En sus tiempos como corresponsal en Bruselas hace casi dos décadas, Ana Carbajosa solía conectar bien con los colegas británicos y estaba entre los foráneos que pillaban el humor inglés en las fiestas de despedida. En Jerusalén, trabajó para el periódico The Guardian. Y ahora parte de su familia política es británica. Aun así, dice que “creía conocer” el Reino Unido hasta que en 2020 se mudó a Londres desde Berlín, donde trabajaba como corresponsal de El País. Llegó en diciembre, cuando la pandemia arreciaba y el Brexit estaba a punto de hacerse efectivo.
“Empecé a ver cosas que no comprendía”, cuenta Carbajosa: el nacionalismo de la vacuna contra el covid, las mentiras de Boris Johnson y la desigualdad que veía como voluntaria de un banco de alimentos. Acababa de escribir una biografía sobre Angela Merkel y al principio pensó en hacer lo mismo con Johnson. “Me di cuenta de que parte de esa vida explicaba mucho el país. No porque él fuera especialmente representativo, ni mucho menos”, dice la periodista. La historia del ex primer ministro refleja los “círculos de privilegio que acabaron formando una determinada narrativa y que en parte propiciaron el Brexit”. La reportera tenía más preguntas y se dio cuenta de que para responderlas tenía que “salir de Londres”.
El resultado de viajes y entrevistas es el libro Una isla a la deriva (Península), un retrato del país que pasa por la sociedad de debate de Oxford, el centro social de las chicas de oro de Blackpool, las mansiones rusas de Londres, un barrio obrero de Dundee y los muros de Belfast.
Carbajosa, que ahora dirige la sección Planeta Futuro de El País, termina con una nota de optimismo por la fortaleza de la sociedad civil y la cultura de rendición de cuentas. Ésta es nuestra conversación, editada por claridad y extensión.
¿Qué malentendidos hay en España sobre el Reino Unido?
Probablemente que pensamos que el Reino Unido es una unidad, que el Reino Unido son los ingleses. Y Reino Unido es un país muy complejo y muy diverso por las diferencias geográficas y regionales que, como me explicaban los expertos con los que hablé para el libro, son las mayores de toda Europa. En todos los países europeos hay diferencias entre regiones ricas y pobres, pero las pobres no son tan pobres como las de Reino Unido, que además es la sexta mayor economía del mundo. Hay una desigualdad regional brutal de la que no somos conscientes y que ha contribuido al Brexit y a otros fenómenos políticos.
En España es habitual la comparación de Escocia con Catalunya e Irlanda del Norte con el País Vasco. Pero ¿son más las diferencias?
Sí, hay muchísimas diferencias. En Escocia, por ejemplo, una de las cosas que me decían políticos del SNP, el partido nacionalista escocés, es que ellos no querían seguir el ejemplo de Catalunya, que nunca iban a hacer un referéndum que no estuviera avalado por Londres, porque ya sabían que eso era una receta de fracaso. Es muy distinto, además, por el Brexit, como gran elemento disruptor, porque tanto Irlanda del Norte como Escocia votaron en contra mientras que el país en su conjunto votó a favor. Es un lugar con particularidades históricas y una historia reciente muy específica.
Los políticos del SNP, el partido nacionalista escocés, me decían que no querían seguir el ejemplo de Catalunya, que nunca iban a hacer un referéndum que no estuviera avalado por Londres, porque ya sabían que eso era una receta de fracaso
¿Cuesta transmitir en España o incluso que la gente se crea el nivel del desastre del país?
Sí. No es lo mismo ir de visita a Londres que conocer y vivir el país. Hay un consenso de que el país está en declive. Es lo que ellos llaman el “declinismo”. Lo hace la prensa, la oposición laborista, pero también los conservadores. Las portadas del Spectator, el semanario conservador, hablan de Broken Britain [El Reino Unido roto o que no funciona]. Hay un consenso de que el Reino Unido está roto y no hay un consenso de cuáles son las causas, por qué se ha roto y cómo arreglarlo. Ya casi nadie dice que todo va estupendo. Lo intenta a veces el primer ministro y con una credibilidad muy mermada por las evidencias y las cifras.
