ENTREVISTA

Ada Ferrer, historiadora cubana: “Cuba no es una prioridad para EEUU”

Ayelén Oliva

Buenos Aires —

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Unos meses después del estallido de la crisis de los misiles entre Estados Unidos, Cuba y la Unión Soviética, en 1962, la madre de Ada Ferrer tomó a su hija en brazos y salió desde La Habana hacia Nueva York, donde la esperaba su marido. Ada, ahora profesora de Historia en la Universidad de Nueva York en ese momento no había cumplido un año. El primer tiempo de vida lo pasó en un barrio de New Jersey, rodeada de migrantes cubanos y, a pesar de llevar toda su vida en Estados Unidos, nunca ha perdido el interés por la isla.

“Para mí Cuba siempre ha sido una ausencia presente. Me crié con el dolor de la separación familiar, un dolor que no era sólo por mi familia, había muchas otras familias a mi alrededor que habían dejado también a sus padres y hermanos. Todo eso por entonces formó parte de mi ambiente. No había manera de escapar de Cuba”, dice.

Durante algún tiempo, lo intentó. Pero el tema volvió a ella más de una vez. Estudió literatura inglesa del siglo XIX como estrategia para escapar del pasado hasta que finalmente se reconcilió con la idea de que Cuba era también parte de su historia: “En ese momento, empecé a estudiar la historia de Cuba y nunca he dejado de hacerlo hasta hoy”.

En su último libro Cuba. An American History, publicado en inglés, rastrea la historia del vínculo entre Cuba y Estados Unidos, “una historia de la relación, a veces íntima, a veces explosiva, siempre desigual, entre ambos países”. 

Desde una perspectiva histórica, ¿cómo analiza los movimientos de este último año en Cuba

Es algo novedoso, no hemos visto nunca antes algo así. Hay gente que dice que no había sucedido nada así en 30 años, refiriéndose al Maleconazo [manifestaciones opositoras masivas ocurridas en Cuba el 5 de agosto de 1994]. Pero en realidad las protestas de julio representan algo que no se había visto desde hacía más de 62 porque nunca antes, después que llegó Fidel al poder, vivimos unas protestas como estas, en tantos lugares del país, en ciudades grandes y pueblos pequeños, con artistas y gente joven pero sobre todo también gente de pueblo que nunca se hubiera atrevido a hacer algo así. 

Teniendo en cuenta que los más jóvenes son los protagonistas de estas protestas, ¿cómo analiza la relación de estas nuevas generaciones con la historia reciente de Cuba?

Más de la tercera parte de la población cubana nació despues de la caída de la Unión Soviética. Nunca han vivido en un país no en crisis, un país donde no haga falta la divisa para vivir comondamente. Además, esta es una generación que no tiene esa conexión directa con el proceso histórico de 1959, se sienten muy frustrados. Cuba es una sociedad que previo a la revolución tenía una tradición muy fuerte de protesta cívica, de activismo cívico. Me parece que lo que están tratando estas nuevas generaciones en Cuba es de resucitar algunas de esas tradiciones. Eso nunca ha sucedido desde 1959.

¿Las protestas tienen lugar porque Cuba está más aislada internacionalmente que en otros momentos de su historia?

Es cierto que Cuba está ahora más aislada, pero también Estados Unidos lo está. La Presidencia de Trump causó un deterioro en la imagen de EEUU en el mundo; no está claro que el país tenga hoy el mismo nivel de liderazgo mundial. La imagen de Cuba en el mundo también se ha deteriorado. El mundo ha visto la represión de las protestas del 11 de julio, no le cree al Gobierno cuando dice que todo es la culpa del embargo aunque el mundo sigue condenando con razón esa política de EEUU.Es por eso que los dos lados tienen que cambiar. Si ninguno cambia, no hay futuro. Ni la política tradicional de Estados Unidos de hostigamiento funciona ni el discurso revolucionario tiene sentido ahora. Ha pasado mucho tiempo. Si ninguno cambia, no hay futuro.

