A Elizabeth le dijeron que estuviera a las siete de la mañana en un cruce de calles y le explicaron que, si alguien la acompañaba, el coche que debía llevarla a abortar no se pararía a recogerla. A Renee, que tenía 15 años, le vendaron los ojos durante todo el trayecto hasta llegar a una vieja nave industrial, aunque el viaje terminaba a veces en un motel o en una casa particular. El procedimiento se podía realizar en una mesa de cocina o en un sillón, y lo hacía alguien que podía ser o no médico. Todos se jugaban la cárcel y ellas, la vida.
En Estados Unidos pueden contar esta historia mujeres que abortaron cuando hacerlo era ilegal. Sus recuerdos son espeluznantes, igual que los datos de aquella era, pero se recuerdan ahora que el Tribunal Supremo podría anular su decisión de 1973 en la que legalizó en todo el país la interrupción voluntaria del embarazo. La experiencia de cómo era abortar en EEUU antes de la famosa sentencia Roe v. Wade nos puede dar pistas para el futuro que se puede presentar si el borrador filtrado de la opinión de mayoría de los magistrados se convierte en sentencia en junio.
Menos abortos ahora
La experiencia pasada muestra que ilegalizar el aborto no acaba con el aborto. En los años 60, se estima que en EEUU se practicaban más de 800.000 abortos ilegales al año, más que todos los que se realizan hoy en día de forma legal en un país que ahora tiene 130 millones de habitantes más. La cifra de abortos se mantiene estable, pero la mortalidad cambia de forma dramática: en 1965 fallecieron oficialmente a causa de un aborto unas 200 estadounidenses, aunque las voces expertas creen que las cifras reales eran mucho más altas. En 2018, con el aborto legalizado, murieron dos mujeres.
Hasta la sentencia de Roe v. Wade, las mujeres que querían abortar en gran parte del país dependían de redes clandestinas, peligrosas y caras. En 1970, los periódicos estadounidenses publicaban anuncios de paquetes “vacacionales” para ir a Londres a interrumpir legalmente un embarazo y más de 600 estadounidenses lo hicieron solo en el último trimestre de 1969. Esa era la opción más cara y más segura, pero muchas mujeres pagaban unos 4.000 euros de hoy en día para obtener un aborto clandestino e inseguro más cerca de casa.
Para quien no tuviera esos recursos, quedaban los curanderos menos fiables y los procedimientos caseros más peligrosos. En un estudio realizado en Nueva York en los 60, entre mujeres de bajos recursos, el 80% de las que habían querido tener un aborto habían intentado practicárselo ellas mismas y en solo el 2% de los casos había intervenido un médico. En parte por eso, la tasa de mortalidad durante un aborto era el doble para las mujeres que no eran blancas.
Un país dividido
Si el Tribunal Supremo decide anular la sentencia Roe v. Wade que legalizó el aborto en todo el país, eso no supondrá la ilegalización del procedimiento en la mayoría del país. La situación quedará en manos de cada estado, como lo estaba antes en 1973.
Teniendo en cuentas las normas que han aprobado o anunciado algunos estados y cuáles son las mayorías en sus legislativos, si el Tribunal acaba tomando la decisión, practicar abortos será ilegal en la mitad de los estados de Estados Unidos (aunque eso no significa en la mitad del país, ya que la población se concentra en los estados de ambas costas, donde no se esperan restricciones).
A principios de los años 60, la gran mayoría de los estados solo permitía la interrupción del embarazo si peligraba la salud física de la madre y a finales de la década, unos cuantos lo legalizaron también en caso de violación o incesto, o ante un defecto grave en el feto. Sin embargo, en 1972, cuatro estados permitían la interrupción voluntaria si así lo decidían la mujer embarazada y su médico.
De ellos, solo Nueva York permitía a las mujeres de otros estados someterse al procedimiento. En el año anterior a la sentencia Roe v. Wade, más de 100.000 mujeres estadounidenses viajaron a Nueva York para poder abortar legalmente. Al menos la mitad recorrieron más de 800 kilómetros en autobús, en coche, o en avión, y tuvieron que pagar por el procedimiento y el alojamiento. Las que podían permitirse ese coste eran, principalmente, mujeres blancas de clase media y alta.
Si se confirma el final de la protección del derecho al aborto en todo el país, ese será el escenario al que se dirigen las mujeres en Estados Unidos. Muy probablemente, abortar seguirá siendo legal, seguro y sencillo en estados como Nueva York, California o Illinois. Para millones de estadounidenses, sin embargo, supondrá un largo y molesto viaje que a lo mejor no podrán permitirse. Y es posible que una parte de mujeres regresen a procedimientos clandestinos y peligrosos. Incluso las que puedan permitirse el traslado, serán más vulnerables si surge una complicación cuando ya están de vuelta en sus estados, donde los médicos no tendrán experiencia en el procedimiento.