Levantarse en Reino Unido y poner la radio por la mañana es un ejercicio de resiliencia, porque todos los días hay un récord negativo. Cuando no son los ríos contaminados, son las escuelas que están a punto de caerse, los nuevos récords en listas de espera de la sanidad pública o que nunca antes los niños británicos habían sido tan bajitos y mucho más que la media de la Unión Europea, siete centímetros, y es un asunto muy serio porque tiene que ver con los años de austeridad y con la malnutrición. En España no somos conscientes del nivel de declive que atraviesa el Reino Unido.
Hay un consenso de que el Reino Unido está roto y no hay un consenso de cuáles son las causas, por qué se ha roto y cómo arreglarlo
¿Hasta qué punto los británicos aceptan la idea de que el Brexit ha sido un desastre?
El desastre que vaticinaron los más europeístas no es la hecatombe de que al día siguiente del Brexit el país iba a entrar en recesión. Eso no ha sucedido, ha sido un proceso mucho más lento, gradual. Es un fuego lento, pero abrasador. El Brexit sigue su camino y vamos viendo los estragos cada vez más. Pero no ha sido un fenómeno de un día para otro. Y la pandemia y la guerra de Ucrania han contribuido a camuflar en parte los efectos del Brexit. Los políticos se han encargado de manipular e instrumentalizar los fenómenos globales para tratar de maquillar los efectos del Brexit, pero a medida que el resto de países europeos han ido saliendo y se han ido recuperando, sobre todo de la pandemia, se ha visto que Reino Unido va quedando atrás. Muchos británicos, que a lo mejor no son los que están más presentes en los medios, lo sufren a diario. Ahora hay más bancos de alimentos en Reino Unido que McDonald's. Son los supermercados sociales donde pagas tres euros por hacer la compra. Muchas personas tienen problemas para poder encender la calefacción.
No todo es atribuible al Brexit. Una de las cosas que intento contar en el libro es hasta qué punto las corrientes subterráneas –más de una década de políticas de austeridad y de falta de inversión pública– han hecho que la situación fuera muy frágil cuando el Brexit ha impactado de lleno. Eso tiene como resultado la situación actual.
El Brexit es un fuego lento, pero abrasador. Sigue su camino y vamos viendo los estragos cada vez más. Pero no ha sido un fenómeno de un día para otro
¿En qué se diferencia de Alemania?
En dos cosas. Una, el Reino Unido es un país muy centralizado. Todo pasa por Londres, incluso en el transporte. Para ir a muchos sitios tienes que ir primero a Londres y luego hay muy pocas conexiones entre distintas partes del país. Las instituciones, aunque ahora están haciendo un esfuerzo, están centralizadas en Londres. Esto también ha hecho que haya muchos problemas en Reino Unido para las entidades locales. Birmingham, la segunda ciudad del país, está en bancarrota.
Y, en segundo lugar, la fortaleza de los servicios públicos alemanes, que pese a los recortes no es comparable. En el Reino Unido, hay sanidad pública universal, pero el declive del Servicio de Salud Británico es palpable. He tenido experiencias demoledoras que cuento en el libro, como pedir una ambulancia y que no venga. En la sexta economía del mundo esto es muy difícil de entender.
¿Cómo es la integración multicultural del Reino Unido en comparación con Alemania u otros países europeos?
Alemania incorporó a un millón de refugiados de la crisis de 2015 y luego a los ucranianos sin excesivos aspavientos. Eso también dio muchas alas a la extrema derecha, que crece con mucha fuerza y que además es muy explícita. Eso en Reino Unido lo veo muy difícil a pesar de que en la campaña del Brexit hubiera un trasfondo xenófobo. Es verdad que hay políticos que tratan de sacar rédito con la xenofobia, pero es minoritario. En el día a día del Reino Unido, la multiculturalidad se vive con una naturalidad maravillosa. En España estamos muy lejos de eso. En Reino Unido, sería impensable que hubiera insultos racistas en un campo de fútbol mientras que en España está a la orden del día.
El hecho de que el primer ministro, el alcalde de Londres y el primer ministro de Escocia sean de origen asiático se vive con naturalidad. Nos sorprendemos más fuera de Reino Unido. Hay muchas conquistas, también en el contexto del imperio británico, que se han ido engrasando después de muchos años a pesar de que haya fuerzas xenófobas que intenten explotar el rechazo y la diferencia.
