De Reagan a Trump: los asentamientos israelíes en Cisjordania vuelven a ser “legales” para Estados Unidos
Por tercera vez desde que el republicano Donald Trump llegó a la Casa Blanca, Benjamín Netanyahu ha calificado como “histórico” el último de los regalos llegados desde Washington.
Esta vez, bajo el envoltorio, la declaración del secretario de Estado, Mike Pompeo, sobre los asentamientos de Israel en Cisjordania: desde el lunes, a ojos de EEUU ya no constituirán una violación de la legalidad internacional (los dos obsequios anteriores llegaban en forma de reconocimiento de la soberanía israelí sobre Jerusalén y los Actos del Golán).
Trump ignora de este modo la opinión del Tribunal Internacional de Justicia, que en 2004 declaró ilegales los asentamientos israelíes en un dictamen consultivo. “Los asentamientos de Israel en violación del derecho internacional en los territorios palestinos ocupados corren el riesgo de convertirse en una situación equivalente a una anexión de facto”, advertía el tribunal.
Es la última entrega de una trilogía que ha venido a exacerbar la fiebre nacionalista del actual primer ministro en funciones, Benjamín Netanyahu. Horas después del anuncio estadounidense, Netanyahu dijo que cumpliría una de sus últimas promesas electorales impulsando una ley que permitiese al Estado hebreo anexionarse por la vía unilateral la región del Valle del Jordán y el tercio norte del Mar Muerto, enclaves de gran potencial económico y que comprenden más del 30% del territorio de Cisjordania.
Así, tras el último espaldarazo de Trump, Netanyahu vuelve a reconciliarse con su gran aliado después de que este vilipendiara su “inquebrantable alianza” durante la pasada Asamblea General de la ONU cuando anunció su intención de reunirse con su homólogo iraní Hasan Rohaní. Encuentro que, para alivio del premier israelí, no llegó a producirse tras los ataques contra dos refinerías saudíes. La CIA se los atribuyó a Irán.
El origen de las colonias
Fue el fallecido Shimon Peres quien autorizó siendo ministro de Defensa (1974-1977) del gobierno laborista de Isaac Rabin el levantamento de la primera colonia (Kadum) en la Cisjordania ocupada.
Según relató el propio Peres durante una entrevista concedida en 2012 a la cadena catarí Al Jazeera, el objetivo de esos primeros asentamientos era apuntalar con colonos la seguridad de zonas estratégicas colindantes con Jerusalén, así como el corredor con Tel Aviv, de cara a un posible nuevo enfrentamiento con los ejércitos árabes vecinos.
“Nunca quisimos tomar la tierra”, relataba el expresidente, pero lo cierto es que esos primeros colonos ya estaban organizados en connivencia con el Estado. Muchos de ellos –como los que se terminarían trasladando a la ciudad bíblica de Hebrón, con presencia judía durante siglos– consideraban que la victoria hebrea en la guerra del 67 era una señal divina para que el pueblo judío retornase a la tierra prometida.
Poco a poco el sueño nacional-religioso se hacía realidad. Mientras en 1968 solo existían seis colonias judías más allá de las Línea Verde –la frontera de facto que surgió de la guerra de independencia de 1947 a 1949– , con unos pocos cientos de colonos, la llegada de Menahem Begin como primer ministro en 1977 y la entrada del Likud, acelerarían el proceso sionista.
De la veintena de asentamientos existentes entonces, con unos pocos miles de colonos residentes, se ha pasado en menos de cuatro décadas a los 650.000 de la actualidad (400.000 residen en Cisjordania y otros 250.000 lo hacen en Jerusalén, según datos de la ONU).
Todos y cada uno de los Gobiernos israelíes, ya fueran de corte laborista o conservador, han promovido en mayor o menor medida el asentamiento de población judía en los territorios palestinos ocupados. Una política que promete continuar, ya sea con Benjamín Netanyahu como el nuevo primer ministro o con su rival político, Benny Gantz, tras la probable convocatoria de nuevas elecciones en el país (las terceras en un año) tras el fracaso en las negociaciones para formar Gobierno.
Virajes en la política exterior de EEUU
“Creo que es un gran día para el Estado de Israel y un logro que permanecerá durante décadas”, dijo Benjamín Netanyahu en la colonia de Alon Shvut (en la Cisjordania ocupada) tan solo un día después de la promesa de Pompeo de acabar con décadas de “declaraciones inconsistentes” por parte de las distintas administraciones norteamericanas.
“El establecimiento de los asentamientos israelíes en Cisjordania no es incompatible de por sí con la ley internacional”, sentenció Pompeo el lunes, si bien aseguró que esta decisión no acarrea necesariamente una “defensa de la legalidad de las colonias, sino la ausencia de opinión sobre el estatus legal de asentamientos concretos”. Es decir, grosso modo, 'el que calla, otorga'.
