank británico Foreign Policy Centre, es que el país sufre una terrible crisis económica que puede acabar situando a buena parte de la población al borde de la hambruna. Niyazov y Berdimuhamedov han convertido en pobres a los súbditos de una nación inmensamente rica. Turkmenistán posee el 10% de las reservas mundiales de gas, es el noveno productor mundial de algodón y extrae petróleo más que suficiente para su autoconsumo. Sin embargo, la caótica y caprichosa gestión de los dos dictadores está conduciendo el país hacia el precipicio. La corrupción es endémica y se expande desde las calles hasta los despachos de mayor rango.
Abajo, en los omnipresentes controles policiales de carretera es fácil ver a los conductores deslizar varios billetes entre la documentación de su vehículo para que el agente de turno le deje continuar su camino. Arriba, familiares del dictador y hombres fuertes del régimen copan los puestos directivos de las empresas que reciben las adjudicaciones de las faraónicas obras. Turkmenistán ocupa el puesto 161 de 180 en el ranking de Transparencia Internacional, que mide la percepción de la corrupción en el sector público.
Uno de los efectos más dramáticos y también más simbólicos de la insostenible situación económica fue el suicidio, el pasado mes de febrero, del máximo responsable nacional de Coca Cola. Los cortes en los suministros, la hiperinflación y la corrupción gubernamental le impidieron producir el popular refresco a un precio asequible para los turkmenos. La única salida que encontró al difícil futuro financiero de la compañía fue arrojarse al vacío desde una ventana.
No menos desesperada es la situación para la mayor parte de los turkmenos de a pie. El salario medio no supera los 2.000 manats mensuales, 100 euros según la cotización del mercado negro, y el de los puestos más bajos de la administración oscila entre los 800 y los 1.000 manats (40 y 50 euros). Hasta ahora la supervivencia solo era posible por las ayudas que concedía el Estado. Unas ayudas que van disminuyendo día a día. Desde comienzos de este año el agua, el gas y la electricidad han dejado de ser gratuitos. Las tiendas con alimentos subvencionados a muy bajo precio cada vez reciben menos suministros. Por ello es habitual en los últimos meses ver colas y hasta tumultos en sus puertas cuando llega un cargamento de carne, pan o vegetales.
En este contexto, la última medida económica del dictador ha sido la de obligar a ocho bancos turkmenos a crear un fondo millonario destinado a proteger la raza autóctona de perros pastores. Un animal que apasiona a Berdimuhamedov y sobre el que, precisamente, ha escrito su último libro. “El presidente solo se preocupa por él mismo”, asegura desde el exilio Farid Tukhbatullin, principal impulsor de Turkmen Initiative for Human Rights. “Su nivel intelectual y el de su círculo más cercano no les permite resolver los problemas de la población: desde la pobreza y el desempleo hasta las altas tasas de mortandad que se dan, especialmente, entre las madres y la población infantil”.
Como consecuencia de esta catastrófica situación económica, la oposición en el exilio cree ver o quiere ver en el comportamiento más reciente del tirano indicios de cierta decadencia. El pasado verano, Berdimuhamedov desapareció durante varias semanas de la escena pública y ni siquiera los rumores sobre su posible fallecimiento o derrocamiento le hicieron reaparecer.
Finalmente, el dictador “resucitó” y desde entonces ha tratado de reafirmar su autoridad con algunos peculiares golpes de efecto. En septiembre obligó a su ministro de Comercio a aparecer en televisión, esposado y lloriqueando, para confesar que había sido un corrupto. Días después anunció la redacción de una nueva Constitución y el 1 de octubre, en un acto gubernamental emitido por televisión, abroncó, humilló, despidió y acabó echando de la sala al hasta entonces poderoso ministro del Interior. ¿Demostraciones de fuerza real o síntomas de inseguridad y desesperación? Aún es pronto para dar una respuesta.
Próximamente, será publicada la tercera entrega, 'El verdadero récord Guinness en represión'.