Una lectura posible es que las protestas tienen lugar ahora porque ya no están al frente del Gobierno aquellos que hicieron la revolución. ¿Coincide con esto?

Sí, claro. Por ejemplo, una de las consignas de las protestas ha sido: “Díaz-Canel singao”. En otro tiempo, eso nunca hubiera pasado. Muchos cubanos no pensaban bien de Fidel o de Raúl, pero que le hubieran dicho algo así en la calle era algo imposible. El actual presidente no tiene esa relación histórica, esa legitimidad de origen.

En su último libro investiga los vínculos entre Estados Unidos y Cuba, ¿qué lugar ocupa ahora Cuba en la política exterior estadounidense?

No es una prioridad para ellos. Lo que ahora sucede es que con las protestas de julio no le quedó más remedio a Estados Unidos que empezar a ver lo que estaba pasando en Cuba. Han creado comisiones para estudiar, por ejemplo, la cuestión de remesas, de los vuelos, la posibilidad de reabrir la Embajada, pero hasta ahora no hemos visto mucho cambio. Tal vez ahora, con la legislación de infraestructura que se firmó en estos días, el presidente pueda introducir algunos cambios en la política sobre Cuba. Al contrario, a veces el Gobierno cubano ha respondido al endurecimiento de la política norteamericana con mayores violaciones a los derechos humanos como vimos en los años 90.

¿Eso puede cambiar con estas protestas?

Depende de varias cosas. Primero, de la reacción del Gobierno cubano a las protestas. También de la cantidad de cubanos que ingresen a Estados Unidos. Está aumentando mucho el número de cubanos que llegan por mar y si sigue incrementando deberán prestar más atención a lo que pase con Cuba. Por último, de las elecciones legislativas de 2022 en Estados Unidos, cuando los partidos compitan por el voto latino. 

¿Cuál considera que es la política exterior más efectiva de Estados Unidos hacia Cuba?

Yo apoyé públicamente a Barack Obama cuando anunció la nueva política hacia Cuba. Pienso que esa política de apertura era la mejor manera para conseguir un cambio pacífico en Cuba. Estuve en Cuba cuando viajó Obama. Pude ver el entusiasmo de la gente cubana. Esa sensación de que, a lo mejor, algo iba a cambiar, que algo se estaba moviendo finalmente. Pero después vino Trump y todo aquellos que conozco que habían abierto algún comercio en la isla, tuvieron que cerrar. Hay gente que dice que la política de Obama falló, que no trajo cambio a Cuba. Pero eso me parece muy equivocado. La política de hostilidad, de agresividad, que lleva más de 60 años, nunca ha producido un cambio.

Por momentos, parece que hace medio siglo han estado discutiendo lo mismo. ¿Identifica nuevos debates?

Es posible que el debate que están dando los artistas en Cuba sea algo novedoso. Es un discurso que no está basado en el odio, ni en la ley, ni en la división, y eso ciertamente te da cierta esperanza. Pero en general yo veo, en estos momentos, que el discurso está cada día más polarizado, algo que considero muy peligroso.

Usted menciona, en su último libro, que la historia de Cuba puede ser un espejo de Estados Unidos. En ese caso, ¿qué imagen cree que devolvería ahora Cuba de Estados Unidos?

En el pasado la historia de Cuba se podía leer la historia de los Estados Unidos como un imperio. En el presente la cuestión es más complicada. En Estados Unidos ahora existe no solo incertidumbre sobre el presente sino sobre su historia. Están discutiendo el significado de su propio país, dónde empieza su historia, si en 1776 o en 1619, el carácter de la revolución norteamericana, si la Constitución fue en su principio un documento esclavista. Esa pelea por la lectura de su historia, sobre el material histórico, pienso que está empezando ahora en Cuba. Una pelea no solo sobre el presente sino también sobre el pasado, sobre lo que fue o no la República, sobre el cuento de origen de la revolución del 1959. Como historiadora, me parece muy interesante e importante que esos debates se estén dando a la misma vez en los dos lugares.