Esta ambigüedad narrativa ya se intuía en las primeras declaraciones oficiales desde Washington semanas después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca: “Mientras no pensamos que la existencia de asentamientos sea un impedimento para la paz, la construcción de otros nuevos o la expansión de los ya existentes más allá de sus actuales fronteras, puede no ayudar a conseguir ese objetivo”, decía el 2 de febrero de 2017 el entonces Secretario de Prensa, Sean Spicer.
Declaraciones que distan de lo expresado en enero de 2016, en tiempos de Barack Obama, por el entonces portavoz del Departamento de Defensa, John Kirby: “Consideramos la política de asentamientos israelí ilegítima y perjudicial para alcanzar la paz”. En la misma línea se expresaba en 1978 la Administración Carter: “El establecimiento de colonias civiles [en los territorios palestinos ocupados] es incompatible con la ley internacional”.
Tratando de justificar el giro de política de Washington, Pompeo recordó durante la rueda de prensa que ya hizo lo mismo el presidente Ronald Reagan allá por 1981 cuando dijo que las colonias israelíes “no eran ilegales”. Entonces, y ahora también, contravenía lo dictado por la IV Convención de Ginebra por la que “se prohíbe al poder ocupante (en este caso, Israel) trasladar parte de su población al territorio ocupado (Palestina)”.
Una violación que recordó la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, al poco de conocerse el anuncio de Trump y que también han condenado desde el liderazgo en Ramala: “Es un golpe más a la ley internacional, a la justicia y a la paz”, escribía Hanan Ashrawi, líder histórica de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), en twitter.
En definitiva, desde los años de Reagan, pasando por Clinton, Bush, Obama y hasta hoy, la mayoría de las administraciones estadounidenses han evitado posicionarse con claridad sobre la legalidad o no de las colonias, si bien todas se han opuesto con mayor o menor énfasis a su expansión, que no a la adhesión a territorio israelí de las colonias más grandes en el marco de un futuro acuerdo de paz.
Así lo dejó caer en abril de 2014 el entonces Presidente George W. Bush cuando le dijo a su homólogo israelí, Ariel Sharon, que “con las nuevas realidades (colonias) en el terreno, incluyendo grandes núcleos de población israelí, no es realista esperar que el resultado de las negociaciones sobre un estatuto final incluya el regreso completo a las líneas del armisticio de 1949”.
Lo cierto es que a pesar de las repetidas muestras de “preocupación” difundidas por las administraciones estadounidenses anteriores a Donald Trump la construcción de colonias nunca ha cesado.
Resoluciones fallidas: De Negroponte a Haley
La última vez que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó una resolución declarando ilegales los asentamientos israelíes fue en diciembre de 2016, gracias a la abstención de EEUU. La votación se produjo a pocas semanas de que Barack Obama dejase la Casa Blanca.
La resolución número 2334 –presentada por Venezuela, Malasia, Nueva Zelanda y Senegal, después de que Egipto reculara tras la intromisión del presidente electo Donald Trump– fue aprobada por 14 miembros del Consejo. En el texto se decía que el establecimiento de asentamientos en el territorio palestino ocupado desde 1967 constituía una violación flagrante del derecho internacional, además de un obstáculo importante para la solución de dos Estados.
Lo inaudito de esa resolución es que Estados Unidos se abstuvo, rompiendo con la tradición de cuatro décadas de vetos incondicionales a cualquier decisión que pudiera perjudicar a Israel.
Obama quería marcharse acabando con la llamada doctrina Negroponte (a la que dio nombre John Negroponte, el embajador de EEUU ante la ONU durante el primer mandato de George W. Bush), según la cual Washington se opondría sistemáticamente a cualquier resolución que criticara a Israel sin condenar, a la vez, las actividades de resistencia de los palestinos.
Sin embargo, el entonces presidente sí vetó una resolución similar años antes, en 2011, alegando que su aprobación interferiría con las negociaciones de paz entre palestinos e israelíes. La doctrina volvió fuerte tras la llegada de Nikky Haley, embajadora de EEUU ante la ONU durante los primeros años de Trump. Haley pasará a la historia como la representante norteamericana ante la ONU más proisraelí de su historia.
Menos amables con el Estado hebreo fueron algunos de sus predecesores. Hace casi cuarenta años, siendo Jimmy Carter presidente de Estados Unidos, los representantes del Gobierno estadounidense en el Consejo de Seguridad incluso llegaron a votar a favor de la resolución 465, que condenaba la colonización de los territorios palestinos por parte de Israel.
A dicha resolución le precedieron otras dos el año anterior, la 446 de marzo de 1979 (que se saldó con 12 votos a favor y tres abstenciones, entre ellas la de EEUU) y la 452 de julio de ese mismo año (14 a favor y una sola abstención, la de los representantes norteamericanos). Estas tres resoluciones condenaron formalmente el establecimiento de colonias israelíes en los territorios árabes ocupados, incluyendo no sólo Cisjordania y la Franja de Gaza, sino también los Altos del Golán y Jerusalén Oriental.
Resoluciones célebres por quedar, a menudo, en papel mojado. Israel ostenta el triste récord de ser el país que más las incumple, disputándose el segundo y el tercer puesto, según los años, entre Marruecos y Turquía.