En Reino Unido, sería impensable que hubiera insultos racistas en un campo de fútbol, mientras que en España está a la orden del día
Los ministros conservadores de minorías son a veces los más duros contra la inmigración. ¿Cómo se puede leer esto?
Es una prueba de las contradicciones de un país. Tienes a una ministra de Interior que dice que el sueño de su vida es deportar inmigrantes o demandantes de asilo a Ruanda. Y tienes a la vez a un ejército de abogados de derechos humanos que trabajan in extremis para que al día siguiente ese avión a Ruanda no despegue. Y, además, lo consiguen y no despega.
Eso da una muestra de hasta qué punto hay elementos extremistas, radicales y populistas dentro del Partido Conservador, pero también de que la ciudadanía respira por otro lado, va muy por delante de los políticos actuales. El país está lleno de asociaciones. Cubren el hueco que debería cubrir el Estado, pero es gente admirable que hace un trabajo increíble también con minorías empobrecidas a pie de calle. Esa multiculturalidad es más evidente y más natural que en el Parlamento.
¿Una española se siente discriminada o tratada como “el otro”?
Hay muchos códigos en la sociedad británica que tienen que ver con la clase social, que tienen que ver con tu procedencia. En sociedades tan complejas, formar parte de ellas requiere conocerlas en profundidad de alguna manera, pero, a cambio, lo que me he encontrado es que la gente es muy amable... A pesar de que la vida sea difícil por el precio de los alimentos y el desastre de las infraestructuras y los medios de transporte. El país se cae a trozos, pero los británicos lo llevan con cierta parsimonia, con tranquilidad.
¿Cómo describiría a Keir Starmer, que, según las encuestas, ganará las próximas elecciones?
Es un tipo muy centrado, es un tipo europeísta. Y ha conseguido, de momento, unir al partido después del desastre de Corbyn. Todavía es difícil saber cómo van a actuar los laboristas, porque en este momento lo que están intentando es no cometer errores para llegar a las elecciones y ganar como está previsto. Y para eso Starmer tiene que fortalecer incluso esa imagen de centrista y de persona equilibrada, aunque eso muchas veces enfade a ciertos sectores de su partido. Dentro del laborismo tienen claro que ahora lo importante es hacerse con el poder.
Pero, si finalmente gana las elecciones, Starmer hereda un país hecho trizas con un margen fiscal muy limitado. Su margen de actuación por lo menos al principio va a ser muy limitado. Y además sabe que tiene que contar con todo el país. De hecho, con el Brexit ha habido un cierto pacto de silencio también en el laborismo. No le hemos escuchado cargar contra las consecuencias del Brexit. Ahora un poco más, pero todos estos años Starmer ha sido consciente de que no podía alienar a sus votantes del norte, que votaron mayoritariamente a favor del Brexit. Es un tipo pragmático.
¿Qué puede aprender todavía España del Reino Unido, del debate público y de sus costumbres políticas?
Sigue habiendo, a pesar de personajes estrambóticos, una cultura parlamentaria muy sana y muy sólida. La rendición de cuentas sigue funcionando desde el punto de vista oficial. Ahora hemos visto la comisión de investigación del COVID donde han ido desfilando todos, incluido Boris Johnson. Todos han tenido que rendir cuentas de qué decisiones tomaron y por qué las tomaron. Y lo mismo sucede con la prensa… El Partygate lo destapó la prensa y terminó tumbando al primer ministro.
Hay una sociedad civil muy organizada y muy concienciada que también da un paso adelante. Si Reino Unido fuera Francia, por el estado de las cosas y el coste de la vida, la gente estaría en la calle quemando rotondas. En el Reino Unido, no salen a la calle, pero sí se movilizan más desde los despachos. Ese sentimiento cívico es bastante admirable.
En Reino Unido, sigue habiendo, a pesar de personajes estrambóticos, una cultura parlamentaria muy sana y muy sólida. La rendición de cuentas sigue funcionando
¿Y qué puede aprender el periodismo español del británico?
A pesar de los excesos de la prensa británica, sigue habiendo unas reglas de funcionamiento que tienden a respetarse. El espíritu de irreverencia y de tratar de hacer que el poder rinda cuentas sigue estando allí. Y hay un montón de exclusivas, sobre personajes poderosos y escándalos de financiación y de corrupción. Sigue cumpliendo un papel, pero hay un peligro creciente de que el populismo siga avanzando también en los medios de comunicación.